Alfredo Castro: «El gran tema del cine chileno de estos años es la impunidad»

Aunque diga después que no, que no le molesta repetir historias, que por algo se dedica desde muy joven a la ficción, Alfredo Castro (1955) sonríe cuando se le pregunta si está cansado de contar el encuentro que tuvo con Pedro Lemebel en 2005, en un bar del barrio Lastarria, en Santiago, a donde fue después de que el escritor lo mandara a llamar. Habían pasado cuatro años desde la publicación de Tengo miedo torero (2001), la única novela de Lemebel, y el ex integrante de Las Yeguas del Apocalipsis le tenía asignada una tarea: a partir de esa noche, el papel de La Loca del Frente, la mujer travesti que en Tengo miedo… borda para los militares y se relaciona con un guerrillero del Frente Patriótico Manuel Rodríguez en el Chile pinochetista de mitad de los ’80, sería suyo. “Y de nadie más”, le señaló, palabras más, palabras menos, con la autoridad de la mano creadora.

Poco importaba que a Castro, por entonces de larga trayectoria en teatro y televisión, le faltara todavía un año para debutar en cine, de la mano de Pablo Larraín en Fuga (2006). “No pasa todos los días que un autor te entregue un rol”, recuerda sobre esa noche y ese proyecto que, surgido de un deseo, tardaría varios años en tomar forma. “Y es interesante porque yo no fui amigo de Pedro, al contrario, yo creo que me miraba con cierta distancia por mi pertenencia a un medio burgués, al cual él le tenía un profundo desprecio y asco, pero sí nos cruzamos generacionalmente mucho, en las calles, en los bares, en la escritura. Él en su momento hizo una crítica de una obra que yo hice y me trató muy mal. Pero teníamos, finalmente, un trato cordial porque estábamos, desde distintos lugares, en el mismo espacio crítico.”

 

 

Y fue 2020, tres lustros y más de veinte películas después, el año en que finalmente Alfredo Castro tomó la posta: “Era una película difícil. La gente estaba muy expectante porque Pedro es una autoridad muy respetada en Chile, y es una novela que se leyó mucho”, dice, a modo de presentación, sobre el desafío que abordaron junto al director Rodrigo Sepúlveda y al elenco integrado por Julieta Zylberberg, Sergio Hernández, Amparo Noguera y Luis Gnecco. A menos de diez días de su estreno vía streaming, Tengo miedo torero (2020) ya supera los 100 mil espectadores y rompe records en un país en el que, como explicará el propio Castro más adelante, el cine local nunca terminó de recibir el acompañamiento del público, a pesar del reconocimiento internacional que sí lograron varias de sus películas, como Machuca (2004), No (2012) y Una mujer fantástica (2017), por nombrar solo tres.

¿Pero cuánto de esta euforia se debe al momento en que llega esta película a Chile, a casi un año del inicio de las revueltas que sacudieron al país?

Rodrigo Sepúlveda contó hace poco en una entrevista que filmaron en julio de 2019 muchas escenas de manifestaciones en Alameda y en otras partes de Santiago, y que tres meses después vino el estallido y se repitió todo en esos mismos lugares. Y que como vos y él eran los más viejos del equipo les relataban a los más jóvenes cómo habían sido esas protestas en los ’80 que se narran en la película. ¿Cómo recordás el rodaje?

Yo creo que Pedro está muy presente en la película. No soy místico pero sí creo que las cosas tienen su fuerza, que tienen pulsiones por las cuales vivir o no vivir, y evidentemente el nombre Lemebel está muy presente hoy día, y el estallido social está muy presente a pesar de la pandemia y de la cuarentena, es un pulso que está pegando fuerte y que genera que se esté esperando nuevamente la apertura de las calles para volver a las calles. Porque esto no se acabó. Y como Pedro fue muy practicante de la marcha y la protesta creo que es muy bueno que el nombre de él esté. Y la película la terminamos en julio y en octubre fue el estallido, sí. Y después íbamos a estrenar y vino la pandemia. Entonces yo digo: “bueno, este es Pedro que tal vez quiere que la película tenga sus dificultades”. Porque él era un genio espantoso. No quiero romantizar respecto a su figura, era un hombre complejo, como todos, pero vivía en un estado de libertad tan absoluto que dejaba muy en evidencia su malestar. Su afecto y su cariño, pero también su malestar con las personas y los sistemas.

