Un pobre mártir: sobre el Laiseca de Chanchín

La publicación de un retrato del autor de Los sorias por parte de un grupo de sus talleristas dispara algunas preguntas: ¿pueden Alberto Laiseca y su obra convertirse en objetos de consumo? ¿De este modo se imaginó a sí mismo este genio de la literatura argentina? ¿Fue solo un pobre mártir que encontró en la escritura terapéutica un desahogo por el miedo a su padre? ¿Tuvo Laiseca un esplendor? Y el Monitor… ¿dónde está el Monitor?

Por Ana Regina y Golosina Caníbal

Hace un par de años que la editorial Penguin Random House viene reeditando la obra de Alberto Laiseca y en febrero de este año publicó Laiseca, el maestro: Un retrato íntimo. Se trata de un libro firmado bajo el seudónimo “Chanchín”, con el que se designó un grupo de cinco asistentes al taller de Laiseca (Selva Almada, Guillermo Naveira, Sebastián Pandolfelli, Rusi Millán Pastori y Natalia Rodríguez Simón).

Desde el momento en que se anunció la publicación de Hybris (Camilo Aldao, La puerta del viento, Sindicalia) en febrero de 2023, se encendieron algunas alarmas en los lectores de este autor, que en algunos casos se parecen más a los adeptos de un culto que a simples lectores: ¿puede una editorial gigante y masiva colocar en el mercado a un autor como Alberto Laiseca? ¿Puede convertirlo en un objeto de consumo? Si creemos que la distribución y tirada de una editorial como PRH contribuye al acceso a una obra que muchas veces es realmente difícil de encontrar, la publicación de Laiseca, el maestro sería así una suerte de presentación a un público que tal vez no conozca al autor. Ya quedaron lejos los programas de I-Sat y MuchMusic que ayudaron a que Laiseca fuera reconocible por ámbitos distintos a los literarios. Sin embargo, el libro se parece menos a una introducción del escritor al gran público que a una extraña operación de marketing. 

Llorar a lágrima viva

Escribir una vida siempre es difícil, escribir una vida como la de Alberto Laiseca, una vida que se juega en la obra, parece todavía más complejo. Tal vez por eso desde los paratextos de Laiseca, el maestro se juega con frases como “retrato íntimo” y “biografía inusual”. Muy rápido nos damos cuenta de que no hay una pretensión de exhaustividad en estas páginas, y muchas de las anécdotas y escenas narradas se basan en una recopilación de fuentes conocidas y no demasiado escondidas. Pero ese no es el mayor problema del libro. El prometido homenaje al escritor por parte de sus “discípulos” termina armando una imagen cruel, escrita desde la lástima. A partir de escenas ficcionalizadas de la vida de Laiseca el relato se cubre de una pátina gris. El tono general del texto es bajo, tristón.

Foto: Facebook librería Gambito de Alfil

Uno puede imaginarse en esos remotos años con el anciano Laiseca la reunión de los talleristas y la pregunta de preocupación: “Che, ¿qué hacemos con el viejo?”. O, al menos, esa pregunta es la que se lee en una de las capas de Laiseca, el maestro, que expone un autor cansado, aplastado por la derrota de vivir, así lo leemos como en el tango: desorientado, no sabiendo qué trole hay que tomar para seguir… Las escenas elegidas por los talleristas para narrar la vida de Laiseca lo muestran en su vejez, necesitado de ayuda y comprensión, de alguien que lo escuche, de alguien que lo quiera. A medida que pasan las páginas, resuena un pensamiento en la cabeza del lector, “Pobre Lai, pobre Laiseca el derrotado…”, y se siente una congoja en el medio del pecho. ¿Este era el genio de la literatura argentina, así era el autor que vivaban Fogwill y Piglia en los 80 para abrirle las puertas del campo literario, este fue el maestro del terror de I-Sat, esto era el gran creador de esa novela inigualable y excesiva titulada Los sorias? ¿Estos despojos fueron Laiseca?

