¿Por qué volver a la vida-obra de Carlos Correas? En este texto, Ana Regina recorre la única novela del filósofo y escritor, Los reportajes de Félix Chaneton. En el camino, aplaude la obra Ha muerto un puto, del director y dramaturgo Gustavo Tarrío, cuestiona algunas lecturas actuales que intentan identificar a Correas y propone escuchar la complejidad de una voz que se sabe en desintegración, se multiplica en heterónimos y sale de la cómoda identidad para darse a los otros.
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A la mitad del camino de la vida Dante se encuentra con un guía, el poeta Virgilio, que lo acompañará en su recorrido por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Del mismo modo yo me encontré nel mezzo del cammin di nostra vita con Carlos Correas. Gracias a cierta recomendación e insistencia leí la larga entrevista que le hizo la revista El Ojo Mocho en 1996. En esa biografía mediada por la charla con otros, empecé a vislumbrar estampas de una escritura o de una vida —en Correas podrían ser sinónimos— que me invitaban a recorrerla.
Así leí el texto que lo hizo famoso: “La narración de la historia”. El cuento publicado en 1959 en la revista Centro de la Facultad de Filosofía y Letras es tristemente célebre por el escándalo que suscitó. El fiscal ultracatólico y conservador De la Riestra (también conocido por casos de censura como los de la publicación de Lolita o Nanina) levantó cargos por publicaciones obscenas a Correas y a Jorge Lafforgue, director de la revista. Las minucias del caso se pueden leer en la entrevista y también ver en el documental Ante la ley (2012), de Emiliano Jelicié & Pablo Klappenbach.
Un callejón sin salida

Como un “one hit wonder”, Correas fue ubicado rápidamente en el marco de la literatura gay, así lo atestigua la inclusión de su cuento en antologías como Homosexuario (1969) e Historia de un deseo. Erotismo homosexual (2000). Sólo Ricardo Piglia lo antologó en los noventa en una serie de literatura policial noir.
El año pasado se estrenó Ha muerto un puto, obra escrita y dirigida por Gustavo Tarrío, que nos ofrece una reinterpretación en clave musical de la vida del filósofo y escritor. La puesta mezcla algunos pasajes de “La narración de la historia” con fragmentos de otros escritos y polémicas de Correas. En el escenario, Vero Gerez y David Gudiño interpretan a Carlos Correas, mientras que María Laura Alemán se luce frente al piano. El trío alterna monólogos, canciones, bailes y lecturas que evocan a Correas y al universo marginal y nocturno que supo habitar.
Llevadera y estimulante en varios sentidos, Ha muerto un puto funciona como un gran disparador para adentrarse en una vida-obra intensa y tumultuosa, que ha quedado bastante relegada en la literatura argentina. Con grandes aciertos como el subrayado del ojo perspicaz de Correas al mirar la televisión, resulta inolvidable el trabajo de David Gudiño interpretando a la manera de un monólogo el texto “Mariano Grondona y Mario Pergolini son familia” (1993), revelación de la capacidad crítica y la lengua bífida del escritor. Sin embargo, por la elección del título y los temas predominantes creo que la puesta de la obra insiste en solo una imagen de Correas, generando un impedimento a explorar otras zonas de su producción literaria.
Evocar a Correas por su relato censurado “La narración de la historia”, identificarlo sólo como el autor del primer cuento gay en la literatura argentina, ensombrecerlo a partir de su vínculo con figuras como Oscar Masotta y Juan José Sebreli termina en un callejón sin salida. ¿Cómo transitar otros caminos por la vida-obra de Correas?
Otro Correas posible

En uno de los cuentos póstumos de Un trabajo en San Roque (2005), “Doctor Manty”, se puede leer la frase: “Soy un personaje en desintegración, cargo mis propios restos”. La frase da la pauta de una identidad que está en permanente demolición. En la escritura de Carlos Correas (así como en la de Gabriel Báñez, Salvador Benesdra o H. A. Murena) veo ese derrumbe, no hay identidades cerradas. Como diría Scott Fitzgerald en El Crack Up: “of course, all life is a process of breaking down”.
Desde hace varios años lo que conocemos como autoficción viene ocupando espacios y por ello mismo generando una serie de detractores tan o más insoportables que los cultores del género. Creo que Correas juega en esa cancha. En La operación Masotta (1991) sentencia: “Escribir es escribirse”. Para el autor hablar de quien fue su amigo de la juventud es hablar de sí mismo. Así, temas como el yiraje frenético, el matrimonio y la docencia universitaria forman parte de ese ensayo biográfico que encuentra una suerte de eco en Los reportajes de Félix Chaneton (1984).
“Novela autobiográfica” como dice en el prólogo un tal Juan Manuel Levinas, heterónimo del mismo Correas. El juego de nombres y yoes explota, resuena y vuelve en su producción literaria. Levinas prologa también la adaptación novelística en los años setenta de Mr. Arkadin, de Orson Welles, y Félix Chaneton vuelve para terminar sus días de personaje en el cuento “Un trabajo en San Roque”. Casi al comienzo de Los reportajes… se deja leer esa puesta en abismo:
“El que escribe esto es Félix Chaneton. ¿Mi verdadero nombre? ¿Acaso no he usado el de ‘Osvaldo Aguirre’ al declararme por carta a una bailarina de zarzuela; y el de ‘Ernesto Savid’ para el protagonista de una historia de homosexuales que fue publicada y cuyas consecuencias me atemorizaron y paralizaron durante varios años? Pero ahora mi auténtico nombre, el nombre del autor de este reportaje, es Félix Chaneton, y así debe entenderlo el lector”.
Más allá del juego de nombres, en Los reportajes…, Correas pone en escena un yo multiplicado, incómodo, impugnado por sus propios gestos. La tensión entre su vida y su obra no se resuelve en una estrategia narrativa de autoafirmación, sino en una exposición conflictiva, incluso violenta, del sujeto.
Caminando con Félix Chaneton