¿Y cómo creés que se lee su obra en este contexto del país?

Él fue un activista muy fuerte. Era un hombre que se vestía y pintaba de mujer, con plumas y tacos, pero solo cuando él quería, no constantemente. Y ese también era su acto político. No ser totalmente travesti ni mujer ni ser tampoco la imagen del macho patriarcal. Pedro fue maltratado pero su escritura atraviesa transversalmente toda la cultura chilena. Luchó durante toda su vida, y para mí es muy difícil separar la obra del cuerpo de Lemebel. Creo que es una sola cosa, que es notable de cuando un artista corresponde su cuerpo a su obra. Él es profundamente admirado por la gente joven porque él mismo decía “si ahora los chicos y las chicas gays se pueden besar, abrazar y demostrar su cariño y amor es gracias a que yo puse el culo durante treinta años”, entonces creo que mucha gente está muy agradecida de eso. Pero sin embargo él estaba muy en contra del matrimonio, porque era muy radical y encontraba que el contrato matrimonial era una entidad burguesa, despreciable. Hacía bromas con eso.

 

Hace poco dijiste que para vos toda esta interacción virtual, si bien no iguala la experiencia de ir al cine o al teatro, es una buena oportunidad para democratizar la cultura. ¿Por qué? 

Chile es un país muy pobre y hay muchas ciudades en las que no hay cines, o en las que hubo en los años ’50 o ’60 pero que ahora están muertos, entonces hay gente que no tiene acceso al cine. Y sin embargo sí tiene conocimiento de quién era Lemebel, entonces la expectativa que se ha creado es enorme, y creo que todo esto que estamos viviendo de la virtualidad se va a quedar con nosotros para siempre. No creo que el día que podamos volver a los teatros y a los cines esto se vaya a acabar. Me parece estupendo porque le abre posibilidades a gente que nunca ha visto una película, y existe gente que nunca ha visto una película.

Un poco de bronca les debió dar que con esta película no pudieran ir al Festival de Venecia… 

Es triste. Yo he estado cuatro veces en Venecia con cinco películas y me parecía que con Tengo miedo torero… era muy importante estar ahí, pero bueno, Chile tiene prohibida la entrada a Europa, por lo menos a Italia, entonces no hubo posibilidad alguna. Incluso pensé ir a lo de mis agentes y pasar la cuarentena en Madrid para viajar a Venecia, pero no hubo caso.

Quedó todo en casa…

Sí, y es importante vivir la historia día a día, no saltársela.

Pasemos un poco a tu filmografía. Participaste en varias películas de Pablo Larraín, como Tony Manero (2008), Post mortem (2010) y El Club (2015), entre otras, además de Los Perros (2017), de Marcela Said, y en todas ellas interpretaste a personajes con cierta oscuridad o con algún grado de sordidez. Y pensando también en otras obras recientes del cine chileno, como Araña (2019), de Andrés Wood, ¿creés que hay en este momento de la ficción chilena un interés por reflejar a este tipo de personajes, que en muchos casos están relacionados con una parte oscura del poder?

