Durante el encierro por la pandemia, miles de jóvenes se convirtieron en youtubers, tiktokeros, antifeministas, anarcocapitalistas y conspiranoicos. Hipnotizados por superhéroes, lecturas de filósofos fascistas e influencers homosexuales ultrareaccionarios, hoy llevan a cabo la batalla cultural por Occidente.
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Ultras de distintas regiones del planeta se distribuyen en los asientos de la Conferencia de la Acción Política Conservadora (CPAC), en Washington DC. Elon Musk se mueve en el escenario como una criatura ficticia: usa grandes anteojos negros, porque si se le mirara directo a sus ojos, se vería un abismo, y nadie tolera asomarse al abismo sin enloquecer. El efecto de su performance megalomaníaca es la revelación de una especie esperpéntica, un falso superhéroe impotente y angustiado, una conciencia desventurada, encerrada en exaltaciones especulativas sin un horizonte histórico, que en su despliegue impregna el espíritu de un público infantilizado y serializado, cuyos aplausos y risas lo son por delegación.
Javier Milei llega de pronto a la escena. Otra criatura desarticulada. Ofrecida como apoyo sacrificial del espectáculo de Musk, y empujado desde atrás de bambalinas (imagino ahora el tono carmesí de los telones de Twin Peaks, de David Lynch, tras los cuales habitan seres inquietantes y sonidos que hieren y desrealizan: el cuarto rojo soñado por el director), con una motosierra en las manos para entregarla a su magnate admirado, como si se tratase de su propia virginidad. Tras lo cual, Milei es expelido confusamente de la escena, y uno siente que lo que ahí se promete, al oficiante del rito, por este clown del tercer mundo, es un país entero para ser abusado. Tal fue el fugaz intercambio entre el maestro de ceremonias y un supuesto jefe de Estado —menguante— de un país conocido hasta ahora como Argentina.
Musk, hace muy poco, se arrepintió de su performance con la motosierra. Desde entonces, y en medio de una disputa con Trump por sus decisiones arancelarias (el hombre naranja está obligado a pensar en términos políticos y electorales y no solo en delirios megalomaníacos), el magnate cae y cae, ya se aleja Marte; de pronto ya no es más tan Amo. Su corona estaba hecha, parece, de material perecedero.

Batalla cultural contra la infección de Occidente
Personajes como Musk, Trump o Milei son incapaces de ver en el mundo fragmentado actual la posible reunión de elementos universales. Es decir, el universal Occidente, con voluntad de poder, estaría declinando. Se batalla por el rescate de la tradición, sí, pero no para pensar nuevas formas de estar en el mundo en común: la mirada reaccionaria de la ultraderecha masculina, prostática, apela al pasado, pero queda ahí entrampada en una melancolía pueril, histérica y parasitaria, incapaz de elaborar conceptos que pudieran soldar con eficacia las que considera jerarquías desestabilizadas.
Ultraderecha o, mejor, ultraderechas: su definición es difusa, y en el siglo XXI ya se congregan menos según las afinidades de políticas económicas —no hay ahí uniformidad— que por un llamado combate cultural contra la noción de igualitarismo, justicia social y el ya remanido asunto de lo woke, donde engloban políticas identitarias lgtibiq+ y feminismos, cambio climático, aborto, veganismo o educación sexual.
Ya en los años ´30, tiempo de entreguerras, Oswald Spengler tituló a su libro más conocido La decadencia de Occidente, y décadas después Henry Kissinger, con China en mente, lo actualizó en su tesis doctoral: llamó a «restaurar» un mundo, precursores indudables del actual MAGA.
El director de cine estadounidense Gregg Araki, a través de sus películas de los años ´90, refiere el espíritu de época en el que se cruzan la epidemia del HIV Sida, el neoconservadurismo republicano, el desencanto y la ansiedad juvenil. Los diálogos del vacío existencial entre los jóvenes, el temor al cambio climático, pestes y amenazas de fin de mundo parecieran ser el anticipo de lo que llegó hoy inscripto en el universo de las redes sociales. Si la invasión de discursos morales sobre la declinación de Occidente, entonces, circulaba como efecto del Sida, ahora renace en distintos niveles de paranoia por el feminismo de masas y demás cuestiones de la llamada cultura woke.
Ya sin Kissinger, transmutado el Consenso de Washington en el dominio de los tecno-oligarcas de Estado Unidos (en primera fila en la toma de mando de Trump), la férrea cruzada contra la infección de Occidente se da en diferentes latitudes y países. La guerra de Israel/Estados Unidos contra Irán (socio comercial de China y Rusia) es el capítulo recién estrenado. Pero no olvidemos que su extrema legitimación teórica se encuentra hoy en la franja operativa entre Silicon Valley (sede de las nuevas tecnologías de la información) y Washington DC.

