Con idas y venidas a lo largo de las décadas, la escritora argentina Victoria Ocampo y la diseñadora francesa Coco Chanel construyeron una relación tirante, cargada de fascinación, tensión y contradicciones.
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A mediados de la década del 60, como una tormenta nacida entre moldes y alfileres, la minifalda arrasó al mundo de la moda. Aunque las polleras venían acortándose desde la década anterior y varios diseñadores se adjudicaron el invento, fue una muchacha inglesa llamada Mary Quant la encargada de popularizarla, respondiendo al pedido insistente de las chicas del Swinging London, que querían ropa más reveladora y liviana. A pesar del impacto causado por la prenda, desde el segundo piso de la Rue Cambon 31 de París una francesa septuagenaria se opuso a la novedad diciendo que “la rodilla es la peor parte del cuerpo de una mujer”. Allí se encontraba la casa central del imperio de Coco Chanel, quien había lanzado otro de sus comentarios mordaces contra uno de sus competidores, que a su vez ocultaba una vejez solitaria con muy pocos amigos.
Durante esos últimos años de vida Chanel logró recuperar su lugar como ícono de la moda, esquivando el escrutinio público sobre su papel durante la ocupación alemana de Francia, mientras le llovían las críticas acusándola de ser una conservadora reacia al cambio. Todo esto sin citar sus famosas conductas tiránicas. Varias décadas antes, a su local había concurrido a comprar un sweater chiné una joven Victoria Ocampo, quien miraba la escalera con la esperanza de que la consagrada diseñadora bajara al salón a saludarla. Esto ocurrió un día de 1929, toda una sorpresa que la autora y gestor cultural argentina contó en su serie de libros autobiográficos Testimonios. La relación entre las dos mujeres creció a lo largo de la siguiente década. Ocampo se sentía fascinada por esa dama esbelta que había construido un aura de misterio sobre su pasado, muy opuesto a su origen opulento. Porque la francesa hablaba poco de su infancia y adolescencia, como si su vida previa a transformarse en Coco de París no importara demasiado.
Cuando Gabrielle Bonheur Chanel abandonó el convento de la orden del Sagrado Corazón en el que su padre la había abandonado a los once años, tuvo un periodo de aspiraciones artísticas, alimentado por su fascinación por la música y los cabarets. Sin embargo, su habilidad como costurera se transformó pronto en su mayor entrada de dinero. Coco era calculadora pero también sabía observar su entorno para atrapar las ideas que volaban en el aire. Usó la vestimenta de sus amantes de juventud, el magnate textil Éttiene Balsan y el polista inglés Edward “Boy” Capel, para crear el estilo sport que la haría famosa, ofreciéndole a la mujer de principios del siglo XX formas más prácticas de vestir, alejadas del barroco de corsés, enaguas y cordones que caracterizaba a la moda femenina de la época. “Esta francesa morena, menuda, de pelo negro y pelos castaños, de elegancia innata, tajante en sus contestaciones, no es una sentimental, es un perfecto ejecutivo”, escribió Ocampo, quien llegó a sugerirle a madamemoiselle, como la llamaba, que abriera una sucursal de su tienda en Buenos Aires.
En las conversaciones entre Ocampo y Chanel la política no ocupó un lugar central. Las nuevas tendencias de la moda, los viajes y los chismes de la cultura de la época fueron el eje conductor de sus tertulias. A pesar de las apariencias, las charlas nada tenían de frívolo: eran recreos necesarios entre dos personas de buena posición en el mundo posterior al Crack de Wall Street de 1929. Además, ambas compartían un lazo fuerte con el compositor Ígor Stravinski, aunque por motivos muy distintos. La argentina lo admiraba desde su juventud, cuando el estreno de La consagración de la primavera la llevó a algo cercano al éxtasis. El destino quiso que el ruso la contratara como narradora oficial de sus obras en la década del 30, lo que derivó en una fuerte amistad. Por otro lado, la relación de Stravinski con Chanel fue más carnal y urgente: fueron amantes durante años, lo que no impidió que la francesa siguiera con otros romances de alta alcurnia. Luego de la Revolución bolchevique, el compositor ruso se había exiliado en Francia y le había contagiado a Coco su odio al comunismo, el cual veía ligado a los judíos y los obreros. Sus miradas reaccionarias poco a poco se potenciaron.
