Osvaldo Lamborghini, una aventura literaria

Después de haber agotado los mil ejemplares de la edición original, en lo que fue un verdadero acontecimiento literario, la biografía de Osvaldo Lamborghini escrita por Ricardo Strafacce vuelve a las librerías en la esperada reedición de Blatt & Ríos. Una lectura imprescindible sobre el autor que sacudió la literatura argentina, vivió una vida errática y murió en Barcelona rodeado de libros y una descomunal obra inédita. 

Para decirlo rápido y de entrada, lo más notable y notorio de Osvaldo Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce, publicado por Mansalva en 2008 y reeditado por Blatt & Ríos en 2025, es que se trata de una biografía escrita por un escritor —13 novelas, 5 libros de poemas— que además ejerce como abogado. ¿Y cómo lee un escritor abogado a otro, uno que, dice, “literalmente me cambió la vida”? Con la voracidad de un fanático dispuesto a leerlo todo: un escudo familiar, sentencias judiciales, historias clínicas, mesas redondas y presentaciones (es particularmente jugosa la de la revista Grupo Cero, en La Boca, arruinada por los integrantes de Literal, que fueron decididos a “coparles la parada”); libretas y cuadernos, testimonios, gestos mínimos de un director severo llamado Oscar Masotta; intrigas, conspiraciones imaginarias, envidias veladas, liderazgos tácitos (el de Germán García dentro del trío que conformaban junto a OL y Luis Gusmán); kilos de correspondencia, diarios y revistas de la época. A lo largo de casi 900 páginas, en el Lamborghini de Strafacce las fuentes se consignan escrupulosamente, con circunstancias de fecha y lugar, como sólo un abogado puede hacerlo. 

¿Y cómo escribe un escritor sobre otro? No de manera complaciente ni admirada, sino con la autoridad de quien pasó diez años intentando descubrir si el hombre se parecía a su voz y tiene las herramientas para pintarlo de cuerpo entero en esta descripción de una belleza que quita el aliento:  

Lo más desconcertante del aspecto de Lamborghini, sin embargo, era que ese desaliño terminal que se advertía en cada detalle de su ropa o de su cuerpo no lograba ocultar cierto aire de distinción que emanaba del conjunto y que no tenía que ver con la apostura ni con la elegancia sino con esa belleza antigua, irresistible y repulsiva a la vez, de lo verdaderamente decadente, como si su andar torpe y sus maneras ampulosas evocaran a un monarca destronado por una revolución incuestionable, siempre algo ebrio, muy culto, todavía soberbio e imperial.  

A veces tenemos esa suerte: un escritor encuentra a su lector perfecto. La operación de lectura que realiza Strafacce sobre Lamborghini es tan impresionante que no creo que ni en sus más locas fantasías el autor de El fiord haya pensado alguna vez que alguien lo leería tan apasionadamente. Strafacce rastrea sus influencias (Macedonio Fernández, Antonio Porchia, la gauchesca, Rimbaud) y las detecta en lugares impensados de la obra (el uso recurrente de octosílabos, la métrica del Martín Fierro, en la prosa de OL), compara diferentes versiones de sus textos, conecta la vida con la obra casi línea a línea, como cuando pone la lupa en una frase de “El niño proletario”: “La verdad nunca una muerte logró afectarme”. El autor de la biografía arriesga que ese subrayado podría aludir al asesinato de un compañero de militancia, Emilio Jáuregui, en una manifestación contra la visita al país de Nelson Rockefeller. Cuando Pepe Lamarca, otro compañero de agrupación, le reclamó a OL que no había estado presente en el funeral de Jáuregui, él respondió: “Haber ido, no haber ido…”. 

Bares, hoteles, casas ajenas

Estructurada en cuatro partes, Osvaldo Lamboghini, una biografía avanza cronológicamente desde “Fotos” (1940-1968),  “Marcas” (1968-1976), “Cartas” (1976-1981) hasta “Novelas y versos” (1981-1985), centrada en los años finales en Barcelona, cuando OL toma la decisión de no salir más a la calle para dedicarse exclusivamente a beber, leer y escribir, vestido siempre en pijama y pantuflas. 

