En 2025 se cumplen 80 años de la publicación de “El Aleph”, de Jorge Luis Borges, un cuento abordado hasta el hartazgo en la literatura argentina. En esta nota, el escritor Pablo Farrés subraya el vínculo poco transitado entre el gran autor argentino y Osvaldo Lamborghini.
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Tan perfecto como “El Aleph”
En Osvaldo Lamborghini, una biografía (2009), Ricardo Strafacce hace referencia al comentario de Leopoldo Marechal luego de haber leído El Fiord. Al parecer, fue Leónidas Lamborghini quien le acercó al autor de Adán Buenosayres el manuscrito inédito, y quien recibió el dictamen: “Es perfecto como una esfera. Pero una esfera de mierda”. La frase es extraordinaria por varios motivos, pero, sobre todo, porque hace que El Fiord alcance una dimensión visual, transformando el texto en una obra pictórica. Muda, lo que queda es la imagen.
En mi caso, la frase sigue titilando. Puedo imaginar El Fiord como la esfera de Parménides, pero llena de mierda, carne, ruido. En la perfecta, inmutable, inmóvil, indivisible y eterna esfera del Ser, encontró el estiércol de la historia. En este sentido, El Fiord funciona como una alegoría, pero no tanto de la escena política de los setenta, sino de la totalidad de lo que es. De algún modo, el universo es El Fiord. Esta definición tiene su encanto. Incluso, creo que resulta una invitación a leer a Lamborghini más allá de la cosa espesa y reduccionista de la violencia y el sexo. Sin embargo, no deja de ser un silogismo errático y medio tonto que roza el facilismo. A pesar de ello, la cuestión me queda dando vueltas: imaginar a Osvaldo Lamborghini (OL) como un dios que puede tomar entre sus dedos la esfera del Ser y contemplar el reviente y la hecatombe de cientos de miles de generaciones de vivientes estropeados por el dolor, entregados a un sacrificio sin sentido, me facilita una idea que tiene el valor de una revelación: más allá de las intenciones de Marechal (nunca importan las intenciones), creo que la frase no estaba dedicada a El Fiord, al menos no de modo directo.

¿Cómo explicar el equívoco? Acaso Leónidas entendió mal la frase de Marechal. Quizás se dejó llevar por su connotación negativa. Por mi parte, puedo sospechar otra interpretación en la que Marechal celebra El Fiord comparándolo y poniéndolo a la altura de El Aleph. Es decir, la frase de Marechal hace referencia, en primer lugar, a Borges, para luego aludir de modo indirecto a O.L. “Es perfecto como una esfera, pero una esfera de mierda” significaría “El Fiord es tan perfecto como El Aleph, porque El Aleph es una esfera de mierda”.
Desde luego, creo que la idea de Marechal es acertada y lo que me propongo es sumar algún mínimo sostén. En principio, El Aleph también hace alusión a la esfera parmenídea, pero reducida a un punto en el espacio. Ante esa “pequeña esfera tornasolada” en la que cabe “el espacio cósmico, sin disminución de tamaño”, la experiencia queda supeditada a la contemplación. Cada cosa se muestra como infinitas cosas y el que contempla las puede ver desde todos los puntos de vista. Parecería entonces que la cuestión central es la contemplación del infinito; sin embargo, el problema es otro: la imposibilidad de alguna experiencia comunicable.
El problema es que la simultaneidad del Aleph no puede ser narrada, porque el lenguaje es sucesivo, como también lo es la percepción. He ahí la imposibilidad de comunicar la experiencia del infinito. La cuestión remite a una condena: la de la finitud humana que no puede conocer sino lo que sus propias limitaciones le imponen (la sucesión del relato y de la percepción), traicionando entonces el objeto en cuanto tal (la simultaneidad de la esfera).

Incluso, la imposibilidad de comunicar la experiencia sin traicionarla, da lugar a la incerteza acerca de si tal experiencia existió. Es el mismo narrador en el relato de Borges quien asume la posible falsedad, ya no de las condiciones de su percepción, sino la del Aleph mismo: “Por increíble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph”.
¿Qué es lo que entonces queda del Aleph?, ¿qué ha resultado de la experiencia del infinito cuando se revela la imposibilidad de comunicarlo y la posibilidad de su falsedad? Lo que queda entonces es el recuerdo de Beatriz, más precisamente, “las cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino”.
Podría ser que las relaciones incestuosas entre primos hermanos no nos mueva el amperímetro, pero para el narrador, agobiado por una “vana devoción”, al que, en el ápice de la sensibilidad, le duele que hayan cambiado el cartel publicitario de una marca de cigarrillos, la visión del Aleph sólo podía devolverle humillación. Alguien capaz de escribir “en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije: -Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges”, blandito hasta la exasperación, del Aleph sólo podía quedarle el recuerdo de haber contemplado una perfecta esfera de mierda.
