Un balance de lo que dejó la edición 2025 de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Recesión, el avance del mainstream y la pregunta por el futuro de lo independiente.
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Más acá de un Eternauta devenido hot sale no del todo prevista —ya que faltó en los estantes más días de los que estuvo— y de una decena de títulos escritos por o consagrados al Papa Francisco, algo pasó en esta última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires que invita a (re)pensar el futuro del gran evento editorial del Cono Sur. Lo que pasó, uno cree, es producto de un nuevo paradigma económico patrio, que posiblemente se imponga por un puñado breve de años, lo que suelen durar los modelos entre nosotros. Lo que pasó, sintetizado, es que para muchos editores que en los últimos tiempos habían visto crecer su rol de manera vibrante y activa en los márgenes del pabellón central, este año no pasó gran cosa. Y en algún caso no pasó nada.
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La Feria del Libro porteña pronto cumplirá cincuenta ediciones y desde 1984, cuarenta años atrás, recibe entre 950.000 y 1.200.000 visitas por edición. Suele celebrarse un incremento del público año a año, aunque este es módico y no es del todo progresivo (2023, por ejemplo, fue un año de caída en visitas). No es fácil medirlo, pero podría estimarse que cada año pasea por la Feria medio millón de personas, o sea de visitantes netos, lo que equivale a un 3% de la población metropolitana (AMBA): no es poco. Hay visitantes de todo el país y, en un número marginal, del resto de la región. Hay constantes y hay variaciones.
Un cambio en la conformación de la Feria se dio hacia 2007 y 2008. En un contexto de crisis mundial, tomó forma por entonces un nuevo paradigma para el gasto público en los países del Primer Mundo, con una fuerte reducción en sus presupuestos para actividades y comitivas culturales. Hasta entonces la Feria, en su pabellón central y contornos inmediatos, se componía de editoriales consolidadas + instituciones internacionales. Aunque eran muchas, había menos editoriales que hoy (en el sentido de empresas, no de sellos) y más stands de países donde el público adquiría novelas en italiano, francés, alemán, etc.
Pero ese contexto mundial de recortes presupuestarios no se reflejaba en el panorama económico local, y la Argentina de 2007 hasta 2011 (o hasta 2015 sólo en algunos sectores, entre ellos el editorial) venía creciendo en su producción y consumo interno. Ahí es donde comienza a darse, al principio como un flirteo, el ingreso de las muchas editoriales medianas y pequeñas creadas en el país a comienzos de los 2000, y su apuesta e inversión en stands propios. Y con ello un nuevo paradigma, que hoy se tambalea.

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Los pabellones Azul y Amarillo están a ambos lados del sector central (si será central que nadie sabe su nombre: Pabellón Verde). Hay otros sectores, pero estos tres –que no están separados, es decir que podemos recorrerlos como un solo bloque– nuclean a las editoriales del sector comercial, las que editan libros a la venta todo el año en librerías. Históricamente el Pabellón Verde atrae el grueso de las visitas, que suelen apelotonarse los fines de semana y generar problemas de tránsito más o menos felices. Año a año asimismo una porción importante de las visitas extiende el paseo hasta las dos alas, azul y amarilla, que es donde se concentran, desde los últimos quince años y con presencia y dinamismo cada vez más acentuado, las editoriales medianas, pequeñas, independientes. Esta edición 2025 tuvo una primera peculiaridad y es que el “derrame” a los márgenes fue menor a otros años; hubo menos circulación allí. Hay un segundo rasgo y es que el esfuerzo puesto por los editores de ambos “costados” no hizo sino crecer, y últimamente se volvió habitual algo que antes era extraño: la organización de charlas y actividades con escritores en los stands mismos, no ya en las salas para eventos. Charlas que no siempre redundaron en ventas (muchas, en efecto, dejando cero ventas), y que en varios casos apenas congregaron algún público. La garra creció justo cuando las visitas mermaron, y el empeño en hacer y difundir no encontró, la mayoría de las veces, gratificación.
La época está más mainstream, no sólo en avanzadas antiderechos. Este año terminará siendo mejor en ventas que el anterior para Random House, Planeta y para los importadores de libros de España. El año pasado había sido muy duro para todos; este año ellos, en el Pabellón Verde, volvieron a los niveles de 2023. Ahora bien, para una parte de las editoriales argentinas medianas o pequeñas el año fue igual de flojo que el ‘24, y en muchos casos terminaría siendo peor. Seguramente los organizadores tendrán que repensar el año próximo cuánto dinero les cobran a los stands de editoriales independientes, porque si quieren sostener el orgullo de una feria plural y diversa algo tendrán que hacer para que estas dejen de ir a pérdida.
Lo otro que deben tener en cuenta los organizadores es la importancia de la difusión que hacen las editoriales no vinculadas a grupos ni a importadoras de peso. Se trata de más de doscientas (micro)empresas culturales-comerciales (en este caso, cada una con su propio sello) que se fusionan para financiar distintos stands y que, siendo tantas, ponen a trabajar los algoritmos de una manera elocuente. Cientos de empresitas, cada una con cinco cifras de seguidores en sus redes, mencionando a la Feria dos o cuatro veces al día y, como decíamos, generando contenidos, además de montar y atender su stand; actividades cotidianas que se difunden con un entusiasmo cercano a la militancia y que responderán, creemos, a una expectativa que hoy se parece más a una ilusión.

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¿Qué dejará esta Rural para después? Christian Rainone, el editor al frente de la organización, en su discurso inaugural anticipó que esta edición sería mejor en ventas. Tuvo razón en parte, o tuvo “un pabellón de razón”, le faltaron las dos alas. Rainone también se refirió a la composición actual donde crecieron fuerte los libros importados, tras lo cual pidió tener cuidado al importar en banda “libros de México y España” –nunca entendí por qué dicen México primero, será para no ofender al bureau peninsular, puesto que en realidad todos los importados vienen editados de España e impresos allí o en China (¡ojalá hubiera más libros de México y de toda nuestra región!). Es una ley: en el mundo editorial, el neoliberalismo argentino crea puestos de trabajo españoles. De todos modos queda la incógnita acerca de cómo será el paradigma de la Feria del Libro en los próximos dos o quizás seis años. Lo único claro es que la conformación actual está en crisis.