El escritor cuenta por qué eligió una cita de Stephen King y otra de Miguel Cané para el comienzo de su primera novela, Los años felices (Pánico el Pánico, 2011).
Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar. Son cosas de las que uno se avergüenza, porque las palabras las degradan. Al formular de manera verbal algo que mentalmente nos parecía ilimitado, lo reducimos a tamaño natural.
«El cuerpo», de Stephen King
Y, sin embargo, ¡cuántas cosas dejaba allí para siempre! ¡Dejaba mi infancia entera, con las profundas ignorancias de la vida, con los exquisitos entusiasmos de esa edad sin igual, en la que las alegrías explosivas, el movimiento nervioso, los pequeños éxitos reemplazan la felicidad, que más tarde se sueña en vano!
Juvenilia, de Miguel Cané
*Por Sebastián Robles
Soy de los que creen que los epígrafes de los libros vienen solos. Si hay que pensarlos mucho, no sirven. En el caso de Los años felices (2011), el de Stephen King apareció cuando iba por la primera parte del libro, que publiqué por primera vez como entradas diarias en un blog. Escribía capítulos breves, folletinescos, donde narraba en primera persona la vida de un pibe del conurbano. Pensé en «El cuerpo» a través de su versión cinematográfica, Cuenta conmigo (1986). No porque quisiera contar una historia similar, sino porque pensaba que a los personajes del libro les hubiera gustado esa película, igual que a mí en los noventa. En la aventura de los cuatro chicos que salían en busca de un cadáver había una verdad que, con el tiempo, yo esperaba entender. Y me pareció bien que mis personajes ignoraran las mismas cosas que yo.
El otro epígrafe apareció a último momento. Leí Juvenilia (1884) a los doce o trece años, en un ejemplar de la colección Robin Hood. La novela me resultó distante en su formalidad. Los personajes eran correctos, estilizados, venían de familias más interesantes o menos deformes que la mía y las de mis amigos. En el futuro serían abogados, diplomáticos, políticos de su tiempo. Nada más ajeno a los pibes de Los años felices. Pero en la última relectura, antes de mandar el libro a imprenta, me sentí unido a Miguel Cané por una nostalgia lírica, contemplativa, de una felicidad que ya había quedado atrás. Pensé, en ese momento, que ese sentimiento en común era una ironía. Ahora ya no lo creo.
*(Villa Ballester, provincia de Buenos Aires, 1979). Además de Los años felices, publicó los relatos Las redes invisibles (Momofuku, 2014) y el libro de conversaciones Apuntes sobre Philip K. Dick (Milena Caserola, 2017), en colaboración con Juan Terranova. Escribe en Twitter como @sebrobles .