Foto de portada: Sabrina Parel
Como ocurrió con casi todos los artistas, apenas unos meses después de lanzar su EP homónimo la pandemia alejó a las Fin del Mundo de los escenarios. La banda formada por Lucía Masnatta, Julieta Heredia (ambas provenientes de la Patagonia, de ahí el nombre del grupo), Yanina Silva y Julieta Limia sacaba por ese entonces cuatro canciones que transmitían algo del clima de época: sensación de encierro, soledad y melancolía, pero también atmósferas, pasajes instrumentales etéreos y versos poéticos que remitían tanto a paisajes patagónicos como a fragmentos de la escritura de Alejandra Pizarnik.
Tanto las reproducciones en Spotify y Bandcamp, como las etiquetas sobre su estilo musical, comenzaron a llover sobre la banda: post-rock, midwest emo, math rock, shoegaze, dream pop, indie. Nadie parecía saber encasillarlas. Este sonido híbrido las llevaría primero a tocar una sesión en la prestigiosa radio de Seattle KEXP, luego vendría la gira por Europa, telonear a bandas tan importantes y disímiles como Las Ligas Menores, Eterna Inocencia y los británicos Delta Sleep, y por último integrar la grilla del Lollapalooza de este año.
Las Fin del Mundo forman parte del colectivo discográfico independiente Anomalía, que reúne a los mejores artistas de la escena alternativa de nuestro país. Les bastaron dos EP, Fin del Mundo y La Ciudad que Dejamos, un álbum recopilatorio titulado Todo Va Hacia el Mar y algunas canciones sueltas como “Animales”, “Una temporada en el invierno” y “Cuando todo termine” para instalarse con un sonido propio y destacarse por la sensibilidad de sus melodías y la profundidad de sus letras.
Charlamos con Julieta Limia, baterista del grupo, para que nos cuente un poco del recorrido de la banda y sus planes a futuro.
¿Cómo se formó Fin del Mundo?
Hace más o menos hace seis años, con Juli (Heredia) compartíamos una banda que se llamaba Boedo. Duró poco más de un año y se disolvió. Fue la primera vez que toqué la batería. Con Juli seguimos tocando y se sumó su hermana, Belén, en el bajo. Ella también es del sur. Después Belén se volvió para allá, así que teníamos que buscar una persona que la reemplazara. Ahí entró Yani. Se sumó ella, y al toque fue match. La rompía. Pero nos faltaba una voz. Entonces entró Lucía, que tocaba la guitarra en una banda que conocíamos. Ella quería tener una banda de chicas, todo fluyó bastante rápido y bien. En junio de 2019 nos convertimos en Fin del Mundo.
¿Cómo definirías el sonido de ustedes? ¿Qué bandas tienen de referencia?
La lista es eterna, porque tenemos distintos gustos musicales. Eso hace que el sonido de Fin del Mundo sea bastante híbrido. A mí me gusta mucho el emo, el midwest, el hardcore. Juli va más por el lado del post-rock, el stoner más instrumental. A Lucía y a mí nos gusta mucho el dream pop (Slowdive, Beach Fossils). Yani es más punky, más hardcore, pero también curte mucho emo y toca en Plenamente, una banda que hace shoegaze.
¿Y cómo fue la llegada a KEXP?
Por Albina Cabrera, una de las conductoras del ciclo. Pidió en Twitter que le nombraran “bandas argentinas que estén buenas”. Ahí nos mencionaron. Albina hizo una selección entre 200 bandas, creo que fueron 4 personas que escuchaban todo y seleccionaron nada más que 12 proyectos, entre ellos, nosotras. Un día nos llega un mensaje al Instagram de la banda preguntando si teníamos manager. Nosotras no teníamos ni tenemos manager en Argentina. Nos autogestionamos todo. Le respondemos que no, y les pasamos nuestro mail. “Si querés, escribinos…” (risas). Me río porque fue bizarro. Nos mandaron un mail invitándonos a tocar en KEXP Live from Argentina, en el CCK. Ni lo dudamos.
¿Y al Lollapalooza? ¿De qué forma llega ahí una banda autogestiva?
La verdad es que nosotras estamos igual de sorprendidas que vos. Es el festival más importante de todos. Nos gusta tocar en todos: Music Wins, Primavera Sound, Ciudad Emergente… Pero el Lollapalooza para mí es el más importante. Fue igual: nos contactaron por Instagram. “Chicas, ¿tienen un teléfono? ¿Un mail?”. Una locura, porque es un festival muy grande. La organización es tremenda y hay como mil mails, mil formularios, excels, te piden un millón de cosas. Nosotras no estamos acostumbradas. Tocamos en festivales grandes, pero esto ya es otro level de organización en el cual nunca habíamos estado.
