Su influencia como productor y creador televisivo sobrevive en formatos del presente: en los años 90 inventó el uso del archivo como lenguaje en PNP, conducido por Raúl Portal, un estilo imitado en los 2000 por TVR, Bendita TV y Duro de domar. Desde Polémica en el Bar (el primer streaming) hasta La peluquería de Don Mateo, pasando por un espectáculo con el primer drag de la calle Corrientes, estos apuntes recorren algunos hitos, excesos y genialidades en la vida de El Ruso.
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UNO
Carlos Rottemberg, uno de esos tipos que tiene la dicha de mirar hacia atrás y encontrar historia, peló con orgullo su chapa de lúcido precoz y dijo que, a sus cuatro o cinco años, le interesaba menos ver a Dumbo volar que descubrir los motivos por los cuales los chicos elegían ir a ver a Dumbo volar. Qué placer tan raro el de experimentar un, llamémosle, altruismo del ocio, y dejar en un pálido segundo plano la compulsión del consumo personal, debilidad inevitable de cualquier mortal más o menos vulgar. Qué cosa fascinante que son los productores. Qué locos que están.
DOS
Gerardo Sofovich, un fascinante, poseedor del no muy envidiable récord de 12 (doce) angioplastias practicadas a un paciente en nuestro país (superó muy pocos meses antes de partir de este mundo la marca de 11 (once) establecida por el gran Víctor Sueiro, porque al Ruso no le gustaba compartir laureles autóctonos de nada con nadie), sintió una vez, minutos antes de llegar a la residencia presidencial de Olivos, la pata de elefante sobre el pecho que indica la innegable presencia de un infarto. El doctor Carlos Menem lo esperaba exultante en la puerta, menos en ejercicio de primer mandatario recibiendo a un pope de los medios de comunicación que en plan gomía de la noche que anda con ganas de salir de joda evitando toda clase de prolegómeno.
—Vayamos a comer a un bolichito en el que hoy canta Goyeneche —propuso el doctor.
Sofovich se bancó al elefante invisible no sólo durante el segundo viaje sino también durante el conmovedor show del Polaco, ya en las postrimerías de su carrera y de su vida, enfático en cada sílaba, expresando el sentir de un próximo náufrago cuyo último remo es un micrófono. A estas alturas, no podía determinarse con precisión cuál de los dos iba a espichar primero.
Sofovich, ateo que consideraba a toda religión como un placebo de los cagones que le tienen miedo a la muerte, decidió arriesgar (como tantas otras veces, adicto a la gestión de ideas y al escolazo) y puso su vida en juego con tal de satisfacer el plan de Menem. Recién se dignó a pedir una ambulancia cuando llegó a su casa y encontró a su fiel compañera Carmen Morales durmiendo el sueño de la patrona que conoce el itinerario post crepuscular de su marido en un módico cuarenta por ciento (40%) y con suerte.
Sofovich siempre dijo que aquella noche hizo y dejó de hacer todo lo dicho y lo no dicho porque “no quería llamar la atención”. Hay algo en este relato de adulto autodestructivo que puede unirse perfectamente con aquella pueril anécdota de Rottemberg: ser productor es promover una permanente postergación de uno mismo.

TRES
Muchísimo antes de que se viera saturada de limitados jóvenes cool cultores de una pose artificial incluso ante el stress, la industria publicitaria argentina de comienzos de los 60, ávida de parir una revolución creativa, se nutría de nóveles (o incluso de meros aspirantes a) cineastas, escritores, poetas, guionistas y pensadores de cosas. Por supuesto, uno de los que daba sus primeras atolondradas vueltas por aquel micromundo era el joven Gerardo Sofovich, quien trataba de parar la olla luego de la repentina muerte de su padre Manuel (destacado periodista y dramaturgo que afirmaba que Carlos Gardel no había nacido en Toulouse sino en Tolosa), obligándose a sí mismo a nacer como adulto.
Algún jefe adivinó que El Ruso anhelaba ser otro, ser un hombre de sentencias, de libretos, de dictámenes a cielo abierto sin yacer entre ciénagas, y que endiosaba su pecho un júbilo secreto: encontrarse por fin con su destino televisivo (*). Y entonces dejó de ser un simple redactor para transformarse en un ejecutivo de cuentas que pasaba mucho más tiempo en la planta baja y subsuelo del colosal edificio Atlas, por entonces centro de operaciones de nuestro querido Canal 7, que en su agencia de publicidad.
