De joven vanguardista que publicaba libros de temática LGBT a ideólogo de la teoría conspirativa «del gran reemplazo», el autor francés se convirtió en un referente del supremacismo blanco en la lucha contra la inmigración.
Por Bruno Reichert
Payton Gendron cubrió de sangre las pantallas de quienes lo observaban a través de Twitch. El resultado del tiroteo que inició en mayo pasado en un supermercado de Buffalo, Nueva York, fue de diez muertos, todos afroamericanos. Las autoridades informaron que el culpable dejó un manifiesto de 180 hojas en donde expresaba una fobia a que la población blanca fuera sistemáticamente reemplazada por minorías étnicas. Si bien el racismo recorre toda la historia de Estados Unidos hasta el presente, La Teoría del Gran Reemplazo nació del otro lado del océano. Su arquitecto es el escritor francés Renaud Camus (Francia, 1946). Originalmente novelista, Camus supo ser un símbolo de la cultura LGBT forjada por una generación que vio con sus propios ojos los acontecimientos del mítico mayo del ‘68.
Para entenderlo, volvamos un poco para atrás en el tiempo: en 1981 Roland Barthes decidió prologar una nueva edición del libro de temática gay de un joven escritor parisino. Tal vez Barthes solo intentaba cuidar el terroir del discurso sexoafectivo al introducir la obra de Renaud Camus, cuyo trabajo demostraba un talento evidente, aunque módico. Su éxito residía en la originalidad y sus ventas fueron tales que Camus hoy es dueño de un castillo en el sudoeste de Francia.
Ese mismo ser humano también hoy sostiene ideas que son una panoplia de conceptos conspiranoicos. Dice estar convencido de que la población blanca y cristiana europea está siendo sistemáticamente reemplazada por pueblos principalmente provenientes del norte de África y Medio Oriente. Esta visión fue condensada en un bestseller, Le Grand Remplacement, editado en 2012.
En Francia, donde el laicismo es considerado un patrimonio simbólico de la Republica, el miedo a una “musulmanización” genera un campo fértil para la xenofobia. La derecha tradicional sintió más de una vez que debía apartarse de la visión de paranoia sistematizada de Camus. En 2014, Marine Le Pen sostuvo en una entrevista con Le Journal du Dimanche: “El concepto de un gran reemplazo presupone un plan establecido. Yo no participo de esta visión conspirativa”. En 2019, la presidenta del Frente Nacional directamente llegó a sostener que desconocía en qué consistía el concepto de reemplazo. La nueva derecha dista de tener esa posición vergonzante frente a Renaud Camus. El también candidato en las últimas elecciones presidenciales y experiodista Éric Zemmour se inspiró en la teoría de Camus para la redacción de dos ensayos híper reaccionarios: Le Suicide Français (El suicidio francés) y Destin Français (Destino Francés). Zemmour, que saltó del pugilismo verbal televisivo al político, le generó sangría de votos al tradicional Frente Nacional y parece ser la vía para que las ideas del reemplazo mantengan su vigencia, más allá de sus magros resultados en las últimas elecciones.
Tricks (1979) es la obra más conocida de Camus antes de su paso al panfleterismo político. Probablemente tenga poco de crónica real pero así es presentada por el autor. Un total de veinticinco encuentros entre varones homosexuales en París, fuera de Francia y siempre en lugares clásicos de alterne homosexual: bares, discotecas, cines. No hace falta ser gay o conocer ese mundo para entender ciertos dispositivos que Camus repite en cada relato de sexo casual: la conquista deportiva, los desniveles en el deseo entre miembros de la pareja, también el gusto de encontrar a alguien que comparta el placer por ciertas prácticas específicas. Un mundo de adultos, pero donde la eyaculación parece ocupar un rol casi adolescente. Una forma de escritura que se vuelve algo repetitiva pero muy efectiva (más si solo leemos algunos relatos, lo cual es recomendable). En la introducción del libro Camus se sincera: no se trata de una crónica del mundo homosexual sino del submundo gay. “La gran mayoría de los hombres homosexuales no vivía en esa vida”, dice. Pero él pertenece a ese segmento y debe contarlo porque no es visible para la gran mayoría.
Si hablamos de literatura de temática LGBT y posicionamiento público, seguramente se nos vengan a la cabeza la figura de Gore Vidal con La ciudad y el pilar de Sal (1948) y James Baldwin con Giovanni’s Room (1956). Vidal nos impregna de una visión profundamente sombría, que en cierta manera sostendría por siempre en su discurso público. En más de una oportunidad consideró que el amor, tal como se lo entiende en la sociedad del siglo XX y en los primeros años del XXI, está reservado al mundo heterosexual. En el mejor de los casos, un hombre gay puede aspirar al compañerismo (así definió a su relación de décadas con Howard Austen). Por su parte, Baldwin es en sus profusos soliloquios pura sensación de soledad. Ya tres años antes de Giovanni´s Room, con su novela autobiográfica Go tell it on the Mountain (1953), Baldwin nos inicia en una larga carrera por la esperanza de no estar solo en un mundo hostil de orfandad, pobreza y segregación.
Está claro que el mundo gay para finales de la década del 70 había armado redes de contención que, en sociedades de Europa Occidental, eran espacios de socialización segura. Podemos entender que no resulta necesario que los personajes de Camus sean muy similares a los de Vidal o Baldwin. Pero no deja de ser llamativo cómo lo afectivo parece no tener ningún tipo de lugar en Tricks. Aun cuando el texto no tiene ninguna pretensión de ser parte de lo que normalmente se llama literatura erótica. El sexo está en el centro de todo sin que los personajes hagan algún tipo de recorrido interior. Claro, da igual para la calidad de un libro si de encuentros sexuales nace el amor romántico. Pero lo llamativo en Tricks es que sus personajes parecen ser una especie de homo economicus perfecto. No hay nada por fuera ni más allá de la práctica, que se narra como un acto similar a la caza deportiva. Ni siquiera encontramos al hombre público que marchaba con grupos homosexuales en el mayo del 68. Es por eso que Camus define al texto como una crónica, por más que seguramente nada de lo que escribió fuese real. Es un texto de imágenes urgentes (y en algunos casos, olvidables).
