El legado de Francisco

Con su muerte, a los 88 años, se terminó el liderazgo de Jorge Mario Bergoglio al frente del Vaticano. Invitamos a cinco personas a analizar sus 12 años de papado: Daniel Santoro, Paula Bistagnino, Néstor Borri, Washington Uranga y Diego Mauro.

Francisco, el látigo y la misericordia – Por Daniel Santoro (artista plástico)

Fueron doce años de papado de Francisco, a pesar de los oscuros deseos en su contra, que incluyeron cadenas de oración pidiendo por su pronto deceso, y expresados más o menos públicamente por gran parte de la burocracia eclesiástica y de las organizaciones y sectores conservadores en general. Sin embargo, el papado de Jorge Bergoglio se prolongó el tiempo suficiente como para consolidar muchos de los cambios que se propuso desde el inicio de su gestión apostólica.

Su papado estuvo marcado desde su primera jornada por una generosa apertura de las puertas de la misericordia, una misericordia que se proyecta hacia afuera de la institución y se encarna en el temprano desembarco en la isla de Lampedusa. Mientras, hacia adentro, en la burocracia Vaticana, incluidos sus rincones financieros, aplicó sin dudarlo el máximo de severidad, algo nunca antes experimentado por esos sectores acostumbrados a la intriga, el lujo, el anonimato y la impunidad. Ahí si les hizo sentir el látigo bíblico a los mercaderes.

Pero lo más importante, sin duda, está en los cambios en la política estratégica del estado Vaticano. Aquel viejo eje que expresaba el poder terrenal, con cabecera en Estados Unidos y Europa, fue debilitado en forma sutil y persistente, y en cambio fortaleció un nuevo eje con tres cabeceras: América Latina, África y Sudeste Asiático, incluida Filipinas. Y eso tiene su correlato en la composición y representación en el colegio cardenalicio. Tal vez ese sea el más valioso legado del pontificado de Francisco, con lo cual facilitará la elección de un próximo pontífice surgido de estos nuevos territorios, en los que por otro lado crece la fe católica. Un nuevo Papado que asegure la continuidad del nuevo rumbo apostólico, que es el gran legado de Francisco.

Francisco y el Opus Dei – Por Paula Bistagnino (periodista, autora del libro Te serviré, una investigación sobre el Opus Dei)

«Uf, ahora sí que vamos a tener aborto legal en Argentina», dije en voz alta en la oficina de una universidad del conurbano en la que trabajaba ese día de 2013 en el que después de la fumata blanca en la Plaza de San Pedro se escuchó el nombre de Jorge Mario Bergoglio. Bergoglio, así le dijimos siempre acá, era para mí una pieza más del elenco protagónico de la escena política local. De todos los hombres con sotana era el que mejor se movía en ese juego, pero hasta entonces no me interesaban en absoluto las internas del Vaticano y mucho menos sus posicionamientos sobre cuestiones de la vida «civil». No desconocía para nada, y rechazaba, la influencia que un papa argentino podía tener en nuestra vida -por nuestra, me refiero a la del país y en especial a la de las mujeres que lo habitamos-. 

Lo segundo que pensé, unas semanas después, fue que un jesuita en la jefatura de la Iglesia Católica era algo para mirar con atención. Y Francisco no decepcionó. Lo llamo por su nombre de fantasía porque creo que el papa no es el Bergoglio que conocíamos acá. El salto de la política local al mundo lo convirtió en un líder que acá no tenía chances de ser. Y llegó bien preparado a ese rol, con mucho músculo político y con la arrogancia necesaria para enfrentar a la resistencia más conservadora de la institución religiosa más importante de Occidente. Quizá, la más simbólica y mediatizada de esas batallas sea la que montó contra -aunque él no lo diría así jamás- su archienemigo el Opus Dei, la más turbia y poderosa si de ultras se trata. La rivalidad histórica de los jesuitas con la Obra de Dios fue sólo la arena en la que se paró Francisco para dar una pelea que no reconocía públicamente pero que se había convertido en una pulseada histórica: la denuncia en el país del papa por trata de mujeres pobres para servidumbre contra la organización que se atribuye la superioridad cristiana inició un proceso con varios hitos que equivale a ponerle un pie en la cabeza al Opus Dei: lo desjerarquizó, les quitó privilegios y autonomía, los mandó a cambiar sus reglas.

Ese, como sus otros triunfos en estos 12 años de papado, parten de esa combinación de músculo político y arrogancia, que le permitió construir poder propio dentro de los muros de la Santa Sede y una simpatía puertas afuera inédita para la Iglesia Católica en las últimas décadas. 

