¿Qué hace que, después de tanto tiempo, un disco siga sonando actual? El mes pasado, el segundo trabajo de Nine Inch Nails, la banda de Trent Reznor, cumplió tres décadas de vida. En esta nota, Ana Regina recorre las canciones en una espiral hacia abajo que atraviesa violencia, deseo y muerte para sugerir a sus oyentes una experiencia de la caída.
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El 8 de marzo de este año, Trent Reznor subió a Instagram una foto abrazado a un cuadro con el arte de tapa de The Downward Spiral (TDS). En el posteo a propósito de los 30 años del disco, el cantante de Nine Inch Nails (NIN) decía que pasar mucho tiempo mirando el pasado a veces le resulta peligroso, pero que la fecha le había llamado la atención: “¿Realmente ha pasado tanto tiempo, viejo amigo? Acabo de pasar una hora escuchando esta cápsula del tiempo de lo que yo, de 28 años, tenía que decir, y todavía me emociona y me rompe el corazón” . El texto terminaba con Trent pidiéndonos que seamos amables con nosotros mismos, una tarea difícil de cumplir sobre todo cuando decidimos ponernos en contacto con las zonas que TDS, el segundo disco de NIN, explora y explota.
En 1988 Reznor fundó la banda y es el único miembro que se ha mantenido en estos años: Trent Reznor es Nine Inch Nails. Precisamente por eso resulta muy difícil separar la biografía del músico de la historia que narra el disco. TDS es un álbum conceptual, una forma de storytelling musical. El escritor Thomas Pynchon, al publicar los cuentos de su juventud en Lento aprendizaje, escribió: “No sé de dónde había sacado la idea de que la vida personal del escritor no tiene nada que ver con su ficción, cuando lo cierto, como todo el mundo sabe, es casi lo contrario”. En esta línea de lectura, por más que Reznor construya un yo lírico para narrar el descenso a los infiernos, es muy difícil no caer en la tentación de identificarlo con la fuerte depresión que atravesaba en esos años.
Música y literatura moldean nuestra forma de ver el mundo. TDS conjuga ambos lenguajes y crea un artefacto literario-musical para narrar una historia inspirada en las experiencias de Reznor. La genialidad del disco es su anacronismo, su desfasaje: 30 años después sigue escuchándose actual no sólo por su sonido sino por su temática. Reznor es músico y productor, pero también un autor que supo explorar la relación entre música y narrativa. Sabe cómo usar secuencias y capas de sonidos para crear ambientes que contribuyen a contar una historia. A esta combinatoria se le suma el arte de tapa en manos de Russell Mills. La portada de TDS, titulada “Wound” (Herida), es una amalgama oscura de óleo, pastel, sangre, insectos muertos, vendas, metales y acrílicos. Da una sensación inquietante pero no perturbadora. El disco de NIN habla, con distintos lenguajes, de la experiencia de la caída.
El nombre de la banda Nine Inch Nails (‘clavo de 9 pulgadas’) ha sido explicado por Reznor de la manera más sencilla: “Es fácil de abreviar y no hay otro significado subyacente”. El cantante se ha caracterizado por no dar demasiadas explicaciones sobre sus creaciones, dejándonos interpretar libremente sus letras. Tal vez esos clavos hagan referencia a la longitud de los usados en la crucifixión de Cristo. Clavos que atraviesan las manos y los pies del mesías, aquellos que perforan la carne del hijo de dios. Son símbolo de muerte, pero también de resurrección. TDS es una catábasis: un disco sobre la muerte, la tristeza y la depresión, pero también sobre la redención. Comencemos entonces el declive.
Breve recorrido entre las voces del descenso
Las primeras canciones en TDS nos muestran a un yo lírico con un marcado escepticismo. En “Mr. Self Destruct”, por ejemplo, la voz que construye Reznor se nos presenta como un yo fragmentado. Hay una escisión entre lo racional que trata de mantener una unidad y la otra parte, pronta a caer por el espiral: “I am the voice inside your head (and I control you)/ I am the lover in your bed (and I control you)/ I am the sex that you provide (and I control you)/I am the hate you try to hide (and I control you)” [Soy la voz dentro de tu cabeza (y te controlo)/ Soy el amante en tu cama (y te controlo)/ Soy el odio que intentás esconder (y te controlo)].
