Foto de portada: Chuck Grant (2015)
Lana del Rey se pasea por una alfombra roja. Su cabello luce un estilo inspirado en los años 60, un recogido alto que cubre parte de sus orejas y hace pensar en Barbra Streisand. Lleva un vestido de lentejuelas plateadas, mangas cortas con vuelo y un escote lágrima muy sutil. El outfit acompaña las curvas de su cuerpo. Camina por la alfombra de los Grammy del 2020, donde fue nominada en la categoría “Álbum del año” por Norman Fucking Rockwell! En ese gran desfile de couture, en el que se ven obras de Alexander Wang, Vivienne Westwood, Schiaparelli, Versace, entre otros, un periodista le pregunta quién es el diseñador encargado de su atuendo. Elegante y sobria, contesta: “We just got it from the mall” (Recién lo compramos en el shopping). En 2024, la cantante volverá a competir por este premio con su último disco, Did you know there’s a tunnel under ocean blvd?
La respuesta de Lana del Rey al periodista es una escena más en su complicada relación con los medios, la crítica y la industria. Los Grammy, premios otorgados por la Recording Academy, le fueron esquivos. Y es que Lana es una figurita difícil de categorizar en un género musical. En la primera tapa que hizo para la revista Rolling Stone, en 2014, la artista dijo que su segundo disco no estaba concebido para ser popular: “It’s not pop music”. Incluso las nominaciones de los Grammy que recibió en estos años se fueron desplazando de un género a otro: Paradise y Lust for Life en la categoría de “Mejor álbum pop”, pero Did you know…? en la de “Mejor álbum alternativo”.
Desde el lanzamiento de Born to die en 2012 Lana del Rey tuvo que enfrentar críticas adversas de los medios especializados. Por ejemplo, el New Yorker dijo que “el personaje de Del Rey es una combinación de descontento, cínico, romántico, brutal e ingenuo, lo que la hace parecer más olvidadiza que profunda” y el New York Times simplificó al señalar que lo de Lana del Rey era “pose, cortada de una tela existente y densamente estampada”. Por su parte, la periodista Lindsay Zoladz escribió para Pitchfork que Born to Die y Lana no estaban en contacto con el mundo ni con “el simple asunto de las emociones humanas”. La crítica de Zoladz terminaba con una devastadora comparación entre el disco debut de Lana y un orgasmo fingido.
Para esa época, 2012, Lana del Rey se presentó en el programa Saturday Night Live y la revista Vulture sostuvo que la cantante ostentaba un “tímido falsete” y un “gruñido de labios” y preguntó con sarcasmo: “¿Cuántas piruetas de mal humor puede hacer una mujer en el transcurso de cuatro minutos?». Un par de años más tarde, respecto de Ultraviolence, Mark Richardson se detuvo especialmente en la melancolía teatral de Lana y dijo que estábamos ante “un álbum conceptual para un ser humano conceptual”. La crítica volvía a tender un manto de duda sobre la autenticidad de su obra.
En la carrera de Lana han sido constantes las agresiones especializadas, la persecución e insistencia de los medios en publicar fotos de su vida diaria y en criticar su forma de vestir fuera del escenario, sus consumos, su peso. Algunas de sus canciones expresan la incomodidad y el hartazgo: en “13 beaches”, el título hace referencia al número de playas que tuvo que recorrer la cantante para poder encontrar una en la que no sufriera el acoso de la prensa; “High by the beach” cierra con estos versos: “Through the fire, we’re born again /peace by vengeance brings the end” (A través del fuego, renaceremos / la paz de la venganza trae el final). En el video de esta canción, Lana parece realizar una fantasía mientras deambula en camisón por su casa tratando de evitar el ojo chismoso de un helicóptero que le saca fotos. La ensoñación termina cuando la artista dispara con una bazooka y destruye a los paparazzis aéreos.