Tal como ocurría con la radio, muchos espacios de tele eran comprados por empresas comerciales, dejando a los canales sin el patrocinio directo de parte importante de su grilla. Si algún viejo choto está leyendo estos precarios apuntes en forma de nota, recordará La noche de IKA, La hora Fate, El reporter ESSO, Odol pregunta o La cabalgata deportiva Gillette, entre otras perlas condenadas al polvo cósmico. Sin grabaciones, sin repeticiones, con la carne palpitante hecha puro nervio, la vorágine histérica de la publicidad en vivo encandiló al Ruso, que se dejó domar por los dioses de la pantalla chica. Poco después, amén de sus éxitos ya conocidos, se inventó no obstante su propio descanso: en marzo de 1964 estrenó con Operación Ja Ja un coso llamado “tape”.
Dos años después, tomándole el gustito a eso de inaugurar cosas, vendió por primera vez un formato televisivo al exterior y Operación Ja Ja apareció también en México. En los sets de la versión azteca, una quinceañera Verónica Castro hizo posible que el actor Manuel El Loco Valdéz (el estrafalario hermano de Don Ramón) se viera despojado de sus escrúpulos sexuales para dar comienzo a un romance tan célebre como escandaloso.
Durante sus primeras dos décadas al aire, Gerardo Sofovich se cargó al hombro la friolera de veinte programas, la mayoría paridos mediante la colaboración de su hermano Hugo. Sin embargo, a partir de los 80 se tentó con el confort del refrito al punto de negarse rotundamente a otorgarle jubilación a dos caballitos de batalla: La peluquería de Don Mateo y Polémica en el bar.
Un par de líneas sobre este último: fue el primer streaming nacional y popular. Estamos en 2025 y la oferta de contenido se reduce exclusivamente a tipos discutiendo sentados a una mesa. Sí, como en Polémica… ¿Ustedes ven alguna otra cosa? Lo pregunto en serio.

CUATRO
Mi padre (perdón la autorreferencia) supo verse cobijado bajo el ala protectora de Gerardo. Y así como los pobres ciudadanos, subrepresentados políticamente, en su locura y abandono de todo ideal y toda esperanza, al ver a quienes revuelven bolsas de basura fuera de un contenedor, sueltan un “que vuelvan los militares”, mi padre, al notar excesivamente descontracturado a un conductor en algún programa de entretenimientos, tira con enjundia y de cara a la tele un “Que vuelva Gerardo”.
No vale la pena revelar la identidad artística de este fan del rigor sofovicheano, pero diremos que a mediados de los 70 fue parte del elenco estable de un notable emprendimiento del Ruso: Sans Souci, a metros del Obelisco. Era un music hall al estilo de los que por entonces solo podían disfrutar quienes yiraban por París o Las Vegas. Para estar definitivamente a tono con el tope de gama pretendido, Gerardo contrató en 1974 a las dos primeras vedettes del Lido y del Moulin Rouge, quienes compartieron escenario con Chico Novarro, Marty Cosens, Estela Raval, las hermanas Ethel y Gogó Rojo, Juan Verdaguer, Marito Sánchez, Mister Chasman y su muñeco Chirolita, más algunas otras figuras insignes del momento.
—El tipo tenía todo el show en la cabeza. Modificó el orden de nuestro repertorio y hasta el color de nuestras camisas. Obvio que nos dejábamos domar: si él opinaba tal cosa, por algo era. Sabía sacar lo mejor de vos. Pero con él no se jodía. Una vez a un bailarín que llegó quince minutos tarde a un ensayo en el teatro Astros le cerró en la cara la puerta del camarín que usaba como oficina. Fue genial. Es una pena que ya no haya tipos como El Ruso, se perdió el respeto. Pero miralo a este boludo que ni se acuerda de la rutina del programa, habría que cagarlos a tiros a todos… -dice mi padre señalando nuevamente la tele de su casa que vive encendida.
