Mis insignificancias: Milita Molina y una entrevista que no fue

¿Cuál es el salto que va de la poesía a la novela? ¿Cómo es ese ¡zas! que tan bien sintetizó Osvaldo Lamborghini en su conocida frase? En esta nota crítica, Manuel Moyano Palacio lee y escucha la voz de la escritora argentina, fallecida en enero pasado, para subrayar por qué esta vanguardista decadente se llevó a las puteadas con el campo literario nacional.

Hay una consigna archiconocida que pertenece a Osvaldo Lamborghini: En tanto poeta, ¡zas! novelista. Es una frase, pero también es un verso de Las hijas de Hegel. O es una frase y un verso en donde todo cae por el lado de ese ¡zas! El ¡zas! es salto y abismo entre frase y verso, entre prosa y poesía.

Mientras gran parte de la narrativa actual se desliga de la poesía para asegurarse una buena historia, al menos una rápidamente comunicable que genere empatía, todavía quedan poetas que ¡zas! se hicieron novelistas. Ese gesto me vuelve loco: el ruidito poético que trastoca el ars narrativo desde sus entrañas.

Es un salto que no se rige por leyes de oferta y demanda, tampoco por la extracción de un plusvalor literario. Es un comercio sagrado el de la poesía con la narrativa. O, como decía Héctor Libertella, es un mercado que termina con un tiro en la sien del mercado. ¿Suicidas? Quizás. Lo seguro es que se trata, una vez más, de todo eso: prosa cortada, la novela de la poesía, novela en verso y el largo etcétera de los años que mejor nos escribieron.

La entrevista inexistente

El 3 de diciembre de 2024, le escribí por Whatsapp a Milita Molina para proponerle una conversación-entrevista. Nos habíamos conocido unos meses antes cuando presentamos juntos el libro de Miguel Vega Manrique, Osvaldo Lamborghini (Ed. Chinatown). Le propuse encontrarnos a fines de enero. Me respondió con amabilidad que sí, que le alegraba el mensaje. Te dejo un abrazo y gracias por tener en cuenta lo que Beckett llamaba “mis insignificancias” y lo hago mío, escribió al final del pequeño intercambio.

Milita Molina y Manuel Moyano Palacio en la presentación de Osvaldo Lamborghini en Librería La Coop (Buenos Aires) (Foto: metaliteratura.com.ar)

En medio pasó diciembre, pasó enero y pasó lo ya que se sabe. Milita Molina murió el 22 de enero de 2025 en su PH de Almagro con la cortesía de no hacer alharaca, aclara en su obituario Agustina Perez y agrega que su hermano Juan Molina la encontró, según se refirió al verla, como un pajarito roto. Desde esos días, sus amigos y lectores han escrito sobre ella y la obra que nos lega agazapada en el estado auditivo en el que fue creada, lista para que se asalte en su óyeme mi oíme, como se lee en una de las consignas-frases-versos de Milita Molina

Milita inició su gesta en el publicadero argentino en 1993 con la novela Fina voluntad. En 1998 se sumó Una cortesía. Se marcaba una línea que fue bien recibida por la crítica y los lectores. En 2002, sin embargo, se publicó Los sospechados y la gesta torció su rumbo para siempre, se volvió intempestuosa y fragmentaria. Luego se sumaron Melodías Argentinas (Letranómada, 2008), Mi ciudad perdida (Editores Argentinos, 2012), Trilogía (Editores Argentinos, 2021) y, por último, el libro editado en España Destreza del desesperado (Cántico, 2024). También Milita dedicó un libro a su maestro y amigo, Nicolás Rosa (Ed. Univ. Nac. del Litoral, 2018). A esa trayectoria torcida se estaba por sumar La Puta Gente, que pronto saldrá por Ediciones Chinatown. Y sobre esa torsión de años yo quería conversar con ella.

A las puteadas

No voy a hacer la pelotudez de impostarle una voz ficticia e imaginar una entrevista que no fue. Pero no puedo dejar de hablar con sus páginas y con ella en medio, mientras leo y releo algunas notas, comentarios lúcidos y necrológicas, o también algunos inéditos suyos que están viendo la luz. Y en ese no poder dejar de hablarle a un muerto que sigo en sus libros, me asalta un interrogante una y otra vez: ¿Dónde aprendiste a putear así, Milita?

Esa hubiera sido mi primera pregunta. Porque lo que atrapa de entrada en los libros de Milita es una estética maravillosa de la puteada, al menos eso leí en mi primera Milita: la Trilogía, publicada en 2021. Era una estética que iba mucho más allá de El arte de la injuria de Borges, porque la puteada venía cargada en el lomo de uno de sus diosos: Osvaldo Lamborghini. O sea, venía recargada con todo el vocerío plebeyo que solamente un aristócrata del tímpano podía oír. Puteada, no injuria. Puteada y aristocracia del alma. Así la sentí a Milita. Una dandy boca sucia con un propósito bien claro: No tengo límites en el óyeme mi oíme, soy una mendiga asustando a los turistas de la literatura. ¡Claro que existen esos turistas!: es el paisaje del mundo, se lee en alguna página de Trilogía.

