Después de décadas de esplendor (70 y 80), declive (90), lento pero firme resurgimiento (00) y un combo de políticas regresivas 2015-2019 + pandemia, la edición de la historieta argentina goza de una estabilidad para nada desdeñable. Si bien limitado por la recesión y la imposibilidad de eventos presenciales (como presentaciones de novedades), el circuito –desde los fanzines a las editoriales pequeñas- sigue capeando el temporal ofreciendo nuevos lanzamientos. Más allá del material nuevo generado por autores noveles y no tanto, hay un interés saludable por parte de editores y público en el rescate y la recopilación de publicaciones de décadas pasadas.
De esta forma, pueden aparecer tanto rescates de obra de artistas aun en actividad –la dupla Mazzitelli / Alcatena- como puestas en valor de joyas de la abuela. A esta última tarea le presta especial dedicación la editorial Doedytores, capitaneada por Javier Doeyo.
La edición de Nadie, obra de Carlos Trillo (guiones) y Alberto Breccia (dibujos) originalmente serializada en la revista Tit-Bits en 1977, es pura iniciativa de Doeyo y su preferencia por esta historia atípica dentro del canon de estos dos monstruos sagrados de la historieta argentina. Como bien señala el editor en el postfacio del libro, es uno de los pocos trabajos en la obra de ambos que es de género –espionaje, puntualmente-, sin un afán marcado de darle una impronta autoral o de torcer las estructuras del relato.
Cierto es que, comparado con la primera colaboración de la dupla (la genial y turbia Un tal Daneri), Nadie pasa en un primer vistazo por una historieta más conserva, en su concepto y realización. Dentro del derrotero del corpus brecciano, Nadie viene después del que debe ser su trabajo más radicalizado visualmente (las adaptaciones de Los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft) y de la mencionada Daneri, que si bien no es tan extrema como Los Mitos… también tiene una labor de fuerte experimentación gráfica.
Lo que se ve en Nadie es algo distinto y parecido al mismo tiempo: en los primeros episodios el registro visual funciona como un “efecto máscara” (rasgos de los personajes simplificados con trazos ágiles, pesadez y sombras para los callejones, pasadizos y demás ambientes donde transcurre la acción) para pasar –llegada del villano Fu manchú mediante- a una expresión tenebrosa y cargada mucho más identificable con el estilo brecciano.
Carlos Trillo siempre tuvo una predilección por los grises en términos morales de sus protagonistas, ¿y qué mejor para esa visión que una de espías en la Guerra Fría? No fue la intención del creador del Loco Chávez poner el acento en la caracterización y el desarrollo de los personajes, pero en medio de las correrías del espía británico calvo el saldo en limpio que queda es un cúmulo de traiciones, secuestros, extorsiones y carpetazos; lo esperable por parte de los encargados de hacer el trabajo sucio. La serie comienza con capítulos unitarios hasta encontrar una estructura más de largo plazo con la aparición (regreso) del mencionado Fu manchú como villano recurrente; no hablamos de un agente del mal sino del caos, alguien interesado meramente en la destrucción y el sinsentido mismo. Y hablando de absurdo, que en efecto el protagonista se llame Nadie le permite a Trillo crear enunciados con su prosa que funcionan como aporías (“…y entonces Nadie comprende…”).
Meses antes del lanzamiento de Nadie se reeditó una recopilación con guiones del modelo a seguir por Trillo y dibujos de uno de los alumnos más aventajados de Breccia. Hablamos de Latinoamérica y el Imperialismo – 450 años de guerra, un considerable número de historias realizadas en 1973 para la revista El Descamisado (house organ de Montoneros, a cargo de Héctor Germán Oesterheld y Leopoldo Durañona.