Popes de la Alt Right
¿A través de qué vías se producen los insumos teóricos y la legitimación de la cruzada emprendida por la ultraderecha?
La Ilustración y su herencia, el marco de la razón, están puestos en cuestión por varios difusores ideológicos. Entre los nombres más reconocidos se puede mencionar a Nick Land, el inglés que escribió La Ilustración Oscura (The Dark Enlightenment), a Mencius Moldbug (Curtis Yarvin), seudónimo del influencer que definió irónicamente como “La Catedral” al mainstream de la academia, el periodismo y la educación: con el término Catedral, algo así como el templo de la corrección política, se ataca la llamada cultura woke. Y, sobre todo, al magnate de Silicon Valley, fundador de PayPal y ex asesor de Donald Trump, Peter Thiel, el más sofisticado de la tríada.
Magnate creador de PayPal y socio en su momento de Zuckerberg, capitalista de riesgo que financió las nuevas tecnologías de la comunicación, gay casado y con hijos al que le hicieron outing, o sea lo sacaron a la fuerza del armario en una publicación digital, a Thiel podríamos pensarlo como uno de los más interesantes y poderosos neorreaccionarios lgtibiq+, junto a Alice Weidel, lideresa de Alternativa por Alemania.
Thiel es uno de los mayores exponentes del pensamiento de la Alt Right o derecha alternativa. Se cree, junto a los otros, un Voltaire que pelea contra la Iglesia de la corrección política. Cuando le señalaron la inconsistencia entre su forma de desear y de vivir la homosexualidad, y las políticas anti lgtbi de Donald Trump, ironizó sobre la importancia de la cuestión: “En mi juventud discutíamos hacia dónde se dirigía el mundo y hoy estamos debatiendo sobre quién puede entrar al baño de mujeres o de varones”. Thiel cree en una intervención tecnológica invasiva y postdemocrática para salvar a Occidente de sus rivales autócratas.

Manósfera, red pill y toxinas culturales
Sobre personajes como Thiel, Land y Mencius Moldbug recae la defensa de sitios web como Reddit y la inicialmente disruptiva 4chan, creada por Christopher Poole y que terminó siendo capturada por la ultraderecha. No creo que el prestidigitador de motosierras, Elon Musk, y su mascota del sur, tengan algo más en común con estos que un rabioso individualismo llamado a estrellarse contra el propio ego.
¿Y qué nos dice la interfaz sobre los canales de adoctrinamiento?: “El sitio 4chan no es solo un foro: es un submundo, una fábrica de memes, un manual de explicaciones sencillas y conspirativas sobre la situación actual del mundo. Difusor de racismo y odio, bajo la forma de la ´ironía´, es un festejo constante de lo ´políticamente incorrecto´, un lugar donde se puede conseguir la red pill que permite ver la realidad que las elites ocultan”. La famosa píldora roja, que la serie Adolescencia puso en boca de los desprevenidos.
Entonces, vemos tres nombres que se imbrican y de los que el filósofo de la Universidad de Hong Kong, Yuk Hui, en Fragmentar el futuro, nos provee algunas citas, todas ellas que develan su sentimiento de inadecuación a la democracia liberal.
Nick Land, por ejemplo, invita a recuperarse de la democracia “un poco al modo en que Europa del Este va recuperándose del comunismo”. Para Moldbug, en tanto dominio en el que se superpondrían la ética y el dogma, la corrección política es una amenaza existencial. Un peligro tóxico para la civilización Occidental. Toxinas culturales, dice. Los derechos humanos que obturan la voluntad de poder de Occidente. MAKE THE WEST GREAT AGAIN, sería la consigna, como le acaba de decir Giorgia Meloni a Donald Trump.
He aquí que, bajo las plataformas creadas, financiadas y utilizadas por todos estos personajes libertarios reaccionarios, se gestó un masculinismo agresivo, homosocial, una arquitectura digital que, ya sabemos, se llama manósfera (man:hombre). No alcanza con señalar el papel de la revolución feminista que denuncian los incels (célibes involuntarios) como la causa de sus desvelos, el origen de sus desventuras y el volumen de su odio. Hay que vincularlo, sin que por ello esas mismas tribus impotentes lo hayan alguna vez analizado (porque no hablan sino que son hablados), con la lucha contra la herencia de la Ilustración. Así, nos encontramos con un videojuego sobre violencia sexual e incesto que animaba a los hombres a “no aceptar un no como respuesta”, llamado No mercy.

