Un recorrido por las calles de la megalópolis brasileña, un territorio sin centro en donde los de arriba y los de abajo nunca se encuentran, con el eco de la voz de Caetano Veloso de fondo que canta “São Paulo es el reverso del reverso del reverso del reverso”.
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Fotos de Gustavo Minas
São Paulo es una ciudad con decenas de ciudades adentro. No se encuentra un punto que condense el trazado urbano, sus múltiples núcleos convierten el territorio en una yuxtaposición de espacios. Estar en un barrio de São Paulo es como no estar en São Paulo. Esta plaza que se transita no es paulista: es morumbista, barrafundista o pinheirista. Se camina en Butantã, Cambuci o Paraíso, pero nunca, nunca se camina por São Paulo.
Tomar un rumbo en estas calles siempre implica perder otro. La disgregación es insoportable. La frase tan repetida “São Paulo no es una ciudad turística” es verdadera, pero no por falta de belleza del entorno, sino por lo imposible de construir un paseo razonable.
¿Cómo se vinculan el barrio japonés de Liberdade, la samba del grupo Vai vai en el barrio italiano de Bixiga, y el barrio Morumbi con su famosa capilla histórica y su Palacio Bandeirantes? Imposible. Tampoco parecen hermanados con el ecléctico distrito de Consolaçao, zona de los ricos de Higienopolis, de bares chic sobre la Rua Augusta y del Museo de Fútbol. No manifiestan relación alguna con la zona de museos del barrio judeo-coreano de Bom Retiro, los interminables negocios de música de Pinheiros, o la ficticia burbuja financiera de Jardins do Brooklin.
Es cierto que existe una zona de São Paulo que arriesga a parecer el centro definitivo de la ciudad. El distrito del Sé concentra la fundación histórica de los jesuitas y la city bancaria, ostenta la Catedral y tiene la Avenida 25 de Marzo, lugar por el que pasan un millón doscientos mil personas para asistir al mercado a cielo abierto más grande del mundo. Pero la famosa Avenida Paulista está bastante lejos de allí y muchos más lejos el mítico estadio Morumbí.
Incluso el icónico Memorial a Latinoamérica que creó Niemeyer, inspirado en Las venas abiertas… de Galeano, se halla alejado de la plaza del Sé y mucho más lejos se encuentra el Parque Ibirapuera, considerado el espacio verde ciudadano más importante de América del Sur. Hacia el sur de aquel insatisfactorio centro se puede hallar otro gran parque, el Parque de la Independencia, donde se concentran nudos centrales para la historia de Brasil. Pueden verse, por ejemplo, la “Casa do Grito”, el imponente monumento a la Independencia y la obra de arte histórica más importante de todo Brasil: “Independencia o muerte” de Pedro Américo, expuesta en el primer piso del Museo Paulista.
Sin un centro definido, ¿qué es São Paulo?

Una ciudad imposible
Otras ciudades como Buenos Aires, Londres o París se destacan por su continuidad: un sitio importante lleva a otro sitio importante, y moverse implica una transición relativamente ordenada de mayor densidad a menor densidad. São Paulo, en cambio, sobresale por su desconexión. Entre un punto esencial y otro hay baches de kilómetros. No existe una lógica transicional. Lo cultural, lo político, lo histórico y lo económico no conviven en una cúspide que irradia poder: más bien, cada uno de estos puntos se presenta de manera recargada en distintas zonas de la ciudad.
En São Paulo, la clásica lógica urbana falla: sin centro, el poder no irradia hacia la periferia. La capital paulista es el culmen de la fragmentación, todo lo importante se desdibuja como esquirlas desentendidas que no encuentran conexión entre paso y paso. Por eso, la experiencia de caminar por esta ciudad es desconcertante. En cualquier otro lugar, si se caminara por una calle de rascacielos, como Engenheiro Berrini, surgiría la convicción de estar conociendo el principal polo inmobiliario y financiero de la urbe. Sin embargo, en São Paulo, este sector es sólo la avenida principal de un barrio poco conocido como Brooklin. Es imposible conocer la inmensidad fragmentada de São Paulo. Algo similar ocurre con la Avenida Faria Lima o con Los Arcos de Jandaia, lugares en los que la historia sensitiva pierde capacidad de predicción y la obviedad urbana fracasa.
Nunca se puede llegar a experimentar lo grande que es esta ciudad, sólo se puede pensar como se piensan las ideas abstractas. São Paulo no tiene imagen, no se puede representar, no se agota en la experiencia de sus calles. Incluso las vistas panorámicas engañan: sea la de la terraza del edificio Martinelli o la del Farol Santander, solo regalan una intuición defectuosa de lo que implica una ciudad de rascacielos infinitos. São Paulo es una ciudad imposible.

