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La testosterona está muy mal entendida

La testosterona se usa con demasiada frecuencia como una excusa para exculpar a los hombres y justificar el privilegio masculino.


*Por Matthew Gutmann

(profesor de Antropología del Instituto Watson para Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Brown, Estados Unidos)

 

Tenemos una confianza desmedida en las explicaciones biológicas sobre el comportamiento masculino. En ningún otro asunto esto es más cierto que con la testosterona. Los expertos contemporáneos invocan a la hormona apodada «T» para demostrar puntos sobre la virilidad y la masculinidad, para mostrar cuán diferentes son los hombres y las mujeres y para explicar por qué algunos hombres (presumiblemente aquellos con más T) tienen mayor libido. Sin embargo, a pesar de las propiedades míticas asociadas popularmente con T, en todos los estudios científicos rigurosos hasta la fecha no existe una correlación significativa en hombres sanos entre los niveles de T y el deseo sexual.

A partir de la década de 1990, y cobrando impulso en la década de 2000, las ventas de Terapias de Reemplazo de Testosterona (TRT) pasaron de prácticamente cero a más de $ 5 mil millones anuales en 2018. Esto se debió a que, o hubo un brote repentino de ‘Low T’ (baja testosterona) y se reconoció como una gran epidemia, o a que la T se comercializó como una droga maravillosa para aquellos hombres que entraron en pánico cuando se enteraron de que sus niveles de testosterona disminuyen un 1 por ciento anual después de los treinta años.

La respuesta no es que los cuerpos de los hombres hayan cambiado o que la T baja estuviera terriblemente subdiagnosticada sino que, en la mente de muchos, la T se convirtió en nada menos que una molécula masculina mágica que curaría a los hombres de la disminución de la energía y el deseo sexual a medida que envejecen.

 

De la serie ‘Cowboy’, de Richard Prince

Es más, a muchos se nos ha enseñado que, si queremos saber qué causa la agresividad de algunos hombres, debemos simplemente evaluar sus niveles de testosterona. En realidad, eso está mal: la ciencia tampoco respalda esta conclusión. Algunos de los primeros estudios famosos que relacionan a la T con la agresión se llevaron a cabo en poblaciones carcelarias y se utilizaron eficazmente para ‘probar’ que se encontraban niveles más altos de T en algunos hombres (léase: hombres de piel más oscura), lo que explicaba por qué eran más violentos y por qué debían ser encarcelados en cantidades desproporcionadas. Las fallas metodológicas en estos estudios tardaron décadas en revelarse, y una nueva investigación rigurosa que muestra poca relación entre la T y la agresión (excepto en niveles muy altos o muy bajos) recién ahora está llegando al público general.

También resulta que la T no es solo una cosa (una hormona sexual) con un propósito (reproducción masculina). La T también es esencial en el desarrollo de embriones, músculos, cerebros femeninos y masculinos y glóbulos rojos. Dependiendo de una variedad de factores biológicos, ambientales y sociales, su influencia puede ser variada o insignificante.

Robert Sapolsky, neurocientífico de la Universidad de Stanford, California, compiló una lista que muestra que solo hubo veinticuatro artículos científicos sobre la T y la agresión entre 1970-80, pero hubo más de mil en la década de 2010. ¿Nuevos descubrimientos sobre agresión y T? No realmente. Aunque sí hubo hallazgos durante este período sobre la importancia de la T para promover la ovulación. Y también hay una diferencia entre correlación y causa (los niveles de T y la agresión, por ejemplo, proporcionan un desafío clásico al estilo «el huevo o la gallina»). Como los principales expertos en hormonas nos han demostrado durante años, para la gran mayoría de los hombres es imposible predecir quién será agresivo en función de su nivel de T, al igual que cuando encontramos a un hombre (o una mujer, para el caso) agresivo no podemos predecir su nivel de T.

La testosterona es una molécula que fue etiquetada erróneamente hace casi cien años como una «hormona sexual», porque (algunas cosas nunca cambian) los científicos buscaban diferencias biológicas definitivas entre los hombres y las mujeres, y se suponía que la T revelaría los misterios de la masculinidad innata. La T es importante para el cerebro, los bíceps y … esa otra palabra que se usa para los testículos de los hombres, y también es esencial para los cuerpos femeninos. Y, para que conste, el tamaño (nivel T) no significa necesariamente nada: a veces, la mera presencia de T es más importante que la cantidad de hormona. Algo así como si para arrancar un auto solo se necesitara combustible, así sean dos litros o doscientos. T no siempre crea diferencias entre hombres y mujeres, o entre los propios hombres. Para colmo, incluso hay evidencia de que los hombres que informan cambios después de tomar suplementos de testosterona tienen la misma probabilidad de reportar efectos placebo como cualquier otra cosa.