Siempre hubo, lo que pasa es que hasta hace unos quince años atrás en Chile se filmaba muy poco, dos o tres películas al año con mucha suerte. En cambio ahora el cine chileno agarró un vuelo increíble y no sé si te has dado cuenta pero las coproducciones entre Argentina y Chile también han sido increíbles. He filmado tres veces en Argentina, y Mercedes Morán filma en Chile y hemos visto mucho cine argentino, ustedes han visto cine chileno, y peruano y colombiano y boliviano y en fin… es algo que está pasando en la región que a mí me entusiasma mucho, me pone muy contento. Pero el cine chileno y argentino siempre han tenido un vínculo con la realidad notable. En el cine argentino ha estado muy presente, con directoras como la Martel, por ejemplo, que está muy metida con la realidad de la provincia, con la región, con el hastío. Y sobre todo el cine chileno, con la impunidad. Para mí el gran tema que aborda el cine chileno en estos últimos años es esencialmente la impunidad. Tony Manero, El Club, Araña, Los Perros, todas las que has nombrado, de lo que tratan en el fondo es de la impunidad ante la justicia, desde distintas aristas. La impunidad de tanto criminal, pedófilo… en fin, no importa cuál sea el crimen, el cine ha estado muy ligado a la realidad y eso me gusta mucho. Es un cruce entre documental y ficción muy interesante.

 

Post mortem (2010, Pablo Larraín)
En todas estas películas se puede ver también un grado de maldad relacionado a un poder no necesariamente clásico, como sería el de la política, sino al de uno mucho más arraigado…

Sí, aunque no me gusta usar palabras que tengan un contenido moral. No sé si son personajes malos pero sí son de una abyección muy grande en torno a la impunidad. Porque tú comprendes que un tipo asocial, sin estructura política, como los de El Club o Post mortem, como los de Larraín en general, como Los Perros… Bueno, fue interesante en Los Perros, filmando con (Rafael) Spregelburd, que él agregara un texto que fue notable. En la escena en la que los dos discutimos sobre el tema de la impunidad, sobre pagar o no ante la justicia, yo le dije “No me jodas a mí, si en tu país pasó lo mismo”, y él respondió, ahí en vivo: “Pero por lo menos en mi país están en la cárcel…”

Y eran los propios familiares del personaje…

Claro, sí, y nos pareció increíble ese texto que él metió. Estupendo actor y dramaturgo, Spregelburd. Pero es verdad: nuestros países han vivido historias muy similares, hay muchos chilenos desaparecidos en Argentina y muchos argentinos desaparecidos en Chile, por la Operación Cóndor. Entonces, para volver, a mí no me gusta tomar a los personajes de buenos o malos o lindos o feos porque esa cosa binaria no es buena. Yo los defiendo a rabiar a todos, porque me ponen en un lugar ético muy interesante. Por ejemplo, en El Club, con un tema como la pedofilia, que es tremenda de abordar desde donde sea, yo intenté defender hasta las últimas consecuencias ese rol, porque no puedo ponerme en el lado de la maldad o de la crítica. En Chile acaba de acontecer un femicidio hace unas semanas, y le preguntan al tipo si se arrepiente y dice que no, que lo volvería a hacer. Y eso no es intrínsicamente maldad. Es falta de educación, cultura, asistencia social… son otras cosas que juegan ahí. Aunque sí creo que hay personas que nacen con una estructura psicopática importante.

¿Y cómo encaja el interés del público en todo este auge del cine chileno?

Muy mal, muy mal. Las películas que hemos nombrado, y también las de otros directores, duran dos semanas en los cines, tres como mucho. Por eso hablo de lo interesante que ha sido esta plataforma online, porque que en media hora se agotaran cinco mil tickets para ver Torero… es una locura. Si en Chile Araña duró tres semanas, por ejemplo, con veinte personas en las salas… es una miseria. Entonces, pensando en estas redes, yo digo: “bueno, si finalmente alguien puede ver Araña en un lugar remoto de Chile, me parece maravilloso”.

