¡Qué máquina pesada de construir que es un libro, y, sobre todo, qué complicada!
El escritor y traductor Santiago Farrell (1986) explica por qué eligió esa cita del autor francés para el comienzo de su novela János (Añosluz editora, 2020).
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Por Santiago Farrel
Confieso que empecé a apreciar los epígrafes como paratextos recién hace unos pocos años. Hasta entonces, eran algo que ojeaba al pasar, casi como los pop-ups de un sitio web que se visita por primera vez, sin detenerme demasiado en lo que sugirieran sobre la obra, quizás por esa impaciencia por empezar a leer que sigo teniendo cada vez que agarro un libro nuevo. Todo cambió cuando empecé a escribir János.
El proceso de escritura duró aproximadamente un año de trabajo constante, y en gran parte la periodicidad se debió al estímulo del taller literario que por entonces organizaba Hernán Vanoli, donde transformé lo que creía ser un cuento en una novela. La constancia de esos encuentros quincenales donde se discutían técnicas y enfoques y se reportaban avances me hizo sentir que, más que escribir algo, lo fabricaba; armaba, construía, montaba los elementos que se me iban ocurriendo. Me resultó muy productivo, y hasta el día de hoy sigo encarando así todo lo que escribo.
En aquel entonces estaba leyendo la traducción anotada de Madame Bovary que publicó Jorge Fondebrider en Eterna Cadencia, llena de notas al pie sobre el proceso creativo de Flaubert y análisis de otros autores. Esas notas me intrigaron porque notaba cierta afinidad con lo que contaba Flaubert en sus cartas: sudor, planificación, perseverancia; armar y desarmar bloques. Y una frustración tortuosa: Flaubert rezonga porque tarda cinco días en escribir una página, o porque tiene que imaginarse toda una escena en un baile, o porque relee lo que escribió y se enfurece por lo mediocre que le parece. Era como si lo tuviera al lado en el taller.
Cuando en una de esas notas apareció la frase que puse de epígrafe, me reí con ganas. Hasta entonces, había visto la escritura como una feliz alquimia de vaya a saber uno qué en “arte”, mediada por la inspiración. Ahora, enfrascado en lo que escribía, notaba que era un esfuerzo arduo y maquinal, un forcejeo sistemático a partir de planes, intentos, pruebas, ensayos, hipótesis… y muchas marchas atrás. Una idea puede presentársele a cualquiera, es una cosa veleidosa, pero bajarla al papel exige grandes cantidades de terrenal y mundano trabajo. Eso era János. De repente, tenía un epígrafe.
La serendipia me llevó a prestar atención a los epígrafes y valorarlos. Dos que me fascinan tienen que ver con la vista: el de La vida instrucciones de uso, de Georges Perec, (“Abre bien los ojos, mira”) y el de Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago (“se podes olhar, vê / se podes ver, repara”). Reconozco en ellos las obras donde están y el espíritu de sus autores. Y cada tanto, cuando por costumbre atropello las primeras páginas de un libro sin ver, recuerdo al sufrido Flaubert luchando con su “máquina pesada” y retrocedo hasta esas palabritas en un mar de blanco para ver qué me perdí.