Me imagino que las ayudó formar parte del sello Anomalía Ediciones…
Yo soy amiga de los chicos de Anomalía desde hace más de diez años. Fui desde la primera fecha de Anomalía hasta la última. Ir a esos recitales era como un ritual. Era súper amiga de los chicos de Archipiélagos y Puerto Austral. Pero la relación con ellos empezó porque yo subía stories de la banda. No teníamos ni nombre. Cuando empezamos a difundir que íbamos a grabar el disco, Diego Fraga se puso en contacto con nosotras y nos ofreció ser parte del catálogo del sello. Yo le decía: “Mirá que todavía no editamos nada”. Pero a él le gustaba lo que veía en las redes, las stories de nuestros ensayos. Así se inició nuestra alianza, porque la verdad que para mí es eso: gracias a Anomalía nos conocieron un montón de personas, tanto acá como en Chile o en Perú, donde la movida está muy en auge. Y los chicos de AntiRudo, que ahora nos editaron el vinilo, también llegan a nosotras a través del sello.
Ahora también trabajan con Spinda, el sello de España…
Sí, Berto (Cáceres), fundador del sello, vio la sesión de KEXP y nos contactó. Nos ofreció la la posibilidad de editarnos en vinilo, algo que en Argentina es casi imposible, porque el vinilo es carísimo. Ahí empezamos a trabajar codo a codo con él. También organizó la primera parte de la gira, la de España, con su productora paralela, La Novena Escena. Berto es una persona muy importante para Fin del Mundo.
¿Cómo fue la experiencia de la gira en Europa? ¿Tienen pensado volver?
Junto con la presentación en KEXP, fue lo más importante que nos pasó como banda y como músicas. Viajar y tocar con amigas, conocer lugares, gente, países, hacer nuestra música en ese contexto es como un sueño hecho realidad. La experiencia fue increíble. Tocamos 16 días seguidos. En el medio grabamos sesiones, salimos en la televisión española, participamos en el Monkey Week, que es una feria de música muy importante a nivel mundial. Fue mucha gente a ver los recitales, casi todos estaban sold-out. Eso estuvo bueno para la banda: de repente vas a Barcelona, te van a ver 300 personas y decís: “Bueno, algo bien estamos haciendo”. Ahora nos invitaron a un festival que se llama Canela Party, que se hace en Málaga. Vamos a ir en agosto. También vamos a tocar en Suiza. Y hay otra cosa que no puedo spoilear todavía.
Contanos cómo es la vida de una banda autogestionada…
Es como tener otro trabajo. Las cuatro trabajamos para la banda en igual medida. Juli y yo nos encargamos mucho de lo que es management acá, contratos, organizar los recitales. Yani se encarga de lo que es audiovisual. Lucía hace prensa y entrevistas. Tenemos un listado gigante de tareas, desde SADAIC a organizar las visas para un viaje a Estados Unidos, donde nos invitaron a tocar en TreeFort. Eso es ser una banda autogestiva: hay que trabajar muchísimo.
Tengo entendido que ustedes pudieron viajar a Europa gracias al Instituto Nacional de la Música (INAMU). ¿Cómo recibieron la noticia de su posible cierre?
Mal. Es terrible que pase eso para las bandas emergentes, y para las no tan emergentes también. Sin los fomentos y los subsidios nosotras no hubiéramos podido pagar cuatro pasajes a Europa. Si no fuese por INAMU, no hubiéramos ido. Hay subsidios regionales que te permiten grabar discos. O hacer cosas concretas que una banda necesita: nosotras nos postulamos a un subsidio para acustizar la sala de ensayo. Cuesta mucha plata eso. Igual que todo lo demás. Grabar discos cuesta plata. Es gravísimo para la cultura nacional que se pierdan músicos por falta de fondos. Estamos muy tristes, y siempre que podemos lo decimos. Nosotras estábamos en Madrid cuando fueron las elecciones. Apenas llegamos a España, nos desayunamos con el resultado. A los pocos días estuvimos en Sevilla con la gente de INAMU y estaba todo mal. Estábamos tocando, era una situación de alegría, pero había como una tristeza en el aire. Pensábamos: “Tal vez nosotras fuimos la última financiación de INAMU”. Teníamos una sensación amarga, como de algo que se terminaba.