Nacida en 1985 en Morón, en el oeste del conurbano bonaerense, Romina Guarda tuvo su primer acercamiento a la fotografía mientras vivía en San Luis, a sus diecinueve años. Desde entonces asistió a varios talleres (que le enseñaron “a abrazar la sombra”) y actualmente acompaña procesos creativos en su propio taller, “Aire, luz, tiempo y espacio”. Desde hace seis años trabaja en una serie titulada El tercer Cuerpo, que habla sobre el vínculo de dos hermanas, la familia y el paso del tiempo. “Me interesa retratar los vínculos y las personas que los conforman”, dice.
El interés por la fotografía fue fruto de crecer y un poco del desamparo de la edad
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Te interesan los retratos: ¿qué es lo que buscás a través de ellos? ¿Cuál es tu idea de un buen retrato?
En mi opinión, es el que conlleva una buena práctica de él, es decir: que fue compartido con el retratado. No hay que olvidarse que el retrato es un trabajo en conjunto y que se necesita poner el cuerpo, así como lo está haciendo el retratado. Además, me interesa la fotografía como un juego, y también un eco: me gusta pensar que, una vez que el tiempo pasa, podremos recordar ese día. Para mí no es solo “la foto”, es un momento de expansión, de alineación que deja flotando, a veces, una revelación. El retrato es presencia, disponibilidad. Busco la profundidad con lo que eso significa: sinceridad.
¿Podés nombrar algunas de tus influencias? ¿Qué colegas contemporáneos a vos te gustan?
Recomiendo la fotografía y el cine asiáticos para explorar otras narrativas, porque hay una forma de creación más intuitiva, en mi opinión. Algunos ejemplos en fotografía podrían ser: Yamamoto, Kawauchi, Sasegawa, Hido, Someya, Fukase, imposible no nombrar a Moriyama y Araki. En cine me interesan Kawase, Lee Chang-dong, Ogigami, Kurosawa, Wong–Kar wai. También me parece interesante escucharlos en documentales o en entrevistas, porque están muy alineados entre lo que dicen y lo que hacen.
Digital y analógico
Aprendí con el tiempo que la fotografía analógica me gusta (más allá de lo estético) por la pérdida de control, la confianza y lo inesperado que puede aportar en cada rollo. Porque hacer fotos analógicas muchas veces significa incertidumbre, asombro, arriesgarse a lo desconocido. Me gusta esa cornisa más que la de la seguridad y el control que me puede aportar una cámara digital.
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