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Pedro Lemebel: “Yo veo televisión con gafas oscuras”

En Lemebel oral. 20 años de entrevistas (1994-2014), editado recientemente por Mansalva, el novelista, biógrafo y periodista Gonzalo León recopila cronológicamente cuarenta y tres notas brindadas a lo largo de dos décadas por el célebre cronista chileno. En esta conversación, el autor de Loco afán habla del oficio de escribir, la violencia y Carlos Monsiváis.

*Por Fernando Blanco y Juan G. Gelpi

Esta entrevista apareció publicada originalmente en el Nº3 de la revista Nómada, de San Juan, Puerto Rico, en 1997.

JGG: ¿Cuál es la concepción que tienes de la crónica que cruza tus textos, en los que la ciudad logra permanecer fija en tu mirada?
FB: ¿Existe algún diálogo con otros géneros, con algunas circunstancias históricas y culturales?

Pedro Lemebel (PL): Digo crónica por decir algo, por la urgencia de nombrar de alguna forma lo que uno hace. También digo y escribo crónica por travestir de elucubración cierto afán escritural embarrado de contingencia. Te digo crónica como podría decirte apuntes al margen, croquis, anotación de sucesos, registro de un chisme, una noticia, un recuerdo al que se le saca punta enamoradamente para no olvidar. La crónica fue un desdoblamiento escritural que se gestó cuando los medios periodísticos opositores me dieron cabida en el año 90. Algunos editores se encandilaron con estas hilachas metafóricas que tenían mis primeras crónicas. Creo que pasé a la crónica en la urgencia periodística de la militancia. Fue un gesto político, hacer grafiti en el diario, “cuentear”, sacar cuentas sobre una realidad ausente, sumergida por el cambiante acontecer de la paranoia urbana.

FB: ¿Hay alguna demanda que resuelves al escribir una crónica?

PL: Más bien exponer algunas situaciones filudas de la dictadura, el saldo de la transición democrática. Tal vez fue la crónica el gesto escritural que adopté porque no tenía la hipocresía ficcional de la literatura que se estaba haciendo en ese momento. Esa inventiva narrativa operaba en algunos casos como borrón y cuenta nueva. Especialmente en los escritores del neoliberalismo. Ese mercado, esa foto familiar de la cursilería novelada. El Chile novelado por el whiskey y la Coca del status triunfalista. Un país descabezado, sin memoria, expuesto para la contemplación del rating económico.

FB: Hay una gata en un cuento tuyo del año 86. ¿En qué la transformaste? ¿Era una gata hipócrita?

PL: Más bien callejera. Eran tiempos difíciles y, travestido de gata cuentera, podía pasar. Después esa gata se transformó en La Loca, se metamorfoseó desde el cuento a la crónica. Y allí está ahora sobre un par de tacos-agujas, acechante…

FB: ¿Y el oficio del escritor?

PL: Efectivamente, eso era cuando me llamaba Pedro Mardones y escribía cuentos. Usaba mi nombre legal como una chapa, y escribía narrativa como testimonio frente a los atropellos de la dictadura. En esa época publiqué los Incontables.

JGG: ¿Cuándo y dónde nace el Pedro Lemebel cronista?

PL: Creo que eso da lo mismo. Había demasiados talleres de cuento: la cocina del cuento, la jardinería del cuento. La ficción literaria se escribía en la sábana blanca de la amnesia. Había excepciones, algunas escritoras, pero en general se veía venir el boom del novelón cursi, una especie de coro literario del Neoliberalismo. Yo no estaba ni ahí. Muchos decían entonces que el Pedro Mardones del cuento era mi destino. Fíjate, creo que en ese momento -1986 y1987- me empezó a cargar ese nombre legalizado por la próstata del padre. Tú sabes que en Chile todos los apellidos son paternos, hasta la madre lleva esa macha descendencia. Por lo mismo desempolvé mi segundo: el Lemebel de mi madre, hija natural de mi abuela, quien, al parecer, lo inventó jovencita cuando escapó de su casa.

FB: ¿Lemebel es tu primera crónica?

