Olvidado durante décadas, el documental Palestina, otro Vietnam (1971) resurge como una obra clave del Cine del Tercer Mundo, revelando los vínculos entre América Latina y la causa palestina. Dirigida por los argentinos Jorge Denti y Jorge Giannoni y la suiza Manuela Generali, la película retrata la efervescencia revolucionaria de la época mientras abre preguntas sobre la representación de género en las luchas. En esta nota, Carolina Bracco recupera las voces de la cineasta Khadijeh Habashneh y la propia Generali para iluminar la experiencia del Colectivo de Cine del Tercer Mundo en la Revolución Palestina.
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Foto de portada: Ilustración de Artists Against Apartheid
El cine palestino comenzó a configurarse como proyecto nacional hacia finales de los años 60, en estrecho vínculo con los movimientos de Cine del Tercer Mundo. En ese marco, compartió una estética militante y descolonizadora con el cine político que se desarrollaba en América Latina, marcada por la búsqueda de nuevas formas de representación ligadas a las luchas de liberación nacional. A diferencia de otros proyectos fílmicos vinculados a estructuras estatales, el cine palestino militante se concibió desde el inicio como parte de un movimiento revolucionario en el exilio, en constante diálogo con la causa internacionalista y con un horizonte de solidaridad global.
Este clima de época propició la llegada de diversos cineastas extranjeros a Jordania y Líbano para presenciar de cerca la vida en los campamentos de refugiados y las actividades de los fedayines. Entre ellos se encontraba el Colectivo de Cine del Tercer Mundo (C3M), conformado por Jorge Denti, Jorge Giannoni y Manuela Generali. Sin apoyo institucional, político ni económico, emprendieron un viaje por tierra en una combi bautizada masha’alah, expresión árabe que significa “que así lo haya querido Dios”. Atravesaron Europa y Turquía hasta llegar a Líbano, donde registraron lo que luego se convertiría en Palestina, otro Vietnam.

La historia personal de Jorge Denti (1943-2022) resulta fundamental para comprender esta iniciativa. Exiliado en París, había participado en las luchas estudiantiles del 68 y en la ocupación de la Casa Argentina junto a Cortázar, Copi y Seguí. En ese momento, estaba en pareja con Manuela Generali (1948), con quien compartía inquietudes estéticas y políticas. Ambos quedaron decepcionados por el desvanecimiento de la agitación que para 1969 ya había cedido a un clima de repliegue. Fue entonces cuando comenzaron a mirar hacia las luchas del Tercer Mundo y tomaron contacto con representantes de la Organización para la Liberación Palestina en Francia.
Según recuerda Manuela en los intercambios que mantuve con ella a partir de 2020, su interés inicial estaba atravesado por una pregunta concreta: ¿participaban las mujeres en esa revolución? La preocupación feminista, en sintonía con los debates del movimiento europeo de mujeres, se cruzaba así con la búsqueda de un nuevo horizonte de militancia internacionalista. Denti, por su parte, compartía con su amigo Jorge Giannoni (1939-1995) fue el diagnóstico de que las verdaderas razones para un cambio radical no se encontraban en el centro del “mundo desarrollado”, sino en las periferias, en los países pobres o en aquellos en plena revolución. Según el relato de Manuela, el grupo llegó a Beirut el primero de enero de 1970 y estacionó su combi cerca del lujoso Casino du Liban, frente al Mediterráneo; desde allí se desplazaba hacia campamentos de refugiados y ciudades aledañas. Los contactos que habían hecho en París los acercaron a Mustafa Abu Ali, uno de los fundadores de la Unidad de Cine Palestino, y a su esposa Khadijeh Habashneh, la primera palestina en dirigir un film.
Khadijeh menciona en su libro Knights of Cinema. The Story of the Palestine Film Unit (2023) la presencia del C3M. Cuando conversamos el año pasado, me comentó que recordaba perfectamente a “los dos Jorges”, como los llamaban entre los palestinos, y a Manuela: “Mi esposo los invitó a comer y a quedarse en nuestra casa. Yo recién llegaba de Amán, había renunciado a mi trabajo para unirme a la revolución en el Líbano. Estaba fascinada por conocer a revolucionarios latinoamericanos, muy interesada en los Tupamaros. Les hablé del rol de las mujeres en la revolución, aunque no los acompañé en sus recorridos porque estaba trabajando en reorganizar la Unión General de Mujeres Palestinas. Según recuerdo, querían hacer una película sobre la revolución en general, pero también mostraban un interés particular en el papel de las mujeres”.

