La voz de Báñez

2024 parece haber sido el año de Gabriel Báñez. Que un novelista platense olvidado en los márgenes de la literatura nacional llegue al teatro, al cine y a una nueva reedición, además de talleres de lecturas pequeños pero tenaces, no es para desmerecer. Ahora bien, ¿hay lugar para él en los estantes de las bibliotecas argentinas? ¿Quedan lectores para su obra? Así lo demuestra Ana Regina en este artículo donde evoca la voz del autor de Virgen y El circo nunca muere y se detiene con atención en la obra Un extranjero, el documental La película de Báñez y la reciente reedición de Jitler por la editorial Mil Botellas.

Oigo una voz

“Se ahorcó. Así de sencillo”, escribió Gabriel Báñez en septiembre de 2008 para cerrar su posteo sobre el suicidio de David Foster Wallace. Unos meses después, en julio de 2009, luego de haber ganado un premio por la novela La cisura de Rolando, Báñez también se ahorcó. Nació en 1951 en La Plata, vivió en Gorina y allí murió. Escribió y publicó más de 10 novelas, dirigió la editorial La comuna y dictó un taller de escritura. A pesar de eso, su nombre no resuena en el mundillo literario.

En varias entrevistas Báñez cuenta que lo suyo era “la épica del fracaso”; recuerda que un amigo le dijo, al ganar el premio, que tuviera cuidado: “vos fracasando sos muy bueno”. En 2007, en una de las entradas de su blog “Corte y Confección”, se autodenominaba un “experto en el rechazo”. La figura de Báñez me genera preguntas: ¿Qué es el fracaso en la literatura? ¿Que te rechacen? ¿Que no te publiquen? ¿Que no te lean?

Gabriel Báñez (1951-2009)

A propósito del rechazo, en agosto de 2007, decía en su blog “Coleccionar rechazos es un hábito del que no puedo desprenderme. Como una manía, me parece…, lo admito, no tengo más remedio”. En la misma entrada recordaba cómo una lectora de Ediciones de La Flor frente al original de Góndolas le decía al editor Daniel Divinsky: “No tiene argumento, carece de tema u objetivo, no hay protagonista, tampoco tensión y ni siquiera se destaca por un estilo”. Esa nada de nada le intrigó a Divinsky, quien terminó publicándola. 

En cuanto a los lectores, a Báñez lo leyeron, lo leen, lo leo, pero sigue ocupando un lugar en los márgenes. Tal vez sea toda su vida en La Plata, una ciudad que funcionó como ancla, la que haya impedido su circulación por otros círculos que lo habrían catapultado a cierta masividad. Tal vez tenga que ver con la insistencia en el fracaso. ¿Cómo se hace marketing de eso? En una de sus novelas, Paredón, Paredón, Báñez nos presenta al ciegotito, un personaje que se dedica a grabar en casettes las voces de los muertos ¿Cómo se escucha la voz de Báñez hoy? ¿Quién recoge su voz después de 15 años?

Una voz asordinada

Desde 2018 la editorial Mil Botellas viene reeditando algunos de los títulos de Báñez: El circo nunca muere (2012), Hacer el odio (2018), Octubre amarillo (2022) y el mes pasado su novela póstuma Jitler. Esta última quizás sea la obra más comentada y nombrada del escritor platense (y en la humilde opinión de esta escribiente, también la más sobrevaluada). Sobre ella regresa la obra Un extranjero (dirección de Beatriz Catani), una puesta teatral platense que vi en el marco del FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires). La obra era presentada como una producción inspirada en Jitler y trazaba un recorrido en el que se fundían “historia, ficción y actualidad bajo el manto de La Plata”. O, al menos, eso prometía la sinopsis. Pero Un extranjero falla en todo lo que promete. Se solaza en la formalidad y la seriedad. Los diálogos suenan expositivos e impostados, propios de una ponencia en la facultad de Sociales.

