La escritora y periodista viajó en 1987 a la capital de Tierra del Fuego para presenciar un debate entre abortistas y «pro-vida». El resultado es esta crónica que se publicó en el número 6 de la revista Fin de Siglo, dirigida por Vicente Zito Lema, y que rescatamos en Bache.
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*Por María Moreno
Iré a Ushuaia. Subiré al monte Olivia. Beberé vodka finlandesa en un quilombo color verde inglés: ilusiones. El Petiso Orejudo operado de las orejas por un cirujano argentino, matando al gato de la prisión, muriendo a manos de los presos: la memoria. ¿O fue en Rawson? «Me fui a blanquear en el sur» entonado por Rivero. Una ciudad edificada con la estética de una estación de ferrocarril. El Puerto Dulce donde Popeye se pelea con Brutus: asociaciones.
Se dice que nuestro Karma es la extensión sin límites, ese vacío de La Pampa que en el sur mojona la paja brava, donde algún inglés busca huesos y ahora, quizás, es más probable que los encuentre. ¿Era Vicente Fatone el que proponía que la extensión es la ausencia de acontecimientos? El vacío como vacío de historia: filosofadas.
Erica Jong escribió Miedo a volar, Kate Millet En pleno vuelo, el primero un título enigmático, el segundo aventurado. ¿Algo que ver con el goce femenino? Yo solo me atrevería a escribir Volando bajo o, mejor, Vuelos de un pavo: estéticas. El Petiso Orejudo mataba bebés. Yo voy a Ushuaia a presenciar un debate sobre el aborto, según el argumento conservador, acto en el que un bebé es asesinado: relaciones.
Volando bajo
También soy un bebé para la azafata que, en cada escala, muestra que la máscara de oxígeno es para ponerse en la boca, señala las puertas de emergencia (que no veo), me despierta para alimentarme con comida esterilizada puesta en envases plásticos e irrompibles mientras estoy atada a mi asiento como en un bebesit. Fantasía en el aire aséptico con ventanas redondas que dan a nubes pop y geometrías de tierra siena. En un efecto valium veo al joven Darwin en su bergantín de 242 pulgadas, pura caoba putrefacta, protegida por diez cañones en donde la tripulación va hacinada como en el colectivo 60. Se llamaba el Beagle, Darwin tenía 23 años, una pistola que le había costado sesenta libras y unos mareos de señorita.
Habrá sido por el 31 que pasaron por Tierra del Fuego, él y el capitán Fitz Roy y York Minster y Fuegia Basket y Jemmy Button, unos fueguinos recogidos como trofeos para poner a los pies de la reina en aventuras pasadas —Jemmy Button fue comprado por un puñado de botones— y que ahora eran devueltos a su querencia para difundir la civilización. Recuerdo o sueño que, vestidos como Oscar Wilde, hicieron que sus compatriotas, al verlos, salieran a las estampidas.
¿Sería Darwin partidario de la despenalización del aborto? ¿Su Teoría sobre el Origen de las Especies incluía una bioética para ordenar el destino de los embriones humanos? Y el Restaurador de las Leyes, con quien Darwin se entrevistó en Buenos Aires, tan manirrota para echar la sangre a correr, ¿qué pensaría del tema? ¿O la partitura de «violín y violón» no implicaba qué él tuviera simpatía a la medicina popular conocida en gran parte por los negros y que incluía trescientas variantes de plantas abortivas?
Fetismo y humanismo: un debate de extremo sur
Fui a Ushuaia:
Ventanas inglesas de madera pintada, techos de dos aguas que casi barren el piso y rosetones en forma de rueda de carro insisten en una arquitectura donde la cabaña con fondo arbolado, el galpón del ferrocarril o el granero convertido en casa de familia serian muy del gusto del señor Ingalls. Pero el cine San Martín, situado en la calle principal, se parece a cualquier cine de barrio donde enseñorea el pochoclo y las caricias de la cintura para arriba. Me recuerda al Bijou de la calle Pueyrredón con sus palcos “avant scene” parecidos a copas Melba o polleras Pompadour, su olor a acaroína y la posibilidad de que una rata ande jugando a las bolitas bajo las butacas.