De las celebridades que brillaban en Sans Souci hemos omitido hasta aquí a quien merece un párrafo aparte: Evelyn, personaje del performer Jorge Pérez, muy popular en aquellos tiempos en los que distinguir entre travesti, transformista, crossdresser, drag u homosexual era absolutamente impensado y mucho más complejo que leer a Schopenhauer en arameo.
La versión original y sofovicheana de Mi novia el travesti (luego dirigida por Enrique Cahen Salaberry, con Alberto Olmedo y Susana Giménez) tenía un final feliz a todo trapo, con El Negro y Evelyn con flores en la cabeza bailando en un descapotable del que colgaba un cartelito que rezaba “recién casados”. El censor Miguel Paulino Tato no lo permitió. En el programa de mano de Sans Souci, El Ruso presentaba a Evelyn a modo de incógnita, una que a lo mejor la sensatez, el vuelo, la calentura o la definitiva confusión podían resolver, o quizá intentaba producir muchas más incógnitas, como le ocurría al personaje de Olmedo en la película mencionada, cuando miraba a Susana en semi bolas suponiendo que en su conchero se escondía otra cosa: “¿La vedette de los travestis o el rey de las vedettes?”.
A los fines de llenarle aún más el culo de preguntas al público, El Ruso, con su sugerente voz en off que parecía surgir desde un cielo porno, flirteaba con Jorgevelyn, que se contoneaba en el escenario solo, o sola, qué sé yo:
-Qué linda que viniste hoy. Contanos qué tenés puesto. ¿Quién te gusta del público?
Tal vez todo muy de avanzada para el público de esa época, Gerardo. Te pasaste.

CINCO
En 1993, poco después de finalizada su tarea como interventor de ATC (canal en el que de todos modos continuó trabajando hasta 1995), Gerardo Sofovich observaba cómo tristemente Robocopia, de Raúl Portal, luego del suceso del año anterior, languidecía en un mísero formato de media horita dedicada casi exclusivamente a detectar errores y hechos bizarros acontecidos en programas de los cinco canales de aire. Pese al fracaso, El Ruso les recomendó a los Portal (Raúl y su hijo Gastón) que insistieran con ese contenido, que tenía todo para funcionar bien, pero que le pusieran un cacho más de onda (“alguna minita linda que co-conduzca”) y, fundamentalmente, muchas más horas de dedicación a la preproducción.
El resultado fue PNP. Más adelante aparecieron TVR, Bendita TV, Aunque usted no lo viera, Ran 15 y tantos otros. De TVR (el heredero natural del poroto que Gerardo instó a meter en el frasquito y ver germinar) es muy recordado un tramo en el que se resume muy brevemente la participación del Ruso como invitado en La Cornisa, de Luis Majul, durante su primera temporada en Canal 7 (año 2000). Allí se observa cómo los televidentes dejan mensajes grabados y todos coinciden en algo: Gerardo no les gusta, no lo consumen, no comulgan con sus ideas, pero es un señor muy hábil e inteligente, mientras opinan que Majul es un pelotudo que está imposibilitado para entrevistarlo sin ser manipulado, revuelto y dado vuelta como ochocientos pares de medias en un jonca. Al Ruso no le interesaba demasiado el amor de los demás (más bien le interesaba muy poco). Pero sí le interesaba el respeto. Y eso se le cumplió con creces, evidentemente. Pero más aún le interesaba otra cosa que le quedó pendiente…
La última entrevista que concedió Gerardo fue a la revista Rolling Stone. Iba a ser la primera de tres, pero lamentablemente las otras dos quedaron suspendidas para siempre. Se nota que se está despidiendo y que tiene ganas de contar cosas con un poco más de gusto por el detalle. Hacia el final, el periodista Alejandro Seselosvky le confiesa que su generación le reconoce algunas gestas creativas pero que, con el paso de los años, fue tomando distancia de su figura pública. Sofovich le responde que su generación le tiene que pedir perdón porque siempre lo atacaron y nunca lo entendieron.
¿Habrá llegado entonces el momento de entender un poco más a este hombre, más allá del consumo irónico y el fácil juicio de valor acerca de algunos culos que se pasean por su filmografía? Lo veremos más adelante. Ahora dame dos y uno.
(*) Perdón Jorge Luis Borges