Foto: Guillermo Genitti

Nada dista más de los textos de Báñez. En ellos el lector se encuentra con una suerte de refranero. En sus novelas, los discursos interrumpen y pululan, su escritura respira una oralidad avasallante y violenta que, por momentos, parece forzar a la lectura en voz alta. En Octubre Amarillo, en Paredón Paredón, hay una poesía socarrona, un tono tanguero y también un tono chismoso. Gabriel Báñez no sólo es aquel que recuerda la anécdota (fiel a su idea de que las personas son argumentos), es también el que recuerda la frase, el tono, el que sabe escuchar el chisme y mejorarlo. En Jitler, ese refranero tiene un corpus específico: los Textos eróticos del Río de la Plata compilados por Robert Lehmann-Nitsche a principios del siglo XX en los bajofondos platenses. Allí podemos leer coplas procaces, típicas de una oralidad popular: 

La puta que te parió 

se vistió de colorado 

y al pasar por el cuartel

se la cogieron los soldados 

O:

Con paciencia 

y con saliva 

el elefante se lo metió 

a la hormiga. 

Estos dichos que el narrador de Báñez lee con atención en algunas escenas de la novela, brillan por su ausencia en la obra teatral (todavía peor: los actores se las rumorean al oído entre risitas de incomodidad). Experimental y vacía, pomposa y aburrida, el foco de Un extranjero está puesto en la apropiación de cuerpos de los pueblos originarios por parte del Museo de La Plata y algunos científicos, entre ellos Lehmann Nietsche. Las aventuras de los científicos de principio de siglo XX son contadas con la misma emoción con la que se lee una enciclopedia, excepto a la hora de remarcar que eran personajes cuyos saberes se basaban en el positivismo propio de la época y por lo tanto: malos, crueles y racistas. Hay una lectura de Báñez al pie de la letra en el texto teatral. La directora sigue el texto en la superficie y llega a afirmar que uno de los cuentos conspiranoicos con los que el autor juega es real. (De todas formas, eso es lo que menos le molestaría a Báñez que sostenía que ficción y realidad se contaminan).

Me consuelo imaginando que tal vez la obra sea una escena perdida de Cultura, esa novela ácida que Báñez escribió burlándose del aspecto ministerial y burócrata de la cultura que ostentan algunos. En la novela, denuncia la mediocridad y el cinismo del mundo literario, así como su burocracia y provincianismo. Sin embargo, la verdadera originalidad de Cultura está en su crítica al lenguaje, que, según Báñez, ha sido colonizado por las ciencias sociales, al igual que Un extranjero. En la novela muestra cómo el sistema municipal de cultura puede ser reducido a siglas con reminiscencias farmacéuticas, cómo el lenguaje literario es sustituido con jergas de gestión empresarial y términos progresistas, biempensantes, inocuos.

La obra Un extranjero hace eco de esa burla y se juega por lo obvio. Aún así parece adecuada y satisfactoria para un sector del mundillo que solo se entusiasma a la hora de escribir diarios de duelo de padres muertos que amigos y conocidos harán circular. La puesta en escena de la mala lectura de Báñez es apta para todo público, sobre todo para un público que no puede sostener una idea original y contradictoria. 

Una voz afectuosa

Pero la voz de Báñez resuena en algunos lectores más duchos. En agosto de este año, Marcos Rodríguez estrenó La película de Báñez (años atrás había realizado Los chicos desaparecen, su ópera prima basada en otra de las novelas del platense). La película de Báñez es un documental que trata de dar cuenta de una vida a partir de entrevistas con amigos, familiares, conocidos y hasta algunas grabaciones del propio Báñez. El trabajo cuasi detectivesco de Rodríguez lo lleva a recobrar un corto grabado por el autor de La cisura de Rolando en su juventud.  

El documental de Rodríguez intenta dar cuenta de la vida del novelista pero al mismo tiempo revela los ecos persistentes de su obra. Así, vida y obra se pisan al igual que realidad y ficción. El propio escritor subrayaba esa relación al decir “escribo para que me quieran”. La escritura tiene efectos en la vida, en el vínculo que establecemos con los otros. Báñez buscó el amor en varias de sus obras. Porque escribía para que lo quisieran, cuando me acerco a su narrativa, siento ese afecto en los personajes, en las situaciones, en la carne que se hace letra. 

