A partir de los impactantes diseños de moda de Robert Wun, Ana Regina escribe sobre un videoclip, una novela y algunos vestidos de novia manchados de sangre para observar con ojos bien abiertos esos sueños en donde horror y belleza se funden.
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La escena es estática, cuasi teatral. Veo dos cuerpos aparentemente sin vida, una habitación en penumbras, una atmósfera mortuoria y aún así, bella.
“All the blood, lying on the floor
Sense the crowd, expecting something more”.
Una boca femenina y sensual canta esas líneas. Con un vestido drapeado gris y una suerte de miriñaque de tul que sobresale y cubre también sus pies, la veo. Mariqueen Maandig, una mujer envuelta en el glamour y en la sangre. Tiradas en el suelo están las sandalias azulinas de taco altísimo con manchas rojo profundo, y una vela a punto de consumirse por completo demasiado cerca de unas hojas de papel. Las manos abiertas con una copa de vino quebrada combinan con las uñas en forma de almendra, largas y oscuras en perfecto composé con el río rojo que recorre los brazos.
La sangre aparece en casi todas las escenas del videoclip “The Space in between” de How to Destroy Angels, banda formada en 2010 por Trent Reznor (Nine Inch Nails), su colaborador frecuente Atticus Ross y su mujer, la dama ensangrentada. En el video, dirigido por Rupert Sanders, hay una violencia estática y estética. Esa quietud es el centro del video: no hay gritos, ni movimientos bruscos, ni explicaciones.
Todo está coreografiado en armonía, como si fuera un cuadro congelado, donde pequeños elementos aún conservan cierto dinamismo. El cuello de la mujer luce un collar de cristales que parecen blancos y una frente ensangrentada; el cadáver de Trent tiene un lado de la cara apoyado en el charco de sangre que sigue creciendo; la llama de la vela se mueve y ese fuego se va esparciendo. Tenue y cálida la iluminación cambia pero la pose de los cuerpos continúa fija.

El espectáculo visual que me regala How to Destroy Angels juega con la ambigüedad de la letra que canta Mariqueen: “Opened up, proudly on display/ What we tried so hard to hide away”. ¿Qué se muestra en el glamour, qué se esconde? Reznor y Maandig, la pareja protagonista y muerta en el video, exponen emociones, verdades que intentamos ocultar, pero que inevitablemente terminan filtrándose. No importa cuántas veces escuche la canción ni cuántas mire el video, siempre me toman por sorpresa. Arrebato audiovisual, violento, ineludible, que aparece en ese “space in between”, umbral ambiguo entre lo interno y lo externo, donde las contradicciones explotan.
Alguna vez supimos acuñar con Golosina Caníbal una palabra que condensaba con precisión esta sensación que me despierta la obra de Reznor, una sensación incómoda, pero fascinante: bellamuerte. Un oxímoron que nombra esa mezcla de horror y atracción que provocan ciertas imágenes: escenas mórbidas, perturbadoras o grotescas que, sin embargo, seducen por su estética, su sensibilidad y su potencia simbólica. La bellamuerte del videoclip me habla de cómo a pesar de los intentos de controlar nuestra imagen hay partes de nosotros que siguen hablando sin permiso.

Un vestido de novia que se chamusca. Imagino una tela que enflaquece y el cuerpo desnudo empieza a mostrarse. Evie, la novia, sostiene en sus manos una escopeta en unas suntuosas escaleras de la mansión de West Hills. A los pies de la escalera la narradora, Shannon McFarland, dice que la novia-shooter, aparte de tener el vestido de novia en llamas y el pelo quemado, podría ser la figura de una publicidad para shampoo. “Lo mismo podría decirse de mí o de Brandy”, agrega y refiere a la otra modelo, que se desangra en la primera escena de Invisible Monsters (1999), de Chuck Palahniuk.
Shannon presenta a Brandy Alexander y Evie Cottrell en una mansión en llamas. Desde el vamos el mundo es un juego de copias donde la verdad carece de un modelo original: “Lo que se está quemando es una recreación de una casa de época neorrenacentista, inspirada en una copia de una copia de una gran mansión de imitación Tudor. Está a cien generaciones de distancia de cualquier original, pero la verdad es que ¿no lo somos todos?”. La narradora, creada por Palahniuk, continúa y relativiza lo que ha pasado. Dispararle a ella, a Brandy o a Evie es lo mismo que dispararle a un auto o a una aspiradora. Simplemente: destruir un producto en serie.