La actitud beligerante de Lana del Rey pudo ser uno de los motivos por los cuales perdió en la gala de los Grammy de 2020. La Recording Academy parece premiar a los artistas a partir de elementos que están en tensión. No sólo se premia la excelencia artística y la innovación sino también el impacto cultural y el éxito comercial (aunque figuras como Bob Marley, Jimmy Hendrix, Bjork, Queen, Tupac, Morrissey nunca consiguieron el Grammy a disco del año). Lana del Rey parece no cumplir con exigencias y expectativas de una estrella pop: no hace grandes campañas, no lanza videos para cada uno de sus singles. Para su último álbum, Did You Know That There’s A Tunnel Under Ocean Blvd?, colocó un único cartel en Tulsa, ciudad de uno de sus exnovios. Además, en una entrevista del año pasado, la cantante confesó que acababa de enterarse que las mismas productoras eran las encargadas de enviar los álbumes a la Recording Academy para que fueran tenidos en consideración, ostentando así un desconocimiento que rozaba el desinterés.
No es sólo esta relación tirante con la industria la que la hace a Lana del Rey una candidata distinta, es también su particular visión del amor como entrega, esa revalorización del amor romántico por la que fue duramente criticada. En 2021, la polémica sumó otra capa cuando la artista escribió en su Instagram: “Ahora que Doja Cat, Ariana Grande, Camila Cabello, Cardi B, Khelani, Nicki Minaj y Beyoncé han alcanzado varias veces el número uno con canciones que hablan de estar sexy, de no llevar ropa, de tener sexo, de engañar a tu pareja y demás… Por favor, ¿puedo volver a cantar sobre sentirme bien solo por estar enamorada, incluso si la relación que tengo no es perfecta, sin ser crucificada o acusada de tener una visión romántica del abuso?”. Inmediatamente, y haciendo gala de su estrechez de miras, las redes sociales y los medios pusieron el grito en el cielo: Lana del Rey, sierva leal del patriarcado, era ¡además! racista. La artista terminó borrando el posteo y aclaró que mencionaba a esas artistas porque son sus favoritas.
Su último disco, Did you know there’s a tunnel under Ocean Blvd?, es también una respuesta a los críticos y a los medios. En “Grandfather please stand on the shoulders of my father while he’s deep-sea fishing”, por ejemplo, Lana escucha las acusaciones de inautenticidad y apela a que sintamos con el cuerpo su poesía. Mientras que en “A&W” (nominada a “Canción del año” para los Grammy), la cantante vuelve a las recriminaciones que le hicieron por “romantizar el abuso” e imagina un escenario terrible con la pregunta provocadora: “If I told you that I was raped/ Do you really think that anybody would think I didn’t ask for it?” (Si te dijera que fui violada/ ¿vos pensás que alguien creería que no fue mi culpa?). Su último trabajo es un disco espiritual, una confesión a sí misma, el testimonio de una mujer consciente de su “fuera de lugar”. Esa dislocación que la sigue alejando del beneplácito de la crítica, de la caricia de los medios y de los premios Grammy.
Escuchada por millones de personas, la obra de Lana del Rey no deja de ser refractaria para un sector de la industria musical. Críticos, productores, periodistas y oyentes no saben qué hacer con las contradicciones de la época y de la cultura, contradicciones que Lana del Rey habita y expone en su arte. Recordemos que la misma industria eligió premiar a Billie Eilish, por sobre Lana, para la categoría “Álbum del Año” de 2020. Justamente, Eilish ha reconocido públicamente la obra de Lana del Rey como inspiradora y clave para su desarrollo artístico. Lana desafió las convenciones y límites de lo que es aceptable en la industria. Su sonido, su estética y, sobre todo, su poesía influyeron fuertemente a la generación de artistas más jóvenes.
Quizás el domingo, cuando Lana del Rey vuelva a caminar por la alfombra de los Grammy, sí elija un vestido de diseñador. A lo mejor, este domingo la institución con más peso en la industria musical decida, sin vueltas, que la obra de Lana del Rey debe ser premiada, no sólo por su trayectoria sino por el impacto cultural y estético que tuvo en la última década. Si esto no sucediera, de modo coherente con sus propias fantasías e imágenes poéticas, Lana bien podría calzarse una bazooka al hombro y dirigir su mira hacia la Recording Academy para hacer estallar, una vez más, la industria musical con todas sus taras culturales.