La única novela de Correas inicia con un Chaneton joven que también se encuentra con un Virgilio peculiar: Rodolfo Carreras y un problema moral. Con el joven Chaneton caminamos los márgenes de Buenos Aires como laderos de Carreras, un maestro que adopta formas bestiales, que es cifra del mal. Junto a ellos, recorremos la cartografía de los deseos prohibidos.
Veinte años después, en la segunda parte de este tríptico literario, un Chaneton de 40 años, ya casado, ya profesor, ya traductor, intenta insertarse en la vida rutinaria de Coronado, un pueblo del interior, buscando la paz familiar y el ser nacional. Los lectores, también agobiados, entendemos que el chisme, la televisión, la comida dictan el ritmo de un ¿elogio? de la vida provincial.
Unos años después, divorciado ya, en la tercera parte, Chaneton camina el norte de la ciudad de Buenos Aires convertido en guía, maestro y salvador. La crisis de la mediana edad asola al último Chaneton. Engranaje de la institución universitaria, víctima de las intrigas políticas, desea convertirse en salvador, en promesa, de un amigo alcohólico, de una colega adicta, de una amante depresiva y de una estudiante pueblerina. Chaneton cambia y crece, pero siempre camina. Nosotros, los lectores, caminamos con Chaneton.
En muchas de sus versiones contemporáneas, la autoficción tiende a construir una figura del yo que manifiesta una autenticidad que no es tal, que busca catarsis u otros efectos terapéuticos en una suerte de anecdotario victimista a partir de diarios íntimos que recorren la pandemia, la maternidad, la enfermedad de los padres o el desempleo en la época mileísta. Este tipo de literatura chata y patética busca subrayar la identidad y suspender las contradicciones.
La escritura de Correas, en cambio, no busca reconciliación ni redención: su yo es un campo de batalla porque su yo se erige y se desintegra en la escritura. En su escritura Correas construye un discurso donde el sujeto se desgarra, se contradice, se traiciona. En todas las etapas de Chaneton de Los reportajes… la identidad se pone en crisis. Pero no es sino a partir de la relación que se teje con los otros. Los otros son modelo, espejo, desafío y salvación, a veces todo al mismo tiempo.
Hay que vencer el miedo

En la reseña de la novela Desde esta carne de Valentin Fernando, un texto temprano de su producción, el joven Correas señala que la literatura debe ser destructiva y violenta:
“Nuestra tarea de escritores debe abarcar la totalidad sintéticamente. Nuestras obras deben asustar, crear dolores de cabeza, preocupar, ponerlo todo en cuestión. Es, por supuesto, una literatura del escándalo. Una literatura de suicidas para suicidas”.
Casi treinta años después, Los reportajes de Felix Chaneton cumplen en su primera parte con el programa del joven Correas. Sin embargo, la desintegración que acompaña a Chaneton a lo largo de su periplo se matiza hacia el final. Leemos los reportajes y nos encontramos con una voz que se cuestiona permanentemente. Correas termina la novela con la decisión de escribir sobre sí mismo. Después de preguntarse una y otra vez cómo convertirse en un hombre nuevo, la respuesta parece llegar mediante la escritura.
En la escritura se juega la vida. No en una que aísla y separa de los demás sino en una escritura a través de los otros. En este jugarse la vida Correas encuentra una respuesta ante la desintegración. En 1998, en un artículo donde recuerda a uno de sus profesores de filosofía, Correas escribió: “Y Vasallo no sólo supo hacerse encontrar. También supo adherirse y darse, a sus autores, y a sus alumnos, a sus lectores, a los suyos”. Hacia el final de su vida, Correas parece decir “escribir es escribirse”, sí, pero también escribir a los otros que están con nosotros, a los otros que somos.
Volvamos a leer a Correas. Pongamos en cuestión su literatura, sus juegos onomásticos, su identidad. Carguemos nuestros propios restos mientras nos desintegramos en el camino. Escuchemos esa voz que nos guía mientras leemos una novela como Los reportajes de Félix Chaneton, un canto de sirena que nos invita a la desidentificación, a la ruptura con la seguridad del yo y a abrirnos a los otros sentidos y a las otras lecturas. Si aceptamos a Carlos Correas como nuestro Virgilio tal vez podamos caminar a su lado y perdernos entre nosotros y los otros.