EI Grupo Pastoral Matrimonial de la Iglesia Nuestra Señora de la Merced convoca al debate. Público joven: corte naval en las cabelleras, alianzas doradas con la única transgresión de un rosario vasco. Silencio tenso en donde un hombre flaco y borroso sube al escenario y anuncia una matinée de tres películas sobre el tema del aborto que en total duran la friolera de 90 minutos: Los primeros días de vida; La decisión es suya y El grito silencioso. Estética de Auschwitz, bebés rubios de dos años dando sus primeros pasos en oposición a fetos de siete meses metidos en botes de basura, parturienta sonriente versus abortadora que lanza una queja de animal en sueños de anestesia total, declaraciones astutas del Grupo Antiaborto Pro Vida versus declaraciones frívolas de feministas levemente idiotas, antropomorfismo ejercido sobre un embrión de cuatro centímetros se exponen con verismo porno. El doctor Nathanson (un ex abortero) dirigiendo la escena aleccionadora y sustituyendo a un feto de doce semanas por una muñeca que tiene el tamaño de un feto de cinco meses. Por último, el golpe maestro: una pantalla muestra una ecografía donde una sombra se desplaza entre una armonía de grises. Nathanson señala un instrumento que avanza y un “niño” que retrocede y cuyo corazón se acelera (las periodistas de Elle dicen que esto pertenece a la imaginación de Tu Sam). Puede que yo sea miope, pero ni siquiera vi el muñeco de goma. En cuanto a si la sombra se movió, sí se movió. ¿Resistencia aterrada en alguien que no tiene desarrollado el sistema nervioso? Pruebe meter el dedo en una pecera donde flota un pez muerto y verá que el cadáver avanza en sentido contrario.
No me estoy volviendo cínica sino que desmonto los trucos de un film que fue dado por televisión repetidas veces, una de ellas en el programa La humanidad precediendo a la perorata conmovida, aunque no demasiado explícita, de Alberto Money. En su momento una excelente nota de El periodista describió con precisión las trampas del Gran Houdini de Pro Vida.
A continuación sube al escenario un panelista importado de Buenos Aires, quien se apoya en el segundo argumento antiabortista –el primero se sustenta en que el aborto es un crimen–: la salud de las mujeres. Paternal y padre de cinco hijos –ser prolífico suele tener gran importancia en los “cuadros” conservadores–, hace una detallada exposición de los daños morales y físicos provocados por el aborto clandestino y solo en segundo lugar menta el aspecto criminal de la cuestión. Profesor de derecho de familia, desvía la cuestión hacia las ventajas de la adopción legal, destino equitativo de un bebé que pudo haber sido abortado. Su tono medido y dulzón, así como su política con los contrincantes, desmintieron el rumor popular que había corrido en los últimos días: que era hijo del “tristemente célebre”. Videla propone la opción de ser “creativos” para evitar el aborto, es decir la desgracia de ser “procreativos” sin haberlo decidido.
Ni el creativo Videla ni los que apoyaron su postura creyeron necesario un debate teológico o filosófico: la vida biológica es vida humana, el feto es por tanto un niño persona.
“El feto es la vida, la persona es vida, luego el feto es persona. Igual podrían decir: el feto es vida, el Colegio Cardenalicio es vida, luego el feto es el Colegio Cardenalicio”, se burlaba Joseph Vincent Marqués en un artículo titulado “El fetismo no es un humanismo”.
Luego de reivindicativos aplausos vino el intervalo sin bombones, chocolatines ni nada, porque ya se advertía en la mirada de los jóvenes de corte naval y en las chicas que se floreaban con alianza al dedo que el horno no estaba para bollos.