 

Los perros (2017, Marcela Said)
Y lo que más se ve son los tanques, digamos, como en todos lados…

Sí, Disney, Marvel y todo eso, y la gente no va a las películas chilenas. Pero también la prensa y la derecha chilena se han encargado de desprestigiar y enterrar al cine crítico. Porque no quiero hablar solamente de las películas en las cuales yo he participado sino de otras películas chilenas muy críticas con el sistema, como Violeta se fue a los cielos (2011, Andrés Wood), sobre Violeta Parra, por nombrar solo una. Mira, es interesante, porque hay películas que han estado en Berlín y en Cannes, que han sido premiadas, ¿y tú comprendes que cuando se hace esa selección en Cannes, en donde se han visto mil quinientas películas, con un jurado de personas expertas, jóvenes, viejos, de todos lados, y escogen alguna película, por alguna razón es? Y luego en Argentina o en Chile un crítico se aburrió, o no era su día, y la hace pedazos. Entonces espérate un poco: esta película ganó en el Festival de Berlín, ¿y tú tienes la desfachatez de que por que a ti no te interesó o no era de tu gusto…? Es interesante cómo en Chile funciona mucho el machismo, el clasismo la xenofobia. Yo acabo de estrenar una película en streaming que se llama El príncipe (Sebastián Muñoz), que es una novela que escribió en los años ’70 un hombre gay que no era escritor y que para poder escribir sobre su realidad, sobre cómo era ser gay en Chile, tuvo que usar el mundo carcelario y contar una historia de amor. Entonces resulta que a un crítico lo que más le afectó de la película fue el cuerpo desnudo de los hombres. Dice que es un exceso, que es insólito. Entonces yo le pregunto: “claro, cuando aparecen mujeres desnudas te encanta, ¿no? Eso sí, te puedes pajear con ellas, pero aparecen hombres y te parece espantoso”. La película tiene varios momentos interesantes en los que yo no tuve problema alguno, con mi vejez a cuestas, de empelotarme, y Gastón Pauls tampoco. Y teníamos unas escenas en los baños en pelotas, con semi erecciones, en fin, todo lo que pasa en una cárcel, y lo que a mí y a todo el resto del equipo le pareció un golpe importante a la cátedra, de decir “los hombres también tenemos cuerpo y podemos salir en pelotas en las películas y paren con la estupidez de que solo las mujeres tengan que mostrar las tetas”, a este crítico le pareció mal. Y entonces hunden las películas. Porque la gente entonces dice: “ah no, yo no voy a ir a ver hombres en pelotas, para qué”. Se agarran de pequeñas cosas, y hay una censura moral, social, burguesa y clasista que hace pedazos a las películas.

Aunque a la vez a ustedes, como colectivo, conscientes de toda esta represión a la que se enfrentan, ¿no les hace redoblar la apuesta?

Sí, a mí me encanta. Porque yo creo que pone a los directores y directoras y actores en un lugar límite. Entonces finalmente uno dice: “¿les molesta? pues duplico tu molestia”. En la próxima me voy a pajear en escena para que te quede claro que la sexualidad existe, que los hombres y los gays y las lesbianas existen y que tenemos cuerpo y que si tanto te perjudica no la veas. Pero sí, para que tú veas, yo creo que el estallido social corresponde también a esto, ¿me comprendes? Una sociedad cansada de que la derecha esté infiltrada en los medios de comunicación, porque los medios son todos de derecha, todos. Los dueños son las familias más ricas de Chile, y lo que está diciendo la calle entonces es que paren, que no queremos más censura ni impunidad. La gente joven quiere libertad, quiere manifestarse, quiere hablar de su historia. Entonces el estallido social visto solamente desde el punto de vista de la política partidaria no va, porque es mucho más amplio. Es hambre, es censura, es falta de oportunidades, desigualdad, descriterio. Es delicado. Y me parece que en Argentina también hay un movimiento importante que bota películas, que le saca fondos al cine, y tú dices “algo está pasando”. Le tienen terror a la cultura, porque la cultura es siempre crítica.

