Liliana Maresca, una artista anarco barrosa

En Liliana Maresca, una época, de Juan Laxagueborde, la vida y la obra de la multifacética artista argentina se funden en un recorrido urbano por la Buenos Aires efervescente de la posdictadura.

La banquina del arte

Escribir el perfil de una artista es habitar una obsesión. El biógrafo puede pasarse muchos años conviviendo con su objeto de escritura y de deseo. En el caso de Juan Laxagueborde (Buenos Aires, 1984), autor de Liliana Maresca, una época (Mansalva, 2024), fueron exactamente dieciocho, desde que leyó un texto que empezaba así: “Liliana Maresca estaba determinada a comerse el universo como si fuera una ostra”. Publicado en el suplemento Radar de Página 12, en septiembre de 2006, el artículo llevaba la firma de María Gainza. 

¿Quién era esa mujer que, Laxagueborde confiesa, le daba “miedo y alegría”? 

Liliana Maresca nació en 1951, en Avellaneda, como Néstor Perlongher. Y acá Laxagueborde juega su primera carta: “Ella y Perlongher tuvieron unas peripecias muy parecidas: el barro como material para un barroco dicho y hecho en las orillas rioplatenses”. 

Maresca fue una artista “anarco-barrosa con procedimientos de antropóloga” cuyas obras van de la escultura a la performance colectiva, de la instalación conceptual a la foto performática, y sus materiales eran los deshechos, la herrumbre y el alambre, las ramas, la basura de los containers, un carrito de cartonero, los objetos “de la banquina del arte”. 

Pero además fue una especie de torbellino. Recibía artistas y alquilaba las habitaciones de su antiguo PH de San Telmo, sobre la calle Estados Unidos, un segundo piso por escalera semiderruido, convirtiendo su casa en “una mezcla de centro cultural semipúblico, taller de pruebas y realizaciones, tugurio extravagante, institución taoísta y hogar”. Fue, también, un vórtice magnético capaz de atraer a personalidades como Marcia Schvartz, Jorge Gumier Maier, Enrique Symns, Marcos López, Alejandro Kuropatwa, Marta Soriano, Elba Bairon y Martín Kovensky. 

Su nombre quedó asociado para siempre a dos espacios porteñísimos: el Centro Cultural Recoleta y el Centro Cultural Rojas, al que Laxagueborde le dedica un capítulo entero. 

En el Recoleta presentó su megamuestra La Kermesse. El paraíso de las bestias (1986), donde se paseaba vestida de monja entre señoras de Barrio Norte, Fernando Noy, Vivi Tellas y Pipo Cipollati. En el Centro Cultural Rojas expuso La cochambre. Lo que el viento se llevó (1989): una sala ocupada por muebles de jardín oxidados, inútiles, junto a bloques de cemento. El día de la inauguración, Batato Barea leyó “Sombras de concha”, poema de Alejandro Urdapilleta: Como un pulpo esa concha enorme / se va acercando / ya cubre todo el Parque Lezama

Los 90 estaban a la vuelta de la esquina.

Con el auspicio de Dios

Imagen Pública-Altas esferas, de Liliana Maresca (1993) (Foto: Marcos López)

Liliana Maresca, una época es un libro plagado de escenas urbanas de otra Buenos Aires, sin celulares, con circulación de cuerpos, deseo y reviente. La efervescente Buenos Aires de la vuelta a la democracia hasta mediados de los vertiginosos 90.   

Mención aparte merece el Marconetti, un edificio art noveau construido en 1926 sobre Paseo Colón, frente al Parque Lezama, que Maresca frecuentaba con un novio y donde realizó una foto-performance con Marcos López llamada Liliana Maresca en el edificio Marconetti. En los años 80 fue tomado por okupas, era sede de Los Abuelos de la Nada y de la bohemia local, algunos lo rebautizaron como “Narconetti”; finalmente, en 2019 lo demolieron para ensancharle la avenida al Metrobús. 

Muy rápido, la lectura de estos mitos y leyendas urbanas se vuelve adictiva. Laxagueborde aprovecha bien la ebullición que sucede en torno a la figura de Maresca y el retrato de la artista gana capas de profundidad con el ingreso orgánico de materiales diversos: pinceladas de aquella otra ciudad, textos curatoriales e intervenciones, una mirada propia acerca del costado místico y alquímico de la artista (acá aparece el nombre de Simone Weil), mini perfiles (imperdibles los del Indio Solari y Alejandro Urdapilleta), ensayos críticos y testimonios (de Gumier Maier a Sebreli pasando por Elba Bairon, Oscar Masotta y Fogwill), citas y poemas. 

