Viviana Peretti (1972) es italiana, oriunda de Frascati, a 20 kilómetros de Roma, y desde 2000 vive con intermitencias en Colombia, país al que llegó en un principio gracias a una beca universitaria y en donde, entre idas y venidas y diversos viajes, desarrolló buena parte de su carrera profesional hasta la actualidad.
Desde Bache la convocamos para repasar algunos de sus trabajos más importantes.
Italia – Colombia
Llegué al país para hacer una Maestría en Antropología, que nunca pude llevar a cabo porque iba a realizarse a través de una investigación en el campo en las comunidades indígenas de los Paeces que viven en la frontera con Ecuador. En esa época (2000) había paro armado de las FARC en todo el Sur de Colombia. La Universidad no me permitió viajar y con ellos ‘canjeamos’ la maestría en Antropología por estudios de fotografía en las Facultades de Artes y Diseño. Básicamente, pasé dos años metida en el cuarto oscuro de la Universidad de Los Andes en Bogotá, y luego me dieron otra beca para realizar una Especialización en Periodismo Digital, Cultural e Internacional. Esa sí la hice y me quedé trabajando como fotógrafa independiente hasta 2009, cuando decidí ir a formarme más en fotoperiodismo y documentación fotográfica a Nueva York. Así que una beca de un par de años se transformó en casi una década de permanencia en Colombia. No sé por qué terminé quedándome tanto tiempo. Quizás porque el país me encantó: sus paisajes, la naturaleza que a menudo era dueña absoluta de vastos territorios, el vivir en una metrópolis loca y descarrilada como Bogotá que contrastaba con la realidad pueblerina y provinciana de mi ciudad de origen.
Gloomy Bogotá
En 2012, después de graduarme en Nueva York, regresé a Bogotá para dictar un taller. A pesar de haber vivido en la capital nueve años, nunca la había fotografiado de manera orgánica o con la idea de montar una serie que evocara ‘mi Bogotá’ y los lugares por los cuales transité durante muchos años (el Centro de la ciudad) y por donde todavía transito. Arranqué a tomar fotos con una Holga y la serie se fue completando a lo largo de los últimos años. Quise reflexionar visualmente sobre una ciudad que me dio tanto, donde me descubrí fotógrafa y me sentí libre. Como todo proyecto, es mi visión personal e íntima acerca de la ciudad. Existen infinidades de Bogotá que varían según la percepción que cada uno tiene de ella. Esa Bogotá sombría es la que yo viví y en donde me moví desde que llegué a este país. Considero que todo trabajo fotográfico es un reflejo de lo que somos. Así que quizás no hice sino fotografiar mi propio lado sombrío.
Con la ciudad sigo teniendo una relación de amor y odio. La amo por lo que significó en mi vida, tanto a nivel personal como profesional. Sin embargo, considero que es una metrópolis cada día más agresiva, inhumana, desigual, contaminada y caótica. Todo el tiempo te está agrediendo y te pone ‘a la defensiva’. Donde el cuidarse de todo lo que podría agredirte hace que limites tus libertades individuales. Eso, y la desigualdad descarada que es propia de Colombia (de Latinoamérica en general), es lo más molesto de la ciudad.
LGBTI y Superhéroes
Empecé en 2003 asistiendo a las obras de teatro y los talleres de un colectivo colombiano llamado Mujeres al Borde. Fue muy liberador. Durante años me había cuestionado mi orientación sexual, pero fue sólo en Colombia donde pude finalmente reconocerme y aceptarme como mujer lesbiana. Fotografié algunos ensayos teatrales para que el colectivo tuviera material fotográfico con el cual promover sus actividades. En esa época, también empecé a fotografiar a hombres trans que frecuentaban la Casa de Reinas Linda Lucía Callejas, una casona en el barrio Chapinero de Bogotá. Linda Lucía es una famosa drag queen colombiana y en su casa confecciona trajes de reina y les enseña a maquillarse, desfilar y actuar a hombres que quieren transitar por el género. Seguí a varios de esos hombres durante su proceso de transformación y luego en bares gay de Bogotá donde participaban en espectáculos transformistas. Frecuenté la casa durante años y fue ahí, en el 2014, donde encontré a un grupo de jóvenes que venían de la región colombiana del Huila y que iban a participar en el Concurso Nacional del Bambuco Gay. Con la serie Dancing like a woman que disparé esa noche a ese grupo de jóvenes vestidos de mujeres que bailaban el bambuco, un baile tradicional colombiano, fui elegida fotógrafa del año en la categoría Arte y Cultura del Sony World Photography Awards en Londres.
