Un año en Malasya
Doce meses para recorrer el bodoque de 480 páginas titulado Malasya, firmado por marmat y editado por Nudista. Las voces de la literatura bárbara resuenan en su escritura: Ana Regina fue todo oídos y anotó en esta bitácora de lectura cómo hizo para entrar en ese territorio (y no querer irse más).

Agosto de 2024

Emprendo mi periplo por una tierra ancestral, fuera de tiempo y espacio. Entro a Malasya. Me emociona conocer un mundo nuevo y me pregunto cómo se hace para crear estos universos. Una cosa es escribir una novela; otra, muy distinta, crear un mundo desde cero. Laiseca supo hacerlo, marmat también. Pero (simplificando mucho) en Los sorias uno sigue el enfrentamiento entre dos facciones que le dan cierta estabilidad a la trama novelesca. Malasya me resulta, a priori, más inestable: marmat crea un mundo a partir de imágenes de un lirismo precioso. Él dice que son las voces las que escriben el libro, y al leerlo me pregunto si acaso una de esas voces sea la de un gran poeta. Creo que no. Las voces pueden hablarle, pero el poeta es, sin dudas, marmat. Ahora mientras empiezo a recorrer estas páginas me pregunto: ¿cómo transitar esta cartografía ubérrima sin perderme mental, física y espiritualmente? El relato abre con un paratexto que nos ubica en la tradición de los manuscritos encontrados: marmat es Cervantes y a la vez es el Quijote. Cada uno de los personajes parece arremeter una y otra y otra vez contra la proyección novelística. Pero… ¿es Malasya una novela?

Septiembre de 2024

Sigo avanzando por la tierra malasyana y la pregunta aún resuena. La escritura de marmat va más allá de la estructura clásica. Es vanguardista por anacrónico, pero no decimonónico. La escritura de Malasya tiene más que ver con los relatos primigenios, míticos, como si marmat lograra condensar en un mundo una genealogía latinoamericana que va desde el Popol Vuh hasta… ¿hasta dónde me llevará el relato? El autor del libro y del mundo es como El Creador y El Formador, pero si en la mitología quiché las distintas formas protohumanas se hacían y se deshacían a gusto y capricho de los creadores, en este libro la proliferación de personajes permanece y abulta. Y aún mejor, esos personajes me importan. Escucho los consejos del Celebrante Retirado y los cuchicheos de Personaje Descolocado, deseo un amor próspero para Carlota Echagüe y el diablo en su matrimonio. Incluso en cuadros breves o en historias que se me van presentando y que no sé si volverán, marmat logra mezclarme con estos personajes. Vivo con ellos, los quiero. 

Noviembre de 2024

Vuelvo a Malasya después de un hiato. Hace falta tiempo para descansar y tomar algo de distancia. Como lectora necesito esa distancia. Necesito irme un rato de Malasya para no quemarme con su intensidad. Lejos y a la espera puedo detenerme en la mitología malasyana. Me encuentro pensando en los vaticinios del Sabio Delirio, uno de los personajes, y su tono profético apocalíptico telúrico: “doloridos por el sol, cuando quema no hay caverna ni refugio y a la palabra le falta condimento de ají en las venas taponadas de siglos esclavos…”. Siento que la ficción va avanzando sobre mi mundo, no hay refugio bajo estos primeros soles infernales de noviembre. Malasya avanza sobre mi realidad suburbana y conurbanense. Estoy en Malasya aunque me vaya de ella. El Sabio Delirio sabe muy bien que hace tiempo a la palabra poética le falta ají, por eso es menester encontrarlo, escucharlo hablar, por eso debo recorrer este territorio, aunque sea de a poco. La distancia y la espera constituyen un aprendizaje contra la ansiedad, un sabio lector me repite casi a diario: la literatura sabe esperar. Y yo me tomo mi tiempo para zambullirme en el agua malasyana. 

Enero de 2025

He vuelto a Malasya pero cada vez me resulta más complicado escribir la bitácora. Siento que leo Malasya y camino Malasya, que la escucho. Me pierdo y a la vez pienso en un montón de tradiciones literarias, de gestos autorales. Ese es mi vicio. La escritura marmática, como la han llamado, es barroca porque encarna lo desmesurado, lo frondoso, lo recargado, lo excesivo al nivel de la frase. Pero también es barroca por su estructura y la afición al juego de plegar o mezclar distintos planos de la realidad. En Malasya el narrador, conocido como El Escribiente, intenta contar la historia de ese mundo, pero los personajes se le rebelan. Esclavos del caos, desordenan el relato, lo toman. Así, todo el texto parece estar a punto de desmoronarse: “Una vez más, mientras el Escribiente torraba como un oso invernador, Personaje Descolocado había tomado el texto, la escritura del informe sobre Malasya que el Escribiente estaba terminando de una buena vez”. A veces siento que Malasya es un territorio literario consciente de su artificialidad que se vuelve en contra de nuestra realidad. A veces me pierdo tanto en sus hojas que siento que avanzan sobre el mundo. A veces creo que Malasya es Tlön. 