Es tal vez ese aspecto lo que nos da pistas de la transformación de Camus en su rol mediático actual. En una nota a The Nation en 2019, el escritor francés sostuvo que Tricks fue el intento de relatar lo que no se contaba y que “el gran reemplazo” no es otra cosa que una continuación. La comparación nos puede parecer extrañísima, pero “la revelación de lo no dicho” es un elemento central en las teorías conspirativas, y las que se embarcan en el espectro político tienen un segundo componente fundamental: la idea de despojo. Lo que hay enfrente viene a sacarnos el lugar, trastocar nuestros valores. Y, en el caso de las minorías sexuales frente al islam, limitar su libertad.
Y sin embargo, tal vez el mundo del Camus joven haya desaparecido mucho antes de que comenzara a tener tantos seguidores en la extrema derecha. En 1997, el libro The rise and fall of gay culture fue un cimbronazo en Estados Unidos. Mientras por esos años se celebraban las desplacarizaciones de figuras públicas como Ellen DeGeneris y Melissa Etheridge, el ensayo de Daniel Harris planteaba un escenario de asimilación de la cultura gay. En su visión, los triunfos de la comunidad LGBT implicaban una relativa renuncia a la cultura/subcultura para abrirse a un mundo igualador. La antigua comunidad gay es vista como un conjunto de pautas estéticas arraigadas en una suerte de resistencia tribal. Ese mundo, sobreestetizado y pautado, es difícil de sostener a puertas abiertas.
Tal vez el mundo del Camus joven haya desaparecido mucho antes de que comenzara a tener tantos seguidores en la extrema derecha
En la misma línea, otros autores llegaron a sostener una próxima desaparición de la cultura gay (entendiendo como tal cosa a la que se compone a varones homosexuales y en menor medida lesbianas, es decir cisgeneros). A más de dos décadas de la publicación del ensayo de Harris, tal cosa no parece estar a la vista. Pero sí podemos ver, en términos casi benjaminianos, una representación de aspectos culturales mediatizados y expandidos, como réplica de un mundo original que ya poco tiene que ver con el de Tricks. En palabras más sencillas, el Drag Race de RuPaul es lo que la televisión quiere que sea, no exactamente el mundo del transformismo norteamericano que hizo famoso/a a Ru. Por casualidad o no tanto, la fecha de publicación del libro de Harris coincide con los años en que, según el propio Renaud, el autor francés comenzó a tener sus reflexiones sobre el peligro de la inmigración.
También son los años en que, para los críticos literarios que se han centrado en su obra, el francés comenzó a volverse repetitivo. Su estilo mezcla una narración formal con distintos géneros literarios introducidos para generar en el espectador la sensación de estar viendo la cocina del texto. En los ‘70 resultaba bastante innovador, pero fue una formula repetida y Camus comenzó a ser más parte del bronce que del consumo corriente ¿Un salto oportunista? Tal vez no. Más bien esa sensación de despojo parece haberlo cubierto y sintió que debía ser un Dios Jano bifronte que diera el paso a la arena pública desde otra posición.
Camus se refiere a sí mismo como un mero relator. No lo es. Fue candidato al Parlamento Europeo en mayo de 2019, momento en el que tuvo que dar explicaciones. En 2017, “Unite the right rally”, una manifestación multitudinaria de supremacistas blancos en la ciudad norteamericana de Charlottesville, Virginia, tuvo entre sus canticos “Jews won’t replace us” (Los judíos no nos reemplazarán). Nada parece perturbar la calma de Camus, incluso cuando él mismo fue tratado de antisemita por sostener que “los judíos, aun teniendo generaciones en Francia, no están en condiciones de entenderla”. Para un hombre de subcultura el problema parece ser la subcultura.
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Si volvemos al tema del laicismo francés, parece que en el país de Victor Hugo suelen olvidar con facilidad que el caso Dreyfus fue un rector del principio de laicidad francesa. Lo cual poco tendría que ver con sacarle el burka a punta de pistola a una mujer en las playas de la rivera. Pero Camus no inventó ni el cien por ciento ni su teoría ni el nacionalismo racista son nuevos entre los escritores franceses. Podríamos citar muchos casos, pero bien vale el del novelista Maurice Barrès (1862-1923), una de las mayores figuras anti Dreyfus, a quien consideraba ser culpable “por su raza”. También fue un furibundo antiiluminista que sostenía que ese movimiento había erosionado la esencia del pueblo francés. Sus ideas no le impidieron ser un destacado miembro de la Academia Francesa. Por su parte, Louis-Ferdinand Céline y Pierre Drieu La Rochelle siguieron la misma línea exacerbada por el chovinismo de una generación forjada en las trincheras de la Gran Guerra.
No hace falta ser biógrafo de Napoleón ni un fanático de Le Genie du Christianisme, de Chateaubriand, para saber que la historia de Francia está plagada de tanta sangre como de reconciliaciones, de síntesis entre el fuero íntimo y lo público. Camus lleva demasiado tiempo peleado con los datos (sobre todo con la demografía). Su búsqueda es, como la de tantos otros escritores, principalmente estética. Porque es un intento de regresar a un mundo bello de valores y sentidos denotados. En resumidas cuentas, a un lugar que jamás existió.