Arriba y abajo
Puede ser que exista una razón, un factor que explique la distinción y amplitud de los barrios de São Paulo. Esta ciudad revela una indisimulable y obscena contradicción de clases: es la ciudad de Latinoamérica con mayor cantidad de ricos y también es la ciudad de Latinoamérica con mayor cantidad de pobres. Es difícil pensar en otro lugar que tenga tantas zonas de inmenso poder adquisitivo. Son barrios enteros de condominios lujosos, restaurantes premiados y vehículos de alta gama. También es difícil recordar otro sitio con tantas personas en situación de calle. La cantidad que se observa en un paseo por el barrio histórico de República conmueve y abruma. A los pies de la emblemática verticalidad del edificio Italia, existe un sector concentrado de personas sin hogar.
En el barrio de República, se erigen varios edificios icónicos de diseño de gran altura, que exigen un constante mirar hacia arriba: el Copan, el Eiffel, el Esther o los Palacios de gobierno de Anchieta y Matarazzo. Esa predisposición hacia lo alto parece una anestesia mediocre frente a lo que se cocina en lo bajo. Este escenario desnuda la relación de los transeúntes ocasionales con los habitantes de la calle.
Todos los caminantes hacen de cuenta que esas personas tiradas sobre el suelo no existen y las personas entregadas a la degradación humana adoptan una sumisa posición en la que no “molestan” ni “interrumpen” el andar de la clase media alienada. Es muy probable que esa desgarradora sumisión paulista sea el efecto directo de la constante intervención represiva. En República, cientos de policías se pasean con descaro y liviandad en una marcha destinada a normalizar lo que parece inasimilable.

Una belleza sin inocencia
Pero en São Paulo la clase dominante no habita los lugares de clases medias y bajas. Ellos tienen sus barrios de lujo, ahí no se observan cuerpos tirados, no es necesario disimular. En Jardins, por ejemplo, la riqueza es de un derroche incalculable. Se ven cuadras y cuadras de casas enormes, edificios de refinado diseño arquitectónico y montones de señores de traje que hacen vigilancia en condominios. La Rua Oscar Freire supera cualquier recorrido burgués europeo o norteamericano: la extensión de lugares abrumadoramente caros y exclusivos es interminable. Es un gigante pasaje de consumo y opulencia.
La abundancia no termina en Jardins. Higienópolis es otro caso de belleza artificial orquestada por acumulación de riqueza. Los árboles enormes secundan una zona de edificios únicos, que heredan su formato del arte de Niemeyer. Sólo basta con prestar atención a los complejos de Bretagne, Prudencia o Louvreira para corroborar la perversa condición de posibilidad de la arquitectura de diseño. Morumbí es también un sector de ostentación, vida empresarial y burbujas artificiales, un barrio que paradójicamente se sitúa al lado de la monumental e inocultable favela de Paraisópolis. Esa coexistencia contradictoria no es democrática. No hay mixtura de clases en los espacios públicos de São Paulo, hay reproducción autárquica.
La belleza de São Paulo no es inocente. Es una exposición descarada de la injusta distribución del capital y asombra a la culposa moral de la Argentina peronista que, de postre, está dejando de existir. São Paulo demuestra que la idea de arte autónomo sólo puede pensarse en contextos donde se oculta el dolor necesario para su creación. La manifestación tan cruda de la desigualdad desenmascara la hipocresía de otras ciudades como Buenos Aires.
Como dice Caetano Veloso, São Paulo es el reverso del reverso del reverso del reverso. Todo lo que exhibe se manifiesta junto a su contracara. Es el sentimiento contradictorio de caminar por el cruce entre Ipiranga y São Joao para encantarse con la fiesta espontánea del Bar Brahma y espantarse con la pesadilla de minusválidos postrados sobre el cordón de la vereda. São Paulo es la superficie y la profundidad, es el centro y la periferia, es la riqueza y la pobreza. La tristeza y el goce sin fin.