El hombre flaco vuelve a subir al escenario para decir “las personas que quieran dirigir preguntas a los penalistas escríbanlas en un papelito y entréguenlas a los niños exploradores de Don Bosco que hay en la sala”. Dicho y hecho, unos niños vestidos de verde oliva se deslizan como gnomos por los corredores recogiendo papelitos que, me huele, fueron traídos ya escritos de casa. Una señora del público pregunta si es obligación que las preguntas sean hechas por escrito. “Por supuesto que no”, responde el hombre delgado, “seguramente el público es tímido”. ¿Cómo no serlo para preguntar sobre un pecado?
La de San Quintín
Suben al escenario los penalistas disimulando la ambición de sentarse en el último asiento. Empieza a hablar un tipo bonachón apto para ser de padre en alguna vieja película de la Argentina Sono Film. Es el doctor Roque Sánchez Galdeano, quien en una línea Nathanson, aunque más cool, describe los efectos del aborto –debería aclarar clandestino pues es el único que él conoce–, perforaciones de útero, septicemia, infecciones, embolias gaseosas, claro que reconoce haberse encontrado con los casos donde la intervención no fue “artísticamente bien hecha”. Lo que el bonachón no dice o tal vez ignora es que la mortandad por aborto legal es menor que por embarazo y por parto y encuestas realizadas en Suecia y Francia solo registran una bajísima incidencia de alteraciones de útero y trompas. A cambio la Federación Internacional de Planificación Familiar nos dice que en 65 países asiáticos, africanos, del Medio Oriente y de América Latina mueren alrededor de 84 mil mujeres cada año debido a complicaciones del aborto clandestino. Galdeano achaca las operaciones “artísticamente defectuosas” a la curandera o la vecina, agarrándosela con la medicina popular y oponiendo derecho viejo a la vieja sucia munida de un ramito de perejil –el trébol embebido en vino blanco sugerido por Aristóteles ya caído en desgracia– al doctor paternal con chapa en la puerta. Pienso en la bruja de Michelet, sabia en medicina naturista y eficaz auxiliar del control de la natalidad antes que el horno de los obispos y la persecución de los laicos la empujaran al uso de drogas pesadas –beleño dulcamara- y a creer, y hacer creer, que un sapo era Satanás.
La segunda penalista es la licenciada Elba Nimer, subsecretaria de Acción Social, quien habla con una voz tan débil y estrangulada que sugiere que su trabajo le ha provocado el efecto de cientos de sanguijuelas sangrándola sin parar. “Si una madre escuchara el grito de dolor de su hijo, no abortaría”, gime, luego de contar un caso de violación donde la madre de la víctima imploraba por un aborto. ¿Qué se le aconsejó? Dar al bebé en adopción. La licenciada Nimer aconseja también prevención, (supongo que tuvo la palabra “anticoncepción” en la punta de la lengua pero no se atrevió a pronunciarla) o tal vez estaba sugiriendo la castidad.
A favor de Le Donne
La señora Marcelina Borja de Newbond, militante del Partido Socialista Auténtico y madre de un desaparecido –lo que la convierte en la única madre de la plaza de Tierra del Fuego–, usa una voz más fuerte y arranca los primeros aplausos ante el panel. “Yo he tenido dos hijos y he visto morir a una mujer por aborto clandestino. Les aseguro que es una impresión imborrable. Quiero para mi país el derecho de la mujer a elegir y abortar en situaciones y condiciones dignas. No estoy diciendo ‘vengan, pequen y después aborten’, no estoy propiciando un club de libertinaje ni estoy planteando una legislación del crimen, estoy hablando de sacar a la luz lo que subyace en la oscuridad: el hecho de que una dama se dedique a hacer caridad y, sin que nadie la señale, se haga un aborto en un lugar lujoso, con papeles rosa en las paredes, mientras su mucama va a tener que hacerlo sobre una mesa de cocina, corriendo, además del riesgo de ser llevada presa. Y soportando una doble culpa: la de su conciencia y la que le impone el dedo acusador de una sociedad hipócrita. El aborto legal no aumenta los casos de aborto, lo que pasa es que empiezan a registrarse y todos sabemos que a las puertas mismas del Vaticano la legislación es permisiva. Tenemos la imagen de niños rubios, deseados, con pañales descartables y chupetes esterilizados. Pero nos olvidamos de los chicos hacinados en un rancho junto a un perro sarnoso y un pozo ciego. Yo le diría al doctor Nathanson que hay que empezar a mirar el otro lado de las revistas y que yo conozco otro grito silencioso, el del que sí nació, que sí estuvo vivo y fue desaparecido”.
