Compositora, escritora, cineasta, dibujante y experimentadora tecnológica, Laurie Philips Anderson construyó una obra en la que el sonido, la imagen y la palabra se entrelazan y se funden para desafiar las convenciones del arte.
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Nacida el 5 de junio de 1947 en los suburbios de Glen Ellyn, Illinois, desde niña Laurie Anderson manifestó una gran creatividad. Diseñaba e imprimía periódicos para repartir a los vecinos, construía fuertes en el bosque, inventaba historias con asombrosa facilidad. Lo que no fue fácil para ella es haber sido una más entre ocho hermanos. Siempre intentó destacarse. Cierto día, la pequeña Laurie quiso dar un salto atlético desde el trampolín más alto de la piscina de la casa, el truco no salió como lo esperaba y cayó sobre el piso, quebrándose la columna. Los médicos dijeron que jamás volvería a caminar, pero Laurie les demostró lo contrario.
Durante la escuela secundaria, estudió violín e integró la Orquesta Juvenil de Chicago. Se mudó a Nueva York, donde estudió Historia del Arte en el Barnard College, carrera de la que se graduó en 1969. Tres años más tarde, obtuvo la Maestría en Bellas Artes en Escultura de la Universidad de Columbia. Comenzó su carrera con experimentaciones performáticas, un tipo de arte escénico en el que fue una pionera.

Desde el inicio, sus performances se destacaron por el empleo de recursos multimediales y un uso innovador de la tecnología, lo que selló su singular estilo como artista. As: If fue una serie de performances realizada entre los años 1974 y 1975 en Nueva York, una puesta multimedia en la que Anderson combinó sonido, proyecciones y palabra hablada. En otra performance exploró el poder del lenguaje: en Time to go (1975) repetía rítmicamente las palabras como una búsqueda léxico-sonora.
En 1976 alteró la estructura de un violín clásico. En lugar de crines, reemplazó el arco con una cinta magnética con frases grabadas y, en el puente del violín, colocó una aguja fonográfica. Al ser manipulado, las frases se reproducían como si se tratara de un vinilo. Otra particularidad era que la reproducción del audio se podría alterar según la velocidad y presión ejercida al tocar el instrumento. Anderson denominó a este primer prototipo como “viofonógrafo”, el cual le permitió explorar texturas y efectos sonoros. Fue una de sus primeras creaciones aplicadas al sonido y al discurso narrativo.
Anderson no se quedó quieta y continúo perfeccionando su invención, obteniendo así el “violín parlante” (Talking violin), con una mayor capacidad de manipulación y procesamiento digital del sonido en tiempo real. Lo empleó en presentaciones como United States Live (1983) y en su película Home of the Brave (1986).
Sus exploraciones instrumentales persistieron y, a finales de los años 90, creó el Talking Stick, un dispositivo digital diseñado para controlar y personalizar el sonido en vivo. A diferencia del violín parlante, que aún conservaba la estructura y ejecución básica de un violín convencional, el Talking Stick era un controlador MIDI y su forma era similar a la de un tubo de 1.5m de largo, con sensores táctiles y de presión para transformar el tono, la velocidad y otros efectos de sonido en vivo. Este dispositivo significó una evolución en su trabajo, ya que le permitió un dominio total del sonido en el escenario.
Todo esto le valió un apodo: “la juglar tecnológica”. Sin embargo, su reconocimiento y éxito comercial vino de la mano de la música. En 1981, su single “O Superman” la introdujo en la escena del pop. Se trataba de una pieza experimental y minimalista, combinación de spoken word bajo una narrativa poética y música electrónica realizada con un sintetizador y vocoders (dispositivo para analizar y sintetizar la voz humana), que generó un sonido robótico alienante. Un sampler de su propia voz se volvía la base rítmica; el “ha ha ha” repetitivo resultaba hipnótico. Anderson se inspiró en la letra de la pieza «O Souverain, ô juge, ô père» (Oh Soberano, oh Juez, oh Padre) de la ópera Le Cid, de Jules Massenet, para plantear una crítica sobre la guerra, la vigilancia estatal y el control de la información por parte del poder político de los Estados Unidos. Además, añadió el componente conceptual de la palabra madre: la reiteración de “mom” en la canción sugiere una correlación ambigua entre la figura estatal y la materna como protectora, pero al mismo tiempo opresora. Al año siguiente, el single fue incluido en su álbum Big Science (1982).
Con un toque sarcástico y manteniendo su mirada crítica, en Beautiful Red Dress (1982) Anderson apuntó a la diferencia salarial entre hombres y mujeres, al mismo tiempo que discutía acerca de la percepción de la feminidad fetichizada y sexualizada a través de un vestido rojo. Su enfoque irónico y humorístico puede apreciarse en muchas de sus obras, además de la utilización de los recursos tecnológicos e intergenéricos con los que realizó una profunda crítica sobre la mirada del arte, las narrativas culturales y las construcciones políticas dominantes.
En su filme Home of the Brave (1986) documentó uno de sus conciertos y propuso una narrativa no lineal a través de un montaje con saltos temporales. Un gran despliegue artístico-tecnológico que le sirve para exponer temas como la memoria, la identidad y la percepción.
Tanto en la película como en el resto de su obra, la carrera de Anderson se volcó cada vez más insistentemente hacia la experimentación vocal. La presencia mediada de su voz, filtrada por vocoders, empleada en loops y secuenciadores para superponerla con otros sonidos, genera inquietud y extrañamiento. La convergencia de lenguajes, bajo un tratamiento complejo y cuidadoso de múltiples fuentes, permitió a Laurie Anderson consolidarse como una auténtica performer transdisciplinar. Las obras de la artista posibilitan que su público acceda a críticas sobre el impacto de las tecnologías en la comunicación y las relaciones humanas.

En sus manos y en su voz, el arte se vuelve un medio de análisis gracias al cual se generan sentidos y asociaciones tendientes a crear nuevas configuraciones o a deconstruir las existentes. Su forma de producción influenció a artistas como Douglas Gordon, Pipilotti Rist y Björk, entre otros.
En los últimos años, Anderson produjo instalaciones de realidad virtual en colaboración con el artista Hsin-Chien Huang, como la obra Chalkroom (2017), donde la voz de la artista guía a los espectadores en un viaje por espacios monocromáticos y rugosos, sin leyes de gravedad y con dibujos hechos con tizas, contando relatos pasados y presentes que se transforman constantemente. La obra obtuvo el premio a la “Mejor Experiencia de RV” en 2017, en la 74° Edición del Festival Internacional de Cine de Venecia.
Laurie Anderson reconoce entre sus fuentes de inspiración a su amigo William Burroughs, el novelista Samuel Beckett o el teórico austríaco Ludwig Wittgenstein. Su eclecticismo y su audacia la convirtieron en una de las artistas más transgresoras del siglo XX. A sus 77 años, su producción todavía continúa corriendo las fronteras del arte.