En los 80 su música fue la banda sonora de la efervescencia democrática argentina. Sin embargo, su masividad nunca fue de la mano del respeto de muchos de sus colegas y del ambiente del rock. A cuatro décadas de su mayor éxito, el álbum en vivo Rockas vivas, repasamos la obra de un artista urbano, nocturno y lleno de canciones indestructibles.
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Existe un malentendido seguramente propiciado por la minoría intensa de la población politizada: el padre de la democracia fue Raúl Alfonsín. Está escrito en piedra y repetido hasta el hartazgo. Bueno, es mentira. El padre de la democracia fue Miguel Ángel Mateos Sorrentino. Y el mantra social de la época no fue el del líder radical recitando el Preámbulo de la Constitución sino (pianito) yo no busco lo que vos querés, yo no quiero hacerte ningún test. Creer o reventar, la Constitución se reformó en 1994, pero acaba de pasar un pibe de Rappi por la calle escuchando “Tirá para arriba”, el himno nacional argentino en los albores de la democracia.
Yo era muy chico, tendría 6, 7 años, y recuerdo que la canción sonaba en todos lados. Salía de las casas, explotaba en cada emisora radial, la gente más grande la cantaba como si en la letra de aquel hitazo argentino estuviera contenida la esperanza de ese tiempo histórico. No había tercera posición histórica como en los tiempos de Perón: en 1984, los yankees y los marxistas se jugaban dentro de la habitación del joven Miguel Mateos sus zapatos y su foto de graduación en un Atari.
Juampi Malvasio, conocido por todos nosotros como Electrochongo, reflexiona: “‘Tirá para arriba’ sigue sonando como un clásico en cualquier casamiento. Te pongo un paralelismo con Erasure. Tienen tres temas que los conoce todo el mundo y eso no lo tienen muchas bandas. Y por lo general son bandas que no son consideradas buenas desde un punto de vista crítico. Hay como un desprecio por lo popular, que parte de un profundo esnobismo”.
Escuchá la playlist:
¿Qué vas a ser cuando seas grande? ¿Estrella de rock and roll? ¿Presidente de la Nación?
Mateos correría, eso sí, una suerte similar a la de Alfonsín en el reconocimiento del público. Para fines de la década del 80, sus carreras se verían menguadas y tendrían que reinventarse. Ninguno pudo volver a ser quien fue en aquella primavera democrática. Dejemos de lado al bueno de Raúl.
Estamos en 1984. Miguel Mateos vende discos como nadie, llena teatros, tiene lo que hoy se llamaría un fandom ruidoso, clasemediero, culto y activo. Pero no cuenta con el reconocimiento de la prensa especializada y mucho menos entre sus colegas músicos, que leen en el éxito rotundo de Miguel a un pseudo artista cuyo único objetivo es pegarla. Ser comercial, venderse a Fiorucci, un pecado mortal. Mateos tiene un puñado de canciones indestructibles que anidan en el corazón de los argentinos y que expresan su tiempo.
(Mateos es un artista muy urbano, muy porteño, muy nocturno. Para escribir esta nota lo escuché mucho y, en ese universo de significantes que es el corpus de su obra, observé un antepasado directo del querido Santiago Moreno Charpentier, conocido como Chano. “Un gato en la ciudad” parece una precuela de “Obsesionario en La Mayor”, sin ir más lejos).

Generaciones tras generaciones marchan a mi lado
En pocos días, con un Movistar Arena totalmente vendido, Miguel Mateos presentará Rockas Vivas, de Zas, su banda de entonces, a 40 años de su lanzamiento. Y estaremos allí los viejitos para recordar aquellos años donde todo era posible. Ese disco grabado en vivo se convirtió en el más vendido hasta ese entonces de la historia de la música argentina. Más de 500.000 copias y contando. Una barbaridad. Para poner en contexto respecto a todo lo que estaba pasando: Virus, Los Abuelos, Los Twist, Sumo, Charly, Spinetta, Viudas. Y Miguel Mateos era el músico que más vendía. Hoy todos esos artistas tienen su sitial merecido en la historia grande de nuestra música. Miguel Mateos no. Da un poco de bronca que haya tenido que pagar con prestigio el milagro de ser masivo.
Ariel Minimal, de Pez, es uno de los músicos que más reivindica a Mateos. En su disco Banda de covers, de 2018, hicieron una bellísima versión de “Perdiendo el control”. Además, tuvo la suerte de acompañarlo arriba de un escenario con su guitarra. Le pregunté a Ariel por todas estas cosas que estoy investigando:
“Cuando tuvo su explosión con Rockas Vivas era el artista más popular del momento. Pero a mí me interesa la música, no la popularidad. Me parece un artista descomunal, que sigue armando cosas, que sigue ofreciendo repertorio”. Y sigue: “La primera vez que escuché hablar, más que de Miguel Mateos, de Zas, fue cuando fueron soportes de Queen en la Argentina. No los fui a ver porque no me dejaron: tenía 10 años. Pero ya sabía que había una banda que se llama Zas. Seguramente lo primero que escuché fue “Va por vos, para vos” en algún programa de radio que escuchaba mi hermano o en algún programa de Badía. Una canción monumental que se pone mejor con el paso del tiempo. Me encanta Miguel Mateos como músico, me encanta como letrista, me encanta como performer. Soy su fan”.