En agosto de 1985 Marcelina Newbond fue candidata a diputada por su partido proponiendo entonces la despenalización del aborto, lo que le valió diversos cacareos críticos llevados desde Canal 11, Radio Nacional y La voz fueguina. Pero esta señora campechana y pizpireta que finge arrepentirse de no ser una dama que juega bridge y recibe en sus partys a la Ushuaia chic, sigue arremetiendo mientras continúa tocando puertas e increpando funcionarios a causa de la desaparición de Tuky, un militante de la Jup visto por última vez en 1977.
Mara Martín (periodista, a cargo del departamento de prensa de la Legislatura) es una morocha de barricada, capaz, como ocurrirá más tarde, de mantener en su lugar a una jauría de posesos inmersos en lagunas teológicas. “Hay algo terrorífico en esto de que recién en cuatro años se pueda decir la palabra ‘sexo’ en el aula y ya en primero se muestren este tipo de películas. De la felicidad de hacer el amor se puede hablar a los diecisiete años, y del aborto a los doce. Es como si se quisiera educar por el terror: hablarles desde muy chicos de las terribles consecuencias que podría tener su vida sexual y después, muchísimo después, tal vez alguien se atreva a decirles que, además, se goza. Y que ese goce puede vivirse sin culpa y sin necesidad de que se transforme en un hijo que no quieren ni en un aborto. Pero para eso tendríamos que tener una educación sexual en serio, el embarazo no puede ser un peligro constante en la vida de una mujer. La Iglesia y otros poderosos grupos de presión no aceptan ni el aborto ni los métodos anticonceptivos, pero tampoco aceptan que hay desnutrición infantil, que hay deserción escolar, como no pueden aceptar que cada dos días muere una mujer en nuestro país a causa de un aborto que no fue hecho cuidando su vida, sino simplemente castigándola por su sexualidad, que no supo manejar porque nadie le enseñó”.
El aire se espesa en dudas morales, algunos jóvenes miran a Marcelina Newbond y a Mara Martín como si les sorprendiera que no tuvieran bigotes y no hubieran incendiado un corpiño sobre la mesa. Tímidas expresiones de simpatía a espaldas del buen Dios expresadas en cuchicheos aprobatorios y asentimientos de cabeza. Continúa Mara Martín con vehemencia luxemburguesa: “Creo que nadie puede estar a favor del aborto. Es la experiencia más triste y dolorosa que le puede pasar a una mujer. Y las mujeres no somos asesinas, somos dadoras de vida y no estaremos nunca a favor de la muerte. Pero debemos analizar por qué en determinadas circunstancias el nacimiento de un hijo no es un hecho gozoso, porque no se trata de abortar, pero tampoco de embarazarse y tener un hijo como hechos completamente ajenos a nuestra voluntad y a veces profundamente desgraciados.”
