Algunos apuntes sobre (bajo, sería más propio) el streaming del Conicet desde el Cañón submarino de Mar del Plata.
…
0.
La canción que canta en el fondo oscuro del mar la caracola. ¿Qué hacen los animales en el fondo del mar? Durante siglos la respuesta habría sido: alaban a Dios.
Hoy tenemos otras respuestas. Habría que ver si ganamos algo con ellas, y cuánto. Y si son respuestas, también.
1.
La distancia entre el Casino de Mar del Plata y el lugar donde está el Buque Oceanográfico del CONICET es bastante más corta que la que separa Buenos Aires de Rosario. Los metros que separan la superficie de olas y el fondo de los fondos primigenio del mar no es mayor que la que implica caminar entre el Obelisco y Once. Treinta cuadras con toda la furia. Y sin embargo, parece Marte. Este mundo sin nosotros. Este mudo mundo. Que nos conmueve. La belleza es el velo inmediatamente anterior a lo siniestro, de ahí su poder de conmover. Pero lo siniestro es a la vez lo terrible y lo que somos, lo que deseamos. Fascinorum-tremendum, decían los antiguos. No sabemos si el mundo es un problema a resolver o un misterio gozoso. Queremos creer, en los dos casos, atisbando los secretos en el fondo del mar, que nos espera algo allá en el fondo. Allá en el fondo, donde nos vamos a encontrar.
2.
Alguien comentaba en el chat de la transmisión: “Estoy disfrutando el silencio”. Seguramente se refería y con razón a la diferencia sonora frente al estruendo energúmeno que cubre la superficie de nuestras vidas y también sus profundidades. El único problema sería éste: en el momento en que está disfrutando el silencio, necesita decirlo. Si no, no lo disfruta, claro. Chau silencio. ¡Chat!: ¡Silencio!
3.
La maquinación, el cuidado y la devastación, las vivencias y las habladurías. Todo el Heidegger de la “kere” (“la vuelta”) está en la transmisión del streaming del Conicet. El buque y el aparato de exploración ROV SuBastian, la cámara y las pinzas, son nuestro ojo y nuestro dedo en ese lugar donde hasta ahora no habíamos estado. Nuestra vista y nuestras garras, extendidas en esas máquinas. Una caricia de la mirada y, al mismo tiempo, la incorporación del fondo del mar en el discurso de la ciencia. Algo que se ubica entre el cuidado del ser (cuidado del ser en estos seres) y el destino de explotación. Al final es así, no importa cuánta ecología le pongamos, ya que esa es nuestra lógica del escorpión: ahí estamos todos, biólogos y espectadores. Así avanzamos con nuestra “luz” en el mundo de la oscuridad. No está claro que sea bueno. Pero es lógico que el límite entre luz y oscuridad no esté del todo claro. En la oscilación que va desde la llegada de nuestras invenciones-extensiones a nuestro impulso de devastación están las “vivencias”. Ellas, las vivencias, son la gran mercancía de este tiempo. Y la gran máquina: ¡oh Tik Tok! ¡Oh Instagram! ¡Oh turismo! Son estas las Grandes Deidades de la vivencia y las habladurías (las podemos reconocer en la gente diciendo en el chat que el problema de la pulpo hembra es el patriarcado…). Y bueno, ahí estamos. Eso somos. Eso le pasa a nuestra especie

4.
En el primer capítulo de Lógica del Sentido (1969), el libro de Deleuze escrito a partir de los hallazgos de Lewis Carroll y Alicia a través del espejo (¿de las aguas?), Gilles —que era menos gil que quienes lo suelen citar— cuenta que, además de la conjugación del sentido y el sin sentido, lo que está en juego es que la profundidad es una farsa. Solo hay superficie, lo demás es invento o alucinación. Observamos en estos días las profundidades en el resplandor más superficial que hemos creado y que, sin embargo, existe desde siempre: la pantalla. La dialéctica de la profundidad y la superficie es nuestro problema desde siempre. Cómo será eso que nombramos a las “personas” (referencia supuesta a una hondura y una dignidad, la mayor que tenemos) con una palabra que significa máscara (prosópon, en griego). Frente a la tele y el celular resplandecientes, estamos frente al mismo problema. Lo más hondo en un flujo de pixeles es una plana cada vez más plana lámina, laminilla.
5.
Lo que define al porno no es tanto su contenido como otra cosa. Porno-grafía es el momento donde las cosas ya no nos miran. Ya no consienten ningún misterio, ni guardan su secreto, su alma y agalma, su joya secreta. Todas ellas quedan expuestas y entregadas a la vista. Las cosas ya no nos miran, y entonces pasa algo fascinante y horrible: somos nosotros los que quedamos reducidos a pura mirada. Eso es el porno. Esa eliminación del misterio, que es también su nostalgia, y su deseo.