 

Justamente, ya que hablás de la crítica, quería retomar lo de los festivales de cine. El crítico argentino Roger Koza utiliza un término para referirse a cierta visión que predomina en algunos festivales internacionales sobre el cine latinoamericano, en los que dice que triunfa la «escuela de la sordidez»: películas en las que hay estéticas o climas decadentes y personajes con cierta crueldad, que se mueven con inocencia, no conscientes del todo del lugar que ocupan, y que hay un interés por exaltar la miseria. Más bien, hace hincapié en cómo el gusto europeo va moldeando nuestro propio cine. ¿Vos qué opinás? ¿Ves esta tendencia en los festivales de priorizar este tipo de cine?

Me vas a permitir dos anécdotas brevísimas. Cuando fuimos a Cannes con Tony Manero, que fue una película que los chicos, Larraín y todo el equipo, tiraron con un dvd a ver si entraba al festival (risas), aún cuando no se había terminado siquiera, y que luego tuvo el éxito que tuvo… bajamos a la rueda de prensa y una periodista francesa le preguntó a Larraín por qué había elegido esa estética tan fea, tan horrible. Y Pablo, que era su segunda película, se turbó un poco. Entonces yo le dije: “déjame a mí, que soy más viejo”. Y le contesté a la periodista: “sabe, señora, eso no es una estética elegida, ese es mi país, no es una estética que uno elija; un ochenta por ciento en mi país vive en esa pobreza, en esa fealdad que usted llama”, y la tipa quedó descolocada y entendió que la pregunta no tenía lugar.

Otra: hace unos días una chica me hace una entrevista por Zoom por Tengo miedo torero y me habla del personaje de La Loca del Frente, me dice que es muy elegante, y yo le digo que no me parecía que fuera la palabra apropiada. Era una chica que se veía burguesa, de clase media alta, y se ofuscó, entonces le digo: “no, el lenguaje es el lenguaje; Lemebel y elegancia son dos cosas completamente opuestas, se chocan”. Pero bueno, yo sí hablaría, porque me gusta y porque doy clases de teatro y enseño y trato de participar con gente, de despojar un poco a las palabras de su potencia moral, y digo: “hablemos de lo abyecto, de lo ominoso, de las angustias, de lo sublime, lo perverso… de Freud, de la (Julia) Kristeva, de Roland Barthes, no sé, pues, de tantos filósofos…” Porque son nuestros temas. En la cultura el tema de las abyecciones y de la crítica social siempre ha estado, toda la vida. Y claro, también depende de dónde tú te instales. Si desde el realismo, que es la mirada burguesa de la realidad, ok, copiemos la realidad pero entreguemos un mensaje moral, qué no hay que hacer, que sí… ¿Y por qué no nos vamos entonces con el naturalismo, que me parece más acertado con lo que hace el cine argentino, chileno, boliviano, peruano y etcétera, que van a la realidad que estos países tienen, que son países muy pobres? Si tú llamas feo a lo que es la realidad, a que yo salgo y me encuentro con gente durmiendo en una carpa en la plaza, ¿de qué estamos hablando? Yo para hablar de lo ominoso me refiero a Freud, a la inquietante extrañeza, y no sé si Freud era un pedófilo o un ser abyecto, o vamos a Nietzche, a Schopenhauer, o a quien quieras como referencia,  pero esta gente que habla y censura desde el punto de vista moral, ¿de dónde están hablando? Entonces, como decía, los estallidos sociales también corresponden a todo esto.

Para hablar de Santiago, en todas las películas que nombramos pareciera haber también un interés por cómo se filma la ciudad, por resaltar esa cosa gris…

Sí, y por ejemplo en Algunas bestias (2019) hay una escena de un incesto, que en Europa le han pedido al director, Jorge Riquelme Serrano, si podía cortarla. Entonces tú te preguntas: ¿dónde está la humanidad? Si te piden que para poder vender la película cortes la escena más importante, no estamos entendiendo nada. Digo, para no referirme solo a Larraín o a los que nombramos. También en Argentina he filmado y hay una mirada sobre la realidad interesantísima.

