¿Puede la ficción distópica influir sobre la acción política del mundo real? ¿De qué forma? ¿Qué debemos deducir del hecho de que sea un género sea tan popular?
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*Por Calvert Jones, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Maryland, Estados Unidos.
**Celia Paris, coach de Liderazgo y Desarrollo en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago.
Los seres humanos somos narradores de historias: las historias que nos contamos tienen profundas implicancias en cómo vemos nuestro papel en el mundo, y la ficción distópica sigue creciendo en popularidad. Según Goodreads, una comunidad online que alcanza a 90 millones de usuarios, la proporción de libros clasificados como ‘distópicos’ en 2012 fue la más alta en más de cincuenta años. El boom parece haber comenzado después de los ataques terroristas en los Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001. La proporción de historias distópicas se disparó en 2010 cuando muchos editores trataron de empezar a capitalizar el éxito generado por las novelas de Los juegos del hambre (2008-10), la trilogía de Suzanne Collins que narra una sociedad totalitaria «en las ruinas de un lugar conocido como América del Norte». ¿Qué debemos deducir del hecho de que la ficción distópica sea tan popular?
Se ha escrito mucho sobre por qué estas narrativas son tan atractivas. Pero surgen algunas preguntas importantes: ¿puede la ficción distópica tener alguna injerencia en las acciones políticas del mundo real? Si es así, ¿de qué forma? ¿Y cuánto deberíamos preocuparnos por su impacto? En este artículo nos propusimos responder a estas preguntas mediante una serie de experimentos.
Antes de empezar sabíamos que muchos politólogos serían escépticos al respecto. Después de todo, parece poco probable que la ficción -algo que asumimos como un “invento”- pueda llegar a influir en nuestra visión del mundo. Pero un corpus creciente de investigación muestra que no existe una diferenciación “fuerte» en el cerebro entre la ficción y la no ficción. Con frecuencia las personas incorporan aprendizajes de las historias de ficción en sus creencias, actitudes y juicios de valor, a veces sin siquiera darse cuenta de que lo están haciendo.
Además, la ficción distópica es especialmente poderosa porque suele ser inherentemente política. Nos estamos enfocando, propiamente dicho, en el género distópico-totalitario, que retrata un mundo alternativo oscuro y perturbador en el que entidades poderosas actúan para oprimir y controlar a los ciudadanos, violando los valores fundamentales de forma cotidiana. (Si bien las narrativas posapocalípticas, incluidas las de zombis, pueden considerarse también como «distópicas», el marco político es diferente: al enfatizar el caos y el colapso del orden social, es probable que afecte a las personas de diferente manera).
Por lo pronto, las tramas y los temas que tocan las historias totalitarias-distópicas varían entre sí. Para dar algunos ejemplos populares, la tortura y la vigilancia aparecen en 1984 (1949), de George Orwell; la sustracción de órganos en la serie Unwind (2007-) de Neal Shusterman; la cirugía plástica obligatoria en la serie Uglies (2005-7), de Scott Westerfeld; el control mental en The Giver, de Lois Lowry (1993); la desigualdad de género en El cuento de la criada, de Margaret Atwood (1985); el matrimonio arreglado por el gobierno en la trilogía Match (2010-12), de Ally Condie; y el desastre ambiental en la serie Maze Runner (2009-16), de James Dashner. Pero todas estas narrativas se ajustan a las convenciones de género en cuanto al personaje, el escenario y la trama. Como observaron Carrie Hintz y Elaine Ostry, editoras de Utopian and Dystopian Writing for Young Children and Adults (2003), en estas sociedades «los ideales de un mundo mejor se vieron trágicamente trastocados». Si bien hay excepciones ocasionales, la ficción distópica clásica suele valorizar la rebelión dramática y violenta de unos pocos valientes.
Para probar el impacto que tiene la ficción distópica en las actitudes políticas, dividimos azarosamente a individuos en tres grupos distintos. El primer grupo leyó un extracto de Los juegos del hambre y luego vio escenas de la adaptación cinematográfica de 2012. El segundo grupo hizo lo mismo, aunque con una serie distópica diferente: Divergent, de Veronica Roth (2011-18). En ella se presenta a un Estados Unidos futurista en el que la sociedad se divide en facciones dedicadas a trabajar sobre valores distintos; aquellos cuyas capacidades cruzan las líneas de su facción son vistos como una amenaza. En el tercer grupo, los individuos no fueron expuestos a ninguna ficción distópica antes de responder preguntas sobre sus actitudes sociales y políticas.
Lo que encontramos fue sorprendente. A pesar de que se trataba de una ficción, las historias distópicas afectaron a los individuos de una manera profunda, recalibrando sus brújulas morales. En comparación con el grupo que no recibió ninguna historia, los sujetos expuestos a la ficción tenían 8 puntos porcentuales más de probabilidades de decir que actos radicales como la protesta violenta y la rebelión armada podrían ser justificables. También estuvieron de acuerdo más fácilmente en que la violencia a veces es necesaria para lograr justicia (un aumento similar de alrededor de 8 puntos porcentuales).