Trilogía, uno de los últimos libros publicados de Milita Molina por la editorial Editores Argentinos. 

Los turistas de la literatura son los otros, que en sus libros aparecen en personajes arquetípicos, como recuerda Demian Paredes en una nota reciente en Página/12: el Enemigo de la Literatura, el Filósofo Portátil, el Testigo de Oficio, pero también El Lector Cadáver, Concha Seca o Bicho Académico. En las páginas de Milita no queda títere con cabeza, incluso los amigos son descabezados, pero esa puteada tiene la función de trazar un círculo en la que encerrar a los propios amores para confundirlos apasionadamente: Mansilla, Macedonio, Néstor Sánchez (No me cuentes, pasame un ritmo), algo de Leónidas Lamborghini, mucho de su hermano Osvaldo —entre otras voces por estas pampas—, y Beckett, Scott Fitzgerald, Kerouac, Baudelaire, Marina Tsvetáyeva, Henry James, Malcolm Lowry —entre más voces por otras pampas.

Una puteadora, entonces. Una precisa puteadora que también era ¡Autora de un solo texto!, para usar la consigna que ella misma recuerda como marca de estilo lamborghínea en el prólogo que escribió a la edición de Teatro proletario de cámara de Editorial Nudista (2023). Sí, Milita también escribe un solo texto —y uso la conjugación en presente siguiendo una aclaración de Laura Estrín en un homenaje a su amiga fallecida: Milita es en presente

¿Cómo se publica ese único texto?, hubiera sido la segunda o tercera pregunta boba de un entrevistador inexperto. Pero como soy cordobés, sé que me hubiera perdonado gracias a la tonada. Se sabe que el acento es mi documento. Y el acento la podría haber ayudado a responderme: en cada libro se acentúa una parte del ritmo de ese gran y único texto donde están la vida, las miserias, las lecturas, los amigos, los amores, la muerte y un etcétera muy preciso. Milita, lo digo porque la veo idéntica a su obra, fue muy precisa: tenía modales de escritura y escucha teledirigidos, tenía punktuación

Y el acento sobre el ritmo, podría haberme seguido respondiendo con una frase suya, es mi única pelotudita fe. Claro, las cosas entran por el oído y salen por la mano. De ahí que en las páginas de Molina se arme un montaje de voces empastadas a la manera de los cut-up de Burroughs. El ruidito del tecleo se mezcla con la voz de un Rimbaud, con el recuerdo de alguna palabra escuchada en Esperanza de Santa Fe, con las frases que repetía el papá, con la letra de Leonard Cohen, con el Martín Fierro, con una cita caída de algún libro escrito en inglés que ya no se sabe cuál es. Todo puede ser amasijado por el oído, todo puede ser literatura perdida, la que no cuenta una historia, la que pasa un ritmo. En ese ritmo, y esto es una singularidad muy rara de Milita, hay algo inglés

La intersección permanente de frases y versos en inglés es algo que no leí en ningún otro escritor argentino con esa fuerza. A pesar de su panteón francés, ella, que había sido traductora de Henry James, Burroughs y muchos más, entreteje una y otra vez el idioma inglés en sus textos literarios cargados de jergas rioplatenses. Parece alguien que está haciendo una cosa y recuerda de golpe una canción angloparlante, la tararea y las palabras se introducen en el mundo para desarmarlo. Se forma, macedonianamente, una escritura salteada de idiomas de una lectora salteada de idiomas. 

Milita Molina en el rodaje del teaser del documental Un brillo de fraude y neón, por Fiørd estudio (Foto: cuenta de X @lamborghinOL)

Una vanguardista decadente

Pero hay algo más aparte de esas voces que caen por todas partes en su prosa. La memoria. El yo del narrador o de la narradora, según la ocasión, se ve asediado por esas esquirlas de recuerdos que no dejan de insistir. Claro que los recuerdos vienen como voces irresistibles, pero es precisamente por eso que se vuelven memorias de la literatura: las voces que retornan e insisten tienen estructura de ficción. La ficción de Milita Molina se produce en esta incrustación de voces que van del presente al pasado y del pasado al presente, que mezclan todo en obsesiones que se repiten una y otra vez, y que trazan la línea contra los otros. Contra los turistas. 