A partir de algunas declaraciones en la película de Marcos Rodríguez puedo desandar pasajes de novelas, como El curandero del cuarto oscuro, en las que Báñez mete escenas de su vida en la ficción. En una de las entrevistas que recoge el documental, el autor cuenta que escribió la novela para su padre pero que este murió antes de que saliera. También en Octubre Amarillo, ficción armada alrededor del caso Barreda, Báñez recrea el llamado telefónico que tuvo con su padre luego de 15 años de no verlo. Padres ausentes que se reencuentran con sus hijos para volver a perderse. 

El afecto, el amor, nunca se presenta de manera obvia en la obra de Báñez, más bien se trata de otro campo donde se exploran las contradicciones propias. En Hacer el odio, usa de epígrafe una cita del prólogo de El portero de noche, el guion de la película de Liliana Cavani: “Es una relación entre víctima y verdugo: es una escalada en cada uno de ambos papeles y uno termina por desvanecerse en el otro. Esta es la ambigüedad, que es parte de la naturaleza humana”. En la novela se explora la historia entre Damián Daussen y Raquel, un sereno antisemita y violento, lector obsesivo del libro de Job, torturador de animales indefensos, que se enamora de una estudiante judía. Entre ambos hay una relación contradictoria, de amor, de fascinación y erotismo, pero también de violencia. Si bien Hacer el odio es una novela que suele ponerse en la serie de “novelas de dictadura que exploran a los verdugos”, creo que lo que hace Báñez es mucho más complejo. Si Dios está en los paratextos, con ese epígrafe, Báñez invita a que leamos una sensualidad ligada a la violencia que no repele sino que seduce en el horror y complejiza el amor y el erotismo. 

En una de sus mejores novelas, Virgen, Báñez juega con otro tipo de amor, el de una niña y un cura. Lo que a priori podría entenderse como una novela al estilo Lolita, es en realidad una loa al amor verdadero, a la entrega. Sara, la niña milagrosa y judía, a quien la Virgen Maria se le aparece, se enamora del cura de Ensenada. Y Benzano, el cura, ama a Sara. “¿Es amor o es Apocalipsis lo que me fue dictado?” escribe muchos años después en una carta el padre Benzano, que no entiende que el Apocalipsis es una revelación, como el amor. El cura escapa de la tentación. El cura Benzano desciende a los infiernos, a los reales y a los imaginarios. Benzano viejo, torturado, es devuelto a una Sara adulta y consagrada. Como la Virgen, como María Magdalena, Sara arrodillada y acalambrada lava con veneración, amor y admiración los pies de Benzano y usa su pelo para secarlo. Lame con devoción las heridas de su amado. También es Cristo que antes de ofrecerse en cuerpo y alma lava los pies de los hombres que ama. 

Un leve susurro

Esos amores que Báñez elige contar pueden parecer, de modo simplificador, “turbios”, “ilegales” o “incorrectos” pero él no los construye desde el regodeo, ni desde el moralismo. No se solaza en la relación entre Damián y Raquel, entre Benzano y Sara. Los amores de Báñez son gentiles, suaves. Él encuentra y muestra luminosidad en eso que a simple vista parece oscuridad. En la dominación, la ruina, la obediencia, la descomposición, Báñez encuentra entrega. Y amor. Pone el acento en la flor que encuentra en el medio del pantano, en aquello que parece condenado al derrumbe y la podredumbre. 

Los personajes de Báñez buscan esas flores. A lo largo de toda su obra, el autor de Góndolas insiste con la búsqueda de un orden perdido. Hombres y mujeres actúan, conspiran, construyen, buscan eso que se les ha escapado. Tratan de reconstruir, aún con una vaga consciencia de la futilidad. Así trabaja también La película de Báñez. Marcos Rodríguez, fiel a las máximas de Báñez, no intenta contar de manera cerrada una vida, nos muestra a través de otras voces los distintos personajes que el autor asumía, las distintas versiones de sí mismo. Se trata de recoger una voz, buscar una respuesta, un orden. Aunque Rodríguez sabe que se le escapan.

Báñez murió hace 15 años pero su voz, aunque sea un leve susurro, sigue resonando en aquellos que encontramos placer en la contradicción, en los que disfrutamos de la épica de la desesperación, en los que seguimos buscando un orden que no existe y que tal vez no haya existido nunca. Gabriel Báñez creía en el poder de la ficción, de la literatura. Nos debemos seguir charlando con él que está en el cielo del argumento, le debemos seguir escuchando su voz. Así de sencillo.

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