Factor Francisco: cultura pop en el Vaticano – Por Néstor Borri (militante político, cofundador de Centro Nueva Tierra)

El Centro Nueva Tierra se creó en los inicios de la democracia en torno a dos objetivos: una revista y un espacio de encuentro entre cristianos que habían estado articulados antes de la dictadura y que, al regreso de la democracia, se empezaron a reencontrar. Entre ellos, gente que integraba las diócesis de los obispos que enfrentaron a la dictadura: Jaime de Nevares, Jorge Novak y Miguel Hesayne. Era un momento muy difícil para ser cristiano militante con orientación latinoamericana, en la línea de la teología de la liberación. Y, como les debe pasar a muchos, teníamos en ese momento una relación compleja con la jerarquía católica argentina. Y, por supuesto, también con Bergoglio. Una vez hablé con un superior de una congregación que me decía, ironizando: “Yo creo en el Francisco de la fe, pero tengo problemas con el Bergoglio histórico”. De hecho, entre los fundadores de Nueva Tierra estaba Orlando Yorio, uno de los jesuitas a los que, se dice, Bergoglio habría entregado durante la dictadura. Yorio murió en 2000. Entonces siempre hubo cierta tensión con él. Y desde entonces trabajamos en un montón de espacios. En iglesias, barrios y demás.

Pero en un momento, cuando Bergoglio fue elegido Arzobispo, y sobre todo cuando fue elegido papa, nosotros, que veníamos de estar en tensión, dijimos: tenemos la historia que tenemos, pero nos importa la verdad y también nos importa la esperanza. Ahí hicimos el clic. Y un poco después, con un compañero, Santiago Barassi, decidimos iniciar Factor Francisco con la idea de factorear lo que es este hombre para nuestro país, para nuestra Iglesia y también para nuestras vidas.

¿Y qué sería factorear a Francisco? No ver solo el actor, no hacer solo citas de Francisco, que también está bien. Pero nosotros tenemos una consigna que es una reversión de una frase de Artemio López, que dice que “quien opera a un operador tiene cien años de perdón”. Entonces nosotros hacemos una operación de Francisco. Un poco para no recibirlo en la grieta en la que cayó, pero sobre todo para retrucar las provocaciones que tiraba el papa argentino a los argentinos. Nuestra sensación siempre fue que, en sociedad, en política, en la Iglesia, en todo el espectro de la vida social, Francisco tiró centros y nosotros estamos en déficit del cabeceo. 

Más allá de las frases grandilocuentes del tipo “es el argentino más importante de la historia” y más allá de si se es católico o no, progresista o conservador, de izquierda o derecha, Francisco fue un argentino puesto en una institución central del mundo, de Occidente y de la historia. Y cuando pasen quinientos años, va a haber un argentino del que se va a seguir hablando, pase lo que pase. Y eso tiene que ver con un tema que nosotros trabajamos siempre, que tiene que ver con nuestra autoestima como argentinos. Es algo de lo universal que nos toca. Es una dimensión universal de lo que somos. Francisco estaba sentado en la mesa donde se repartía el mundo. 

Con Factor Francisco recorrimos mucho el país, y en 2019 nos recibió el papa. Nos dedicó una hora y pico de reunión en el Vaticano. Francisco venía de Mozambique y Madagascar y al empezar nos dijo, medio en broma: “Estoy cansado porque los africanos bailan mucho”. Fuimos a contarle lo que estábamos haciendo. No podíamos creer que nos estaba recibiendo. Le mandamos un mail y quince días después recibimos dos respuestas. La primera fue: “Les agarra mal el tiempo, tengo que ir a África”. Y le contestamos: “Vamos a estar más tiempo en Roma”. A los dos días nos preguntó: “¿Les parece bien el viernes a tal hora?” Ese mismo año llamábamos a candidatos a concejales y ni nos contestaban. Pero ahí estábamos, en el Vaticano.

En este camino nos hicimos bastante amigos de Pedro Saborido. Y en las charlas con él nos confirmó una intuición que nosotros teníamos pero que no nos animábamos a largar: “Hay que hacer cultura pop con el papa”, nos dijo. En la Iglesia existe un viejo concepto que es el de via pulchritudinis, por la vía de la belleza. Entonces ahí nos cerró. En nuestras redes y en nuestra web no se encuentran las típicas imágenes ceremoniales. Y así hemos tratado de llegar. Primero con entrevistas, después con imágenes y escribiendo notas, tratando siempre de traducir el pensamiento de Francisco. El papa hablaba mucho de los traductores, porque en la Iglesia son fundamentales, desde los evangelios para acá, que están en griego pero fueron pensados en arameo. Hay una famosa frase italiana que dice “Traduttore, traditore”. El traductor siempre es un traidor. Entonces qué pasa. El traductor tiene que involucrarse. Si no, es como el traductor de Google. Como es literal, no dice nada. Porque, si no, se cita al papa solo de forma, de cotillón, y no pasa nada de nada, que es un poco lo que ha venido ocurriendo. “Nadie se salva solo”. “Hagan lío”. Está muy bien, pero con eso solo no alcanza. Prefiero que Francisco se enoje por lo que decimos que citarlo textualmente.

