En su nueva novela, La flamenca, la narradora y artista visual cruza la literatura y la pintura a partir de una obsesión.
…
Fotos por Alejandra López (gentileza de la autora)
En su reciente novela La flamenca (Seix Barral, 2025), Ana Montes (1992) retrata una obsesión: la búsqueda del rojo exacto, “ese color” —en palabras de la narradora— que encuentra en el cuadro El pocillo de café, pintado por la artista Emilia Gutiérrez.
Después de la muerte de su padre, la protagonista se aísla en una casa en las afueras de Buenos Aires y, en ese alejarse del mundo, se permite a sí misma vivir una vida a través del arte. A partir de una forma fragmentaria, que va y viene entre listas, breves reflexiones y ensayos, la novela de Montes sostiene una búsqueda sensible, poética y, en última instancia, vital.
¿Cómo surgió la idea de La flamenca? Me acuerdo que ya tenías el cuento en Meditación madre…
La novela es un poco una continuidad de un cuento que está en Meditación madre (Concreto, 2022), sí, que es la historia comprimida de La flamenca. Esa historia surge de una investigación de no ficción que hice sobre la pintora Emilia Gutiérrez, a quien descubrí de una manera relacionada con mi vida autobiográfica. Me acuerdo que mi papá tenía un cuadro de ella cuando yo era chica, y de repente un día esos cuadros que estaban en mi casa no estuvieron más, porque mi papá los empeñó en un banco durante la crisis del 2001. Muchos años después, durante una clase de un programa de artistas, vi pasar una pintura de Emilia Gutiérrez y la reconocí, entonces empecé a investigar sobre esta pintora que me llamó mucho la atención.
Hay un vínculo especial con Emilia, entonces, que va más allá de la novela.
Sí, me obsesioné con su historia cuando descubrí la pintura El pocillo de café en una muestra en COSMOCOSA, una galería de arte en el centro. Ahí quise llegar a fondo con la investigación de no ficción, pero cuando vi que no había mucha posibilidad de encontrar más de lo que ya había encontrado, se me ocurrió la idea de escribir una novela con un personaje obsesionado con la vida de esta pintora y esta pintura.

¿Cómo fue el proceso de escritura? El transformar esas notas que tenías de no ficción a novela.
En realidad, tenía mucho material disperso sobre Emilia: el cuento en tercera persona de este personaje obsesionado con la pintora, mis notas, un perfil que escribí para Anfibia sobre Emilia Gutiérrez, acompañando una retrospectiva que se hizo sobre ella en el Fortabat, curada por Rafael Cippolini. Entonces tenía la pata de no ficción con todo lo que había llegado a investigar, y quería incluirlo de algún modo en la novela. Además de las partes del cuento que me gustaban, pero todavía había que encontrarle la forma. Ahí se me ocurrió la idea de un diario, como si fueran las notas fragmentarias que lleva este personaje alrededor de su obsesión y su búsqueda por el color rojo –que esto surgió en la novela, no estaba en el cuento–, el color exacto que tiene este cuadro y que a ella particularmente la obsesiona.
Contame más sobre tu personaje. ¿Con qué otros personajes de la literatura creés que tienen algo en común? En relación a la búsqueda, su obsesión, su forma de ser.
Quería sacar el foco de la locura de Emilia y de estas mujeres artistas pintoras olvidadas, medio locas, en las que la biografía es más importante que su obra, y ponerlo en este personaje que se obsesiona con ella. Me divirtió que sea una mujer que está sola, encerrada, de una clase alta venida a menos, y me interesaba mucho crear este personaje que vive su vida a través de su obsesión. Lo relaciono con este tipo de libros protagonizados por mujeres que tienen guita y están aburridas, y que encuentran en una obsesión algo que las conecta a la vida.
Algo que me gustaba pensar cuando escribía La flamenca es que esta es una mujer que se retiró del mundo porque el mundo no para de girar como una rueda maníaca y, además, porque puede, tiene la guita para hacerlo. Y que, sin embargo, tiene una conexión super vital con el mundo, a través de esta búsqueda por el arte. Es el tipo de narrador que se retira del mundo y puede estar ahí, habitar esa nada. Ahora estoy leyendo también La vegetariana de Han Kang, que me está encantando y siento que comparte con mi novela la búsqueda de lo extremo por parte de los personajes. Hay verdad en el querer alejarse de la locura del mundo. Escribir esta novela fue pensar en mi obsesión y ver cómo sería llevar esa obsesión al extremo.