Albertito, el miedoso

En la otra línea “biográfica”, las cosas no se leen mucho más alentadoras. Por ejemplo, hay en el primer capítulo un “Albertito” miedoso, niño de Camilo Aldao que pasa sus días temiendo y jugando. Le teme a los monstruos debajo de la cama, le teme a las historias que lo fascinan sobre aparecidos y animales fantásticos y, ante todo, clave de lectura principal y lupa crítico-literaria para Chanchín, le teme AL PADRE. (Sorprende la ausencia de toda mención de Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, una de las obras de Laiseca en la que ficcionaliza el vínculo con su padre).

Las maniobras ficticias usadas para contar la infancia en los primeros capítulos de Laiseca, el maestro dejan lugar a otro recurso: una suerte de cruce entre vida y obra que le sirve a Chanchín para demostrar cómo la difícil y triste vida de Lai funcionó a modo de motor en algunos de sus textos. Así, por ejemplo, sus aventuras como jornalero quedan inmortalizadas en algunos fragmentos de Sindicalia, en los que se lee: “Hace tres días que no como. No tengo, naturalmente, un centavo (…), puedo pasar, si me falla, más días sin comer aunque tenga náuseas, aunque vomite el agua que tome esta mañana”. Otros de los momentos de indigencia laisequiana es retratado con fragmentos de El gusano máximo de la vida misma:

Cuando yo estudiaba ingeniería quería dejarla para escribir novelas. Leía Los caminos de la libertad, de Sartre, y me sentía tan cobarde como una de esas mil ratas que se están asando y serán comida. Robándole al estudio empecé una novela pésima. Era muy mala, cierto, pero por algún lado se comienza...

Esa constante desde el discurso crítico-biográfico que los autores de Laiseca, el maestro intentan construir (por debajo del registro principal específicamente narrativo y costumbrista) presenta una imagen de Lai en el diván. Uno se imagina al autor asistiendo a una buena serie de sesiones con el hechicero de Viena, para superar sus patologías de niño desconectado de la realidad, para resolver el trauma familiar y la presencia autoritaria de su padre. 

En el quinto capítulo, hay una frase que enhebra bien la efigie del niño miedoso que llegó a ser escritor movilizado por el terror paternal: “Laiseca desnuda sus monstruos, el miedo de lo real, reproduce el dolor. Y también mata a su padre”. Para Chanchín, el autor de Los sorias escribe para combatir a sus monstruos interiores, fue un niño con miedo que usó la literatura para superar un trauma. Laiseca es leído con la lupa psicologicista, lectura de un reduccionismo brutal para un escritor que creó un universo entero… (Sorprende, en este sentido, una palabra del vocabulario laisequiano que estaba servida y que prácticamente no aparece en estas líneas: manija).

Le hacen bullying al conde Lai

A la estampa de Albertito el miedoso y de Laiseca el derrotado se le sumará, en los años 60, la de Alberto el bulleado. Leemos en las páginas del tercer capítulo una escena narrativa muy bien armada para colocar a Laiseca como víctima del bullying: el ignoto escritor entra al bar Moderno y, según Chanchín, nadie lo quiere, todos le dan la espalda, lo miran como a un freak. Ok, ¡pero en el Moderno y bares aledaños estaba lleno de freaks! ¿O Jalí, vestido de bombero, como lo imaginan Diego Arandojo y Facundo Percio en esa historieta genial llamada Beatnik Buenos aires, entrando al bar a tomar una grapa no habrá parecido un freak? ¿Y qué decir del gordo Fox vestido con su capota de la Gestapo, leyendo a gritos su obra perdida Las monjitas sangrientas, y bajándose una torre de helado, crema y dulce de leche como lo recuerdan sus amigos sesenteros? 