Ricardo Strafacce traza una cartografía vital y literaria de su biografiado. Sigue su deriva errante y titula cada fragmento con el nombre de una localidad del interior a la que visitó (Necochea, Mar del Plata, Pringles), del barrio o la calle perteneciente a una casa ajena o departamento en el que ocupó un cuarto. En todos los casos el autor —abogado— apunta calle y numeración exactas, y hasta rectifica un domicilio sobre la calle Billinghurst para esta nueva edición. Otros títulos refieren a locaciones literarias: “Bohemia”, zona en la que Dodi Scheuer y OL ubican la acción de Una aventura de Irene Adler;  “París”, sede desde la cual Cortázar bendecía, para envidia de OL, a escritores como Néstor Sánchez. 

Buena parte de la cartografía del libro la ocupan los bares de la calle Corrientes donde OL transcurre las tardes, las noches y algunas mañanas (La Academia, El Paulista, La Paz). Y los hoteles en los que se aloja, “triste y solitario”, como el Hotel Callao, donde tuvo una pelea feroz con su hermano Leónidas Lamborghini, luego incluida en la obra literaria de ambos: en un poema contenido en Diez escenas del paciente, de LO, y en el poema “Die Verneinung”, de OL. Y junto a las locaciones de su vida, aparecen retratadas las personas de su vida: los integrantes de Literal, los Libertella (Héctor y Tamara Kamenszain), César Aira, sus mujeres: Pierángela Taborelli, Paula Wajsman, Renée Cuellar, Hanna Musk. Lamentablemente, en esta nueva edición no se incluyen los dos apartados de fotografías de la biografía original, que presentaban imágenes poco difundidas de OL y su entorno.

En el gesto más excesivo de un libro desmesurado, Strafacce repone cada mención o referencia que hace a una novela, un poema, una reseña, el guion para una historieta, una intervención pública, una entrevista, las cartas (en muchos casos contenidos inconseguibles o archivados en hemerotecas). El biógrafo prefiere pecar por exceso: todo está abundantemente glosado. Lectoras y lectores, agradecidos. El poema de Leónidas Lamborghini, por ejemplo, se despliega inmediatamente después de que se narra el encontronazo terrible de los hermanos en el Hotel Callao, y contiene una inquietante sugerencia: “mi pequeño hermano / mi gran hermano / mi podridito hermano” (…) / “dando vueltas con eso penetrándolo por detrás”. 

El crucigrama  

Un gran hallazgo de Osvaldo Lamborghini, una biografía es la correspondencia del autor de Tadeys a sus amigos. Material hasta entonces inédito y profuso: sólo a César Aira le mandó 92 cartas. Ninguna carta es inocente, anodina, plana; como apunta Strafacce en el prólogo, al leerlas uno disfruta la “delicia del estilo” de OL, y se hace una panzada con el bardeo sistemático a todo el mundillo literario. Otras cartas forman parte de las peripecias del no: no poder escribir, no lograr continuidad en la literatura cuando ya se escribió algo como El fiord, no lograr ni leer ni escribir, el resentimiento venenoso producido por la no publicación. Ese Lamborghini aparece en las cartas. Y su frase, siempre la frase lamborghínea titilando en alguna parte: en ocasión de la muerte de Lezama Lima, OL le escribe una apesadumbrada carta a César Aira, que termina así: “Pero no estoy en condiciones de entender nada. Grande es la diferencia entre fabricar un crucigrama y resolverlo”.    

La aventura literaria

Como les sucede a los personajes de Roberto Bolaño, a través de la biografía de Strafacce uno percibe, y esta es una de las ideas más potentes del libro, que tanto OL como quienes orbitaron en distintos momentos alrededor suyo —los miembros de Literal y Oscar Steimberg y Héctor Libertella y Tamara Kamenszain y Arturo Carrera y Miguel Briante, largo etcétera— vivían unas vidas literarias de altísima intensidad. Vidas llenas de pasión, de deseo de reconocimiento, de envidias, rencores y plagios más o menos explícitos (en ese sentido, resulta esclarecedora la comparación que realiza Stafacce, párrafo a párrafo, entre El fiord y El frasquito, de Luis Gusmán). 