Había estado varias veces en la discoteca Theatron fotografiando eventos LGBTI como Miss Gay Internacional y alguien me había contado de lo fabuloso que era la celebración de Halloween en ese lugar. Celebración que dura un fin de semana entero. Y sí, ¡es increíble! Hay una energía impresionante y una manera de estar y compartir el espacio entre personas heterosexuales y personas LGBTI que a menudo no se ve en otros contextos.
El título de la serie fue en respuesta a lo que vi: muchos estaban disfrazados de Superhéroes y muchos miembros de la comunidad LGBTI en Colombia realmente lo son. A la hora de salir del closet, muchos se han enfrentado al destierro y el abandono de las familias. Y muchos a diario tienen que ‘ponerse capa’ de superhéroe para lidiar con la homofobia y la transfobia que todavía dominan en amplios sectores de la sociedad colombiana. Theatron es una de las discotecas LGBTI más grandes de América latina, con diversos ambientes en los que es posible escuchar todo tipo de música. Quizás lo más interesante es ver a parejas heterosexuales bailar a lado de parejas homosexuales. Los que saben, dicen que la mejor rumba en Bogotá es la de Theatron, y el hecho de que ese espacio sea frecuentado también por personas que no pertenecen a la comunidad LGBTI es seguramente una manera de construir un país más plural y respetuoso de la diversidad.
New York Prays: el mito de la ciudad multicultural
Creo que el interés por la religión, los cultos y la manera en como diferentes comunidades viven y representan el duelo viene de mi formación como antropóloga que se graduó con una tesis en ‘Historia de las religiones’. Siempre vi la religión como una construcción humana: por muy pequeña y alejada que sea, una comunidad cree en algo, le reza a algo/alguien y tiene un sistema de reglas inspiradas por esas creencias.
El proyecto New York Prays nació en 2010 y fue el intento por desmitificar esa idea colectiva acerca de Nueva York como una ciudad multicultural, multiétnica y multirreligiosa que ha hecho de la mezcla racial su lema. Yo encontré una metrópolis construida por enclaves, por guetos que son étnicos, lingüísticos y claramente religiosos. Comunidades que, a pesar de vivir en una ciudad supuestamente cosmopolita y multiétnica, son en su mayoría impermeables al mundo externo. Comunidades donde la religión representa no sólo un elemento de unión con el resto de la comunidad (al igual que el idioma, la proveniencia, el bagaje cultural, la comida, etc.), sino de separación del resto de la ciudad. Son a menudo comunidades doblegadas sobre sí mismas.
No pienso haber abordado el trabajo con una serie de prejuicios, intenté documentar lo que veía sin juzgar. Y más bien de aprender y acercarme a comunidades cuyos rituales desconocía. Sobre todo, sin juzgar desde la óptica de la persona atea que soy. Me concentré en documentar los cultos de las diferentes comunidades, que asimilo mucho con obras de teatro donde hay un director, un libreto, un escenario, unas músicas o cantos, una serie de actores que llevan a cabo tareas y a veces un público más o menos activo. Para mí la religión siempre representó una gran puesta en escena. Una puesta en escena a menudo grandilocuente y ruidosa.
El proyecto respondió también a una provocación que recibí en ICP a la hora de graduarme con la serie Desperate Intentions donde evoco el desierto humano que encontré en Nueva York, una ciudad con más de ocho millones de personas que están juntas pero solas. Personas a menudo en la desesperada búsqueda de realizar el sueño americano. Al graduarme, una de las profesoras me sugirió hacer algo con comunidades, entrando más en contacto con las personas y abandonando la fotografía de calle de mi primer proyecto newyorkino. Muchos tienen la falsa creencia de que los fotógrafos de calle (los street photographers) somos una especie de turistas armados con cámaras más sofisticadas. Y que el verdadero reportero gráfico es el que ‘se unta de pueblo’. Nada más falso. Siempre creí que la fotografía de calle está entre las disciplinas más difíciles de la fotografía. Es caminar a menudo sin rumbo acechando la luz, las formas y los gestos en esos inmensos escenarios al aire libre que son las ciudades. Tomar contacto con comunidades, entrar en sus espacios más o menos íntimos para documentar lo que pasa ahí se me hace mucho más fácil, y a rato banal.