6.
“Las profundidades de la belleza visible, donde navega la ballena cósmica, con el vientre lleno de profetas”. Es una cita de un poema que está dentro de otro poema cuyo recuerdo me vino y su referencia perdí. La de los dos, la del poema citante y la de poema citado. Queda la cita, que me vino enseguida en esta cyber-cita con las aguas.
7.
El nomoteta y la estrella culona. El nomoteta es “el que pone los nombres”. Umberto Eco habla de él en un artículo sobre el origen de las lenguas. Se discute ahí cuál era el lenguaje de Adan y Eva en el paraíso En el Génesis – origen (es el problema del gen, como se ve en esas sílabas en común), no sabemos qué idioma se hablaba en el Edén, pero sabemos que servía para clasificar estrellas, patricios y bestias. Una de las primeras cosas que hace Adán es poner nombres a los animales. Más que animales tradicionales y zoom politikon (sic, zoom). Por lo menos, antes que eso: el que pone los nombres. Quizás ahí, antes de que llegara la conversación-tentación con la serpiente. Sobre el fruto del pecado y la especie rastrera del diablo, los taxonomistas todavía debaten su origen, si acaso era una manzana el fruto, o qué tipo de bicho malvado fuera ese del que Eva, más que dejarse seducir, supo detectar sus ventajas. Debemos estar agradecidos a ella y su compañero, y a la serpiente y al fruto, porque sin pecado original no hay Historia. Por eso más vale no detenerse en clasificaciones allí dónde ellas no son posibles, o necesarias, y actuar. Quizás estaban tomados, los nombres, del arameo o de un griego o un latín celestes más antiguos que lo antiguo, de tan nuevos que eran. O tal vez, como Patricio y Patatín, simplemente los había emocionado de niños, a Adán y Eva. Pero no eran niños, ni habían sido. Sin olvidar que con el mismo procedimiento se nombró a Nadia Coralina, la bióloga. Así son los problemas de los Umberto Eco y los Émile Benveniste y de todos los filólogos, tratando de seguir el filo y el hilo del nombrar. Lo mismo que les pasa a los jóvenes científicos en el barco: no sabemos de dónde viene la serie infinita de los nombres, arrastrada por el ánimo de clasificar e identificar. Por eso no sabemos a dónde va: nos sucede que nombramos. Que hablamos y nombramos, y que en el momento de nombrar traemos a la luz y amenazamos. Somos la especie que nombra el mundo.

8.
Además de la voz tranquila y tan argenta de los científicos, con esa modulación particular, en el barco se escucha de fondo a un grupo entusiasta en el barco. Algo de la respiración y la alegría cuando encuentran una especie diferente. Es la belleza de la naturaleza deslumbrándolos. El primer asombro de los griegos ante la physis. O el Dios bíblico que “vio que todo era bueno” (la creación comienza como un piropo divino y termina nupcialmente con un suspiro de nostalgia y deseo y urgencia: ¡Ven!). Entre el alfa del Génesis y el punto omega, navegamos y hablamos y tomamos mate y hacemos ciencia. Allí estamos a esta altura del viaje: refugiados en el discurso de la ciencia, sin poder dar un paso más. Estos homínidos que se escuchan (homo sapiens, homo habilis, zoom politikon) están entusiasmados. Por un momento, atravesados por el dios de su pasión (eso significa entusiasmo). Contagian.
9.
Tolstoi escribió un cuento: “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”. Pero ¿cuánto mar necesita? Circularon y circulan los comentarios de la soberanía y de los soberanistas actuales que a veces son un poco Bob Esponja en consistencia. El gran problema de la soberanía: es más o menos atendible y provisoria en la tierra, y es rara y encuentra su límite en el mar, siempre. Carl Schmitt lo supo. Y lo sabe el mare nostrum surcado de barcazas. Los piratas lo saben. Pirata, peligro y experiencia son sinónimos en la raíz: como se nota en perito y en peligro puesto en italiano, pericoloso. Las aguas peligrosas, circundantes, periféricas, que nos rodean y nos llaman. El problema de nuestra soberanía es el mismo que el de nuestro sub-jectum. Sob de arriba, de sobre, sub de abajo. Tenemos problemas con la vertical, la que mide las profundidades y la altura. Solo que los problemas se ven recién en la superficie.
10.
“Quién fuera Jacques Cousteau, quién fuera Nemo el capitán, quién fuera el batiscafo de tu abismo”.
Quién fuera explorador.