¿Qué podemos ser en la literatura si no queremos ser turistas? podría haber sido otra de las preguntas. En la entrevista-conversación que Mariano Dupont le había hecho en 2021 a causa de la publicación de Trilogía, Milita cerraba con un consejo para jóvenes escritores: Que no sean vanguardistas

La ironía es perfecta. Los vanguardistas, tarde o temprano, pierden. Siempre llegan tarde. Mejor es no serlo. Claro que la vanguardia se hizo museo, se vendió al mercado, etc., y ganó su terreno. Pero algo se funda en las vanguardias y tiene que ver con Milita Molina: las vanguardias nunca se realizan, siempre quedan en fragmentos, apenas algunas directrices y manifiestos, dos o tres números de revista, un par de años intensos, retornos, sectarismos y peleas, o se esfuman como camarillas efervescentes que duran lo que un pedo en un canasto. Por eso, tampoco acaban. 

Entonces, forzando muchísimo esta conversación imposible, diría que contra los turistas hay dos salidas: la de los nacionalistas que refundan la literatura del país cada vez y quieren durar para siempre, y la de los vanguardistas que escamotean esa literatura cada vez para astillarla, fragmentarla, atizarla. Los primeros pertenecen al realismo de cada época —histórico, autorreferente o capitalista—, los segundos inevitablemente se ubican en las vanguardias extemporáneas que retornan como pasado por sus historias inconclusas y futuro por sus promesas. Hay nostalgia de la literatura acá, porque hay nostalgia sobre lo que no se ha escrito, por los pedazos que han quedado sueltos y obligan a seguir beckettianamente.

Claro que la calificación de vanguardista se ha convertido en un improperio. Pero hay atalayas que es necesario conservar: la vanguardia fue, como Milita Molina, el permanente asalto de la frase por el verso y viceversa. A pesar de todo, el vanguardista es el ¡zas! 

Eso es una boludez garrafal. ¿Cómo me vas a encorsetar en una categoría tan poco hardcore como la de vanguardista que suena a aspiradora de futuro?, me podría haber dicho si hubiera leído esta nota. Al menos en mi paranoia suena así, enconada contra todo epíteto clasificatorio. Pero le podría haber aclarado que yo veía en ella una vanguardia decadentista, de ahí su porte aristocrático y plebeyo a la vez. Su puteada poética, las tretas de su ritmo. Ahí también, hubiera continuado aclarando, encuentro tu amor por los decadentismos inglés y francés. Una vanguardia decadente, siempre para atrás y para adelante, en ese péndulo temporal. Yo creo que el tímpano de Milita Molina, tu tímpano, Milita, abraza ese siglo XIX que se truncó y le dio forma a la obsesión de su presente, del siglo XX, que no quería dejar de escucharse en un futuro que ya fue, como decía Héctor Libertella. Bueno, pero no para atrás y para adelante, mejor por atrás y por delante, quizás hubiera rematado.

De pronto: ¡zas!

Y queda todavía el ¡zas! Las voces montadas de la prosa de Milita Molina se deshacen en algunas frases-verso, que vuelven y vuelven en un ritornello insoportablemente exquisito: la infancia se encorva a mi lado, se repite una y otra vez en las primeras páginas de Mi ciudad perdida. O Está lo epocal –cosa de la sociología– y está Osvaldo Lamborghini, larga en forma de axioma otro verso-frase en Trilogía. Inesperadas, salidas de la nada, enviadas a la nada, esas frases-verso reconfiguran las narraciones y la esparcen más allá de los mecanismos literarios de construcción. Dado que no hay peripecias ni arco temporal en el desarrollo de los personajes, dado que hay solamente voces y memoria, en esas frases aparece algo más: asalto y fe, decadencia y porvenir. El ¡zas! que fragmenta y genera la fuerza del continuo con eso que rompe.

Silencio. 

—Bueno, Milita, para terminar quería consultarte cómo es que la lectura te convierte en autora.

Desde el vamos, en los libros de Milita Molina se encuentra una concordancia entre la escritura y la lectura, como si los fragmentos que se van armando fueran el repique de lo que se lee. Ella escribe leyendo o lee escribiendo. Pero hay un lugar donde la razón de esto se vuelve más intensa que un mero procedimiento literario. Es la vida. Es la vida jugada entre las lecturas, la vida totalmente deformada por la literatura, la vida tallada por las páginas escritas y por las páginas leídas. Se me ocurre como alternativa de final que la correspondencia lectura-vida-escritura se hace y deshace en la muerte.

Entonces, recuerdo esa breve constatación de su hermano Juan al encontrarla sin vida, como un pajarito roto, y no puedo dejar de pensar si la propia muerte y la propia vida no se encuentran ya escritas en las frases que las vanguardistas no cesan de lanzar por ahí: Cada uno va a su manera: el pajarito va con la hermosura de no pelear el tiempo, como un nota musical pura y suelta que se posa cada tanto (like a bird on a wire, sí, exactamente), se posa para recordarme que yo me voy a morir contando el tiempo y él no. / Contando el tiempo. 
Acaso Milita contaba el tiempo y cantaba el tiempo, acaso era una novelista pajarito. No lo sé. Pero sí sé que su voz, sus páginas esperan y observan a los lectores like a bird on a wire.

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