El Descamisado hizo su primera aparición pocos días antes de la asunción de Héctor Cámpora, en sintonía con el espíritu de época: se terminaban los dieciocho años de proscripción del peronismo –no solo en términos electorales, sino la sola utilización en publicaciones de la palabra “peronismo” – y se pasaba de la resistencia popular prolongada (primero con los obreros en las fábricas, luego con los jóvenes hijos de familia gorila que adoptarían la lucha armada) a la ocupación de los espacios de poder. Dada la popularidad/accesibilidad del lenguaje de la historieta, es HGO –ya vinculado con Montoneros- el encargado de realizar un repaso por la soberanía política (o mejor dicho, su sojuzgamiento) en la Argentina y toda Latinoamérica desde la llegada de los españoles al continente.
De esa manera desfilan cantidad de sucesos –el libro recopila más de ciento veinte páginas- en orden no necesariamente cronológico, porque HGO podía saltearse un evento y luego “volver en el tiempo”: Tupac Amaru, las invasiones inglesas, Artigas, Dorrego, Rosas y Urquiza (entre tantos episodios y figuras de la historia local) son revisitados en Latinoamérica…, y la elección de la palabra no es casual. El enfoque del guionista obedece a un criterio revisionista de la historia que tanto se estilaba por esos años –figuras denostadas o ignoradas de la historia argentina puestas bajo otra luz-, en un criterio a priori no del todo coherente a simple vista: tintes de nacionalismo de derecha entremezclados con proclamas que aun hoy seguimos percibiendo de izquierda. Esa contradicción es la que va a detonar el fin anticipado de la serie, ordenado por el propio ministro del Interior de Perón, Benito Llambí, que dictó el cierre de El Descamisado con eufemismos macartistas típicos de esa etapa.
Latinoamérica…tiene un resultado final particular. Posee una cantidad de texto cuantiosa –inclusive para los estándares de la época-, algo entendible ya que el propósito artístico era reforzar una idea/mensaje en detrimento de lo narrativo. En ese relegamiento también cae el dibujo de Durañona en pos de una función estrictamente ilustrativa (cabe destacar episodios más “ficcionalizados”, como la muerte de Quiroga, que revisten una estructura más dramática). El cómo del texto puede resultar curioso para quienes desconozcan a estos batalladores culturales de la Resistencia, a cuyo estilo prosístico HGO se arrima bastante: es un estilo que mezcla retórica llana, horizontal y paternalista con un decidido afán polemista y hasta (por qué no) arengador. Todo exuda ecos de Juan José Hernández Arregui y Jauretche. Y respecto a qué es lo que dice Oesterheld, ya es adentrarse no en cuestiones del noveno arte sino de geopolítica de todo un continente. Pero sí cabe destacar que, más allá de los puntos de vista particulares de cada lector, Latinoamérica… no deja de ser una lectura valedera tanto por las figuras a las que rescata como por la incitación a repensar el rol de los actores (y actrices) de la historia latinoamericana (tanta era la incitación que la recopilación incluye atinadamente un correo de lectores de El Descamisado en el cual ¡Norberto Galasso! discrepa con la publicación por el tratamiento a la figura de Mariano Moreno).
Y hablando de motivos valederos para la lectura del libro: la labor de uno de los dibujantes más subestimados de la historieta argentina, el fallecido Leopoldo Durañona. Es poco el material de su obra al cual se tiene acceso en la Argentina, por lo que el lanzamiento de Latinoamérica… es bienvenido como para empezar a enmendar esa omisión. Dibujante heredero de los pilares de Editorial Frontera (Pratt, y sobre todo Alberto Breccia), su expresión visual siempre fue una muy particular síntesis de realismo e intensidad expresionista, a la cual han arribado pocos dibujantes ya no en el país sino en el mundo (casualidad o no, los ejemplos que mejor calzan en esa definición también fueron argentinos: Arturo del Castillo, Jorge Zaffino, Lucho Olivera). En Latinoamérica…, obviamente, necesitó apelar más que nunca al realismo, dado los referentes históricos con los cuales trabajaba como materia prima, pero no escatimó ni las manchas de tinta ni otros recursos representativos que escapan a la mímesis literal, con un trabajo de pluma símil litografía que quizá sea uno de sus mejores yeites: la línea de plumín en apariencia continua sin levantar el instrumento del papel. En el resto de la faena (ambientación de época, la siempre dificultosa tarea de dibujar caballos), cumplió con creces.