 

Rojo (2018, Benjamín Naishtat)
¿Y cómo es tu preparación para los personajes? Se intuye que sos un actor que tiene una inmersión total, ¿pero cómo manejás los tiempos, de qué forma?

Para mí la primera lectura del guion es súper fundamental, ver en dónde me afectó. Digo afección real, ética y emocional, y les pido a los guiones un relato profundo, interesante, político, en donde yo pueda participar políticamente dentro de lo que ese guion habla, y también cómo me golpea emocionalmente a mí, sea por aversión o por proximidad a la historia. Porque tú comprendes, como hablábamos, de que un acto de pedofilia o de incesto no me produce ninguna emoción buena pero sí me golpea éticamente. Y después viene la reunión con los directores o directoras. Me gusta que me haya sucedido lo de trabajar con muchos jóvenes que hacen su primera o segunda película, en las que hay mayor libertad y otro tipo de lenguaje. No me gusta ensayar, y a los directores y las directoras con los que he trabajado tampoco les gusta, entonces es mucha lectura y conversación. Hay una actriz chilena, muy viejita ya, amorosa, que me decía: “Lo más lindo para mí del trabajo en teatro son las conversaciones, porque los ensayos, el público, las funciones, todo me aburre, pero las conversaciones que se dan con el equipo son magníficas”. Y yo estoy de acuerdo (risas), porque fíjate, ahora estoy hablando con un chico argentino que quiere filmar y hablamos harto por Zoom, me manda videos, fotos de su perro… todas esas cosas para mí son importantes porque me dan a conocer una naturaleza.

Filmé con Iván Fund el año pasado (Piedra noche) y me encontré de pronto yendo en un remis de Buenos Aires  a Mar de las Pampas y miré afuera, un día gris y lluvioso, y dije: “¿qué mierda hago acá?”. Le pedí a Iván un guion y no me mandó nunca, le pedí alguna cita del texto, algo sobre algún personaje, pero él me mandaba poemas y una foto de mierda de una playa, y me decía “¿ya?”. Y yo: “Ok, Iván, ahí están, pero de qué mierda va la película, dime algo” (risas). Y no sé, una intuición me hizo ir, y mientras iba en el remis iba filmando y les mandaba a algunos amigos en Santiago y les decía: “no sé qué mierda hago acá”. Pero llegué y estaba Iván con su mujer, y Maricel Álvarez y todo el equipo, un gran equipo argentino, maravilloso, y yo dije: “qué bueno haber venido”. Lo pasamos estupendo y ahora la película quedó en un work in progress en San Sebastián, creo, pero ¿me entiendes? Las apuestas son eso. Trabajé también con Juan Pablo Félix en Karnawal, a donde estaba Diego Cremonesi, con quien estuve en Rojo (2018) y tuve un conversatorio con Benjamín Naishtat… Entonces, digamos, estamos todos hablando de lo mismo. Y es terrorífico entrar a un equipo que ya ha estado filmando, pero todos hacemos las mismas películas, hablamos de lo mismo, y finalmente me importa a mí el abismo y el terror que suceden al momento de decir “acción”

 

El príncipe (2019, Sebastián Muñoz)
Y voy a arrogarme la voz del público, ¿pero creés que hay una noción general de que la «buena actuación» está asociada a la versatilidad o a cierta idea de lo camaleónico? Digamos, es lo que resalta a simple vista. ¿Pero qué otros elementos te interesan a vos como actor y como formador de actores y actrices?