Estoy casi condenado a tener éxito para no ser un perro fracasado
Zas fue la primera banda argentina en tocar en un estadio de fútbol, como teloneros de Queen, en 1981. Mateos fue el primer artista argentino del rock en conquistar Latinoamérica (hoy sigue siendo una estrella en muchos países, le dicen El Jefe del Rock, nuestro Bruce Springsteen alimentado a especiales de jamón en el Bar Imperio). Fue el primer artista argentino de rock en tocar en Los Ángeles. Y fue el primero en grabar un disco directamente para una discográfica estadounidense: Písanlov se editó en Estados Unidos en 1995, fue un éxito en toda América Latina, es un discazo además, y acá ni se editó, ni sonó en las radios: no lo escuchó nadie. Salvo Minimal, que me lo recomendó efusivamente.
Félix Mateos, de Los Tabaleros, que comparte apellido por casualidad, recuerda que lo vio de telonero de Rod Stewart y quedó impactado. “Es un referente. Siempre fue un tipo muy libre. Hizo y dijo lo que quiso decir. Por ahí tener esa libertad conlleva contraponerse con el pensamiento común o de algún músico que no le caiga bien. Si lo envidian debe ser por la facha. ¡Aguante Miguel Mateos, loco!”.
Hacia fines de los ochenta, ya solista, Miguel entiende, como todo artista moderno, que los tiempos están cambiando, y se vuelca a una canción más popera: graba Obsesión (1990). Un Mateos muy posmo, con sintetizadores, con una canción de discoteca, que contó con la producción de Michael Sembello (sí, el de “Maniac” de Flashdance: me acabo de enterar y estoy en shock). La canción “Obsesión” tuvo alta rotación en Argentina. Su videoclip se veía en todos lados y, cuando parecía que todo iba a explotar, de vuelta no pasó mucho. Es curioso: esa canción lo llevó a Latinoamérica pero lo desconectó de la Argentina. El disco era increíblemente bueno, pero quizás el sonido llegó antes de tiempo. Un año después, en 1991, saca el que para mí es su mejor disco, Kryptonita, lleno de canciones espectaculares. Pero no lo escuchó nadie salvo Alejandro Parisi, y por suerte yo. A contramano de mis compañeros de colegio y de mis vecinos, es el disco que me hizo hacerme fanático de Miguel Mateos. “Hablando con mi ángel” es lo más parecido que se debe haber hecho acá a Billy Joel.

Alejandro Parisi hoy es escritor con una vasta obra publicada, pero en ese entonces era el amigo de mi hermano Agustín. Con la excusa de esta nota, le pregunté cómo había encontrado Kryptonita, esa gema que nadie más escuchaba:
“Cuando estaba en la primaria, por 1987, le afané a mi tío de 20 años un casete en el que él había grabado de la radio distintos temas del rock nacional. Ahí fue la primera vez que escuché ‘Los Dinosaurios’, ‘Moscato, pizza y fainá…’ Y entre todos esos temas nuevos estaba la versión en vivo de “Un gato en la ciudad”, de Zas, y el tema, no sé por qué, me impactó: quizá porque hablaba de que a los jóvenes sólo les gustaba el rock and roll, o porque contaba la historia de un pibe que caminaba de noche mientras la patrulla descansaba en el bar y él no quería desaparecer. En segundo año me fui a San Clemente del Tuyú con mis dos mejores amigos, por primera vez solo de vacaciones, con los padres y hermanos de uno de mis amigos, y llevé el disco Kryptonita, que recién había salido”.
Uno de esos hermanos soy yo; la otra, Marilina (le mandamos un beso). Sigue Ale Parisi, a quien le decíamos Pajarito en aquel tiempo:
«Mateos quedó en el medio de la explosión musical que se dio a finales de los 80: el pop y el rock argentinos se separaron hasta rivalizar. La gente cantaba ‘Luca no se murió, que se muera Cerati, la puta madre que lo parió’, y Miguel Mateos quedó en el medio, sin avanzar en el sonido más crudo del rock (el tema ‘Lola’ es un intento noble) ni hacer cien por ciento pop (‘Obsesión’ le jodió a mucha gente, con esos pelos largos y la camisa blanca abotonada hasta el cuello)”.
Y cierra Parisi: “Además de ese casete, también llevamos (me pongo de pie) Filosofía barata y zapatos de goma, de Charly, y Tercer Mundo, de Fito. Esa fue la banda de sonido de nuestras primeras borracheras. Claro que un año más tarde nos dedicamos de lleno a Los Redondos, Doors, Pink Floyd, y ahí se terminó de abrir el mundo”.

Mateos es la música de mi infancia, pero no la que se escuchaba en mi casa, sino la que se escuchaba en la calle. Y, a su vez, en su segunda venida a San Clemente también coincidió con el despertar de mi curiosidad por la música, que me acompaña hasta hoy. Está atado a un sentimiento, a mi país, a mi niñez, a un tiempo histórico de cambio, de libertad, donde todo era efervescencia y posibilidad.
Evoco ese verano en la Costa Atlántica narrado en off como en Kevin creciendo con amor. Se me narra en la voz del nostálgico y ya adulto Kevin Arnold cerrando algún capítulo de esos años maravillosos mientras una ocasional Winnie Cooper, del otro lado de la calle de tierra de 7 y 50, me hacía ilusionar con el primer beso. Mil días de lluvia pasarán. Alguien nos vendrá a buscar. Todo está bien, ya vas a ver.