PL: Algo así. El Lemebel fue un gesto de alianza con lo femenino, inscribir un apellido materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti. El resto vino con las Yeguas del Apocalipsis, una experiencia político-cultural que realizamos con Francisco Casas en el Chile custodiado de los ochentas. Quizás esa primera experimentación con la plástica, la acción de arte, la performance, el video o las instalaciones fue decisiva en la mudanza del cuento a la crónica. Es posible que esa exposición corporal en un marco político fuera evaporando la receta genérica del cuento. Más bien se fue permeando con la noticia del diario, con el manifiesto homosexual que publiqué en esa época, con ciertas lecturas de mujeres escritoras que entonces daban la pelea. Tal vez, el intemporal cuento se hizo urgencia crónica en los artículos sobre homosexualidad y acontecer político que comencé a publicar en diarios y revistas. No sé, todo eso, Las Yeguas, el desacato, la invitación a mezclar géneros y artes desnutridas con panfletos militantes, la tentación de iluminar el suceso crudo y apagarle la luz a la verdad ontológica … Siempre odié a los profesores de filosofía, en realidad a todos los profesores. Me cargaba su postura doctrinaria sobre el saber, sobre los rotos, los indios, los pobres, las locas. Un tráfico del que éramos ajenos. Esa es la razón por la que mis escritos pasan siempre por medios masivos antes de transformarse en libros. Es una costumbre heredada de la dictadura.

FB: ¿Cómo así?

PL: Panfleteo los textos en revistas gays y diarios de mujeres. También en publicaciones más oficiales, pero allí me dicen que son demasiado literarios para el consumo periodístico. En cambio, la literatura los define como periodísticos. Y en ese borde equilibro los tacones de la crónica rosa. En ese borde, que se carga de biografía, cuando amanezco melancólica … Todo se vuelve impredecible al preguntarse, preguntarme cuál género le queda mejor a mi escritura. No es mi trabajo averiguarlo, tampoco el establecer la genealogía escritural de mi quehacer.

JGG: Pero hablaste de cierta filiación con escritoras.

PL: Por cierto. La narrativa de Diamela Eltit y la poesía de Carmen Berenguer son escrituras interesantes que, en conjunto con otros textos, han hecho contención al mal light de la literatura chilena, diversificando su conservadora uniformidad. Igual cosa con los textos de Francisco Casas que, también desde una poética homosexual, con su pasado de Yegua, han aireado el rancio ABC nacional.

FB: ¿En qué medida se estatuye la crónica como un espacio de escritura alterna que recoge la vida íntima o privada?

PL: En la medida que exista una escritura que demuestre que el biombo de lo privado es asunto de economías. Nada más que un lujo que no pueden darse los habitantes los bloques periféricos, hacinados, unos sobre otros, en su metro cuadrado colectivo. Más que lo público y lo privado habría que fijarse en sus recambios. En cómo la oscuridad de un parque público acoge los deseos y sudores clandestinos, transformándose en un privado de urgencia, al paso. Mientras no aparezca la policía montada. También esta inversión se devela cuando la TV mete su ojo voraz en el hilachento privado de la pobreza, haciendo públicas sus miserias, sin respeto alguno. ¿De qué público o privado hablamos cuando los neo-ricos se enjaulan en sus condominios custodiados por dobermans o en privados llenos de armas, todo esto retocado por la nota social, la foto crónica de la revista Caras? Digo que estos espacios privados de la nueva burguesía son públicos cuando ellos dan permiso, después de acomodar el bergere junto a la biblioteca, dejando caer con descuido sobre el escritorio la última novela de Isabel Allende. Y eso es publical-light, ¿te fijas?

FB: ¿Rabia social, odio envejecido?

PL: Ponle resentimiento, no me asustan los recuerdos. Alguien dijo que yo escribía con mala leche. Yo lo entendí como leche negra. Me pareció exagerado porque la escritura es apenas un esbozo, un acercamiento meticuloso al espinudo rosal humano.

JGG: ¿Qué hay de teatro montado en tus crónicas? ¿Otro género?