Más adelante, escuchamos “Closer”, la canción más popular de la banda, himno a una sexualidad salvaje (“fuck like an animal”). Sin embargo hay también una ambigüedad en el sexo: el otro nos puede acercar a Dios y a la petite mort. El tema explora la violencia y lo profano: “you let me violate you, you let me desecrate you, you let me penetrate you, you let me complicate you” (me dejás violarte, me dejás profanarte, me dejás penetrarte, me dejás complicarte). El otro, su cuerpo, me acerca a lo sagrado, no es una búsqueda de placer sino de abyección. “Closer” evoca ese sentimiento de aislamiento y soledad. En la espiral descendente, el sexo es una herramienta más.
En “The Becoming”, al humano se le superpone la máquina. Reznor construye el devenir cyborg del protagonista a partir del sonido. Esa transformación maquínica muta en barro en “I do not want this”, el protagonista es algo tan frágil que puede deshacerse en cualquier momento porque no encuentra tierra firme (“I’m losing ground… this world can beat you down”), ni nadie que pueda ayudarlo. El protagonista está perdido y aislado, sólo la voz en su cabeza, máquina o dios, lo acompaña.
Con “Big Man with a gun” el cantante de NIN escenifica una violación: “I am a big man/ And I have a big gun/ Got me a big old dick and I/ I like to have fun/ Held against your forehead/ I’ll make you suck it/ Maybe I’ll put a hole in your head” (Soy un hombre grande/Y tengo una arma grande/Tengo conmigo una pija grande y vieja y a mí/ A mí me gusta divertirme/Te agarro de la nuca/Te la voy a hacer chupar/Tal vez te haga un agujero en la cabeza). Reznor ha dicho que este tema era una parodia a las letras misóginas del hip hop, pero hay versiones que sostienen una suerte de diálogo entre la canción de NIN desde el punto de vista del violador y una de Tori Amos, “Me and A Gun”, desde el punto de vista de la víctima.
Esta violencia tiene un pausa en “A warm place”, un interludio ambiental en TDS donde pareciera que el protagonista contempla el daño para tomar la decisión final: es la calma que antecede a la tormenta. La tormenta explota en “Eraser”; en este tema, el protagonista pide a gritos que lo destruyan “lose me/ hate me/ erase me/ smash me/ kill me” (amame/ odiame/ borrame/ aplastame/ matame). Pero antes del final del disco el desamor reaparece en “Reptile”. Dos imágenes se superponen, la de un reptil que se alimenta y la de un cadáver que sirve de alimento para los gusanos. La mujer amada también está podrida y no hay nada que pueda salvarnos. “Reptile” es la única canción que no se integra con la siguiente, la marca su silencio final, la antesala al abismo.
Llega entonces “The Downward Spiral”. Las dos partes del narrador escindido parecen llegar a un acuerdo, pero la voz maquínica es la que narra. El protagonista pasa a ser un “He”, que no puede creer qué fácil es ponerle un fin a todo (“he put the gun into his face, BANG”; puso el arma en su cara, BANG). La máquina narra la escena haciendo hincapié en la sorpresa, “so much blood for such tiny hole” (tanta sangre para un agujero tan pequeño), y describe imágenes del azul del cielo o el crecimiento de los hongos, tal vez lo último antes de la putrefacción. “Hurt”, el tema final del disco, exige a la primera persona, dispara directo al oyente y no puedo escribir sobre su letra sin pasar por mí misma.
Luz al final del túnel: un epílogo sonoro
Cuando escucho “Hurt”, siento que camino entre ruinas. Como Scott Fitzgerald en el Crack-up, el cantante de NIN sabe que el derrumbe es inevitable, así lo narra en TDS y elige terminar con esta canción. Compañía entre las ruinas.