¿Cómo se entrelaza la obsesión con la locura? Pareciera que la protagonista está loca como Emilia, pero a la vez está lúcida cuando toma la decisión de recluirse…
Yo no sé si la protagonista está lúcida, en mi cabeza eso es un gris, no lo tengo tan claro. La novela es fragmentaria y tiene muchos silencios y lagunas, y yo creo que son las lagunas mentales de la narradora. Si está o no loca, no lo sé del todo, eso queda a interpretación del lector, pero me gustaba un poco que estuviera en el borde.
Sin embargo, hay algo sistemático en la búsqueda de ese rojo exacto: la narradora tiene momentos más fragmentarios y de lagunas, pero también momentos más metódicos, de registrar con exactitud y armar listas…
Como un plan.
Claro, tiene un plan. ¿Qué surgió primero, el diario o la lista? Me gusta la lista que va haciendo con el color.
Primero fue el diario más laxo, pero me pareció que le faltaba algo que hiciera peso. Creo que lo que más ancló a la narradora de la novela en el mundo fue esa búsqueda sistemática por el color; sin eso hubiese sido el relato de una cheta aburrida. Esa obsesión es lo que le da sentido a su vida, y sentido a que un lector lea el libro también. Justo ahora recibí la primera lectura de alguien que me dijo, a mitad del libro, “che, no me la banco a la narradora, es insoportable, qué pesada, cómo se recluye”, y me parece que es un riesgo de la novela. Al final, me terminó diciendo que la tenía conmovida, y yo creo que si hay algo que la salva a ella como personaje es esa búsqueda sistemática y hasta sensible, en cierto punto.
No está aburrida y ya…
Claro, no solo está perdida, hay también un norte.

Siendo artista visual y escritora, ¿cómo te parece que se complementan ambas disciplinas? En la escritura en general. ¿Qué es lo que más te gusta de cada una y cómo se traduce una práctica en la otra?
Creo que esta novela fue el libro en el que más pude juntar los dos mundos. Hay algo super pictórico en la sensibilidad que tiene la narradora con la búsqueda del color y ese cuadro que la conmueve. Ese buscar el color exacto en lo cotidiano, en el paisaje. Es un estar mirando al mundo de una manera visual, 100% visual. Entonces traté de escribir con mucha conciencia de eso y fue una oportunidad linda para escribir como pintora.
Contame de algunas referencias que tuviste mientras escribías.
Bueno, por el lado del color, hay dos libros que me sirvieron mucho y me ayudaron a anclar este personaje que es el color, a la vez tan abstracto y tan concreto. Uno fue Rojo. Historia de un color, de Michel Pastoureau, que es un historiador del arte que investigó mucho los colores. Este tomo es increíble porque te da mucha data del rojo como el primer color de la humanidad, que se usó para pigmentar telas. El rojo como el color del fuego y la sangre.
No solo pensarlo en su dimensión material sino también en su historia.
Sí, y en su dimensión simbólica. Después otro libro que también me sirvió y me reconectó con la búsqueda del color es Te mando este rojo cadmio, de John Berger y John Christie, que era un proyecto que tenían ellos dos de mandarse cartas sobre el rojo cadmio, una correspondencia donde se contaban en qué cosas lo encontraban, como un auto, por ejemplo. Es una belleza total y me hizo pensar mucho en esta sensibilidad particular a un color, y fue clave. Otro referente para pensar la estructura y la forma fue Los ingrávidos de Valeria Luiselli, que es su primera novela y tiene también una forma fragmentaria, además de un personaje que está obsesionado con un personaje de otro tiempo, en este caso un poeta de otra época.
¿En qué otros autores contemporáneos encontrás ese vínculo entre escritura y pintura?
Obviamente en María Gainza, que es la referente, con El nervio óptico. Siento que tal vez hay pintores que escriben sus memorias, pero no tanto en formato novela, sino como diarios de artista. Leí muchos durante la escritura los de Marta Minujín, algunos editados por Chai. Pero sí es un cruce que me interesa mucho y siento que por ahí no está mega explorado. De hecho, siempre que escribo sobre un tema leo todo lo que hay alrededor, y en este caso no había tanto, así que me gustó entrar de lleno en eso.