PL: En realidad nunca fui tan devoto del teatro. No me gusta la representación, ni la ópera, ni el ballet ni todos esos montajes estéticos de la burguesía. Por eso Las Yeguas elegirnos la performance, la acción de arte, ese riesgo plástico era más político y excitante. Pero también tienes razón, en mis crónicas hay algo de teatralidad, a veces me sorprendo interpretando al péndex poblador y pasa quizás por cierta maternidad incestuosa, una especie de doblaje que transita el deseo por mi lengua ventrílocua y esquizoide. Los otros personajes son aproximaciones afectivas, ironizaciones que corporizan mi libertad para decir.

FB: ¿Hay algún fondo de ojo permanente en tus crónicas?

PL: El Golpe militar y sus “golpecitos”. Es un fantasma tenebroso que me ojea desde el pasado. Esa pupila sigue vigilante, amnistiando, perdonando, reconciliando el dolor tatuado en la memoria. Pero creo que te refieres al ojo descriptivo que paisajea mis crónicas, tal vez el ojo que recorta fragmentos de esta realidad consumada y consumida en la fragua visual de la TV. No sé…

FB: Motivos para la escritura… por decir algo… de crónicas…

PL: La misma pregunta es un motivo, un exhorto para cronicar estos malos recuerdos. Pero también hay otros, más actuales, y, sin embargo, cargan el mismo pesar. Las múltiples implicancias que rebotan en la malla neoliberal impunemente. Son impensables las consecuencias sociales y político-culturales que se desatan cuando una bota aplasta una mariposa. Como en el cuento de Bradbury, te fijas…

JGG: La ficción, ¿es un motivo?

PL: No sé. Quizás adhesión con ciertas causas litigadas, reducidas sólo a simbolismo literario. Me afectan, me fragilizan, me comparten. Y en esa “demasiado herida” a ratos metaforizo, no sólo para adornar, más bien para complejizar el paisaje y el escenario del crimen. En ese sentido mis crónicas podrían ser el boceto de tiza que marca un cuerpo en la vereda.

FB: Háblanos de crimen, alguno en especial…

PL: Mira, creo que con la dictadura me basta. Mi crónica surgió de esas alambradas, por suerte. Digo que surgió, abortivamente, como necesidad de decir algunas cosas no dichas o tratadas solamente con la distancia congelada de la objetividad post-régimen militar. Temas como la pobreza, la homosexualidad, el sida y otros, fetichizados por el tráfico intelectual, o reducidos a temas de especulación periodística por esa representación cristiana terrible que una vez más los expone para su contemplación estética y misericordiosa.

FB: El fetiche, la exhibición y otras especulaciones aparecen en tus crónicas.

PL: Creo que no hago lo mismo. Mi corazón es pagano. Yo dejo que la herejía transite junto al sarcasmo, es mi forma de defensa. No soy juez, pero sí, a veces, verdugo. Total, yo no inventé la palabra justicia… y quizás ésa sea mi única oscuridad aún no empadronada por el ojo censor, la única mugrecita en el ojo pulcro de la vigilancia.

FB: ¿Qué hay de la lectura, eres un buen lector?

PL: Creo que no. Solamente leo algunos textos que me interesan como opciones político-culturales. Cuando pienso que hay tanto libro que no he leído y que no tengo tiempo de leer; cuando miro hacia atrás ese castillo tan elevado de la historia literaria, me dan mareos. Lo siento, creo que mis materiales escriturales están en otra parte. Tal vez en el sinsentido de un beso errante, a la deriva, a la pesca de un gesto anónimo frente al titular de un diario, frente a una tienda de videos donde la masturbación electrónica eterniza al voyeur paseante. Esas son mis lecturas, yo veo mucha televisión, trato de detectar la carie en la dentadura postiza del noticiario. Yo veo televisión con gafas oscuras.

JGG: Al leer tus textos se advierte un eco de los escritos de Gilles Deleuze. Carlos Monsiváis tampoco es ajeno a tus intereses temáticos, locales…

PL: Son experiencias distintas. Tal vez resonancias de asuntos o agujazos políticos. Vaya uno a saber.

JGG: ¿De qué manera sedimentas en tus textos las lecturas de Deleuze y Monsiváis?