Para los personajes de este libro la literatura no era un pasatiempo (“no soy un escritor de fines de semana”, decía Levrero). Tampoco —o no sólo— deseos de figuración o de “pegarla” (aunque, ¿qué escritor no quiere ser leído, comentado y admirado?). La política era literatura, el amor era literatura, la fastidiosa vida de hoteles podía convertirse en literatura, lo que circulaba al interior de los círculos de amistad, las camarillas, los bares y las reuniones en diversas sedes (especial mención para la casa de Pirí Lugones, sobre Avenida Rivadavia, donde pasó de todo) no era otra cosa que literatura. En la literatura se les iba la vida. Lo dice mejor esta lindísima declaración de principios contenida en Las hijas de Hegel

Y en cuanto a literatura yo prefiero, señor —que no se trabe mi lengua, ni me falte la palabra— el lirismo y la aventura; el aventurerismo y las puestas de sol; el reparto del botín y las barriadas donde coinciden proletariado y canalla. Yo prefiero. La religión. El amor. Y las masas, las masas en movimiento. 

No tan maldito

Cada libro de OL —publicado y póstumo— ingresa a la biografía desde su origen y sus condiciones de producción. Luego Strafacce los acompaña en su derrotero, en las reseñas y lecturas que recibió, y termina de completar el camino con las cartas del autor a sus amigos, donde no sólo los comenta sino que revela sus expectativas y su deseo de ser leído, que reaparece más de una vez como otra de las ideas centrales del libro. ¿OL maldito? Sí, pero soñaba con vender ejemplares igual que uno de los escritores más exitosos de la época, el Manuel Puig de Boquitas Pintadas. 

Cuando Fogwill publicó su Poemas (Tierra baldía, 1981) a OL se le abrieron las puertas del cielo y el infierno. Que venía lleno de erratas y faltas de ortografías, protegido por un envoltorio que impedía hojearlo, que mucha campaña de prensa pero pésima distribución… Narcisismo y neurosis del autor estallaron en una catarata de misivas enviadas al editor en las que se dedica con frenesí al arte de la injuria. “Frívolo, histérico sin tragedia, inepto, payaso”, le escribe a Fogwill. A veces se llama Oswaldito, una eme dada vuelta: Osmaldito. 

La verdad es que el malditismo de Lamborghini, como suele suceder, pertenece más a la leyenda y al mito que al hombre. Sí, bebía excesivamente, merodeaba el lumpenaje, quizá en ocasiones uno podría decir de él que era un reventado. Pero en esa época, ¿quién no bebía? ¿Y acaso lo lumpen, de la mano de Perlongher y otros, no fue reivindicado para distintas zonas del arte en la Buenos Aires de los 70s y 80s? Un busca, un procrastinador, un reventado: sí, pero como todos, en realidad hacía lo que podía y nunca ocultó su deseo de ser escuchado, querido, ayudado, porque como él decía de sí mismo: “no sé vivir”. En cambio, sí sabía escribir. Fue Enrique Medina quien detectó en Poemas algo que tal vez pueda hacerse extensivo a toda su obra, una “síntesis de los grandes: la confluencia de lo maldito y lo exquisito”.   

A temblar con cortesía

Escribo para no ser escrito. El eco de la frase de Fogwill resuena en las palabras iniciales de Strafacce, donde confiesa que se lanzó a escribir el libro que quería leer sencillamente porque no existía. Sólo existían diez páginas con algunos datos biográficos de OL en el prefacio a Novelas y cuentos (Del Serbal, 1988), firmado por Aira. En el prólogo, el autor de Osvaldo Lamborghini, una biografía avisa: “He procurado ser menos injusto que respetuoso y más prudente que suspicaz”. Por suerte para los lectores, a Strafacce no se le fue la mano. 