Borges lamborghiniano
Marechal estaba en lo cierto. De alguna forma, Borges era un escritor lamborghiniano y Lamborghini un autor borgeano. El Fiord es una esfera cerrada en la que cabe todo el horror de la historia. El Aleph es una esfera cerrada en la que cabe todo el espacio cósmico. Ante la visión de cualquiera de las dos esferas, sólo nos queda el temblor y la risa. El problema es que ni siquiera podemos comunicarlo. En O.L, el costo es que la lengua se vuelva completamente loca. En Borges, lo sucesivo traiciona lo simultáneo.
En el Aleph, siguiendo la lógica de un infinito contenido en otro infinito, no hay afuera posible: “vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo”. El efecto es la duplicación infinita de mundos y la desrealización de lo que llamamos realidad.
En El Fiord hay una salida que toda la obra de O.L mostrará como imposible: la revolución (o al menos salir de manifestación). Imposible porque El Fiord no deja nunca de ocurrir, y entonces volvemos una y otra vez a estar dentro de la esfera de mierda, sin afuera posible. “Después del 24 de marzo de 1976, ocurrió. Ocurrió, como en El fiord. Ocurrió. Pero ya había ocurrido en pleno fiord”. Es el eterno retorno del horror, pero porque el horror ya ocurrió antes de que ocurra. El efecto es la inmovilidad, la espera y la autofagia de la especie.
De todo esto me quedo con lo siguiente: se tiende a definir a Borges en términos de una poética del infinito, yo creo todo lo contrario, lo que importa no es la experiencia del infinito, sino volver y encontrarnos tan rotos que ni siquiera podemos comunicarlo. Cualquier experiencia de tipo mística, cualquiera que haya pasado por el trance de una sustancia alucinógena, bordeado lo sagrado o perdido lo que más ama, a su modo, lo sabe: el problema no es ir hacia la tierra del éxtasis, el problema es volver. Lo que anoche fue revelación mística, hoy es mugre orgánica.

Pero todavía hay un problema mayor. Sea un sueño o una alucinación, la visión del Aleph, de una u otra forma, nunca importa lo que se nos ha mostrado, el problema es despertar y comprobar que el mundo es parte de un sueño mayor, el drama es volver de la alucinación y enfrentarse al hecho de que la realidad es también una fantasía alucinada. Lo jodido es haber visto el Aleph desde fuera y comprender que ya estábamos dentro. Lo que se ha roto entonces no es sólo nuestra cabeza, sino el mundo en cuanto tal.
Este mecanismo se repite una y otra vez. En Tlon, uqbar, orbis tertius, la revelación de un universo ficcional remite a la completa ficcionalización del mundo real. En El inmortal, la eternidad muestra su lado oscuro. En El informe de Brodie, el tiempo cíclico impone el proceso de animalización humano. En Funes, el memorioso, la posibilidad de contemplar el mundo sin las síntesis categoriales del entendimiento deriva en atontamiento antropológico. En La escritura del dios, el prisionero contempla la infinita rueda de agua y de fuego en la que su propio destino estaba trazado antes de que ocurriera.
Incomunicable, incierta, la experiencia del infinito entonces no es inocua, tiene sus efectos: en el momento en que pretendimos contemplar el afuera del mundo, nos encontramos con que ya no hay ningún mundo. La realidad se afantasma, la identidad se desdobla, los signos estallan, sólo queda un sistema de citas y el infinito desplazamiento del sentido. El mundo se ha transformado en una enorme esfera de mierda.
Del Infinito Luminoso al Infinito Larvario
Tomemos La biblioteca de Babel. Su estructura es otra modalidad de la esfera: “Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: la Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono”.
El texto sostiene la “elegante esperanza” de encontrarle un sentido a “la naturaleza informe y caótica de todos los libros”. Las azarosas combinaciones de los veinticinco símbolos que los pueblan, pueden darnos el milagro de La Ilíada, el Don Quijote de la Mancha o un cuento de Borges, pero esas desviaciones no velan el sinsentido general. El disparate, las incoherencias, las cacofonías, son la norma; el orden de símbolos que formen una palabra, la excepción. Desquiciadas, las palabras nunca dicen lo que dicen. Lo que una significa en un anaquel, en otro significa cualquier otra cosa. “Biblioteca”, por ejemplo, puede significar “pan” o “pirámide”. Los libros, entonces, “corren el incesante albur de cambiarse en otros” y lo que afirman también lo niegan y lo confunden. Pero sobre todo, no hay palabra que explique no una palabra sino el hecho mismo de que existan las palabras.