PL: Con Deleuze me unen complicidades sentimentales. Me llegó vía Félix Guattari cuando estuvo en Santiago dando unas conferencias. En una de ellas, en el Instituto Chileno Francés de Cultura, se juntó la manga de intelectuales postmodernos para escucharlo. Había mucha gente, acólitos del discurso, artistas y escritores que conocían su obra junto a la de Deleuze, y adornaban herméticamente sus preguntas. Entre el público había una mujer desconocida, al parecer una señora que venía pasando por la calle, y al ver el tumulto, entró y levantó su dedito para preguntar. Todos la miraron horrorizados, con esa vergüenza ajena que caracteriza a los chilenos cultos. “¿Qué es, para usted, el amor?”, le preguntó la mujer a Guattari, entre las risitas y los “¿cómo se atreve a preguntar algo tan obvio?”. Y Félix, con toda la paciencia del mundo, le explicó como a los niños… dedicándole prácticamente la conferencia a ella. Ahí esa mujer era minoría.

FB: Ese es un recuerdo, volvamos a la sedimentación de Deleuze u otras.

PL: Mira, no es que se trate de simplificar la complejidad mañosa del discurso académico, pero me imagino que esta entrevista tendrá otros recorridos. Ojalá. Por eso Deleuze para mí es fácil de traducir, por sobre aquellos que dicen que su lectura es ardua. Son ellos mismos los que quieren controlar sus lecturas. Ellos quieren un Deleuze difícil. Cómo no va a resultar fácil para mí entender lo que es el devenir. Los pobladores, las barriadas cariocas, los cinturones periféricos, los travestis callejeros saben lo que es el devenir. Lo practican a diario… pasar por el ojo de una aguja sin ser rico ni camello, deslizarse de un momento espinudo a otro, atento al cambio sólo y exclusivamente por sobrevivencia, por necesidad corporal de proteger el pellejo, por generar algo distinto del mercado neoliberal y su abulia burguesa. En ese sentido, resulta interesante corporeizar ese discurso, entenderlo -como urgencia política. Mientras que, para la Academia, Deleuze es una reliquia mantenida en alcanfor, para mí es una carta de navegación, ojalá repartida, deshilada y deslizada a la calle, al patinaje travesti, a la subsistencia étnica, a las mujeres. De una u otra manera ellos manejan los códigos tránsfugas del devenir, experimentan conceptos como transformar, alterar, metamorfosear, transfigurar. Ellos lo saben y hacen suyo el devenir en el oleaje cambiante de sus vidas.

FB: ¿Es Deleuze, entonces, un rizoma, un ritornello, una trayectoria que se fagocita a medida que se instala, inscribiendo en ese acto un espacio que hace circular el poder, las certezas… como en tus crónicas?

PL: Tal vez pudiera ser que la crónica del patinaje sea su propia huella, su memoria escritural alterada por la ficción. Quizás corno la sombra de un taco alto expuesto de una flama zigzagueante. No sé. En mis crónicas la recompensa de ese derivar tal vez sea el regocijo del ojo en la lentejuela travesti que consumió su brillo por una succión remunerada. Tal vez mi crónica es el excedente de ese recorrido, los desperdicios iletrados de su teoría. Pudiera ser.


Son impensables las consecuencias sociales y político-culturales que se desatan cuando una bota aplasta una mariposa

Pedro Lemebel
FB: Eres entonces, por semejanza, prostibular y nómade… ¿Son tus crónicas parte de esa desterritorialización deleuziana de la que hablamos antes?

PL: Quizás, porque hablamos en un abanico de sentidos, el simbolismo, la metáfora dan para mucho, pero son un pasaporte para cruzar una frontera. Acá es difícil ser nómade con este biombo cordillerano. Estamos encapsulados entre mar y cordillera, una sola columna vertebral fácil de vigilar, y, por eso, no resultó la guerrilla. A mí las fronteras geográficas me aterran, siempre hay una sospecha en la voz del funcionario policial que te pregunta el nombre, el oficio, como si no te creyera lo de escritor con esa facha de maripozuelo, indígena y traficante. Recuerdo una vez en que estuve detenido en la frontera con Argentina, por una inspección. Junto a mí había un circo al que le habían confiscado un camello que no tenía los papeles de inmigración. Y ahí estábamos, yo y el Camello, mirándonos, rodeados de nieve en esa extraña desterritorialización. Finalmente, la misma mirada, la misma espalda mojada, la misma joroba entumida del camello como tina pequeña cordillera frente al macizo helado. Yo no puedo ir a cualquier parte, hay lugares donde no tengo entrada, a menos que me conozcan, y eso me parece más sospechoso. Siempre me terminan preguntando por Las Yeguas… Mis crónicas son eso: una complicada trayectoria.