Ideólogos antimasturbatorios del Nuevo Orden
En enero de 2024, un columnista del Financial Times escribió que “está surgiendo una nueva división de género. Las visiones del mundo de los hombres y las mujeres jóvenes se están separando”. En esta construcción identitaria de los jóvenes varones neoconservadores, dispersos y en contacto en la interfaz, que suelen ser sindicados como hombres rotos o dañados por la cultura woke, Argentina no se aleja sustancialmente del norte global.
En esos chats pende-libertarios impera el espíritu de la barra deportiva y el colegio secundario, pero lo masculino ya no reside en su fuerza sexual pregonada entre los pares, sino en el control de la propia sexualidad, como si se tratase de varones de un gimnasio de la antigua Atenas descriptos por Michel Foucault. La competencia es ahora entre ellos por quiénes retienen más y mejor el derroche energético seminal, como los NO FAP (movimiento anti masturbatorio). El presidente Javier Milei aseguró en una entrevista previa a Fátima Florez y Yuyito González que él eyaculaba cada tres meses. Sexo tántrico: toda una tecnología de sí.
El desborde siempre pertenece a la femineidad (o al gay de la Pride Parade). El barroquismo sexual feminiza. Por ejemplo, hay una celebración del ideal masculino grecorromano en el libro Brozen Age Pervert, del teórico italiano fascista y anti humanista —además de ocultista— Julius Evola. Evola y su obra regresan hoy después de décadas de olvido y son objeto de admiración de Steve Bannon, grupos de youtubers misóginos como los Incel o los Macho Sigma (supremacistas libertarios y antifeministas), simpatizantes del partido de extrema derecha griego Amanecer Dorado, o el entorno mismo de Donald Trump.
Hasta la homosexualidad, cuando se es hombre, exige un patrón de conducta. De lo que se trata es de evitar la caída, no en el pecado, sino en la incapacidad de autocontrolarse. La ternura cristiana, el concepto de derechos humanos, la muñeca quebrada y la herencia igualitarista son, para ellos, un tigre por “estrangular”, como escribió en su blog el conocido neonazi sueco Daniel Friberg.
«Lo masculino ya no reside en la fuerza sexual pregonada entre los pares, sino en el control de la propia sexualidad. La competencia es por quiénes retienen más y mejor el derroche energético seminal»
En la clausura provocada por la pandemia, miles de jóvenes se convirtieron en youtubers, tiktokeros, parte de comunidades antifeministas, rupturistas del orden demoliberal, premodernos, anarcocapitalistas, conspiranoicos, obsesos de realidades alternativas o el Nuevo Orden Mundial, del manga y el cosplay. Su subjetividad se resetea con el consumo de productos culturales en los que están sumergidos, navegando en la confluencia de simulacro y realidad. El personaje principal de Dragon Ball, creado en 1989 por Akira Toriyama, se llama Goku, y es un personaje asexuado, originariamente débil, que frente al bullying se transforma en invencible. Últimamente, capítulos de Dragon Ball fueron censurados en algunos países por normalizar el abuso sexual de niñas por parte del viejo maestro Roshi, un pedófilo venerable.
Pero en la cultura japonesa, hasta hace no mucho, en el manga, en los videojuegos, siempre hubo lo que en Occidente entenderíamos como superhéroes transmisores de un sexismo y un erotismo bastante explícitos. Lo nuevo es cómo fue tomado en el mismo Occidente, y traducido con total arbitrariedad, por una generación de varones jóvenes fascinados por el triunfo en las redes de políticos y megamillonarios, misóginos y anti lgtbi, que de la interfaz saltan a la esfera pública tradicional y hasta a las presidencias de un país como Argentina. Y esos jóvenes hipnotizados por motosierras, superhéroes, lecturas de filósofos fascistas como Julius Evola, influencers homosexuales pero ultrareaccionarios como Yannópoulos, inteligencias aterradas como Nick Land, Moldbug o Peter Thiel, son quienes llevan a cabo la famosa batalla cultural de Occidente en las redes o en despachos de la Casa Rosada. Mediante el eslogan de Giorgia Meloni “Make East Great Again”, versionando el “Make America Great Again” de Trump, los tristes ideólogos creen que son la punta de lanza virtual. Pero en su cabeza residen fragmentos inconexos, melancólicos, que uno podría ver en lo profundo de la mirada de Elon Musk en sus shows, en el humo que serpentea del cigarrillo colgado de la boca de Santiago Caputo, o en las caras posthumanas de Donald Trump o de Javier Milei. Escribió Water Benjamin: a través de la mirada pueden verse hasta las heces.