Artista multifacética, de culto, casi secreta, Lucía Seles llegó con sus películas —sus “videos”, como ella los llama— a la plataforma Mubi. Una oportunidad para adentrarse en sus exploraciones con el lenguaje, la neurosis y los géneros inclasificables.
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Foto de portada: Flor Daniel
En otros momentos de su vida se llamó Diego Fernández o Rocío Fernándes, cuando actuaba su seudónimo era Selena Prat, pero hace ya unos años que es Lucía Seles y, según ella, lo será hasta que se muera. Actriz, música, compositora y argentina —aunque ella se identifique chilena—, le gusta llamar videos a sus películas. Dice de sí misma que es grafómana y obsesiva de las listas. También le gusta escribir en libretas pequeñísimas con una letra diminuta y decir 01, 02, 03, en vez de 1, 2, 3. Cuenta con una larga trayectoria en teatro y, desde hace unos años, cobró gran importancia en el ámbito del cine argentino. Sus películas —o vídeos— son un género en sí mismo, una experiencia novedosa para quien las ve por primera vez.
¿Por dónde ingresar al cine de Lucía Seles? Sin mapa ni dirección, dejándose llevar por algo inclasificable, nuevo. Ver un film de Seles es entregarse al caos, tanto narrativo como humano, dejarse envolver por un montaje frenético y agitado, por un ritmo que, como espectador, te arrastra con él.
Las películas que integran la “Pentalogía del odio”, mejor conocida como PENTALOGÍA INCONCLUSA ODIO DESENCADENADA, tocan diversos géneros sin asentarse por completo en ninguno. No tendría sentido y sería una injusticia intentar encasillar estas películas dentro de lo que entendemos como género: irreverentes como su autora, verborrágicas, no se dejan etiquetar ni ordenar. A veces te hacen reír con sus situaciones absurdas y, al mismo tiempo, verosímiles. En otros momentos, sentís pena por los personajes, desesperación, bronca.

La narración tiene una energía que no se agota, es excesiva, va y viene en el tiempo, se pliega y despliega en distintos momentos o situaciones, y cada vez nos muestra algo diferente, un detalle en el que no habíamos reparado. Pero lo que hace único al cine de Lucía Seles es que tiene un lenguaje propio. Tanto desde el punto de vista narrativo –transiciones, encuadres, linealidad del relato– como en la forma de hablar de los personajes y, no menos importante, en los comentarios sobreimpresos en la pantalla. Estos textos que aparecen sobre las imágenes, comentando algo de lo que se ve o avisando algo que va a suceder pronto, son un mix de spanglish con abreviaciones y ocurrencias únicas, una oda al lenguaje virtual, al de los mensajitos y la modernidad apurada, que ahorra letras para comunicar más rápidamente. Esto nos muestra, otra vez, que estamos frente a un cine escurridizo e intraducible, donde no solo importa lo que vemos y escuchamos, sino también lo que leemos.
A veces, los comentarios sobreimpresos tienen que ver con la línea narrativa central, remarcan algún aspecto de la historia o algo que sienten los personajes, y juegan con la redundancia. En cambio, otras veces no tienen ninguna relación con la historia principal: dos personajes juegan al tenis y leemos: “io = querría aclarar q soi una persona too many distante de almodovar at el fin”.

No solo se sobreimprimen frases, sino también sonidos: vemos una escena, pero oímos lo que sucede o ya sucedió en otra. Las conversaciones se filtran por donde pueden e invaden a las imágenes.
Los espacios cotidianos, en esta pentalogía, parecen iluminarse de un modo distinto, ligeramente corrido, como si los estuviésemos viendo por primera vez. Esto sucede por la rapidez con la que el montaje alterna imágenes, hasta marearnos, con encuadres de ángulos dislocados. Inesperados, nos dan vuelta –literalmente– la forma de ver el mundo.
Smog en tu corazón (2022) sigue a un grupo de personajes que trabaja en un complejo de tenis. El humor aquí es seco y se origina a partir de conversaciones absurdas que tienen los personajes entre sí. Parecieran incomodarse el uno al otro de una forma sutil pero tolerable, y eso se traduce en una sensación de alerta o incomodidad en el espectador también. Pienso que quizás en eso se basen, en última instancia, todas las interacciones sociales: una suerte de incomodidad ensayada y de diálogos sin sentido que, igualmente, nos hacen ver un tubo de pelotas de tenis como si fuese algo maravilloso.
Saturdays disorders (2022) es la segunda entrega de la serie, con la misma locación —el complejo de tenis—, donde los roces entre los personajes son cada vez más intensos. Las tensiones que florecían de a poco en la primera película crecen con rapidez alrededor de emociones no correspondidas y de un torneo de tenis en el que se anotan sólo dos personas. Aquí, tanto en la narración como en los protagonistas, hay una deriva que conlleva también cierta nostalgia, traducida en los planos en blanco y negro, donde vemos los pliegues más trágicos de la historia. A medida que se resquebraja ese grupo que vimos formarse en la película anterior, también lo hace el relato: los saltos temporales son constantes y volátiles, van y vuelven sin un hilo, generando una sensación de inestabilidad que se sostiene a lo largo de todo el film.

Las otras tres películas que conforman la pentalogía, Weak Rangers (2022), Terminal Young (2023) y Fire Supply (2024), siguen la misma línea: aumentan las tensiones y, por lo tanto, el ambiente general se vuelve más caótico, el montaje más espiralado y vuelto sobre sí mismo, los comentarios sobreimpresos más frecuentes y llamativos. Hay una suerte de desorientación en los personajes y eso se traduce en los movimientos de cámara: impredecibles, desordenados.
En fin, hay muchísimo más por decir, pero la mejor forma de descubrirlo es viendo las películas, adentrándose en el mundo que proponen y dejarse envolver por esa experiencia única. El cine de Lucía Seles es como una criatura obsesionada con el poder del lenguaje y las múltiples, infinitas maneras de contar una historia, por más pequeña que sea. Pareciera un estudio de las emociones humanas cuando no se dejan controlar por los límites o reglas de lo socialmente aceptado: aquí las personas son, con sus contradicciones, absurdos, manías y reacciones en crudo, sin filtros. Como bien dijo la directora, “fuera de la ficción, todo es una basura”. Y qué mejor que su cine para escapar de eso y, a la vez, develar el brillo insólito de una buena ficción.