México rompe la piñata en la fiesta progresista

La candidata del oficialismo, Claudia Sheinbaum, arrasó en las elecciones presidenciales y gobernará el país hasta 2030. En esta nota, algunas claves para entender el presente del gigante norteamericano y un repaso por la gestión y el legado de Andrés Manuel López Obrador, el arquitecto de la victoria.

El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) pasó su última prueba y consiguió una holgada elección para Claudia Sheinbaum Pardo, la exalcaldesa de la capital del país que ahora es la nueva presidenta. En un país donde el voto es optativo, asistieron a las casillas seis de cada diez de los 98 millones de empadronados. De estos electores, seis de cada diez votaron por Sheinbaum.

La más votada de la historia, la elección más concurrida, la primera mujer en ocupar el cargo. Los récords son repetidos con entusiasmo por militantes y adherentes, que, como veremos más adelante, tienen mucho que ver con esta victoria que tiene un potente aroma a reelección. Es que el amor por Sheinbaum es condicional: fue elegida por ser la mejor alumna de López Obrador, y la albacea de su obra cuando el presidente termine su mandato y vuelva a su rancho en Tabasco, como prometió desde el primer día de Gobierno.

El presidente Andrés Manuel López Obrador y la candidata electa, Claudia Sheinbaum
El presidente Andrés Manuel López Obrador y la candidata electa, Claudia Sheinbaum (Foto: Alfredo Estrella /AFP/Getty Images)

¿Quién es López Obrador?

México siempre ha llevado sus asuntos políticos con cierto hermetismo. Esto tal vez sea producto en parte de un intento por protegerse de las constantes intervenciones de EE.UU., aunque también responde al gran impacto de un hecho inédito en América: la famosa Revolución de principios de siglo XX con su profunda reforma agraria. Ese origen hace que el inicio de su historia política sea diferente al de cualquier otro país americano. Desde entonces, inclusive las guerras civiles mexicanas tienen lógicas de enfrentamiento sui generis que son difíciles de equiparar en otros territorios. Esto provoca una profunda pereza en los analistas, que se ven obligados a hacer un esfuerzo hercúleo para salir de las cómodas categorías y saberes que enlazan alegremente en sus análisis.

Por ejemplo, por estos días el analista internacional Luciano Chiconi tuiteó que López Obrador “copió el formato 5 Stelle”. Esto se cae rápidamente con un sencillo chequeo en Wikipedia. Andrés Manuel López Obrador tiene una extensa carrera política que comenzó a hacerse visible en —atención— 1986, cuando en su primer libro recopiló su larga experiencia en diversos puestos de la estructura de gobierno en el mitológico Partido Revolucionario Institucional (PRI). Probablemente en ese año Chiconi haya estado en la escuela primaria, y el movimiento 5 Stelle ni siquiera estaba en la imaginación de su líder, Beppe Grillo. En los años ’90, López Obrador ya se convertiría en fundador del Partido de la Revolución Democrática (PRD), con el que llegaría a ser alcalde de Ciudad de México a inicios del siglo XXI, representando un progresismo izquierdista incipiente que rompería con la hegemonía partidaria.

Sin embargo, todavía no eran buenos tiempos para la izquierda, que se veía empequeñecida ante el ascenso del Partido Acción Nacional (PAN), una derecha católica y conservadora que se presentaba como alternativa de los liberales de centro que gobernaban hasta entonces. Y aunque todavía no era el momentum de López Obrador, sí consiguió instalar el discurso de “hartazgo político”, mostrándose capaz de encarnar una transformación de izquierda que le llevaría muchos años aún madurar. El pueblo mexicano, desde el 2000 hasta el 2012, probó con la severidad conservadora del PAN, luego con un sincretismo cachivachesco al que llamaron “nuevo PRI” y, finalmente, en 2018, por López Obrador, dando inicio a lo que el mismo presidente llamó “la Cuarta Transformación”, o su simpático apodo “4T”. En todas estas elecciones se presentó AMLO, para perder de mil maneras diferentes hasta ganar indiscutiblemente.