¡Vamos! Laiseca era un loco más en la fauna de la Manzana Loca. Entonces: ¿por qué construir esa escena de bullying, de artista incomprendido? ¿Para qué? La victimización de Laiseca en este libro escrito por los talleristas suena un tanto plana, simplona. ¿Insisten en los miedos y los monstruos para entrampar a Laiseca como un escritor “de terror”? ¿Habría que leer sus novelas para entender cómo sufrió el niño Albertito su infancia ante la figura amenazadora y totalitaria de su padre? ¿Fue Alberto Laiseca solo un pobre mártir que encontró en su escritura terapéutica un desahogo?

El sadismo es amor

Si este retrato íntimo está pensado a modo de presentación para nuevos lectores, los fragmentos hábilmente seleccionados parecieran mostrar una obra anclada en un realismo llorón, alejado del delirio, lo hiperbólico y lo gracioso, rasgos de la gran obra laisequiana. ¿Dónde queda en este sentido el celebérrimo realismo delirante de Laiseca, que apenas si se nombra en estas páginas? Sin ir más lejos, El gusano máximo de la vida misma, novela de donde se toma de la escena de Laiseca como estudiante de ingeniería, abre con una “gordita, petisa, tetona” caminando las calles de Nueva York sin bombacha “no por puta sino por acalorada”. Ella lee La tierra baldía de T. S. Eliot en el subte y escapa de 

…tres negros hermosos, de pijas larguísimas, que la humillaron racialmente. ‘A esta blanquita nos la manda Santa Claus’, dijo uno. ‘¡Qué pan dulce lleno de confites!’, declaró otro al tiempo que la manoteaba por atrás moviendo su mano de abajo a arriba. Ella se desasió indignada. ‘Vamos a sodomizarla, brothers’, proclamó de manera definitiva el tercero. 

La novela sadomasoporno mentada lejos está de las memorias lacrimógenas que aparecen en el libro de Chanchín. Es más bien un juego metatextual donde la voz narrativa esquizofrénica y monstruosa juega con los lectores, como el Gusano lo hace con las mujeres que viola de manera sádica, pero aún así amorosa. 

“El sadismo es amor”, reza el Manual Sadomasoporno en una de sus máximas (que en Laiseca, el maestro solo queda reducido a una cita pintoresca). Y es que el amor en la obra de Laiseca ocupa un lugar importante, y no es el amor cortés. Es un amor monstruoso, vampírico, sádico, que como todo en la obra de este escritor se define por el exceso, por la desmesura y la violencia. Un amor que nos desafía como lectores a soportar el dolor, la humillación y encontrar allí el placer y finalmente la salvación. Sin embargo, Chanchín subestima a los lectores y en Laiseca, el maestro, cambia la imagen compleja y vital y, ¿por qué no?, viril y monstruosa de Laiseca por la de un pobre tipo que la pasó mal en cada momento de su vida, víctima de sí mismo y de un delirio patológico y no un delirio creador como el que realmente enciende la obra laisequeana.

Un fuego tenue

Es extraño el lugar que ocupa la obra literaria en Laiseca, el maestro. Tibios intentos de incluirla, más allá de la mención a sus títulos, rápidamente se abandonan. Los libros de Laiseca solo aparecen a partir de algunos fragmentos textuales glosados en los primeros capítulos (para hacer una lectura biografista que reconfirme las hipótesis de una escritura ahuyentapadremonstruo). Sin embargo luego dejan de aparecer para regresar a las escenas de la vida ordinaria del muchacho temeroso en la gran ciudad o, más adelante, de las ositas del señor Laiseca y sus problemas de convivencia (se agradece a Chanchín la reposición de los nombres y apellidos de las parejas de Laiseca, algo que ningún entrevistador o cronista había hecho antes). Incluso en el caso de la gran construcción narrativa que es Los sorias, la monumental novela aparece desdibujada. 

