Epígrafes: Pedro Juan Gutiérrez y la Trilogía sucia de La Habana

Cuando se dice que un hombre es un tigre, no quiere eso decir que tenga garras y piel de tigre

Sri Ramakrishna

Las ciudades, como los sueños, están
construidas de deseos y de miedos, no
obstante el hilo de su discurso sea secreto, sus reglas absurdas, las prospectivas engañosas y cada cosa esconda otra

Las ciudades invisibles (Italo Calvino)

 

El escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez cuenta por qué eligió esas dos citas como epígrafes para Nada que hacer, uno de de los tres libros de relatos que integran la Trilogía sucia de La Habana (Anagrama, 1998).

 

Por Pedro Juan Gutiérrez

 

Siempre que estoy pensando en la posibilidad de un libro, de iniciar pronto la escritura, me obsesiono por buscar un epígrafe que sirva como una clave, una contraseña, un guiño para el lector. Y para mí. Un guiño al lector. Un anclaje para mí.

También insisto en escribir al final del texto el lugar y la fecha de escritura.

Es como un vicio. Inexplicable. Pero con el epígrafe lo tengo claro. Me paso años y años pensando en un libro. Una novela o unos cuentos. Nunca con la poesía porque la poesía brota sola, sin ceremonias ni rituales ni exorcismos. O no brota.

Pues en ese tiempo de reflexión, previo al inicio de la escritura, muchas cosas que pasan en mi vida las relaciono con la idea de escritura que estoy rumiando. A veces son lecturas. De repente, encuentro una frase en un libro y veo que conecta muy bien con lo que estoy pensando. Entonces la escribo en una libreta que ya he destinado sólo para ese libro que está pugnando por pasar de feto a bebé.

Es una señal. Cuando ya escojo una libreta sólo para los apuntes de ese libro es que me estoy acercando lentamente al hueco negro de la escritura. Es la primera señal. La segunda es encontrar casualmente, sin buscar, un buen epígrafe. Y la tercera es encontrar un título fuerte.

El título me cuesta mucho porque es importantísimo y decisivo. Un título con garra es como un prólogo del texto que viene a continuación. Y el epígrafe es como una señal pero también un enigma subjetivo. Un guiño poético.

Así sucedió con los dos epígrafes que escogí para Nada que hacer. De Ramakrishna y de Calvino. Creo que ahí están las claves de lo que viene después.

El epígrafe cuando aparece ya es inamovible. Ahí se queda. Los títulos son más problemáticos. A veces cuando termino de escribir tengo tres o cuatro posibles títulos. Tengo que decidir. Es más complicado.

Así que todo es coherente y sale del corazón más que del cerebro. Epígrafe, texto, título, mi propia vida, las vidas de los demás. Todo mezclado. Nunca entiendo a esos escritores que hablan de su “carrera”, como si fueran médicos o abogados. Y escriben con la punta de los dedos, sin sentir lo que escriben. Bueno, quizás es que tienen vidas aburridas y grises. No sé. Pero esa es otra historia.

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Bache

Revista digital. Cultura y sociedad.

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