Sobre las cabezas de los reyes: el fin de Mueran Humanos

Entre Buenos Aires y Berlín, la banda de Tomás Nochteff y Carmen Burguess construyó un sonido atiborrado de electrónica avant-garde, punk, techno industrial, sexo, oscuridad y misantropía. Ahora que el dúo anunció su separación, ¿cuáles son las marcas que deja en la escena del rock nacional?



Como sucedió con las vanguardias del siglo XX, que capturaron el espíritu de su época y lo transformaron en una pulsión de rebeldía, la banda Mueran Humanos representó un parricidio artístico con vista al futuro. Porque no escarbaron en el postpunk de los ochenta con ánimos de nostalgia, algo tan en boga hoy en Argentina, en donde las bandas etiquetadas como “nuevo postpunk” (Buenos Vampiros, Mujer Cebra, Winona Riders) viven como glorioso un pasado que les es ajeno. El viaje que Tomás Nochteff y Carmen Burguess encararon hacia 2006 fue una resignificación sonora total. Pero el sueño lamentablemente llegó a su fin. En un post muy sentido, Nochteff y Burguess anunciaron que oficialmente Mueran Humanos ya no existe más. Atrás queda entonces un legado atiborrado de electrónica avant-garde, punk, tecno industrial, sexo, oscuridad y misantropía. La música de Mueran Humanos flota, como una gran nave abandonada en el espacio, inexorablemente hacia adelante. 

Tiempo después de integrar Dios, trío de postpunk porteño de la década del noventa que hizo bandera de la autogestión con voz, batería y bajo (todo un acto político para una época en la que las guitarras iban recuperando su lugar), Nochteff editó un fanzine a inicios de la primera década del 2000 llamado Mueran Humanos, nombre surgido a su vez de la técnica del cut-up con periódicos. Junto a Carmen Burguess, la pareja hizo base en Barcelona cuando el proyecto también incluía filmaciones, pinturas e instalaciones artísticas. Sin embargo fue Berlín, ciudad en donde la vanguardia se cuece en rincones oscuros, la parada final de la banda. 

Carmen Burguess y Tomás Nochteff (Foto: Facebook Mueran Humanos)

Si la psicogeografía, un concepto derivado del situacionismo, estudia la manera en la que el entorno geográfico impacta en las emociones y experiencias de las personas, la pujante Berlín, con sus cicatrices ominosas made-in-siglo-XX pero también con una apertura musical más amplia que la media, tuvo mucho que ver en ese proceso creativo que traía Mueran Humanos. En la capital alemana terminó de cristalizarse el diálogo perfecto y casi único entre la frialdad robótica de los sintetizadores, la poesía descarnada y surrealista de sus letras, y el calor sudoroso del bajo, acaso el instrumento por antonomasia del postpunk.

La forma de representar un mundo cada vez más siniestro es demasiado asertiva en Mueran Humanos. Hay algo visceral e inquietante que nos espera en su obra, un pathos de índole bipolar: urgencia vs. perdurabilidad; coyuntura vs. atemporalidad; delicadeza vs. brutalidad. Los espantos pueriles de H. P. Lovecraft conviven con las pinturas de Mark Ryden y los dibujos de Edward Gorey, aunque también se pueden rastrear en su lírica desaires existencialistas del proletariado mundial. Todo es parte de un entorno hostil y vampírico que nos sonríe en la oscuridad con la boca abierta. No se puede dejar de fondo la música de Mueran Humanos mientras se hace otra cosa. Es imposible. Es el soundtrack de un mundo que se cae a pedazos y que no podemos dejar de ver con cierta morbosidad. Es una música cien por ciento urbana, no solo por el uso de la tecnología sino por su densidad claustrofóbica y la reiteración de sonidos hasta el machaque psicótico.