A pesar de la presencia activa de mujeres en entrenamientos y manifestaciones, su participación en los espacios de deliberación política seguía siendo mínima. Esta situación se reflejó en el propio proceso de representación cinematográfica. Como me señaló Manuela, y también destaca Denti en una entrevista de 2014, a ella le resultaba relativamente sencillo entablar diálogos con mujeres vinculadas a círculos intelectuales o artísticos, pero mucho más difícil acceder a las voces de las refugiadas, que debían pedir permiso al esposo para hablar frente a la cámara. Estas limitaciones llevaron al C3M a revisar su proyecto original, que había concebido a las mujeres como núcleo del relato fílmico de la revolución. Aunque es uno de los temas destacados del documental, finalmente incluyó un solo testimonio femenino: el de la militante Ihsan Bernawi.
En el minuto 15, la voz en off femenina señala: “La mujer palestina se está dando cuenta de que necesita cada vez ser más revolucionaria. Las tradiciones y estructuras económicas de la sociedad árabe la pusieron en un lugar de inferioridad y la privaron de autodeterminación. En la lucha, ella se vuelve más segura de sí misma. En la guerra popular, la participación de la mujer no puede ser dejada de lado. Sin ella no habrá victoria”. Estas frases acompañan imágenes de jóvenes costureras en un taller de Fatah, que refuerzan la idea de que la militancia femenina abarca tanto el frente doméstico como el armado. Aunque las mujeres tenían una presencia destacada en el combate y en tareas de apoyo, su participación en la toma de decisiones políticas era restringida y su visibilidad pública, marginal: las estructuras patriarcales tradicionales seguían marcando jerarquías y vínculos dentro del movimiento.

La precariedad material marcó profundamente la experiencia y generó una cercanía particular con la vida de los refugiados. Como recuerda Jorge Denti, “durante todo el rodaje, prácticamente no tuvimos dinero. Esto nos obligó a racionar estrictamente nuestros recursos, al punto de que tuvimos una dieta limitada y pobre. Pero creo que tales circunstancias también nos ayudaron a comprender, casi íntimamente, la vida de las partes más humildes y empobrecidas de la población palestina”. En una de nuestras conversaciones, Khadijeh evocaba con humor ese mismo contexto: lo que más le sorprendía, decía entre risas, era la sencillez de su alimentación cotidiana -“recuerdo que comían muchísimo yogur”-, un detalle que subrayaba la austeridad con la que atravesaron la experiencia.
Esa convivencia con refugiados, cuadros políticos —incluyendo figuras como Yasser Arafat— y colegas cineastas le permitió al C3M acceder a una cosmovisión profundamente movilizadora, imposible de captar desde una distancia meramente analítica o documental. La precariedad de medios y condiciones no sólo atravesó el proceso de filmación, sino que configuró una sensibilidad política y afectiva particular en sus integrantes, acercándolos a la cotidianidad de los refugiados desde una perspectiva vivencial más que etnográfica. A ello se suman numerosas anécdotas que Manuela recuerda con nitidez: traslados en los que, además de transportar el equipo de filmación, llevaban a palestinos sin papeles de un punto a otro, siempre expuestos al riesgo de ser detenidos. En los pasos fronterizos la combi era desarmada pieza por pieza por las autoridades, y eran los propios cineastas quienes insistían hasta lograr que los agentes la volvieran a ensamblar para poder continuar el viaje.
Uno de los episodios más críticos ocurrió poco después del secuestro de los aviones suizos por el Frente Popular para la Liberación de Palestina, el 7 de septiembre de 1970. En pleno desierto, fueron interceptados y, al presentar su pasaporte suizo, Manuela fue arrestada y trasladada a una cárcel masculina en las afueras de Baalbek, ya que no existía prisión de mujeres en la zona. “Por supuesto que yo era la única mujer. Y me acuerdo de que Jorge se puso frente a la puerta de la cárcel y gritaba: ‘¡Estoy aquí, eh!’. Pasé la noche allí porque las autoridades afirmaron que el único teléfono disponible -uno de manivela- sólo funcionaba durante el día. Fui liberada recién a la mañana siguiente”. A estos momentos de tensión se sumaron otros de aprendizaje inesperado. El grupo recibió entrenamiento militar básico y llegó a participar de comidas compartidas en circunstancias extremas, como cuando se vieron obligados a comer serpiente cruda, experiencias que transitaron con otros extranjeros que se acercaban a la revolución.