Marzo de 2025

Hay ficciones barrocas y escrituras barrocas. Leo Malasya de marmat y me doy cuenta de que es necesario poner a funcionar ambas para dar cuenta de un mundo. Me detengo en el fragmento final del apartado “Los funerales del tío Antonio”:

“Y en los pardos botareles susurra el musgo colgado, y en los negros capiteles entorno velando están esqueletos descarnados, monumentos carcomidos, corona del fundador, a través  de cuyos ojos bravíos aquilones arrasan cien nubarrones de ceniciento color. Perlas bicolores en el cieno de la patrushka de atropellamiento, geriátricos débiles de imperios agrios, fastuosos, polizónicas las costras de la cara abierta y, de entremés: el mes, del mes, pero en el quebrazal de lona donde se alza un peso muerto. Peso por muerto, el kilo al 25% de descuento por ser acomedida… y traer la bolsa negra.
Todo eso se comenta en el funeral del tío Antonio. Todo eso”

El fragmento marmático me presenta varias imágenes sensoriales (“pardos botareles”, “negros capiteles”, “nubarrones de ceniciento color”), hay una personificación en el musgo colgado, coronada a su vez por una bellísima aliteración. En el párrafo también abundan las metáforas y el oxímoron, la contradicción (“imperios agrios, fastuosos”), y todo el fragmento tiene una rima interna, un ritmo que remata con el juego de palabras del peso muerto. En ese breve fragmento marmat logra combinar el uso de recursos poéticos con una voz más mundana y terrenal. Me deslumbra con la preciosidad y la sonoridad del fragmento para después hacerme reír con lo que resuena a frase promocional de carnicería de barrio. Pero no queda ahí: el fragmento cierra con una anáfora, esa clase de anáfora que usamos cuando hablamos. En la combinatoria de lo inmaterial de los recursos, la sonoridad del lenguaje y la cotidianidad de la escena, marmat encuentra la forma de contar un mundo. 

marmat (Foto gentileza del autor)

Junio de 2025

Todo se volvió zul. ¿Luz? ¿Azul? He terminado mi periplo por Malasya, aunque no sé si ha concluido. Terminé de leer sus páginas y la pregunta que me hacía al principio estalla en muchas más: ¿qué es Malasya? Ni sus habitantes lo saben. Pero el Escribiente algo entiende y me chicanea, me dice que mire, que vea, que mire vea, que la realidad es como la veo, o la leo, o la siento. Y yo siento que mi realidad es Malasya, o quiero sentir eso. Quiero que mi realidad no sólo esté rodeada de los horrores absurdos y de la crueldad cotidiana. Quiero que mi realidad sea atravesada por esa lírica magnífica marmatiana. 

Agosto de 2025

Han pasado varios días… ¿Existe Malasya en lo íntimo de un libro? ¿Existe Malasya en Malasya? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo misma estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los días, los paisajes de ese mundo…

Cuando leía Malasya me resonaba una frase de H. A. Murena: “llegué a descubrir, torpemente y por azar, lo que algunos saben: que no se oye sólo por los oídos centrales, que tenemos muchos otros, en el pecho, garganta, piernas, que ciertas músicas se escuchan mejor en determinada posición física que en otras. Pensé alguna vez que acaso somos un gran oído, muchas de cuyas partes, por barbarie, dejamos de poder usar”.Nuestro querido marmat, como buen sanjuanino, vence la barbarie y se constituye en ese gran oído del que hablaba Murena. Escucha con atención, con el cuerpo, especialmente con las manos y escribe. Entiende que el mundo, que Malasya se construye a partir del habla de sus habitantes, un habla que conocemos y a la vez nos es muy extraña, por hiperbólica y desmesurada. Pero sobre todo por el ritmo, porque marmat también es un dandy modernista, ama su ritmo y ritma sus acciones. En ese ritmo, uno como lector se arrebata, se asimila al lenguaje malasyano, a Malasya y se pierde en su cartografía, que es también perderse en las formas poéticas del gran oído marmat.

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