Su insistencia, su carrera, sus fracasos, caídas y éxitos tienen larga data y mucha sustancia ideológica, convirtiéndolo en algo mucho más complejo e interesante que un replicador de tendencias internacionales. Recorrer esa historia es descubrir a un personaje fascinante, tanto por su gobierno de vanguardia en la Ciudad de México como por las campañas presidenciales que le siguieron. En 2010 López Obrador comenzó a crear un partido que afianzara su propuesta progresista, y en 2014 consiguió el registro para el Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa). Apenas cuatro años después ganaría la presidencia y la mayoría de las cámaras, iniciando una nueva etapa política en donde la izquierda blanda conduciría y una derecha conservadora se opondría, en una sinergia conveniente para todos.

López Obrador en los años '80
López Obrador en los años ’80 (Foto: Wikimedia Commons)

¿Cómo gobierna la izquierda en México?

Aunque él se ubique a la izquierda, Obrador combina un modelo de distribución como nunca había visto el país con un librecambismo exacerbado, sustentable gracias a un Tratado de Libre Comercio con EE.UU. y Canadá que se cuida como el oro y se diseña con el mismo cuidado con que se alimenta a un animal sagrado. Lo que AMLO hizo perfectamente fue mantener las medidas macroeconómicas que pusieron a México en el mapa exportador mundial y complementarlo con una política distributiva progresista, donde el salario mínimo aumentó 120% durante su Gobierno, contra una inflación que no superó los 30 puntos totales en el mismo período.

Sin ser un laborista, impulsó reformas que ordenaron un mercado del trabajo hiperflexibilizado, otorgando derechos y alentando la formación de sindicatos, lo que fue notoriamente agradecido por la clase trabajadora formal e informal. Eligió sabiamente las batallas con los grupos concentrados y por eso logró ganarlas sin espantar el fenómeno del nearshoring, o sea la inversión extranjera cercana. Con una política de palo y zanahoria muy bien aceitada, producto de una larga experiencia de negociaciones políticas y la colaboración de varios agentes de la derecha que consiguió unir a su Gobierno, López Obrador obtuvo lo que muchos líderes políticos progresistas sólo soñaron: inversión extranjera sin permitir retornos a funcionarios ni condonar crímenes ambientales, establecer exenciones impositivas exageradas o flexibilizar al extremo la fuerza laboral.

A su vez, el presidente activó una estrategia de comunicación única en el mundo. “La mañanera”, como se llama a la conferencia de prensa que él mismo encabeza de lunes a viernes desde las 6 am y que llega a durar hasta 4 horas, rompió como a una piñata en una fiesta progresista el hermetismo palaciego que practican desde siempre los mandatarios mexicanos, y renovó la forma en que se vinculan las personas con el Gobierno. En estas conferencias, Obrador se enfrenta a la prensa y a sus críticos y les da la palabra a sus funcionarios. La gente común, como puede dar fe este cronista, ve clips o segmentos enteros a la vuelta del trabajo en sus celulares, y ese simple acto genera un lazo de adhesión que nadie ha podido siquiera resquebrajar.

¿El resultado del gobierno de AMLO? La deuda externa se redujo 28%, cayendo a niveles históricos. La infraestructura creció notoriamente: se construyeron refinerías, rutas, trenes, escuelas rurales, y el Estado llegó a lugares donde antes siquiera existía. Enfrentó la pandemia con eficacia, distribuyendo oportunamente vacunas y aplicó una cuarentena optativa que no vulneró derechos ni garantías. En sus últimos años apreció el peso mexicano a niveles récord, llevando el valor de la moneda local contra el dólar a mínimos históricos, fortaleciendo las finanzas y contrayendo aún más la deuda. En ese sentido, dotó al Estado de herramientas financieras revirtiendo un proceso de neoliberalización de la economía. La creación de un banco estatal sirvió para gestionar las ayudas sociales garantizando la transparencia, y brindando al Estado la capacidad de ayudar directamente a cada individuo sin partidismos. Los servicios públicos y combustibles mantuvieron sus precios acorde con la inflación, que sólo se aceleró en los últimos años por causas externas, todo un récord para haber esquivado los embates de las transnacionales de la energía, que siempre buscan una porción del suculento plato de comida mexicana.