Contrición conservadora ante una retórica que se esperaba gélida y chorreante de cinismo. Acaso los comunistas aborten a los niños en lugar de comérselos. Suspiros como los del generalísimo que se acostaba cada noche con un pedazo perfumado de Santa Teresa bajo la almohada. “La reglamentación del aborto–continúa– no va a aumentar su número, como la ley de de divorcio no aumentó el número de concubinatos. Y mientras nos transformamos en una sociedad más sana podríamos evitar muchas muertes, y evitar la muerte no puede ser malo. Sí ocurre que a pesar de la ley que lo prohíbe cada vez hay más abortos y con una que lo permita habría igual de abortos y menos muertes. Y al que diga que es mejor que las mujeres capaces de hacerse un aborto mueran les respondería que si murieran todas las mujeres que tienen colocado una espiral, más todas las que se hicieron por lo menos un aborto, probablemente la población femenina se reduciría a la cuarta parte y tanta muerte no puede tener sentido, salvo que necesitemos chivos expiatorios para pagar nuestra hipocresía. Porque el aborto no es problema de algunas mujeres, es un problema más de una sociedad que no se atreve a sacarse la careta y mirarse al espejo”.
De la felicidad de hacer el amor se puede hablar a los diecisiete años, y del aborto a los doce. Es como si se quisiera educar por el terror: hablarles desde muy chicos de las terribles consecuencias que podría tener su vida sexual y después, muchísimo después, tal vez alguien se atreva a decirles que, además, se goza.
Ginecología y policía
La doctora Telvio Boneco, ginecóloga, tiene ese aspecto de dulzura ruda que el cine de Hollywood atribuye a la mujer sola e independiente estilo Rosalind Russell.
Ella declara privilegiar en todo caso las necesidades emocionales de la pareja que concurre a su consultorio. Ha visto desorientación, temor, ira y sentimiento de culpabilidad. Por tercera vez en la discusión se usa la palabra hipocresía; “la de una sociedad que teme que se haga educación sexual temprana, que permite que de acuerdo al pago tengamos el trato y segrega a las madres solteras en instituciones especiales pero prohíbe que una mujer aborte”. El final es práctico: “abramos las puertas de la legalización”.
Aplausos liberales apoyados por los jóvenes que se animan a pasarse de bando aún entre el olor a incienso que destila la organización del debate. Depresión eclesiástica.
He omitido un detalle, digamos que de escenografía: en el borde de la mesa a la que se halla sentado el panel hay una gorra de policía.
Al comisario Diego García –extraña mezcla de El Zorro y el sargento en el nombre- le armaron seguramente un destino. El hombre se refirió a los artículos 85 y 86 del Código Penal, que dictan entre uno y cuatro años de prisión al que practique aborto y a la mujer que da su consentimiento. Retórica policial describiendo las “maniobras abortivas” desgranada en una voz seguramente intimidada por las ponencias anteriores y que parece ser el efecto de un somnífero. Dando un giro original, el comisario García sugiere que el aborto es una interrupción de la paternidad, doliéndose de que un hombre “trunque una vida y por eso haya un hijo menos”.
El fetismo como humanismo
Marchitamiento de los ánimos, suspiros de aburrimiento y crujidos de butacas. Hasta que irrumpe el mediador del debate, que no tengo la menor idea de cómo se llama y a quien no le he dado bolilla en este relato por haber tenido solo una participación de telefonista internacional –anuncios e instrucciones– amén de obligar a los panelistas a hablar tres minutos cada uno, cantando la proximidad del tiempo cumplido ya que quizás no se animó a usar un timbre. Él lee las preguntas, que se dividen –¿habrá mezclado bien el mazo?– en policiales y tautológicas.
Las tautológicas son: “¿No es verdad que el aborto es un crimen?”, “¿No es el mayor crimen matar a un inocente?”, “El niño, ¿nadie piensa en el niño?”. Las policiales: “Mara Martín dice que es periodista pero aquí está predicando sobre el aborto, ¿y quién sabe dónde trabaja?”. A lo que la doctora contestó: “No, pero digo dónde se lo puede hacer”. El público aúlla con una sorprendente facilidad para hablar a coro y ser entendido, cosa que no suele pasar en los programas de periodismo radial: “¿Usted los manda a un lugar para que se cometa el crimen?”. “¿Usted indica dónde matarlo?”
