El rock según Luis Chitarroni
Compartimos un adelanto de Notas y reseñas sobre ROCK (Hiperbórea editores, 2025), que recopila los textos publicados en los 70 y los 80 por el escritor, editor y crítico en la revista especializada Audio Universal.

En algún momento de sus últimas entrevistas, esas que funcionan un poco como resumen de lo hecho y que explican el porqué y el cómo del presente y de lo que vendrá, Luis Chitarroni (1958-2023) hacía mención a sus primeros trabajos en la revista rersal, una publicación periódica y especializada que se publicó entre los años setenta y principio de los ochenta. 

Algunas de las marcas que particularizaron su escritura ya estaban ahí como una promesa cumplida. Los textos de Notas y reseñas sobre ROCK, publicados en aquella revista, ya revelan a Luis: la cita literaria y erudita, la frase disruptiva, el desvío desconcertante y la “fatalidad” de la digresión, recursos de una inteligencia sin alardes que el paso del tiempo transformó en marca de sabiduría y huella de distinción.

Diego Zappa


Beat (1982) – King Crimson

Neal y Jack y yo – Latido de corazón – Sartory en Tanger – Hombre que espera – Neurótica – Dos manos – Aullar – Réquiem

EG 6119 (cassette 7819)

Una placa de Crimson desanuda por anticipado las sogas verbales con las que uno intentaría ceñirla. Beat hoy se nos presenta como un homenaje a la iracundia de postrimerías de los cincuenta, vale decir, la iracundia que se manifestó con nombres tales como En el camino, Satori en París, Aullido, El almuerzo desnudo. Los detentores de esa iracundia son o fueron, además de escritores, los personajes de esos libros que la mayoría de las veces escapan a una clasificación domesticadora. Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs, escondidos tenuemente bajo nombres que los transparentaban, protagonizaron vital y literariamente esa saga hoy un poco relegada que consistía en sacar aliento de cualquier parte para no asfixiarse en una época que antes de expiar las depredaciones de Corea emprendía salvajemente la depredación de Vietnam. Época no tan culpable como el país que la hacía posible. País, sin embargo, capaz de producir voces extrañas, aullidos estremecedores.

Pero beat fue también, hasta que otras palabras vinieron a sustituirla, la designación naif de una música que empezó a ser tan virulenta como los epistolarios, poemas y novelas (manera de decir, nomás) de los beatniks. Los que empezamos a oír música a mediados de los sesenta, oíamos música beat. Hoy el término merece una necrológica, pero su concisa, percusiva alegría sirve perfectamente de título para este álbum ejemplar. 

Fripp le dio permiso a Belew (o éste ni siquiera se lo pidió) para que sacara a relucir su angustia y su felicidad americana (del norte, claro); para que contara, rapsódicamente en fulgurantes síntesis, esas historias de amor, de amistad, de carreteras recorridas alucinadamente, cuando la sabiduría oriental sedujo con su mirada distinta la mirada de tantos que no podían mirar la férrea realidad sin que la voz se quebrara en estallido o en sollozo. Belew, como vicaria alma máter de este Crimson renovado, demuestra que es uno de los músicos más sorprendentes del momento (oír, si es posible, su más que significativo Lone Rhinoceros); Fripp, líder indiscutible que ha preferido en este caso cierta generosa reticencia, que no sólo es un músico y teorizador de insoslayable importancia, sino también, el prudente propulsor de esta banda avasallante. Hablar del virtuosismo de cada uno es, a esta altura superfluo.

Una de las mejores placas del año pasado (lo que siempre digo cuando se trata de Crimson; decir la mejor podría parecer demasiado tajante). Editada con bastante retraso en nuestro país, y con una considerable disminución de intensidad en el color de la tapa (también se ahorraron las letras, y la traducción de los títulos merecería —por lo menos— ser revisada). Muy buen sonido.

L. Ch.

Hola, debo irme (1982) – Phil Collins

No me importa más – No puedo creer que es cierto – Como China – Sabes, te importa – No puedes apurar al amor – No es asunto mío – A través de estas paredes – No dejes que te robe el corazón – El lado Oeste – Por qué no puedes esperar hasta mañana

WEA SLIN-3244

Esta es la ágil producción que el baterista de Genesis nos propone por segunda vez. ¿Segunda vez? Sí, un peligro que no habíamos admitido antes aparece entorpeciendo la felicidad sonora de esta placa: la conversión de los recursos de Face Value en meras fórmulas. Hay energía suficiente para hacer caso omiso de esta sagaz (piensen en las regalías) distracción pero hasta el más pequeño detalle se encarga de subrayar en Hola, debo irme, lo que ya estaba en su predecesor. Énfasis que en rigor, no hace de la colección una muestra de estilo ni una estructurada segunda parte, sino solo una práctica facilitada, tentadora. Los diez temas que se ordenan, como contrapartida de los doce de Face Value, agotan sin excedentes los intereses de Phil Collins: los sobresaltos percutivos, las explosiones funky, los climas misteriosos, la combinación de alta sofisticación tecno-roquera y fatal desentendimiento de los arreglos para cuerdas decididamente anticuados, la balada levemente desvaída como reclamo nostálgico, la revisión-homenaje (en este caso: No puedes apurar al amor, un saludo a las suntuosa gazmoñería de The Supremes). Con razón o sin ella, Collins anula cualquier propensión al riesgo. Hombre de hogar, protege lo suyo. Interpretar esa protección como una estrategia ajedrecística sería agregar mala fe a lo que llanamente se nos ofrece como producto comercial. En fin, se esperaba más. No importa: Collins demuestra que no hace falta glamour decadente o romántico para atrapar adeptos. Una campaña electoral que se basa en su tierna dureza, en su humor apacible, en su fidelidad a ciertos gustos olvidados, a ciertas melodías que iluminaron, cuando nuestra curiosidad era joven, un rostro amado desconocido. El sonido es muy bueno y muy completa la información del sobre interno.

L. Ch.

Bache

Revista digital. Cultura y sociedad.

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