En la serie documental Song Exploder, Reznor cuenta que siempre ha usado la música como un código para expresar lo peor, lo abyecto, una forma de convertir el dolor y la soledad en algo bello. En TDS, hay una búsqueda de salvación a través de las drogas, el sexo y la destrucción. “Hurt” cierra el ciclo como recordatorio de la mierda que cualquiera puede llegar a vivir.
La canción, popularizada por Johnny Cash unos años más tarde, concluye el viaje sin angustia, con paz, una paz alejada de la muerte. Se trata de la última canción que Reznor escribió para el disco, es una coda: una reflexión por el camino que transita el protagonista a lo largo del álbum, una meditación sobre la pérdida, el dolor, la desesperación, pero también sobre el arrepentimiento y el anhelo.
Unos días atrás, antes de sumergir a su audiencia en el gótico, escuché al crítico y novelista Agustín Conde De Boeck que sentenciaba: “Todos estamos deprimidos y el mercado contemporáneo nos hace creer que hay una felicidad, una luminosidad posible que nos permite salir de esa enfermedad originaria. Lo que ha hecho el mercado es quitarnos las herramientas sublimes que el hombre construyó para utilizar la depresión como un arma, como punto de partida”. Thomas Ligotti, Pablo Farrés, el mismo Conde De Boeck aún empuñan esas armas, así leo sus obras, así me atraviesan sus páginas; como ellos, Trent Reznor entiende la depresión como disparador ontológico. En este sentido, “Hurt” no se esconde en metáforas pero Reznor exige trabajo a sus oyentes: esconde su voz, susurra la letra.
Siento su vergüenza, la entiendo.
Reznor me susurra al oído. Canta “Hurt” y expone algo muy íntimo al mundo. Casi como un murmullo, la voz me dice “you could have it all, my empire of dirt” (podrías tenerlo todo, mi imperio de mierda). Después de todo este viaje, de esta espiral en descenso, no hay nada para mostrar, y toda esa exposición, todo el esfuerzo por intentar desenmascarar las atrocidades y darles algún tipo de sentido, son inútiles. Reznor y el yo lírico son una herida abierta.
“Hurt” es un himno a las ruinas y, sin embargo, cierra con redención. Esos clavos de nueve pulgadas, los nine inch nails que me y nos clavan a la destrucción, también dan paso a otra cosa. La última canción de TDS resignifica la espiral hacia abajo. Ahora lo comprendo, ahora podemos comprender: la paz no se encuentra en la muerte sino en la aceptación del dolor, “I hurt myself today to see if I still feel, I focus on the pain, the only thing that’s real” (hoy me lastimé para ver si todavía siento algo, me concentro en el dolor, la única cosa que es real). Reznor no nos habla ya de un goce masoquista, está a años luz de la imaginería BSDM de “Closer”. “Hurt” parece estar en sintonía con lo que propone Salvador Benesdra, novelista del abismo, en El camino total: “La reconstrucción más auténtica y duradera es la que no busca levantar el propio ánimo para acometer la acción, sino la que enseña al cuerpo a seguir entrenando sus funciones en medio de la devastación”.
Hace un par de años, en una entrevista, Reznor dijo: “Lo que pasa con ‘Hurt’, más que con cualquier otra canción que haya escrito, es que cuando la escribí me sentí solo… perdido. Pero todo estará bien, ¿sabes? Y estás bien”. El álbum cierra con los siguientes versos: “If I could start again, a million miles away, I would keep myself, I would find a way” (si pudiera empezar de nuevo, a millones de kilómetros, me conservaría, encontraría una salida). Hace 30 años, Reznor nos regaló The Downward Spiral. Aún hoy nos recuerda que, más allá de la hostilidad del mundo, de la realidad desoladora y violenta, es posible construir algo de sentido en las ruinas.
Casi 30 años le tomó a Reznor hacer esa declaración sobre “Hurt” y confirmar lo que ya había escrito en ese epílogo sonoro: pese a toda la mierda, se puede salir del descenso a los infiernos. ¿No subimos acaso para abajo?