Las venas abiertas de Silicon Valley
Los sueños de los magnates tecnológicos como Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos producen monstruos distópicos. ¿Qué narrativas alimentan la imaginación de los megarricos de hoy? En Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo, Michel Nieva ensaya una respuesta y demuestra que la máxima de que es más fácil pensar en la extinción de la Tierra antes que en el fin del sistema ha sido superada: en manos de los big tech boys, el capitalismo se extiende hasta los límites de lo imposible.  

Foto de portada: Liam Charmer (Unsplash)

¿Se puede hablar en serio de algo? Precisemos: ¿se puede hablar en serio de un sujeto tan memético como Elon Musk? Si la pregunta fuese lanzada al aire, se puede afirmar que Michel Nieva, en su libro Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo (Anagrama, 2024), se toma en serio no sólo a Musk sino a una variada gama de multimillonarios espaciales. Como es sabido que la realidad no coincide con las herramientas que tenemos para analizarla, parece que el famoso slogan “detener el tren de la historia” fue reemplazado por uno más actual como “Occupy Mars”, que alude al “programa” de la empresa SpaceX, un megalómano emprendimiento que sueña con la ocupación permanente del planeta rojo: la creación de una humanidad marciana. De esto se trata, en parte, Ciencia ficción capitalista.

Con una prosa ajustada, concentrada en comunicar lo que quiere comunicar y no distraerse en frívolos abusos estilísticos, Nieva compendia información y la dosifica como si contara un cuento o narrara una novela mientras diseña un mapa de especulaciones, pero también —y sobre todo— de personajes bizarros, empresas estrafalarias, sueños y pesadillas fabricados por un ente tan digital como físico que bien podría haber sido producido por un Roberto Arlt triunfante y megarrico nacido en el Occidente decadentista y bélico que domina, todavía, esta parte del planeta. 

La hipótesis central de Michel Nieva busca comprobar que la literatura de ciencia ficción es una de las fuentes principales de inspiración de los magnates tecnológicos. El primer ejemplo que se presenta es Mark Zuckerberg y su deseo, anunciado en 2021, de convertir Facebook, Instagram y WhatsApp en una plataforma de realidad virtual llamada Snow Crash. Snow Crash es, también, el título de una novela ciberpunk publicada por primera vez en 1992. Su autor, un tal Neal Stephenson, fue considerado una suerte de oráculo durante mucho tiempo en Silicon Valley, sede principal de vastas corporaciones tecnológicas como “Google, Apple, Microsoft, Amazon, Intel, Tesla y Meta” (el orden de aparición lo da Gemini, la “IA generativa experimental” de Google). Con esos datos, más la descripción de la trama de la novela de Neal, Nieva nos presenta el primer capítulo del libro y su tesis, de la que pronto nos brindará definiciones precisas: “La ciencia ficción capitalista es la fantástica narración de una «humanidad sin mundo», de turistas que viven mil años y viajan por el cosmos sacándose selfies mientras la Tierra se prende fuego”. 

En un momento de la película Crash, la adaptación cinematográfica que David Cronenberg hizo de la novela homónima de J. G. Ballard, uno de los protagonistas principales le pregunta a otro: “¿Cuál es exactamente tu proyecto?”, y lo que obtiene como respuesta es: “Algo que nos afecta íntimamente a todos: la reconstrucción del cuerpo humano mediante la tecnología”. De la misma manera podría decirse que la ciencia ficción capitalista, tal como la presenta Nieva, tiene como intención la reconstrucción no ya del cuerpo humano sino de la humanidad en su conjunto. Esto se lograría mediante una lectura exageradamente literal, al mismo tiempo que delirante, de un corpus de novelas del género de la ciencia ficción. O, más precisamente, del traslado de la imaginería sci-fi a emprendimientos técnicos de pretendida dominación interplanetaria. 

Por supuesto, la humanidad que sueñan los megamillonarios es reducida a unos pocos cientos de miles (de humanos, no de dólares) y, llegado este punto, podríamos reparar en algo que Nieva subraya con justicia: “La ciencia ficción capitalista es la violencia que restringe el monopolio de imaginar nuestro futuro a las corporaciones”. Cuando Nieva escribe “nuestro” se refiere, claro, a los millones de personas que habitan el planeta y no se incluyen en el listado de los hombres más ricos. 