Clima espeso de Tradición, Familia y Propiedad, evocación de estandartes rojos con borlas doradas como cortinados de ópera, también de seudo fascismo sentimental. Hasta que alguien chilla: “Comisario García, pido prisión preventiva para la doctora Boneco”.
Se renuevan las argumentaciones liberales, Mara Martín dice “vamos, basta de hipocresías que aquí ustedes saben bien dónde se practican abortos en Ushuaia. Y yo me pregunto cuántas de las que están aquí no lo han sufrido”. El clima se acerca al del linchamiento pero nada pasa, las señoras tienen sus secretos. Los jóvenes gritan una y otra vez “¿Y el bebé, el bebé, el pobre bebé?” “Sí, el pobre médico, ingeniero genético, Premio Nobel”, dice un liberal burlándose del argumento de las “potencialidades” humanas del feto. Si la Iglesia dudó durante siglos en considerar al feto un ser humano y la prohibición del aborto es de orden meramente legislativo y no magisterio de la Iglesia, estos jóvenes no tienen la menor duda. Tampoco la ley está muy segura ya que castiga un intento de asesinato y no un intento de aborto. Y en algunos países se permite la eutanasia de un feto pero no de una persona a partir de su nacimiento. “Cada ser humano es único e irrepetible, por eso el aborto debe ser evitado”, resucita la licenciada Nimer. “Entonces qué lástima que Hitler no fue abortado”, grita el bromista de siempre. La humareda indica que los nervios han vuelto a templarse y aparece el nuevo look de la derecha, que consiste en apropiarse de las argumentaciones del opositor (El Grupo Pro-Vida norteamericano, por ejemplo, para exigir que no se envíe ayuda para planificación familiar a América Latina, hace tal defensa de la salud de la mujer que se sobreimprime al estilo de las feministas radicales).
Un joven se abre paso entre las butacas, toma el micrófono y mirando fijo a Marcelina Newbond le dice: “¿No cree que arrancarse un hijo del vientre es tan crimen como que le arranquen un hijo de su casa, lo torturen y lo maten?” El cine se transforma en un campo de batalla en donde nadie se va a las manos quizás porque su contrincante está en una butaca demasiado alejada y el lugar es estrecho.
El homologar derechos del feto a derechos humanos presenta varios problemas ya que el ejercicio de un derecho presupone un sujeto con deseos, necesidades y una cierta conciencia histórica y también la existencia de deberes acordes. En esta línea de razonamiento, ¿no debería el feto estar sujeto a la ley? ¿Cómo definir entonces el carácter delictivo de su vampirismo para con su madre? ¿Como explotación? ¿Es la sustancia materna que pasa por el cordón umbilical plusvalía? ¿Es trata de blancas? ¿Acaso ya no se ha demostrado lo suficiente la extraña libidinosidad del bebé? ¿O es que el bebé es inimputable aunque persona? Tal vez éste sea el debate del año tres mil y el aborto una variante del destierro.
La Virgen María mete la cuchara
El mediador y el doctor Videla se solidarizaron con Marcelina Newbond, quien serenamente optó por no responder a la pregunta, ya que esto implicaría aceptar sus términos. Luego Videla, en una segunda intervención, hizo una defensa enérgica de la adopción, informando que había muchos más padres deseosos de adoptar recién nacidos. Lo que convertiría –es una interpretación mía– la campaña en contra de la despenalización del aborto en la búsqueda de una incrementación de bebés para satisfacer la demanda adoptante. Como se ve, no se trata de que el control del propio cuerpo sea una suerte de veleidad femenina sino de quienes tienen el control de la circulación de los cuerpos y su distribución. Los programas de fecundación in vitro no se privan de congelar embriones, manipularlos y seleccionarlos. Muchos de los programadores están en contra del aborto, seguramente porque para ellos éste hace escapar un embrión a su control y experimentación.