Su biografía escapa al elogio hiperbólico hacia Lamborghini y no le tiembla el pulso al enumerar excentricidades y excesos de OL (alcohol, adicción a la codeína, 50 cigarrillos por día), sus actitudes impredecibles, su carácter intratable, sus múltiples incapacidades para la vida práctica, cierta tendencia a victimizarse y regodearse en sus miserias para provocar lástima. Se tomó el trabajo en serio Strafacce: a pesar de la extensión, de aquella edición de 2008 a esta reedición publicada en estos días su autor encontró apenas tres errores y una aclaración sobre el origen de cierta “acusación tenebrosa” en torno a su biografiado, relacionada con su participación en el delirante proyecto político de Emilio Massera

Situado en el extremo opuesto al de ese tipo de escrituras en las que el biógrafo no sólo mete bocado a cada rato sino que aparece en escena más de una vez sin venir demasiado a cuento (marca de autor de Emmanuel Carrère), Strafacce es discreto y metódico, pero no esquiva el bulto: cuando el texto lo reclama, ofrece su opinión contundente. No duda en afirmar, por ejemplo, que OL escribía muy bien y probablemente fuera un genio, pero con eso no alcanzaba, porque escribía poco, no lograba terminar mucho de lo que empezaba y, encima, en el medio exigía que alguien lo alimentara y lo consintiera, que fuese madre, padre, mujer o mecenas.

Tal vez OL tuvo mala suerte, pero no tanta. El libro prueba que, primero, Germán García fue el intelectual que lo explicó; más tarde, Fogwill lo consintió e hizo circular sus libros; en el medio, Libertella obró como un poco de cada cosa. Finalmente, Lamborghini se concentró en casi la única persona de su confianza cuya lectura y amistad precisaba: César Aira. La escena en la que Aira y OL se cruzan por primera vez en el bar La Academia es uno de los puntos narrativos más altos del libro. Hay otras escenas inolvidables, algunas contadas al pasar, entre deliciosos paréntesis malvados, como el debut de OL en la cocaína.  

En las páginas finales, ante la muerte de Lamborghini, Strafacce elige ceder la palabra a sus amigos: Fogwill, Libertella, Aira. El último le dedicó unas conmovedoras palabras de despedida, que vale la pena transcribir: 

Con sublime indiferencia de dandy estoico dejaba la pena en segundo plano, como si estuviera ocupado con el brillo de las formas, él, que nunca se ocupó de nada. Pero su alusión al dolor fue inmensa, cósmica y todos los que estuvimos cerca de él la oímos y entendimos y aprendimos a temblar, a temblar con cortesía, como él nos enseñó que debía hacerlo un escritor de verdad. Se reiría si viera lo que estoy escribiendo entre lágrimas, diría algo inesperado y definitivo como todo lo suyo; esa risa quiero, esas frases que voy a oír siempre y las guardo en mi corazón hasta mi propia muerte.

Osvaldo Lamborghini, una biografía no solamente viene a rescatar la figura de Lamborghini o a agitar las mansas aguas del panorama literario local reflotando sus textos, sino que va más allá: el libro de Strafacce es una intervención sobre la obra de OL. Hace unas semanas atrás, un escritor de series infinitas, lector contumaz de Lamborghini y admirador del texto de Strafacce, en el marco de una mesa dedicada a OL en el Centro Cultural Recoleta, señaló que la biografía de Strafacce ya forma parte de la obra de Lamborghini. Difícil imaginar mejor destino para este libro.


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Juan Maisonnave

Escritor, editor y periodista cultural. Socio fundador de Pinka Editora. Publicó Los juegos compartidos (Santiago Arcos Editores, 2013), que obtuvo el Segundo Premio en la categoría Cuento del Fondo Nacional de las Artes. Participó de los talleres de escritura creativa de Federico Falco (2020), Hernán Vanoli (2019), Hugo Correa Luna (2016-2018) y Maximiliano Tomas (2009-2011).

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