Liliana Maresca, una época nunca descuida el entorno, las condiciones de producción, el clima en las calles de la ciudad, la noche, la red de relaciones y contactos, los artistas conocidos y los jóvenes que “se morían por matar el tiempo dejando algún rastro de sus sentimientos en el rincón porteño que se pudiese”. Biografía escrita con una fluida prosa rioplatense, es también un ensayo sociológico sobre Buenos Aires bajo la influencia de la tradición ensayística porteña, de Ezequiel Matínez Estrada a María Moreno y Horacio González, ambos mencionados en la introducción. En la página 61, su autor desliza una lectura personal y potente de la ciudad que habitamos: “… que la lectura continúe (…) en el corazón de todxs aquellxs que queramos saber que Buenos Aires siempre tiene preparada una leyenda. No dije un museo ni una vitrina, dije una leyenda”. 

En “Teoría de los sótanos”, el más extenso de los siete capítulos que componen el libro, aparece la escena porteña de la vuelta a la democracia en sus espacios más representativos: El Parakultural, Cemento, Latex Bar, el Británico. Al recordar esa época, Fernando Noy dijo: “Podíamos constatar que la realidad que colaboraba con uno era más importante que el auspicio de una multinacional. En realidad nos auspiciaba Dios, que había vuelto a vivir en Buenos Aires”.  

Me cabe esta enfermedad, esta muerte   

Liliana Maresca en el Edificio Marconetti (1984) (Foto: Marcos López)

Todas las muestras en las que Maresca participó, y las obras que produjo, van puntuando el libro, sin abrumar. Desde Ensamble de objetos encontrados y cemento (una muletas incrustadas en un bloque de concreto) hasta Imagen Pública-Altas esferas, de 1993, fotografías de Marcos López en blanco y negro en las que Maresca aparece acostada desnuda sobre gigantografías de diarios de la época con recortes de los rostros de Massera, Videla, Menem, Alfonsín y María Julia Alsogaray con su tapado de piel. 

Se mencionan también obras menores, intervenciones mínimas, curiosidades. Altar, una baldosa sostenida por una pequeña estructura de madera bañada en plomo, era utilizada por el juez coleccionista Gustavo Bruzzone para apoyar las llaves y boletas de servicios (?). En 1985, Maresca organizó una muestra-instalación en un Laverrap de la calle Bartolomé Mitre (Lavarte), donde había esculturas, pinturas, fotos y clowns dentro del negocio abierto, mientras los clientes lavaban su ropa.

A Liliana Maresca le habría gustado mucho este libro. No tanto su edición descuidada, que acumula una cantidad escandalosa de erratas (¡la página 109 tiene 3 al hilo!). Sin duda, la incorporación de imágenes de sus obras o fotografías hubiera acompañado mucho mejor la lectura de ciertos pasajes. El final emociona por la fuerza de los poemas de Maresca que se transcriben (“Resbalo por Buenos Aires sobre veredas lustrosas de lluvia / soy post todo”) y, en especial, por la carta de despedida que le escribe a un amigo: “Me cabe esta enfermedad, esta muerte. (…) Pero cuando pienso en morir los dientes me salen y digo: no”. En esas palabras y en ese cuerpo —en el cuerpo de Maresca debilitado por complicaciones del VIH— se completa un arco dramático y vital que va desde el cierre del Di Tella a la primavera alfonsinista, de la Tablada y la híper a la pizza con champán menemista. Liliana Maresca murió en noviembre de 1994, en su PH de la calle Estados Unidos 834, donde hoy una placa de cerámica la recuerda.

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Juan Maisonnave

Escritor, editor y periodista cultural. Socio fundador de Pinka Editora. Publicó Los juegos compartidos (Santiago Arcos Editores, 2013), que obtuvo el Segundo Premio en la categoría Cuento del Fondo Nacional de las Artes. Participó de los talleres de escritura creativa de Federico Falco (2020), Hernán Vanoli (2019), Hugo Correa Luna (2016-2018) y Maximiliano Tomas (2009-2011).

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