Mujeres enajenadas a la maternidad natural –la esterilidad sigue siendo una maldición bíblica– son sometidas a programas dolorosos, no siempre eficaces y de gran peligrosidad, mientras los huérfanos siguen en los orfanatorios esperando la adopción de alguien desprejuiciado que comprenda la diferencia entre “pater” y “genitor” y que estamos a muchos años de la penosa frase freudiana: Biología es destino.
El doctor Videla, con un llanto contenido más natural del que puede verse en las telenovelas, relata su angustia cuando, en ocasión de estar esperando su segundo hijo, su mujer enfermó de rubeola. Relato con obvio final feliz: el nacimiento de una niña llamada Sofía. Si Sofía quiere decir sabiduría, ¿qué posición tomará la joven en el año 2000 respecto del aborto? El debate finaliza con el reparto de unas carpetas que abundan en caricaturas de niños encerrados en un globo que representa el vientre materno, y atacados con palos, cuchillos, aspiradoras o inyecciones. En todas, el “niño” llora y hasta reza. Mientras tanto y cuando la gente se aleja hacia la salida el padre Abel, a cargo de la parroquia de La Merced, lee cubierto de rubor un largo texto que dice, entre otras cosas: “Yo sé que abortaste. Tarde o temprano tu yo más íntimo te pedirá cuenta. No temas. Cuando quedaste embarazada algunos se borraron, otros te presionaron, otros te hicieron el verso. Pero nadie te respetó como mujer”, etc.
Lo firma “María de Nazareth”.
Mara Martín, Marcelina Newbond y Videla amagan tentarse. Y a Videla por fin se le escapa: “Qué progre María, ¿no?” Resulta extraño que cuando más la humanidad desarrolla su potencialidad de crimen más se es incapaz de simbolizar la muerte. Como lo sugiere Jacques Attali en su libro El orden caníbal, la medicina pronto estará en condiciones –debido a la posibilidad de trasplante de órganos– de hacer desaparecer el cadáver. Cada vez se puede dar muerte a mayor número de personas, cada vez se puede hacer desaparecer a los muertos en el cuerpo de los vivos, y es entonces cuando el avance conservador insiste en la penalización del aborto como si se tratara de imponer otra variante de la función maternal -relevar los cuerpos invertidos en genocidios, reparar “a priori” la potencialidad asesina de la carrera nuclear- y, en el fondo, de que se siga pagando el pecado.
Me fui de Ushuaia sin probar la fruta del calafate, por eso, de acuerdo a la leyenda, quizá no volveré.
Me gusta repetir lo que he escrito, por placer de autoexpropiación, vagancia o incapacidad de decir de otra manera lo que ya dije y todavía sostengo. Por eso repito algo que escribí en una revista llamada Mujeres en movimiento: “La legalización del aborto no puede estar condicionada por una política demográfica ni en ninguna versión liberal, por razones económicas. Los niños deben ser una fiesta, sus dimensiones están más allá del narcisismo de sus padres, pertenecen a la historia del deseo. No son ni castigo ni consecuencia, sino vida, no vida biológica, sino vida sostenida por una paternidad simbólica en donde la conciencia y la libre elección no son garantes definitivos pero sí los únicos recursos humanos capaces de vencer la trágica idea de “destino” (de clase, de raza, de género), por eso “vida” también es la consigna de quienes reclaman como Antígona que un cuerpo vuelva al seno de la tierra con un nombre propio, para continuar el hilo de la propia sangre, vida eterna en la memoria del pueblo, que ha sido arrebatada por una ley que suponía fetos a las personas.”
La sangre de las mujeres entra silenciosamente en la historia a menos que sea la ofrenda a un héroe. La sangre del hímen, de la menstruación, del aborto espontáneo echan a cuenta de la naturaleza la violencia de un sexo siempre condenado pero difícil de mensurar. ¿De quién es la sangre derramada por el embrión abortado? Es sangre de mujer, de una persona.
*Buenos Aires, 1947. Periodista y escritora, publicó novelas y libros de no ficción como El petiso orejudo (1994), Black out (2016) y Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticas (2018), entre muchos otros.