La Nosferatu de Eggers: el monstruo regresa

¿Cómo se vuelve a un clásico cinematográfico? ¿Era necesaria otra adaptación del vampiro ancestral? En esta nota, algunas apreciaciones de por qué la versión visceral del director Robert Eggers le rinde tributo a la tradición.


Un conde vampiro se traslada desde su Rumania natal hacia Londres con la ayuda de un agente inmobiliario recién casado que le vende una antigua propiedad. Esa es la historia de Drácula y fue adaptada al cine incontable cantidad de veces, con diferentes miradas que han evolucionado desde sus comienzos. La primera adaptación fue ilegal y cambió su nombre pero mantuvo la trama principal de la novela de Bram Stoker. Aún en el siglo XXI, Nosferatu continúa siendo de las adaptaciones más vigentes en el imaginario común. 

Friedrich Wilhelm Murnau fue un director alemán que sin saberlo hizo historia, aun cuando de su filmografía apenas la mitad haya sobrevivido. Nosferatu estuvo cerca de correr la misma suerte. De hecho, a causa de Florence Balcombe, la viuda de Bram Stoker, la película fue censurada en 1925 y se ordenó que se destruyeran todas las copias. Es entendible la fascinación que puede generar en cualquier admirador del cine de terror y del vampirismo una película que se animó a retratar por primera vez al vampiro y que, además, tiene una historia mítica por detrás. 

Esa fascinación alcanzó al director norteamericano Robert Eggers, conocido principalmente por su disruptiva ópera prima, The Witch. A New England folktale (2015). Su historia personal con la película, y una visión cinematográfica que ha sabido desarrollar a lo largo de tres largometrajes, en los que combina elementos folclóricos, mitológicos e históricos, demuestran que si alguien tenía que traer Nosferatu a estos tiempos era él. Se trataba de un sueño a cumplir en su carrera, y lo materializa combinando la esencia de un clásico con un acercamiento visceral y sensual. 

Hay una anécdota profética en la vida de Eggers: en el secundario, con sólo 17 años, montó una obra adaptando el clásico de Murnau. “El director artístico de un teatro local vio esa humilde producción y me invitó a armar una producción más profesional para su teatro. Eso me confirmó que ser un director de cine es lo que quería hacer con mi vida”, cuenta en una sentida carta que escribió a la asociación de críticos. Años después, aprendería a trasladar lo teatral y lo artesanal al cine, con puestas en escenas de época cuidadas y detallistas. 

Antes de trabajar en cine, Eggers comenzó su carrera como diseñador y director de producciones teatrales en Nueva York. En su adaptación actual de Nosferatu se aprecia cómo cada plano revela una especial dedicación, con inspiración en pinturas europeas como Wanderer Above the Sea of Fog, de Caspar David Friedrich, o Lady Macbeth Sleepwalking, de Artus Scheiner. En esa construcción artesanal, también recuerda al trabajo de Francis Ford Coppola y su departamento de arte en la adaptación de la novela de Stoker de 1992. 

Eggers se hace cargo y anuncia desde los créditos que la película está basada en Nosferatu de Murnau y en la novela de Bram Stoker. No hay nada original pero sí nuevo: ¿cómo traer al monstruo a estos tiempos? La última vez había sido en 1979, de la mano del director alemán Werner Herzog, y se trató de una versión a color y romántica que incorporaba nuevos elementos de la novela de Bram Stoker, protagonizada por Klaus Kinski e Isabella Adjani. También se podría tener en cuenta la película del 2000, Shadow of the vampire, que retrata una visión particular del rodaje de la Nosferatu original y reaviva el mito de que Max Shreck, el actor misterioso que interpretó al Conde Orlok en la película de Murnau, era en realidad un vampiro. 

Aunque la versión de Eggers sea a color, los ambientes son sombríos y hay planos que remiten directamente al cine mudo de comienzos de siglo XX. No sólo por los contrastes propios del expresionismo sino por los tonos monocromáticos elegidos: los planos de exteriores nocturnos parecen de un blanco y negro entintado en azul, y otros interiores iluminados con el fuego de las velas o la chimenea lucen como si estuvieran entintados en amarillo. Se trata de un método muy común en épocas de cine silente y en blanco y negro, donde el ingenio debía ser mayor para resolver cuestiones como diferenciar el día de la noche. 