¿Por qué la ficción distópica puede tener estos efectos sorprendentes? Quizás estaba en funcionamiento un simple mecanismo primario: las escenas violentas de acción fácilmente podrían haber provocado un entusiasmo que hiciera que nuestros sujetos estuvieran más dispuestos a justificar la violencia política. Los videojuegos violentos, por ejemplo, pueden aumentar las cogniciones agresivas, y la ficción distópica con frecuencia contiene imágenes violentas con rebeldes que luchan contra los poderes fácticos.
Para probar esta hipótesis, realizamos un segundo experimento, nuevamente con tres grupos, y esta vez con una muestra de estudiantes universitarios de los EE. UU. El primer grupo estuvo expuesto a Los juegos del hambre y, como antes, incluimos un segundo grupo que no recibiera imágenes de ningún tipo. El tercer grupo, sin embargo, estuvo expuesto a escenas violentas de la serie de películas Rápido y Furioso (2001-), similares en extensión y estilo a la violencia que se vio en los extractos de Los Juegos del Hambre.
Una vez más, la ficción distópica moldeó los juicios éticos de las personas. Aumentó su disposición a justificar la acción política radical en comparación con el grupo de personas que no recibió ninguna historia, y los aumentos fueron similares en magnitud a lo que encontramos en el primer experimento. Pero las escenas de acción violentas y llenas de adrenalina de Rápido y Furioso no tuvieron tal efecto. Las imágenes violentas por sí mismas no podrían explicar nuestros hallazgos.
En nuestro tercer experimento quisimos explorar si un ingrediente clave de todo esto era la trama en sí misma, es decir, una historia sobre ciudadanos valientes que luchan contra un gobierno injusto, sea ficticio o no. Entonces, esta vez, nuestro tercer grupo leyó y vio imágenes de una protesta real contra las prácticas corruptas del gobierno tailandés. Extractos de CNN, BBC y otras cadenas de noticias mostraron a las fuerzas gubernamentales con equipos antidisturbios utilizando tácticas violentas de disuasión como gases lacrimógenos y cañones de agua para reprimir a las masas de ciudadanos que protestaban por una injusticia.
A pesar de ser reales, estas imágenes tuvieron poco efecto en los individuos. Los del tercer grupo no estaban más dispuestos a justificar la violencia política que los del grupo que no recibió nada. Pero aquellos expuestos a la historia distópica de Los Juegos del Hambre estaban significativamente más dispuestos a ver a los actos políticos radicales y violentos como legítimos, en comparación con los que recibieron las imágenes de las noticias del mundo real. (La diferencia fue de aproximadamente 7-8 puntos porcentuales, comparable con los dos experimentos anteriores). Entonces, a modo general, pareciera que la gente podría estar más inclinada a extraer ‘lecciones de vida política’ de una trama sobre un mundo político imaginario que de los propios hechos del mundo real.
¿Significa que la ficción distópica es una amenaza para la democracia y la estabilidad política? No necesariamente, aunque el hecho de que a veces sea censurada sugiere que algunos líderes sí piensan en esta línea. Por ejemplo, Animal Farm (1945), de George Orwell, todavía está prohibido en Corea del Norte, e incluso en los EE. UU. Los diez libros principales que con mayor frecuencia fueron señalados para ser retirados de las bibliotecas escolares en la última década incluyen a Los juegos del hambre y Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1931). Las narrativas distópicas ofrecen la lección de que la acción política radical puede ser una respuesta legítima a la injusticia. Sin embargo, las lecciones que la gente extrae de los medios, ya sea de ficción o de no ficción, puede que no siempre se asimilen del todo, e incluso, cuando lo hacen, la gente no necesariamente actúa en consecuencia.
La ficción distópica continúa ofreciendo un lente poderoso a través del cual ver la ética de la política y el poder. Estas narrativas podrían tener un efecto positivo al mantener a los ciudadanos alerta ante la posibilidad de una injusticia, en medio de una variedad de contextos que van desde el cambio climático y la inteligencia artificial hasta los resurgimientos autoritarios en todo el mundo. Pero una proliferación de narrativas distópicas también podría alentar perspectivas radicales y maniqueas que simplifiquen demasiado los motivos complejos que conlleva un desacuerdo político. Entonces, si bien el boom totalitario-distópico podría fogonear el papel de “perro guardián » de la sociedad para hacer que el poder rinda cuentas, también puede llevar a un tipo de retórica política violenta, e incluso a la acción, que contrasta con el debate civil basado en los hechos y el compromiso necesarios para que una democracia se desarrolle y prospere.
Artículo publicado originalmente en Aeon y traducido por Bache