Marcelo Chiarello es artista y, antes que nada, un ferviente admirador de Maradona. En una casa del barrio porteño de Mataderos construyó un santuario dedicado al Diez. Esta es su historia.
Fotos de Jorge Boido
Jorge Boido, el incansable fotógrafo que registra los murales realizados en diversos puntos del país en honor a Diego Maradona, sugiere un encuentro con el mosaiquista Marcelo Chiarello, quien construyó una suerte de santuario en el que exhibe objetos relacionados al más grande.
La vivienda en donde se monta el espacio está ubicada en pleno barrio de Mataderos. Una casa de barrio, familiar, típica de comienzos del siglo XX, con un sector reservado para edificar el amor de Marcelo por D10S. Un lugar de encuentro de maradoneanos compulsivos. Esos escasos metros cuadrados alojan los objetos que Chiarello atesoró a partir de su pasión por Diego: revistas, camisetas, figuritas, objetos varios. Un museo íntimo que se expande generosamente para aquellos que deseen visitarlo.
Pero, ¿cómo surgió este amor inclaudicable?
-Yo tuve la suerte de que, siendo chiquito, en 1971, nos fuéramos de Mataderos a vivir a La Paternal. Y ahí lo vi a Diego, fue cuando más cerca lo tuve. Diego con doce, trece años: yo lo pude ver de cerca. En el entretiempo la gente no se iba a comer un chori, se quedaba a ver a Diego, preguntaban si estaba el pibe. Era como ir al circo. Un malabarista terrible, en el medio de la cancha, al que llenábamos de aplausos. Ese fue el primer contacto visual que tuve. Ahí lo empecé a admirar y lo empecé a seguir. Y cuando fue lo del programa de “Pipo” Mancera ya sabía quién era. Después, toda su carrera, y lo que nos hizo vivir en el 86, ¿no? Era movilizador, Diego. En mi casa jamás se vio un partido de fútbol, ponías un partido y te pedían que los sacaras. Pero él era un espectáculo, un artista, un arquitecto: Diego tuvo varios oficios.
Marcelo habla de los legendarios entretiempos en los que el pibito de rulos mostraba su magia en la cancha de Argentinos Juniors. Cuenta la leyenda que el público iba al estadio para disfrutar de los malabares del “Cebollita” de Fiorito, y que el partido principal carecía de importancia. Chiarello siempre atesoró objetos relacionados con Diego, pero en 2015 decidió armar un espacio en donde poder exhibirlos y compartirlos: Bendito 10.
–Tenía algunas piezas sueltas, era coleccionista en el Parque Rivadavia. Mis comienzos fueron en la casa de Lascano –lugar en donde ahora está “La Casa de Dios”, un museo montado en la vivienda que Argentinos Juniors alquiló en su momento para Diego Maradona y su familia, en pleno barrio de La Paternal– . Me ayudó César Pérez, el actual propietario de esa casa. De hecho, el santuario de la casa de Lascano lo doné yo. Lo fuimos armando entre los dos, con César tenemos muy buena relación. Después decidí armar mi propio espacio. Y, cuando se enteraron en el Parque Rivadavia, me fueron acercando distintas piezas y fui transformando el lugar. Tenía muchas cosas de fútbol en general, pero di la vuelta y me puse solo con Diego. Y lo que genera hoy: es un disparador de amistades. Te cuento una: estando en la casa, llegó el embajador de Kuwait. A partir de eso entablamos una amistad, nos invitó cuando se conmemoraba el aniversario de la liberación de Kuwait y le terminé comercializando algunas piezas para él. Todos los caminos conducían a partir de la simpatía que el hombre tenía por Diego. Esto fue cuando Diego vivía, habrá sido en 2017 o 2018. También César me hizo participar de una cena con los actores de la serie Maradona: Un sueño bendito (2021).