En seguridad puso fin a la guerra contra el Narco iniciada por el presidente Felipe Calderón que costó centenares de miles de vidas de ciudadanos civiles y aplicó una política progresista que sin embargo jamás confundió con garantismo. Si bien esta movida no convenció a los sectores más exigentes, nadie puede negar que en ningún otro gobierno de la historia de México han sido encarcelados tantos capos narcos, y las bajas civiles nunca fueron tan bajas.

Culturalmente, AMLO promovió los lenguajes indígenas sobre todo en la educación, con clases y materiales escolares en los más de 30 idiomas originarios que aún se hablan en el país. Saneó el otorgamiento de becas escolares priorizando a las poblaciones vulnerables y brindando apoyos económicos fuertes para que los jóvenes estudiaran. Puso al escritor Paco Ignacio Taibo II a dirigir el Fondo de Cultura Económica, que vive una verdadera época dorada de publicaciones a precios populares con actividades en rincones recónditos del país. Los medios de comunicación se multiplicaron, permitiendo una pluralidad de voces inédita en el país y garantizando la libertad de expresión de los periodistas.

La lista podría continuar cómodamente. Los índices de aprobación de su presidencia —realizados por medios opositores todas las semanas durante los seis años de Gobierno— jamás bajaron del 50% y actualmente se ubican en 60 puntos, coincidiendo con los votos a su sucesora. La confianza de la mayoría de los mexicanos en López Obrador es absoluta. Y es por eso que su principal aliada consiguió una elección como nunca se había visto antes.

López Obrador, tras emitir su voto en la última elección, acompañado por su esposa, la periodista y escritora Beatriz Gutiérrez Müller
López Obrador, tras emitir su voto en la última elección, acompañado por su esposa, la periodista y escritora Beatriz Gutiérrez Müller (Foto: lopezobrador.org.mx)

Un político con mandato dado

MoReNa fue fundado oficialmente en 2014, eso quiere decir que sus bases fundadoras están activas. Al momento de enfrentar la interna para elegir sucesor, los aspirantes a candidatos a presidente debieron garantizar una sola cosa: que la 4T, la Cuarta Transformación, seguiría exactamente en el mismo rumbo. Es que López Obrador siempre se ha comportado como un líder firme y seguro de sí mismo, pero nunca ha practicado el autoritarismo. Por el contrario, en MoReNa elogian que su programa de Gobierno responde directamente a los planteos de su línea fundadora.

Es casi un milagro político que un presidente aplique el plan sugerido por sus bases sin cambios ni refrendas. Un programa macroeconómico conservador basado en la producción de hidrocarburos, energía, automóviles y alimentos, combinada con una política recaudatoria holgada que, sin embargo, retorna en obras y una distribución generosa. AMLO mejoró y amplió no sólo las ayudas sociales, sino también las jubilaciones, los salarios mínimos, docentes y militares, poniendo los impuestos al servicio del pueblo.

Las bases de MoReNa, entonces, fueron clave para una elección inusual en América Latina. No sólo consiguieron comprometer a Sheinbaum con el programa, sino que condicionaron también su apoyo. Entonces, cuando se convirtió oficialmente en candidata, fueron estas bases quienes militaron intensamente y sin fisuras a una política que había acompañado el proyecto de Obrador desde el principio y replicado sus principios como jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Desde el transporte público, que engordó su infraestructura considerablemente en estos años, hasta la lucha política contra los agentes opositores de la derecha más feroz, Claudia consiguió el visto bueno de MoReNa a fuerza de ser una buena alumna de la cuarta transformación, y se espera que continúe por ese camino.