La mención de “hombres” tampoco supone una casualidad, por el contrario, redunda en algo causal porque efectivamente Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates, Paul Allen, Richard Branson, Larry Page, Serguéi Brin son —hasta donde sabemos y si mañana no nos desayunamos con la noticia de que son androides o alguna clase de mutación posthumana— hombres: “hombres gringos y blancos (a excepción de Elon Musk, quien, por haber nacido en Sudáfrica, se jacta de ser afroamericano)”. No obstante el problema no radica exactamente en que sean varones blancos, sino en que son racistas, clasistas, homofóbicos y machistas que se consideran superiores al resto de la humanidad: ¿qué otra cosa es, si no, su idea de futuro?

Hay algo idiota y al mismo tiempo cruel en estos millonarios soñadores que, mientras pretenden erigirse como el ejemplo de la superación personal, el mérito propio y la crítica al Estado, solapan los apoyos recibidos por parte del fisco que aman odiar: es que gran parte de las empresas de Silicon Valley “prosperaron gracias a subsidios del Estado norteamericano, (…) Tesla recibió a tasa cero créditos multimillonarios por parte del gobierno de Estados Unidos”. 

Sobre esto último hago una breve digresión. Es frecuente escuchar, o leer, la crítica que hace foco en la incongruencia entre el discurso de los megarricos y los políticos libertarios (la palabra “libertarios” es insuficiente en este caso, pero hay que resumir) con sus prácticas concretas. Sin embargo, también es frecuente que esta crítica se vuelva moralizante, como si se les reprochara una falta de coherencia o de verdad, cuando en realidad nada les interesa la verdad en términos morales y mucho menos la coherencia discursiva, cosa que, por otra parte, no es monopolio de ningún movimiento político. Pero, sobre todo, se pierde de vista el eje principal, que el problema no es moral sino material, o lisa y llanamente político: la connivencia con los Estados y la necesidad de recurrir a sus herramientas es parte de una estrategia que busca una finalidad: la hegemonía neoreaccionaria y tecnofeudal de los millonarios y sus lacayos representantes. La relación entre libertarianismo y Estado no es una relación excepcional ni una contradicción, es parte de un plan de dominación a largo plazo

Uno de los momentos más interesantes del libro, donde la prosa de Nieva se distiende y se vuelve más fluida y lúdica, es el capítulo «Ciencia ficción comunista o socialismo interplanetario». Allí se retrata, entre otras cosas, la vida de J. Posadas, un porteño del barrio de Boedo que nació en 1912 y fue estrella de fútbol —que tuvo que abandonar a los veintiséis años por problemas de salud—, militante trotskista y pionero del comunismo intergaláctico. Después de su retiro deportivo se radicó en la ciudad de Córdoba, donde mutó a trabajador del calzado y posteriormente a dirigente sindical. En 1944 fundó el Partido Revolucionario Obrero, del que se abrió en 1962 para fundar la Cuarta Internacional Posadista, “la más importante organización trotskista de Sudamérica de la década del sesenta”. En 1968 desarrolló su primer discurso con ingredientes ufológicos, donde desplegó la idea de que los extraterrestres, al ser necesariamente una civilización más avanzada que la humana, debían de haber superado el capitalismo y conquistado un orden comunista. 

Este personaje retratado por Nieva me recordó que en 2012 propuse a unos amigos militantes que las campañas de la izquierda argentina debían ser más sueltas y creativas, aunque contaran con poco presupuesto o justamente por eso mismo: una posibilidad era que se presentaran como extraterrestres, seres llegados de otro planeta; por eso imaginé a Nico del Caño disfrazado de un ser de color verde, con ojos amarillos y antenas. Nico Marciano invadiría el país impreso en grandes carteles publicitarios pegados sobre los soportes de la cartelería pública. Por supuesto, la idea no fue bien recibida. Pero de haber sabido de la conexión entre trotskismo y civilizaciones interplanetarias habría tenido, al menos, un punto a mi favor. Otro sería el caso de Salvador Benesdra, también ufólogo y marxista, autor de la novela El traductor, que Nieva omite con justicia porque no fue un autor de ciencia ficción, pero que en su única novela tiene escenas que bordean los géneros sci-fi y terror cuando el protagonista narrador ve, en las miles de ventanas de los miles de edificios de Buenos Aires, una plaga de ojos rojos ocultos en un fondo de oscuridad. Pero Benesdra nos conduce a lo trágico y Posadas a la fanfarria de la aventura fantástica, y sobre todo al sueño de la ampliación del imaginario político existente. Posadas fue, en cierta forma, un vitalista.

Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Sundar Pichai (Google), Elon Musk y Tim Cook (Apple) en el acto de asunción de Donald Trump (Foto: Saul Loeb/REUTERS)

En el capítulo titulado «Cambio climático, el gran orgullo del hombre blanco» Nieva desmenuza algunas técnicas de enfriamiento artificial del planeta en manos de millonarios ocupados en la infinitud del capital, y en ese sentido preocupados también por la prolongación de la vida útil del planeta sólo para seguir cumpliendo con su principal mandato: reproducirse a sí mismos, como toda burocracia, en este caso una tecnoterrorista y tecnoapocalíptica revestida de colores brillantes, guirnaldas y armas químicas: “Algunas técnicas de geoingeniería solar en desarrollo son la inyección estratosférica de aerosoles, que consiste en bombardear la estratósfera con enormes nubes de gas que, como una capa atmosférica artificial, protegerían la Tierra de la radiación del Sol y reducirían el impacto del calentamiento global”. “Este método de enfriamiento”, nos cuenta Nieva, “lo causan, de manera natural, las erupciones volcánicas, aunque en general de manera catastrófica”.

En sus momentos más previsibles la incursión de Ciencia ficción capitalista tiene algo galeanesco, sobre todo por su evidente intento de establecer críticas directas al sistema capitalista, donde no ahorra en recursos expresivos quizás agotados, estereotipados o difusos como “lógicas neoliberales de precarización laboral”, “injusticias y tristezas”, “establishment corporativo”, entre defensas al Estado como ente regulador de la vida. Como si el autor, mientras arma su crítica, que es narrar con minucia los planes del empresariado tecnológico global, no quisiera que olvidemos su suscripción ideológica o pensara demasiado en su mercado de lectores. Tal vez por eso el libro bien podría haberse titulado Las venas abiertas de Silicon Valley. El saqueo planetario de los millonarios cósmicos. Esto queda claro en varias oportunidades, como por ejemplo en este párrafo: “Cuando las empresas de Silicon Valley producen sus mercancías baratas en el Tercer Mundo, contaminando territorios y explotando poblaciones en nombre de nuevas tecnologías que conquistarán el espacio, en realidad no forjan un futuro para la humanidad, sino que repiten un pasado de siglos de injusticias”. 

Pero esto es algo menor dentro de Ciencia ficción capitalista. Además, el paralelismo con el libro del autor uruguayo también puede leerse en clave propositiva: la investigación cuidadosa y detallada, pero también accesible en sus formas, de un grupo social que ansía la apropiación del futuro humano y planetario. En línea con esto, no es algo menor destacar que Nieva no hace divulgación, ni tampoco pretende hacer erudición aristocrática, por el contrario, propone una socialización de los saberes. Y eso es algo fundamental en su propuesta ensayística. Por eso mismo no puede dejar de señalarse que el libro funciona como un manual introductorio de conocimiento de lo que podría llamarse “un fragmento del campo enemigo”: megarricos espaciales como terroristas tecnofílicos que sueñan el fin del planeta producido por ellos mismos, tipos que anhelan una especie humana extraterrestre, donde no habrá Arca de Noé, pero sí un Noé mutante con cara de Elon Musk. 

La ciencia ficción capitalista de Nieva es el realismo capitalista de Mark Fisher llevado a sus límites. No es ya la posibilidad de imaginar el fin de la Tierra antes que el fin del capitalismo, sino el capitalismo extendido hasta los límites de lo imposible. El sueño de un capitalismo cósmico, sin humanos, intergaláctico. Si bien la conjunción «ciencia ficción capitalista» parece configurar un pleonasmo, Nieva se las arregla para llevar a buen puerto su tesis y dejar como sospecha la posibilidad de otras «ciencias ficciones», es decir otros imaginarios posibles.

Alguna vez, un nostálgico Martínez Estrada escribió: “Aunque todo conservaba su aspecto habitual ante mis ojos, y aunque yo debía ser el mismo de otros días más felices, la ciudad, el país y el mundo en que yo vivía era innegable que habían experimentado una transformación esencial.” Todo indica que vivimos un presente similar, pero el punto quizás sea impedir que el monopolio de la producción de sueños, la privatización de pensar un futuro diferente, quede en manos de los millonarios espaciales. Al menos, eso parece sugerirnos Nieva. Tal vez, dar vuelta esto implique no sólo mirar arriba, sino enfocar la vista hacia abajo, en el alrededor que conforman las personas, la tierra y el asfalto que transitamos día a día.

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Sebastián Maturano

Artista plástico. Editor de Borde perdido editora.

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