-El espacio ya va quedando chico para albergar todos los objetos…
En cuanto a las piezas, hay mucho valor afectivo, porque son piezas regaladas por gente por la que tengo un aprecio especial. Hay una que es de un muchacho del Parque Rivadavia que antes de la pandemia me había prometido un diario L’ Equipe (de Francia) que tenía a Diego en la tapa. Después vino la pandemia y me dije: olvidate. Pero cuando después le comenté, me dijo: “yo te di mi palabra, lo tengo en la mochila desde el día en que te lo prometí”. Y ahora esa revista está acá. También tenemos cartucheras de las que usábamos cuando éramos chicos, todas con Maradona. Producciones, jueguitos que ahora salen fortunas. Cosas que valen y de las que sin embargo la gente dice: van a estar en mejores manos, van a estar mejor en este espacio. Eso es lo que genera Diego más allá de la trama vincular, porque yo me he hecho más amigos por Diego que en la secundaria y en la vida cotidiana. Hay un ADN en el que se cumple lo que se dice, un respeto por el lugar. Acá nadie toca nada, piden permiso. Con Diego la pregunta es: ¿lo viste?, ¿qué le querrías decir? Bueno, yo le quisiera decir: gracias por todo lo que me diste sin saberlo, porque pienso que ni se imaginaría lo que generaba. Había gente que iba a aeropuertos flojos de papeles y nombraba a Maradona y tenía un trato especial. Acá yo te puedo dar fe de que es así. Y esto va creciendo día a día y el espacio va quedando chico y lo que voy haciendo es ir reemplazando algunas piezas. Quizás tengo una pared llena de figuritas y las voy acomodando.
-Diego siempre condujo a hechos inesperados. Las anécdotas abundan. Vos también experimentaste muchas situaciones por haberte involucrado con él…
Me condujo, por ejemplo, a ser reporteado en distintos lugares del mundo. A este espacio, tan humilde, hecho con tanto amor, llegaron propuestas de notas que acepté: la cadena Bein Sport, de Medio Oriente, Al Jazeera, la RAI de Italia, la CNN, medios locales como TyC, C5N, la TV Pública, medios gráficos de Brasil. Diego me abrió la puerta a lugares a los que, aunque fuera un gran mosaiquista, nunca hubiera llegado. Te diría que soy un mosaiquista maradoneano. Una pieza me va llevando a otra. Una de las últimas que me pasó es que vino una persona de Relaciones Públicas de Boca, que tiene mi mismo apellido, y me compró una pieza de Nápoles. Al principio no se la quería vender pero me dijo que era para Diego Jr., el hijo de Diego, porque resulta que el sobrino de este muchacho jugaba en el Napoli United, en la quinta categoría del fútbol italiano, que casualmente dirige el hijo de Diego. Entonces me compró una de las piezas para que su sobrino se la regalara a Diego Jr. Me costó desprenderme. Le dije: lo que te voy a pedir es una foto. Y a las dos semanas me llegó la foto del hijo de Diego en el lobby del hotel, con el cuadro. Fue emocionante. Esas son las cosas que va generando Diego. Son satisfacciones que te llenan, y a las que uno no llegaría si no fuera por Maradona.
-¿Qué sentiste el día de la partida física de Diego?
El día que murió, mirá lo que es el destino… Yo trabajo en el Gobierno de la Ciudad y en plena pandemia trabajábamos con una guardia una vez por semana, y ese día puse en el estado de Whatsapp que me iba a Bendito 10. Yo tenía permiso de circulación y ese día trabajaba a la tarde. Me tomé el colectivo y fui. Y recibí la noticia en ese espacio. Estaba frente a una figurita que me había firmado Diego, que de paso digo que es una de las piezas más preciadas, porque está firmada de puño y letra por Diego, son como diez figuritas que me firmó cuando entrenaba con Gimnasia en el predio de AFA. Entonces recibí la noticia. Y yo trabajo con médicos, y me decían: Diego es de titanio. Un neurólogo amigo me decía que solo había que cuidarlo un poquito. Y dijimos: bueno, es una más de las que le pasaron. Hasta que recibimos la noticia que jamás hubiéramos querido recibir. Quedó un vacío terrible. Diego era un ser querido, lejano, pero muy cercano. Un sentimiento muy raro que teníamos todos interiorizado. Yo creo que si todos los que lo amamos sabíamos lo que estaba pasando, íbamos y lo sacábamos de donde estuviera. Nunca nadie pensó este final. Una vez un periodista le preguntó: ¿a qué lugar que no conociste quisieras ir, o a dónde quisieras volver? Siempre teniendo en cuenta que Diego conocía el mundo entero. Y él contestó: al Easy. ¿Dónde queda eso?, preguntó el periodista. Acá cerca, el Easy de Agronomía, me dijeron Dalma y Giannina que venden unas herramientas bárbaras. Porque Diego no podía salir, se convulsionaba todo. Era terrible. Había que ser Diego, eh…
Los atardeceres, en Mataderos, suceden cuando el caminante lo decide.
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