Jasídicos, Williamsburg y Poco Ortodoxa
La comunidad Satmar de los judíos Jasídicos ultraortodoxos que viven en Williamsburg es muy cerrada e impermeable al mundo externo. Son originarios de Hungría y fue fundada en Nueva York después de la Segunda Guerra Mundial por los sobrevivientes del Holocausto y sus descendientes. El trauma del Holocausto inspiró la estructura ideológica de la comunidad y es reflejado en la misión de tener muchos hijos para que la comunidad no se extinga. Completar esa serie me tomó más de seis meses con visitas semanales al barrio donde lo único que pude hacer fue caminar y caminar mientras tomaba fotos. Es la única serie –junto con la de Jewish Holidays, también disparada en la misma comunidad en Williamsburg– donde las fotos fueron tomadas exclusivamente en el espacio público. Los miembros de esa comunidad dicen no entender el sentido y la razón de ser de la fotografía. A la hora de ver un extraño merodeando en su barrio, se cruzan de anden para evitar ser fotografiados o te hablan en yiddish para que sepas que no eres bienvenido y no hay ningún deseo por parte de ellos de algún intercambio. A mí me persiguieron en carro dentro del barrio. Yo entraba a una tienda y del carro se bajaban a intimidarme con su presencia para que me fuera. Fue muy complejo.
Es una comunidad donde hay muchos abusos de derechos humanos: matrimonios arreglados por las familias, abusos sexuales a menores por parte de líderes religiosos, violencia de género, chantajes de todo tipo hacia los que denuncian o los que se salen de los esquemas. Es un clan muy cerrado con reglas muy estrictas. Un clan del cual es muy difícil salir y que determina por completo tu vida. El individuo con sus deseos es aniquilado en nombre de Dios y de una misión superior: ¡multiplicarse! Las mujeres son poco más que úteros condenados a parir. Al momento hay una serie en Netflix –Unorthodox– que cuenta en parte cómo funciona ese enclave. Lo increíble es que un enclave de ese tipo logre sobrevivir, con todos sus abusos y distorsiones, en una ciudad como Nueva York donde los estímulos y ‘tentaciones’ desde el mundo exterior son muy poderosos. Visitar la comunidad es entrar en otra época, una época que recuerda mucho más la Edad Media que al mundo moderno.
Un ritual vudú en la comunidad haitiana
Hay una energía impresionante. Son rituales que duran toda la noche y que terminan al amanecer con un desayuno comunitario. En su mayoría, son rituales clandestinos celebrados en sótanos con poco aire y donde el alcohol, la música y el baile dominan. Es quizás el mayor ejemplo de ‘alteridad’ al cual he asistido a lo largo del proyecto, aunque son rituales con mucho sincretismo y constantes alusiones a la tradición católica y su panteón. Con las debidas proporciones, es la misma energía que experimenté el año pasado mientras tomaba fotos a los rituales mayores de la comunidad indígena de los Nasa en la región colombiana del Cauca. Rituales donde se percibe una profunda relación con los espíritus y la naturaleza. O un intento de establecer esa relación.
Proyectos y futuro
Estoy intentando completar una serie acerca de la desaparición forzada en Colombia. Es algo que tengo atravesado hace muchos años y quizás mi última ‘deuda’ con este país antes de regresar a mi centro: el Mediterráneo y sus infinitos matices de azul. La desaparición forzada es un crimen atroz que le vale a Colombia el triste récord de ser el país con más desaparecidos en Latinoamérica (más que en las dictaduras del Cono Sur). Y eso que aquí supuestamente nunca hubo dictadura y Colombia se vanagloria de ser la ‘democracia más antigua’ del continente latinoamericano. Una democracia donde el crimen de desaparición forzada se sigue cometiendo hoy en día y que registra una impunidad casi absoluta.
Sitio oficial de Viviana Peretti: http://vivianaperetti.com/