En Invisible Monsters, la belleza se mezcla con la violencia. Pero esa violencia no aparece simplemente cuando una modelo decide agujerear a dos de sus amigas, sino que está latente, oculta en todas las revistas de moda que he pispeado con los años. Para Palahniuk, en la voz de su narradora, la novela debe ser leída como un artículo de revista de lujo, como si fuera el “caos de revistas Vogue o Glamour con números de página cada dos, cinco o tres páginas”. “Jump to…, Jump to…” se repite a cada rato. Shannon me invita a que lea la novela salteando escenas para encontrar los productos que me gustaría ver. Mis ojos saltan de una hoja a la otra, destrozan la trama novelesca, como lo hacen al posarse en esos cuerpos que han sido erigidos como modelos. Mis ojos dejan de ser una golosina caníbal para convertirse en el órgano devorador y a la vez, constructor. Shannon solo se siente real cuando otros la están mirando.

Pero para ser mirada, la sangre debe correr y la carne debe separarse. Es a través de la violencia, de las cirugías, los disparos, los incendios, los choques, los abusos, que las modelos de Invisible Monsters, se transforman. Es a través de esa mutilación, literal o metafórica, que alcanzan lo sublime. Evie, Brandy y Shannon anhelan autenticidad, aunque sólo sepan alcanzarla a través del dolor. La transformación física, la herida, se vuelven rituales de liberación: la libertad de sufrir, de habitar el dolor como única forma de existencia genuina. Lo bello, lo sublime en Invisible Monsters es exceso mórbido, una estética del sufrimiento.
La novia ensangrentada desfila. Hacia fines de enero del 2024 mirando algunas fotos del Paris Haute Couture Fashion Week me topé con ese diseño que me perturbó. Un video musicalizado por el tema viral “Sudno” de los rusos Molchat Doma mostraba una modelo con un vestido de boda aparentemente cubierto de sangre. El diseño era de Robert Wun quien lograba capturar la belleza, la seducción y el magnetismo que nos generan el horror y la violencia.
Vuelvo a la novia de Robert Wun. Miro su velo, su vestido blanco pero no impoluto. Sobre el vestido, la sangre hecha de más de 150.000 lentejuelas y cuentas de vidrio, con aproximadamente 50.000 cristales facetados de Swarovski. La creación del velo, solamente, llevó más de 1000 horas de bordado.

Los vestidos de novia blancos se enmarcan en la tradición que celebra la virginidad de la mujer que se casa. “Anticuado”, dice Wun. Y agrega: “Pasar tantas horas y horas bordando es casi aceptar el dolor que conlleva el amor. Enamorarse es natural, pero aceptar el dolor no es fácil”.
El diseñador nacido en Hong Kong cerró su desfile de Alta Costura Primavera/Verano 2024 con otra nota profundamente perturbadora. A la novia ensangrentada que parecía rendir un homenaje a Beatrix Kiddo de Kill Bill, le siguió una última modelo luciendo un vestido de terciopelo del mismo tono rojo que lució la bloody bride delante de ella. El detalle inquietante era la figura sin rostro que emergía tras ella como un demonio, amenazando con soltarse de un tirante. Wun ha declarado en entrevistas que obtiene inspiración de la naturaleza, de la arquitectura pero también de las películas de terror. Logra encontrar poesía en ellas. Creo que es justamente esa poesía que conjuga lo bello y lo ominoso, la que logra volcar en sus diseños.

En su última colección, Becoming, el artista del diseño continúa con esa estética ominosa y elegante. El primer look que abre su desfile muestra un vestido blanco cuya textura trae reminiscencias del cobertor de una cama, cubierta otra vez con manchas rojas. Pero Wun prefiere que los observadores habitemos la ambigüedad, la familiaridad de la cama con lo siniestro de las manchas inexplicables. En una entrevista para Bazaar dijo que esa ambigüedad sumaba una capa a la belleza del look. Wun opta por el misterio, dice al respecto “solo son huellas”. Queda en nosotros reponer quién las hizo.

Para cerrar el desfile eligió un look llamado La Prometida. Vuelve la novia caminando hacia al altar pero sobre su cabeza pende una figura espectral, que le cubre parte de su cara. El diseñador dijo que quería cerrar con esta obra para transmitir “el mensaje de cómo muchas veces el matrimonio se convierte en una actuación para los demás, más que en un acto de amor verdadero”. La mano izquierda de la criatura tapa la boca de la novia.

Trent Reznor, Chuck Palahniuk y Robert Wun logran mostrar una belleza desbordante y abrumadora, que nos violenta y atrae, como si habitaran un lugar donde placer y espanto conviven en armonía. La belleza dictada por la industria (de la moda, el entretenimiento y las redes sociales) tiende a ocultar, mientras la belleza narrada por estos artistas revela. Son sueños de bellamuerte. Los vestidos estructuralmente impecables con reminiscencias sangrientas, la pareja cubierta en sangre con la vela a punto de incendiar los papeles, las modelos hermosas agujereadas por las balas y las cirugías, son imágenes sublimes, imágenes ambiguas que nos invitan a habitar la contradicción y a gozar de eso que tal vez parece incómodo. Excesiva, abismal bellamuerte.
La belleza es aquello que nos desespera.