Cerca de 100 mil personas fueron víctimas de desaparición forzada en los últimos sesenta años en Colombia. Durante casi una década, la fotógrafa Viviana Peretti retrató la violencia, la impunidad y el pedido de justicia que marcaron a todo un territorio.
La desaparición forzada es un crimen que ha marcado ya varias décadas de la historia de Colombia. Su esencia es la impunidad. No hay cuerpo ni motivo y, por lo tanto, no hay culpable. Es un crimen silencioso, casi invisible, alejado del imaginario espectacular y sangriento de cualquier conflicto armado. La mayoría de los desaparecidos han sido arrojados a fosas comunes anónimas, ríos, trapiches de caña y hornos crematorios. Alrededor de 100.000 personas fueron víctimas de desaparición forzada en los últimos sesenta años en Colombia, tres veces más que las víctimas de este mismo crimen en el Cono Sur durante la época de las dictaduras. Nueve de cada diez personas siguen desaparecidas en la actualidad. Además, se trata de una práctica sistemática que, incluso hoy, agrega números a esta cifra.
Así comienza el texto de presentación que acompaña la serie de fotos A portrait of absence, de la fotógrafa italiana Viviana Peretti (Frascati, 1972), que acaba de recibir una mención de honor en la edición 2022 del prestigioso premio de fotografía World Press Photo. Su autora viajó durante los últimos nueve años por Colombia para retratar las secuelas y las heridas que se esconden detrás de uno de los mecanismos más perversos y representativos de la violencia latinoamericana, en especial en un país marcado por un conflicto armado que, a pesar de llevar más de seis décadas de forma ininterrumpida, se encuentra todavía bajo un manto de silencio y complicidad.
A continuación, el texto completo y las fotos de la serie A portrait of absence:
La desaparición forzada se convirtió en una de las estrategias más eficaces de ejercer poder. Es el mecanismo oculto de una compleja guerra de baja intensidad relacionada con el control territorial, los cultivos ilícitos y los megaproyectos económicos (desde los hidrocarburos hasta las represas, la agroindustria y el turismo). El objetivo ha sido borrar cualquier oposición política, y borrar, también, las huellas de los perpetradores (agentes del Estado, miembros de grupos paramilitares y guerrilleros, políticos y civiles que se han beneficiado de esa guerra).
La desaparición forzada, aun así, ha dejado rastros en el territorio y en la emoción colectiva. Estas fotografías recogen fragmentos visuales del crimen en una Colombia cuyo paisaje —y correspondiente atmósfera— ha devenido en fosa común. En ellas se muestran los altares que muchas familias han construido en sus casas mientras esperan a que sus seres queridos regresen; las marchas e intervenciones urbanas promovidas por los familiares de los desaparecidos para exigir justicia; y algunas prospecciones del Plan Cementerio, implementado por las autoridades colombianas para exhumar e identificar a miles de colombianos enterrados en cementerios de todo el país, porque durante décadas fue justo ahí —en las tierras destinadas al entierro— que entre muertos legales se escondieron a los cuerpos de las víctimas de crímenes extrajudiciales.
El conjunto de estas fotografías fue tomado a lo largo de nueve años y evoca las marcas estéticas —perversamente estéticas— de un crimen que se ha instalado en el territorio y que lo ha fragmentado. Cada imagen, como pieza de un rompecabezas, intenta reconstruir la piel de un gran cuerpo sufriente que encarna, sobre todo, la frustración de un imposible, que es homenajear, visualmente, lo que es invisible: la ausencia de cien mil personas.