Aún así, continuamos atribuyéndole a la testosterona poderes sobrenaturales. En 2018 se disputaba un lugar en la Corte Suprema de EE. UU. Los temas principales en las audiencias de confirmación llegaron a centrarse en la violencia sexual masculina contra la mujer. Se necesitaba información y un análisis exhaustivos. Quienes argumentaron a favor y en contra usaron casualmente la palabra «T» para describir, denunciar o defender el comportamiento que el juez Brett Kavanaugh (NdE: propuesto por el entonces presidente Trump, fue finalmente elegido) había tenido en el pasado: un comentarista de Forbes escribió sobre «violaciones en grupo inducidas por la testosterona»; otro, entrevistado por CNN, preguntó: «Pero estamos hablando de un chico de diecisiete años en la escuela secundaria, con unos niveles altos de testosterona. Díganme, ¿qué chico no hizo algo así durante la secundaria?”; y un tercero, en una columna de The New York Times, escribió: «Ese era él montado sobre una ola de testosterona y alcohol…»

Y es poco probable que la mayoría cuestione la lógica hormonal de Christine Lagarde, entonces presidenta del Fondo Monetario Internacional, cuando afirmó que el colapso económico en 2008 se debió, en parte, a que había demasiados hombres a cargo del sector financiero: «Honestamente, pienso que nunca debería haber demasiada testosterona en una misma habitación».

En artículos y discursos de todos los días uno puede encontrar la T empleada como un biomarcador para explicar (y a veces excusar) el comportamiento masculino. Licencias poéticas, se podría decir. O tan solo una forma contundente de referirse a dejar que los hombres se encarguen. Sin embargo, cuando ponemos a la T como algo significativo para explicar el comportamiento masculino, podemos inadvertidamente definir ese comportamiento masculino como algo que excede a la capacidad de control de los hombres reales. De esta forma, cualquier apelación casual a la masculinidad biológica significa que las relaciones patriarcales tienen su raíz en la naturaleza.

 

Invocar a la biología de los hombres para explicar su comportamiento termina, con demasiada frecuencia, absolviéndolos de sus acciones

 

‘Brooklyn gang’ (1959, Bruce Davidson)

Cuando normalizamos la idea de que la T forma parte de todos los chicos de secundaria, y por eso se podría explicar por qué ocurre una violación, hemos pasado del simple eufemismo a ofrecerles impunidad a los hombres para que agredan sexualmente a las mujeres, dándoles como defensa la excusa: ‘no son culpables, sino que sus hormonas…’

Invocar a la biología de los hombres para explicar su comportamiento termina, con demasiada frecuencia, absolviéndolos de sus acciones. Cuando discutimos sobre términos como cromosomas T o Y, ayudamos a que se difunda la idea de que los hombres están controlados por sus cuerpos. Pensar que las hormonas y los genes pueden explicar por qué los varones son varones libera a los hombres de todo tipo de pecados. Si creés que T dice algo significativo sobre cómo actúan y piensan los hombres, te estás engañando a vos mismo. Los hombres se comportan como lo hacen porque hay una cultura que lo permite, no porque la biología lo requiera.

Nadie podría argumentar seriamente que la biología es la única responsable de determinar qué significa ser un hombre. Pero palabras como testosterona y cromosomas Y se deslizan con frecuencia en nuestras descripciones sobre las actividades de los hombres, como si explicaran más de lo que realmente lo hacen. T no rige la agresión y la sexualidad de los hombres. Es una lástima que no hayamos escuchado tanto sobre la investigación que muestra que los niveles más altos de testosterona en los hombres se relacionan tanto con la generosidad como con la agresión. Pero, según el estereotipo, la generosidad es una virtud menos masculina, y esto arruinaría un poco la historia que tenemos sobre la agresividad inherente de los hombres, especialmente sobre la agresividad de los hombres varoniles. Y todo esto tiene un impacto profundo en lo que piensan los hombres y las mujeres sobre las inclinaciones naturales de los hombres.

Necesitamos seguir hablando de la masculinidad tóxica y el patriarcado. Son reales y perniciosos. Y también necesitamos formas de hablar sobre los hombres, la virilidad y la masculinidad que nos saquen de la trampa de pensar que la biología de los hombres marca su destino. Resulta que, al examinarla realmente, la T no es en absoluto una molécula masculina mágica sino más bien, y como argumentan las investigadoras Rebecca Jordan-Young y Katrina Karkazis en su excelente libro Testosterone (2019), una molécula social.

Independientemente de cómo la llamemos, la testosterona se usa con demasiada frecuencia como una excusa para exculpar a los hombres y justificar el privilegio masculino.

 

*Artículo publicado originalmente en Aeon Magazine y traducido por Bache

** Foto de portada: Collier Schorr
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