Los desafíos que llegan

Los argentinos hemos visto cómo las mejores intenciones del progresismo pueden irse por la borda con algunas pocas malas decisiones de Gobierno. Es por eso que Claudia Sheinbaum tiene un futuro desafiante por delante. La masiva concurrencia a los comicios, el fuerte apoyo del electorado, la mayoría en las cámaras, si bien le limpian el camino, también le generan una enorme responsabilidad, que es nada más y nada menos que no equivocarse.

El primer desafío es superar su total falta de carisma. López Obrador tiene una personalidad avasallante que es muy difícil de reemplazar. Combina la sencillez del uruguayo Mujica con la picardía de Lula y la valentía de Evo, lo que lo convierte en una verdadera estrella de la política. Sheinbaum es percibida como una fría científica que, a veces, puede resultar inconmovible y de discurso excesivamente correcto que raya en lo soporífero. Con la posibilidad de que Trump vuelva al gobierno de EE.UU., es difícil imaginar una Claudia Sheinbaum conversando amigablemente con él. Aunque sus dotes diplomáticas son tan buenas como cualquier otra, lo cierto es que hay pruebas que parecen de fuego para esta dama de hierro del progresismo.

Claudia Sheinbaum obtuvo el 59.35% de los votos y gobernará México hasta 2030
La presidenta electa, Claudia Sheinbaum, obtuvo el 59.35% de los votos y gobernará México hasta 2030 (Foto: Shutterstock)

Por otro lado, la economía de México exige un líder de mano que sepa navegar el complejo panorama internacional que siempre genera impacto por la ubicación geográfica privilegiada para las rutas exportadoras que tiene el país. La falta de preocupación de Sheinbaum ante el déficit fiscal que amenaza a los presupuestos del futuro anuncia la posible desestimación de una falta de liquidez en las cuentas públicas. ¿Cometerá Sheinbaum el error típicamente progresista de gastar más de lo que ingresa? ¿Se enamorará, como otras colegas latinoamericanas, del congelamiento de tarifas y servicios públicos, que ya prometió en su discurso de victoria? AMLO, tal vez intuyendo la afección de la académica chilanga por la demagogia del gasto excesivo, consiguió comprometerla a dejar en el cargo al secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, uno de los responsables del exitoso curso de la economía mexicana. En esta movida se esconde uno de los posibles conflictos del futuro que Sheinbaum deberá sortear.

A esto se le suman algunos retos domésticos. La seguridad sigue siendo una gran preocupación de los mexicanos, sobre todo luego de una campaña política signada por el asesinato de varios candidatos. La política de AMLO debe ser revisada pero sin alterar lo que el presidente llamó “Abrazos, no balazos”, una línea de negociación que se contrapone con el enfrentamiento directo. Sin embargo, fue Sheinbaum quien desactivó varias cúpulas narco que actuaban en Ciudad de México, y se espera que los arrestos continúen. También tendrá que poner algunos ojos en el mayor reto que le deja López Obrador: la reforma constitucional. Sheinbaum puede empujarla, ya que tiene mayoría definitiva en ambas cámaras, por lo que el sueño de “una constitución de izquierda” es un trabajo muy ambicioso que resultará difícil aún con viento a favor.

Es que la 4T entra en una nueva etapa, signada por el encantamiento del pueblo con una propuesta que estuvo lejos de defraudar, y la esperanza de que la unicidad del proyecto mexicano continuará dando sus frutos. Y el concierto de las naciones observa, con violines, cellos y partituras en la mano, atónitos cómo México, con una propuesta de izquierda a contramano de sus contemporáneos, se convierte en el proyecto de Gobierno más sólido de América Latina, cuyo apogeo, tal vez, aún está por llegar.

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Por Mariano Canal

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Francisco Marzioni

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