El resultado de casi un año de convivencia con los palestinos fue un film de 22 minutos que condensa con fuerza el posicionamiento político del C3M. Palestina, otro Vietnam articula una retórica maoísta con imágenes de archivo de la Unidad de Cine Palestino y con material propio filmado en los campamentos. El título mismo remite a la famosa consigna del Che Guevara: “crear dos, tres, muchos Vietnams”. Así, desde el inicio, el film inscribe la causa palestina en la cartografía del internacionalismo antiimperialista.
La película abre con imágenes de mujeres cargando naranjas y música de laúd, un registro cultural sereno interrumpido por el bombardeo aéreo. De inmediato, un cartel rojo anuncia “La agresión, guerra de junio de 1967”, introduciendo la violencia que marcó el pasaje de los palestinos de campesinos a combatientes, de refugiados a revolucionarios. El montaje yuxtapone imágenes de heridos, niños abandonados y desplazados con planos de Golda Meir riendo, en un recurso característico del cine militante de la época, que buscaba oponer la tragedia de los pueblos a la frialdad de sus opresores. La voz en off enfatiza que “luego de la agresión de 1967, la única resistencia fue la de los palestinos”, subrayando el abandono de los líderes árabes y la autonomía del movimiento. La película recupera también la persistencia del imaginario panárabe a través de pancartas con la figura de Gamal Abdel Nasser y consignas de unidad árabe en las manifestaciones, aun cuando el liderazgo egipcio estaba en crisis tras su derrota en la guerra. Finalmente, dedica un lugar central a las escenas de entrenamiento militar, donde aparecen hombres y mujeres jóvenes, así como niños y niñas, recibiendo instrucción armada. Esta inclusión no es menor: la revolución se presenta como experiencia formativa que atraviesa a toda la sociedad.

La circulación de Palestina, otro Vietnam también habla de su carácter transnacional. Tras abandonar Líbano abruptamente -ante la advertencia de sus anfitriones de que ya no los podían proteger- el grupo llevó el material a Europa, donde recibió el apoyo de Enzo Rosellini y la San Diego Cinematográfica para la posproducción. El corto fue narrado en inglés por el cineasta Giuseppe Vaporetto y por una mujer palestina de la que no se tienen datos, y se realizó además una versión italiana, ya que el colectivo tenía base en ese país. En 1973 obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine y Televisión de Iraq. Poco después, fue doblado al español y estrenado en el auditorio Kraft de Buenos Aires en el marco de la Conferencia del Comité de Cine del Tercer Mundo. La obra circuló luego en salas argentinas en el marco del Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte”, dirigido por Giannoni en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Tras este breve e intenso recorrido, la película permaneció en el olvido durante décadas, hasta que, hace unos años, comenzó a resurgir el interés por su recuperación. Ese retorno puede pensarse en relación con la retórica del internacionalismo antiimperialista, que hoy miramos con cierta nostalgia, pero también como parte de la necesidad contemporánea de volver a estas imágenes desde las memorias de sus protagonistas, lo que enriquece la historia del cine militante y devuelve al cine su lugar como herramienta de emancipación y memoria. Esa potencia adquiere un cariz aún más urgente en el presente, cuando la población palestina en Gaza enfrenta una ofensiva genocida que ya acumula decenas de miles de víctimas civiles y perpetúa un bloqueo que condena a la población al hambre y a la desposesión. En este escenario, el arte, el cine y la palabra no pueden permanecer en silencio: recuperar su capacidad de denuncia constituye hoy una necesidad política y ética ineludible.