JGG: Y el poeta argentino-brasileño Néstor Perlongher inaugura esa trayectoria con el epígrafe de tu libro La esquina es mi corazón: “Errar es un sumergimiento en los / olores y los sabores, en las sensaciones/ de la ciudad. El cuerpo que yerra/ ‘conoce’ en/ con su desplazamiento”. Con ese epígrafe se abren tus textos.

PL: Sí, es un fragmento de un texto llamado ‘Poética urbana’. Me gustó lo del cuerpo que yerra y erra en su desplazamiento. Siempre hay riesgo en el desliz que desafía otros recorridos. A Néstor lo conocí en Valparaíso, le gustaba este puerto del Pacífico porque no tenía balcón a Europa, como Buenos Aires. Le regalé un guante de novia, de encaje blanco, y él se emocionó un poco. También estaba Arturo Carrera, que se molestó por la forma como Las Yeguas tratábamos a Perlongher. Eran complicidades de locas, “alambres transplatinos”, como decía la dedicatoria del libro que nos regaló. Después nos fuimos, había luna, olas. Valparaíso es fascinante de noche. Todo se daba para recorrer juntos la ciudad, pero Néstor desertó, se sentía cansado, no estaba muy bien. La sombra sidosa no le permitió continuar la travesía.

FB: ¿Monsiváis está en el fondo de tus textos o quizá como un ojillo curioso detrás de tus esquinas?

PL: A Carlos lo siento más cercano, menos europeo. Me tocó comentar su conferencia en el Seminario Utopías celebrado en Chile en 1993. Fue interesante conocer a Monsi y a su obra. Él es un gran cronista de este tiempo. Tal vez una pluma crónica, aguda, crítica. Y bellamente refinada por el doble filo. Recuerdo que esa vez hablamos sobre el traspaso de lo académico a lo popular, un beso de rubí con lengua, creo…

FB: Y en tu caso, ¿de lo popular a lo académico?

PL: Mi caso, en mi caso, el rubí sería una alhaja de acrílico taiwanés, la lengua se retuerce en un espasmo iletrado y sin tiempo.

JGG: Hablemos de tus últimos dos proyectos: Loco afán (Crónicas de sidario) y De perlas y cicatrices.

PL: El primero es un libro que trata el tema del sida cruzado con la historia homosexual y política del Chile de los últimos veinte años. Es un libro que quiero mucho como embarazo largamente esperado, quizás el libro más ligado a la tardía militancia que conocimos sólo en los ochentas. Al final del continente todo llega atrasado, hasta el sida que hizo su estreno a comienzos de los ochentas, como una antigua película extranjera que nos conquistó nuevamente con los vidrios technicolor de su tráfico letal. Este libro ya está publicado por la editorial LOM y son crónicas que resucité de los escombros. Tal vez la ironía metafórica de esos escritos detone en humor sobre la forma cristiana y piadosa como se transa la plaga, la risa sube las defensas.

FB: ¿Y el segundo proyecto, De perlas y cicatrices?

PL: Es una experiencia muy reconfortante. Son crónicas radiales que grabo en Radio Tierra, una emisora de mujeres. Es un mero espacio donde pongo en escena diversos personajes que han tenido algún protagonismo en la reciente historia de Chile.

*Esta entrevista apareció originalmente en el libro Reinas de otro cielo. Modernidad y autoritarismo en la obra de Pedro Lemebel, compilado por Fernando Blanco (Lom, Santiago de Chile, 2004).

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Bache

Revista digital. Cultura y sociedad.

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