En la nueva Nosferatu, la fotografía de Jarin Blaschke (colaborador frecuente del director Eggers, quien había trabajado el blanco y negro en The Lighthouse) no intenta copiar imágenes grabadas en nuestra retina, pero se inspira en ellas para crear nuevas dimensiones con el uso del color y de las sombras. Para lograr esas imágenes casi monocromáticas se tomó la decisión de utilizar un filtro que eliminara el color rojo. “Cuando examinas cómo la luz de la luna ilumina las cosas, hay muy poca información de color”, explica Blaschke. “Tuve que observar cómo veían las cosas mi cerebro y mis ojos en una situación de poca luz. En ese nivel, los humanos no vemos realmente el color”. 

Con mucho hermetismo, Eggers y el actor Bill Skarsgård construyeron al Conde Orlok de Nosferatu. En esta adaptación, el personaje se aleja del Nosferatu original y se inspira en el conde Vlad Tepes, presenta un aspecto pútrido, sin orejas puntiagudas y con un frondoso bigote. En la película, Skarsgård habla en un idioma ancestral con una voz sobrenatural, algo que logró con ayuda de la mezzo-soprano islandesa Ásgerður Júníusdóttir. “Consistió en gran parte en enraizar la voz lo más profundo posible y utilizar todo el cuerpo para hacer que la voz resuene”, contó el actor que además le sumó un entrenamiento de canto difónico mongolés. En la nueva película, el Nosferatu es una figura amenazante y melancólica que contrasta con los vampiros que en los últimos años cinematográficos se mostraron como seres atractivos, jóvenes e impolutos. Nosferatu de Eggers evoca la belleza deforme del vampiro impío, antiguo y aterrador.

La sensualidad en esta película es así: algo que atrae e inmediatamente repele. La represión de la mujer en el siglo XIX combinada con el erotismo inherente al género vampírico crean esta fantasía gótica psicosexual. Ayuda que el punto de vista en la Nosferatu de Eggers esté puesto en Ellen, mezcla de Mina y Lucy en la novela Drácula, interpretada por Lily-Rose Depp. Es ella quien mueve los hilos. La nueva película abre con Ellen convocando a un ángel de la guarda o a un espíritu, alguien o algo que le haga compañía en medio de tanta soledad, como Christine Daaé se apoya en ese “ángel de la música” en El fantasma de la Ópera. Pero Ellen, a quien le diagnostican melancolía, no se siente pura y algo oscuro en su interior es lo que llama y despierta a la bestia. 

Lo que sucede dentro del cuerpo de Ellen es violento. Depp lo transmite de manera sorprendente en la Nosferatu de Eggers. Por ejemplo, cuando es poseída por aquel espíritu que no está dispuesta a dejarla sola. La obsesión disfrazada de amor llevará a la perdición a ambos personajes, el que posee y la que se deja poseer, ambos en busca de alguna salvación. Nosferatu y Ellen son seres que no pertenecen al mundo terrenal: él, un monstruo que ha pasado largos siglos en completa soledad; ella, una mujer fuera de época obligada a reprimir sus deseos sexuales.

En la adaptación de Eggers, la plaga, las ratas, el monstruo, la muerte personificada son sombras que se extienden sobre la ciudad. En contraste, el personaje de Willem Dafoe (quien había interpretado al actor Max Shreck en Shadow of the vampire), esa especie de Van Helsing con conocimientos que combinan ocultismo y ciencia, aporta algo de humor y absurdo pero también esperanza cuando todo luce oscuro y sucio. El carisma del actor resulta impagable y Eggers lo sabe, por eso lo convirtió en protagonista de su segunda película, The Lighthouse (2019), lo incluyó en el elenco de The Northman (2022) y probablemente no dejará de hacerlo cada vez que pueda.

“Sinfonía del horror” era el subtítulo de la Nosferatu de Murnau. Así como las películas silentes se suelen proyectar con orquesta en vivo, la banda sonora de la película de Eggers, compuesta por Robin Carolan, reúne violines, cellos, cornos y otra serie de instrumentos con una percusión que crece en el fondo y algunas vocalizaciones inquietantes para ambientar escenas ominosas y tétricas. Junto a cada plano cuidadosamente pensado por el director, la música nos hace sentir inmersos en una atmósfera terrorífica y palpable. Entre la relectura y el homenaje, Nosferatu de Eggers revive al monstruo y alrededor de su figura expone nuevas discusiones en torno de la salud mental, la soledad, la represión sexual y los deseos salvajes de una mujer en conexión con su cuerpo. En una temporada interminable de remakes sin emoción y secuelas carentes de creatividad, la nueva Nosferatu se muestra como la obra de un director que supo equilibrar una visión propia y moderna del clásico a través de escenas notables (como el ritual pagano de los gitanos o la posesión demoníaca de Ellen). Con amor y respeto por la obra original, Eggers construye una historia en la que el Mal cae rendido ante la heroína sacrificada a través del sexo y la muerte, una combinación que cautiva y enloquece.

Últimas notas