El año pasado nos llegaban algunas cosas que él decía, y el planteo era: aplausos ya tengo, necesito acciones. Y ahora, con la situación de su salud, aparecíó un enaltecimiento de su figura. Y está bien. Él había pedido siempre que recemos por él, desde el principio, no ahora que está enfermo. Pero no era solo una cosa piadosa, sino también “maquiavélica”, por decirlo de alguna manera. Estaba diciendo: “Yo necesito el soporte del pueblo para cumplir mi función”. Y bueno, era momento de rezar pero también de aprovechar y pensar. Y, si se puede, de hacer.

Francisco, más que un líder religioso – Por Washington Uranga (periodista)

Como arzobispo de Buenos Aires a Jorge Bergoglio se le reconoció siempre su inteligencia táctica y su capacidad estratégica, no solo para el ámbito eclesiástico, sino también para moverse en el mundo de las relaciones humanas y de la política local. Difícil habría sido imaginar entonces su proyección internacional como uno de los principales referentes del escenario mundial que ha ido creciendo de manera vertiginosa desde que fue elegido como Papa. La figura de Francisco se acrecienta en ese escenario por tratarse de un líder religioso que, si bien podía ser coyunturalmente favorecido por esa condición, también estaba acotado en su margen de maniobra.

La vida y el pensamiento del entonces arzobispo de Buenos Aires tuvo un cambio sustancial con su participación en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Aparecida, Brasil, 2007). Hay quienes aseguran que “Bergoglio se ‘latinoamericanizó’ en Aparecida”. Allí se abrió a pensar el mundo más allá de las fronteras de su país. Por decisión y mérito propio y por la cercanía que tuvo con los obispos de Brasil, en particular con el cardenal Claudio Hummes (San Pablo), aquel acontecimiento lo aproximó a la perspectiva latinoamericana de una iglesia continental acostumbrada a enfrentar los complejos desafíos de la sociedad.

Desde que asumió el pontificado, en 2013, Bergoglio decidió trabajar en pos de una iglesia de “puertas abiertas” y de cara a la sociedad, en lo particular y en lo global. Hizo propia la intrincada agenda del mundo, que incluye desde los derechos humanos hasta la defensa del ambiente (“la casa común”), condenó las guerras y se comprometió en la búsqueda de soluciones a los conflictos, transformándose en interlocutor obligatorio de jefes de Estado y referentes del poder y de la intelectualidad. Francisco demostró que desde el papado también se puede ejercer liderazgo al servicio de toda la humanidad y más allá de los límites del catolicismo. 

Un papa que no perdió el tiempo – Por Diego Mauro (doctor en Humanidades y Artes por la Universidad Nacional de Rosario e investigador del CONICET)

Cuando hace 12 años Bergoglio fue elegido papa, pocos imaginaban que lograría mantenerse al frente de la Iglesia católica por tanto tiempo. En las últimas semanas su salud se había deteriorado mucho y todo parecía indicar que su final estaba cerca. Desde el punto de vista de la historia de la Iglesia, el legado que deja es significativo. En primer lugar, porque con sus gestos de austeridad y su estilo de comunicación franco y directo, apoyado en el uso de redes sociales, ha logrado mejorar la imagen pública de la Iglesia, asediada al final del papado de Benedicto XVI por los casos de abuso y los famosos Vatileaks.

En segundo lugar, hay que destacar las innovaciones en el Magisterio Social Pontificio. En sus principales encíclicas propone una actualización de la doctrina social católica que la reposiciona de cara al futuro. En estos documentos, Francisco insiste en que es preciso alentar nuevas formas comunitarias de producir, trabajar y convivir. No solo pide justicia social a los empresarios y políticos, sino que alienta la búsqueda de formas más cristianas de habitar el mundo. Recuerda que la propiedad privada no es un valor absoluto y anima a buscar en la economía social y popular ideas para imaginar el porvenir.

En tercer lugar, Francisco también plantea novedades en términos de autoridad. El reciente Sínodo sobre la Sinodalidad ha sido su principal apuesta en este plano. Aunque las resoluciones finales no han satisfecho a los sectores “progresistas”, los cambios resultan significativos. Además, la propia composición del Sínodo deja en claro la orientación que Francisco busca imprimir a la Iglesia. De él participan por primera vez 54 mujeres, entre laicas y religiosas.

Por último, Francisco proponía lo que definía como una Iglesia “en salida” y de “puertas abiertas”. La apuesta, tal vez, que más resistencias ha generado en los grupos conservadores. El argumento de Francisco es que, a la luz del Evangelio, nadie puede cerrarle la puerta a nadie. Por otro lado, recuerda Francisco, la Iglesia no es algo que Dios necesite. Cristo no la instituye para ser adorado y juzgar sino para ayudar a los hombres y a las mujeres a atravesar su vida terrenal. La palabra clave que resume su visión de la Iglesia es misericordia y el neologismo “misericordiar”. ¿Se mantendrá el rumbo delineado estos años tras su muerte? Es difícil saberlo, más en una institución enorme y heterogénea como la Iglesia. Está claro, eso sí, que Francisco no ha perdido el tiempo.

Bache

Revista digital. Cultura y sociedad.

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