En mi caso, la versatilidad tiene muchas miradas. Porque hay actores y actrices que con muy poco, sin modificar su físico o con muy pocas variaciones, con alguna mirada, son internamente versátiles. Yo creo que la gente aprecia una buena actuación en cuanto el compromiso con ese rol, con ese lugar político, sea profundo. En mi caso, lo que digo hasta el cansancio es que para poder entender no hace falta memorizar un texto ni comprender un personaje sino más bien metabolizar a un personaje, es decir directamente pasarlo a la sangre. Mi sangre es mi memoria, son mis órganos, es mi cuerpo donde está albergada toda la historia propia y de mi país y de ese pedófilo y de ese cura y ese padre que acompaña al hijo al baile del malambo… Yo digo que me gusta actuar porque me permite pensar a muchas personas en mi cuerpo. Entonces me meto como actor, más bien, en cuál es la estructura de pensamiento de ese rol. No me importa si tiene una muela de oro, si a los cinco años tomó biberón, si a los doce le pegaron, si es gay o no gay, no me interesa esa anécdota realista. Me importa más bien cómo las dificultades y los compromisos de ese rol se pasan a mi organismo.

Para volver a la pregunta inicial, la pregunta siempre es: “¿cómo sería esto en la realidad?”. Cómo sería un hombre que viene de la cárcel y tiene un hijo, en la Argentina, en La Pampa, en cualquier lado, cómo se viste, cómo habla, y entonces ahí empiezan las pruebas del color de pelo, de la ropa, y ahí es donde el equipo funciona maravillosamente. Porque yo siempre digo que uno no es nada importante en una película. Uno como actor es un engranaje con el director o la directora, o el maquillador o la vestuarista que te puso tal pantalón, que te ayuda y que entre todos crearon una figura, un ícono físico que corresponde políticamente a un ser humano, y mi pregunta antes de filmar es: ¿cómo sería esto en la realidad?. No en el cine, no en el teatro sino en lo irrepresentable de la realidad. Qué se yo… ¿cómo un hombre es capaz de abandonar a su hijo sin ninguna culpa? Y bueno, cuántos hombres los abandonan así como así, ¿me entiendes? Disculpa, pero hablo mucho porque me apasiona (risas).

Para terminar, Alfredo, hablemos del plebiscito que se viene en Chile el 25 de octubre. ¿Cómo vive alguien de tu generación este momento en la historia del país?

Con agradecimiento. Porque esto no es octubre. Esto es el 8 de marzo, el Día de la Mujer, en donde hay una marcha en la que las mujeres piden que por favor los hombres no vayamos, que no participemos, y es una marcha masiva, con millones de mujeres. Yo creo que ese es el primer impulso, en marzo, que da cabida a octubre de 2019, en donde salen millones a la calle sin una cabeza que los guie. Entonces la pulsión del malestar social entra en una especie de pausa y siempre es el retorno de la historia. En estos días en Chile hubo un paro de camioneros, y yo que soy viejo le decía a la gente: “esto es igual a cuando pasó el Golpe de Estado”. Fueron los camioneros los que pararon este país, pagados por la CIA, y no hubo abastecimiento y vino el Golpe. No va a pasar eso ahora porque es impresentable y no hay colchón para hacer un Golpe, pero evidentemente la derecha está puesta al límite de la realidad. Y efectivamente yo creo que el plebiscito va a arrasar con la derecha chilena, que está sobrerrepresentada políticamente, porque el manejo de este gobierno ha sido vergonzoso. Hace unos días el presidente inauguró no sé qué cosa en el norte de Chile y dijo: “Estamos en pandemia, con un virus invisible y pequeño, al que yo le quiero pedir que por favor abandone el país”. Entonces tú dices: “está mal de la cabeza”. Es demencial. Qué me hablan a mí de abyección en el cine. Eso sí que es abyecto. Y ahora viene otra lucha, porque ellos quieren que no sea convención constitucional elegida por el pueblo sino que ellos elijan, y están luchando por tener mayoría porque, teniéndola, echan abajo la nueva Constitución. Pero tengo mucha fe porque la gente joven, las mujeres y el pueblo de Chile, todos, estamos francamente agotados. No se soporta más. La desigualdad y la miseria no se aguantaron más. Así que estoy optimista.

 

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Alejo Vivacqua

Editor de Revista Bache.

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