Allí donde se nos prometía el infinito luminoso de una palabra o un libro que le diera sentido a todos los libros, “la cifra y el compendio perfecto de todos los demás”, nos encontramos ante el infinito larvario de letras que no encuentran la palabra y palabras cuyo sentido siempre está desplazado. Del Infinito Luminoso al Infinito Larvario: “No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto”. Es posible que su sentido sea un secreto que alguna otra palabra venga a develar, pero al leer “dhcmrlchtdj” no puedo dejar de ver larvas arrastrándose sobre el papel.
Pero lo larvario de esta infinita esfera no se limita a la letra sino también a los hombres que la habitan. Afantasmados, anulados, la población diezmada, los suicidios cada vez más frecuentes, destinados a la extinción, así los describe el narrador borgeano. Por mi parte, cuando pienso quiénes fueron esos hombres que recorrían la infinita y absurda Biblioteca, cómo vivían, pensaban y hablaban, no me viene nada de tal narrador. Rotos, desquiciados, pienso en esos bibliotecarios y me los imagino como a aquel que encerrado en un cuarto de hotel no puede sacarse de la cabeza a José Hernández. Pienso en aquellos que sufren los equívocos de la palabra y el sexo y encuentran su Tokuro, en el Marqués de Sobregondi, en el monólogo del Óyeme mi oíme. Pienso en aquel que en El Fiord sufre los embates del Loco Rodriguez o en un barco de amujerear el desquicio de La Hiena Jones.
Quiero decir que mientras el narrador de Borges lo describe todo como si estuviera fuera de la esfera de mierda, el narrador lamborghiniano desespera desde dentro. El primero se alegra con la “elegante esperanza” de que la repetición cíclica del desorden fuese también un orden, el segundo no sabe ni cómo se llama. El primero señala el caos como si le fuese ajeno a la lengua que lo nombra; el otro tajea la lengua como si fuera carne del mundo.

La sospecha se extrema. Hay algo de fraudulento en el narrador borgeano, como si jamás hubiese estado en la Biblioteca y no tuviera idea de lo que se sufre cuando el ruido del lenguaje todo se lo lleva. En todo caso, ¿cómo en el desorden de las palabras puede alcanzar el orden de las explicaciones?, y más todavía, ¿cómo en el infinito larvario de las letras pudo haber vislumbrado siquiera una mísera palabra? El mejor modo de ocultar el fraude es hacerlo visible. “Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?”. Si efectivamente lo entendiéramos, lo que nos cuenta el narrador ni siquiera fue escrito por él. Ya todo estaba escrito en la Biblioteca, incluyendo las palabras del narrador y el cuento firmado por Borges. Nunca hubo narrador, sólo existieron las chanzas demoníacas de la Biblioteca, el fraude de la letra.
El texto menciona “la secta de los impíos”, que comparan la Biblioteca con una divinidad que delira. Los libros serían entonces la expresión de la mente rota de un dios babeante. Un dios negro que le da a los hombres la palabra para robársela de inmediato. Creo que O.L debió pertenecer a la Secta de los Impíos. Si Borges supo acomodar su figura a la del bibliotecario que busca el libro, “análogo a un dios”, que podría explicar todos los libros, los textos de OL ponen en escena el monólogo de los bibliotecarios que han recorrido todo el lenguaje para terminar adorando a otro dios, esa divinidad que delira, nos roba la palabra y nos deja mudos como animales que desesperan el nombre.
Y sin embargo, más allá de estas diferencias, por arriba o por abajo, la carne o el espíritu, el significado o el significante, en ambos se inscribe la desesperación de nombrar lo que no está en el lenguaje, pero que hace posible todo el lenguaje. Ya sea el dios maléfico lamborghiniano o el dios borgeano que explique el sentido de todo esto, ambos señalan la dimensión sagrada que se juega en la palabra:
“El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, solo puede ser obra de un dios”.
No sé qué habrá querido decir Marechal, nunca importa el querer-decir con eso de “esfera de mierda”, pero se me ocurre que la equivocidad del término, el hecho de que la palabra “mierda” pueda significar cualquier cosa, señala y se integra perfectamente al drama borgeano. No al infinito luminoso tan transitado como culturalmente hegemónico, sino el infinito larvario de su legado. Pero en ese punto hay que ir de Borges a Lamborghini, para encontrar que eso que llamamos lo “lamborghiniano” ya estaba en Borges desde antes. El Sabio Blanco y el Sabio Negro se miraban en el mismo espejo. El Aleph incluía el Fiord en su enumeración. La Biblioteca era otra modalidad de La Gran Llanura de los Chistes y esta un espejo deformado de la primera.
*Una versión preliminar de esta nota se pudo escuchar en el ciclo “Un fraude de brillo y neón”, en el Centro Cultural Recoleta en abril de 2025.