Como en la literatura de Roberto Bolaño, donde todas sus novelas y cuentos forman un mismo universo, los cuatro discos de la banda de Nochteff y Burguess arman una gran obra oscura, continua y decadentista. El primer disco, Mueran Humanos (2011), es una habitación en penumbras en cuyos rincones acechan formas del color de la noche. La propuesta es un golpe directo y salvaje del que no salimos indemnes, tal como puede comprobarse en canciones como “Festival de las luces” o “Cosméticos para Cristo”. En Miseress (2015), seguimos en la habitación y hay una oscuridad envolvente, como en la canción “Miseress”. Sentimos que algo se acerca amenazante (en el comienzo de “Un lugar ideal”, por ejemplo) y nos carcome desde las entrañas. El tercer disco, Hospital Lullabies (2019), posee un sonido un poco más amigable, con letras menos herméticas y un mayor sentido de la melodía, como “Detrás de una flor” o la gran “La gente gris”, que incluye el recitado de las primeras líneas del poema “Love in the asylum”, de Dylan Thomas. Al final del recorrido nos espera Reemplazante (2024), un salón lleno de imágenes que remiten a las habitaciones dejadas atrás. Este último disco es la unión de todo lo anterior, aunque apenas más luminoso (“Pertenecer” y “Reemplazante” dan muestra de eso), como si lo hubiera producido Bernard Sumner, de New Order. Si en la escritura de Bolaño, el aglutinante de todas sus historias es el mal reinante en el mundo, el Monstruo (representado por nazis, femicidas, asesinos y fascistas), en Mueran Humanos el objeto de obsesión son los desvaríos mentales, las perversiones y las pasiones universales del alma.

Foto: Facebook Mueran Humanos

Como fanático enfermizo por los sonidos paridos después del punk (desde Sumo a Fad Gadget, Bauhaus, The Smiths y Virgin Prunes, The Sound, Siouxsie y The Fall, o rarezas como los polacos Siekiera, los alemanes de Pink turns Blue y las chicas de Malaria, y freno acá mismo porque la lista es interminable), cuando conocí a Mueran Humanos experimenté una especie de reeducación. La banda de Burguess y Nochteff me obligó a ajustar el norte al que apuntaba mi brújula musical. Ya no se trató entonces, en palabras del crítico musical Simon Reynolds, de una retromanía casi masturbatoria por los años ochenta y sus fantasmas reverberando en el sótano del inconsciente. Después de la Movida Sónica de los años noventa, fue la primera vez en mucho tiempo que me sentí contemporáneo a una escena, sobre todo teniendo en cuenta que casi todas las bandas mencionadas anteriormente llevaban años desaparecidas. Ese sentimiento nuevo de pertenencia, al borde de la cuarta década, se debió precisamente al sonido actual y renovado de Mueran Humanos.

Hay grupos a los que el público, con el pasar de los años, eleva a la categoría de “culto”. Por ejemplo, fueron solo dos los discos que necesitó Joy Division para cambiar el rock para siempre, para mostrar que era posible un matrimonio hasta ese momento impensado entre punk y sintetizadores. También pienso en los cuatros discos de The Chameleons y su estética postpunk adulta. En el ámbito local, los Pillos y los Corrosivos, desde el under del under y el escenario del Parakultural, lograron convertir sus estados de ánimo en música. El grupo que llega a su fin en estos días comparte esa categoría: Mueran Humanos es una banda de culto. Se transformó quizás sin quererlo en un modelo a seguir. Cuando incursioné en la música, quise que mis composiciones sonaran a Joy Division, primero, y a Mueran Humanos, después. Fue un error de mi parte, claramente, nada más alejado del legado de ambas bandas que la mera operación mimética.

En unos años, cuando recordemos a Mueran Humanos, no solo entrará en juego su estética musical; también irrumpirá el recuerdo del imaginario que representaron (cargado de sueños y sensualidad, de pesadillas y rabia), de su carácter inclasificable (un abanico demasiado inmenso que borró las fronteras entre géneros), de la punkitud y su dinámica interna como motor. Recordaremos su fuerza arrolladora en vivo (traducida como un músculo maquinal y deforme que empujaba tanto al baile más frenético como al pogo más violento) y su doble carácter identitario (Buenos Aires y Berlín, un puente de doce mil kilómetros de largo). Todos esos componentes formaron el ADN de Mueran Humanos, una cadena molecular infinita de tecno, referencias literarias y poesía nihilista.

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