Ahora bien, hay un fragmento narrativo laisequiano que se incluye en este libro e ilustra bien el tono condescendiente: un padre jardinero está cortando el pasto y el narrador se imagina a sí mismo como un judío en un campo de concentración y proyecta en esa figura paternal al mismísimo Führer. Laiseca, la víctima; su padre, el líder autoritario. Ahí está condensado lo que luego en Laiseca, el maestro se anticipa en Albertito el miedoso, media en Alberto el bulleado y concluye en Laiseca el derrotado. Esta última figura se profundiza en una entonación trágica y lacrimógena que va apilando muertes animales, decrepitud y adicciones irracionales. El retrato íntimo culmina en un viento de cenizas que los talleristas y la hija de Laiseca lanzan al río. “Donde hubo fuego, cenizas quedan” podría haber sido la frase final, aunque en estas páginas el fuego es bastante tenue…

TECNOCRACIA. MONITOR. TRIUNFO.

En Laiseca, el maestro falta la imagen de autor que Laiseca quiso construir a través de su obra. Se nota fácilmente: basta con mirar las fotos geniales incluidas en el corazón del libro. Vemos un Laiseca joven, sin bigotes y con pelo largo, altísimo, año 1972. El joven autor gesticula tragicómico, sonríe, pone caras, teatraliza su totalitarismo chasco, se declara ministro nazi de su propio padre… En el libro de Chanchín falta ese polo activo: Laiseca, el sádico, el dictador, el cancelable también, que a falta de texto se cuela a través de estas imágenes centrales. Ese polo no existe o es relegado a la figuras de los otros y sobre todo del Gran Otro: el padre. No existe, en este retrato, el Monitor, figura máxima y totalitaria de Los sorias

En su imagen de autor, en la que construyó desde Su turno (1976) hasta La puerta del viento (2014), Laiseca es el judío en el campo de concentración, sí, es la víctima, pero también es el nazi en el escuadrón militar, es Hitler, es el victimario. Laiseca es también el Monitor. Hay en la vida y la obra del autor de Los sorias una contradicción indisoluble y en pugna, como la lucha entre Ser y Anti-ser que retorna una y otra vez en su mundo ficcional y personal. Laiseca habita esa contradicción, no la resuelve, no se inclina por uno de los términos. Los vive, los siente, los imagina: a la vez. Esa es su tesis.

Como Marcelo Fox, quien en su chistosa tarjeta personal remataba “Jefe de las SS judías” (curiosamente esa línea brilla por su ausencia cuando Chanchín reproduce la tarjeta en la página 69 de su libro), Laiseca encontraba en el contraste de ser torturado y torturador, esclavo y amo, víctima y verdugo su espacio de creación. Uno cierra el libro con preguntas: si Chanchín solo muestra lo abyecto en la vida de Laiseca, ¿dónde está la gloria del autor de La hija de Kheops? ¿Dónde quedaron en este retrato íntimo las palabras iluminadoras que atraviesan la obra de Lai como genio y obra total? Y finalmente, si tuvo triste nacimiento y derrota cenicienta, ¿tuvo Laiseca un esplendor? 

En una nota escrita por Laiseca y exhumada hace unos años en esta revista, el autor habla de los escritores con tesis, escritores que funcionan como astros gravitatorios. ¿Qué significa esto? “Tener o no poder, ser o no centro, tesis o falta de ella se resuelven, para mí, entonces, en tener o no pasión”. También en su cuento “El verdadero amor es siempre inmortal” escribe: “Los mediocres odian la verdadera pasión y te destruyen”. Laiseca, el maestro es un texto que solo detenta pasiones tristes, pone el foco en la pobreza, la soledad, la locura, la enfermedad y la vejez. Es un retrato que borra esa fuerza gravitatoria, esa pasión impetuosa, esa calentura incómoda, esa carcajada desubicada que la obra de Laiseca provoca en sus lectores y los hace gritar a viva voz: “TECNOCRACIA. MONITOR. TRIUNFO”.

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Bache

Revista digital. Cultura y sociedad.

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