Estas opiniones podrían haberle hecho poner el grito en el cielo a Victoria Ocampo, que dedicó un artículo completo en su revista a criticar a Benito Mussolini, pero la mutua admiración hizo que su relación con Stravinsky persistiera, aún mientras el fascismo ganaba fuerza en Europa. Los proyectos del compositor eran cada vez más ambiciosos y durante su visita a Buenos Aires, en 1936, se hospedó en la casa de Victoria en San Isidro. Allí le ofreció el papel de narradora en Perséphone, la ópera-oratorio que estrenó dos años antes en París y que pudieron presentar con éxito en el Teatro Colón. Satisfechos con la experiencia, buscaron repetirla en Río de Janeiro y Florencia, pero cuando llegó el momento de esta última función Europa ya era un volcán en erupción.
En 1939, Victoria Ocampo fue al local de madamemoiselle para comprar un traje de encaje negro muy alejado de su estilo, pero que haría que el próximo concierto con Stravinski fuera algo especial. Convencida de que el ruso aprobaría la elección del look, le pidió a su asistente Thérese que subiera al piso superior a buscar a la santa patrona de la moda parisina. “Vestida, la esperé, frente al espejo de tres cuerpos infaltable. No bajó. Madame Thérese, muy atribulada, me dijo que en vista de la tirantez política que reinaba, nuestro viaje a Florencia para la ejecución de Perséphone no gozaba de su aprobación. La razón me pareció respetable, aunque no del todo convincente. Pero cuando estalló la guerra (con Alemania) y cuando se produjo la ocupación de Francia por los nazis, cuando, para mí, llegó el momento de la absoluta intransigencia, supe con sorpresa que Chanel no pareció darles a los acontecimientos la importancia que les daba en mayo de 1939, cuando aún no se habían producido. Contradicciones impredecibles”, sentenció Ocampo. Unos meses después Coco cerró casi todas sus tiendas aduciendo que no eran tiempos para centrarse en la moda, pero muchos creen que así logró despedir a la mayoría de sus empleados, quienes unos años antes habían organizado una huelga en su empresa.
Cuando en junio de 1940 los alemanes ocuparon Francia Chanel tenía 56 años. Era el momento justo para retirarse de la industria que lideraba, pero eligió alojarse en el suntuoso hotel Ritz, que se había convertido en la base de operaciones de la fuerza aérea nazi. En sus pasillos conoció al barón Hans Günther von Dincklage, empleado de la embajada alemana y parte del aparato de propaganda de Adolf Hitler. Con velocidad, sus coqueteos se transformaron en una relación que nunca se sabrá si fue genuina o por conveniencia. El barón la motivó a iniciar una demanda contra los hermanos Wertheimer, dueños de la fábrica donde se producía el perfume Chanel nº 5, quienes al ser judíos podían perder sus propiedades debido al proceso de “arialización” impuesto por los ocupantes. También cumplió tareas menores de espionaje, ya que los alemanes querían aprovechar la llegada que la modista tenía con las aristocracias británicas y españolas. Todo esto se volvió en su contra al ser liberada París en agosto de 1944. Sin embargo, Coco logró zafar del cargo de colaboracionista, emprendiendo luego un exilio de diez años en Suiza.
Así, Chanel recuperó su negocio y su lugar central en el mundo de la moda, pero la nube negra de su accionar durante los años de la ocupación la persiguió obstinadamente. Por eso, cuando murió en 1971, los fastuosos honores que el estado francés pensaba rendirle fueron suspendidos ante la queja de aquellos que no podían perdonarla. Una polémica que dura hasta nuestros días.
Hay cierta melancolía en imaginar a Victoria Ocampo entrando al local de la Rue Cambon 31, muchos años después de terminada la guerra, con la esperanza de cruzarse con su compañera de tertulias de juventud. Quizás por eso la argentina fue piadosa al recordarla: “Esta mujer, cuya personalidad ha marcado el derrotero a la moda del siglo XX, decía que los modistas varones no simpatizan con las mujeres y que a propósito las ridiculizan con modelos estrafalarios. El comentario me suena a Chanel, aunque no la terminología. Sea como fuere, las mujeres podían confiar totalmente el ella y someterse a su dictadura sin temor a que las traicionaran”, escribe.
Ocampo, que encabezó el movimiento modernista en nuestro país, amó los sweaters, echarpes, tricots y belles robes de la casa Chanel, pero tardó mucho tiempo en convivir con la incomodidad de saber que su creadora fue colaboracionista de un régimen monstruoso. Una de las tantas contradicciones que nos legó un siglo que se empecina en no pasar de moda.
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Esta nota forma parte de nuestro especial sobre Moda y política. Lee más:
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