El revolucionario es un hombre condenado. No se interesa por nada, no tiene sentimientos, no tiene lazos que lo unan a nada, ni siquiera tiene nombre. En él, todo está absorbido por una pasión única y total: la revolución. En las profundidades de su ser ha roto amarras con el orden civil, con la ley y la moralidad. Si sigue viviendo en sociedad, es sólo con la idea de destruirla. No espera misericordia alguna. Todos los días está dispuesto a morir.
El escritor peruano Santiago Roncagliolo (1975) explica por qué eligió esta cita de El maestro de Petersburgo (1994), de J. M. Coetzee, para el comienzo de La cuarta espada (2007), su novela sobre el líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán.
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Por Santiago Roncagliolo
Para mí, el epígrafe de una novela funciona como el trailer de una película: una probadita de lo que te espera si te zambulles en la historia. Y por lo tanto debe mostrar al lector, en pocas líneas, el espíritu, el ritmo, las emociones que le esperan.
Coetzee es un narrador que ha dedicado muchas páginas a la violencia, sus causas y sus efectos. Me interesan libros suyos de ese tipo, como La edad de hierro o Desgracia. También se refiere al tema El maestro de Petersburgo, de donde tomé el epígrafe de La cuarta espada. Pero no escogí su epígrafe por el autor, sino por lo que el personaje decía en él.
El terrorista nihilista Sergey Nechayev, que existió en realidad en la Rusia del siglo XIX, enunciaba en esa cita una definición del revolucionario que calzaba exactamente con mi definición de Abimael Guzmán: un hombre al que no le importa nada más que sus metas políticas, y por lo tanto, desprecia todo lo demás, tanto a nivel público como privado. No ve negociación posible, ni tampoco vida propia, más allá de la que considera su misión.
Mientras escribía el libro, yo era consciente de lo difícil que sería explicar su género. El público asumiría que un peruano escribiendo sobre Sendero Luminoso debía estar haciendo un ensayo académico. En cambio, La cuarta espada cuenta la historia de un hombre, a través de los ojos de quienes lo conocieron personalmente. Me importaba destacar que se trataba de una narración que seguía los pasos de un protagonista. La cita de Nechayev ponía el acento en el perfil humano.
Los escritores nos enfrentamos a todo tipo de preconceptos: la gente espera cosas de nosotros según nuestro origen, ideología, sexo, edad, aspecto… Si desafías los estereotipos, no puedes esperar que todo el mundo lea un capítulo de tu libro para entenderlo. Generalmente, tienes apenas un par de líneas para embarcarlos en tu viaje. Esa cuenta regresiva, tres, dos, uno… Se llama epígrafe.