Quien menos ama, no ama más
Joseph Roux
El escritor argentino Héctor Anabitarte (1940) cuenta por qué eligió esa cita del poeta francés Joseph Roux (1834-1905) para el comienzo de su libro Estrechamente vigilados por la locura, publicado originalmente en 1982 y reeditado en 2022 por editorial De Parado.
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por Héctor Anabitarte
¿Por qué elegí ese texto de Roux? No tengo ni idea. ¡Han pasado tantos años! El libro que acaba de ser reeditado por De Parado en Buenos Aires, para mi sorpresa y alegría, fue publicado por primera vez en Barcelona, en 1982, en la Editorial Hacer.
Alejandro Modarelli, en el generoso prólogo que escribió para la nueva edición, dice que es «…un librito originado en la experiencia del amor pasión y el abandono. Sobre todo al prestar atención al epígrafe que eligió Héctor, tomado de Joseph Roux: ‘Quien ama menos, no ama más‘. Es decir , el que comienza a amar menos es porque ya no ama más».
Como acostumbra, Alejandro acierta. Amar es una decisión. Así que el buen Roux me vino al pelo para colocar el epígrafe. Joseph Roux fue un sacerdote que escribía aforismos, un género que viene de la antigüedad más clásica, griegos y romanos se entregaron con entusiasmo a la producción de estas sentencias breves, lapidarias, concisas, sucintas y aparentemente cerradas. El aforismo, que se propone como regla, es también una idea poética, una idea literaria. Y esta invitación de Bache ha provocado que indagara sobre Roux y sus aforismos y he encontrado uno que me entusiasmó: «Nuestra experiencia se compone más de ilusiones perdidas que de sabiduría adquirida».
En general suelo prestar atención a los epígrafes. Creo que dicen mucho de la intencionalidad del autor que anuncia al lector de qué va lo que vendrá después, pero también es una forma de colocar el texto bajo la sombra tutelar de autores que admira y que le han inspirado. Es el caso de Juan José Hernández, que en su novela La ciudad de los sueños elige como epígrafe una frase de Rubén Darío: «Y la ciudad de los sueños que vienen será Buenos Aires. Tal lo esperan los hijos de la Visión; tal lo aguardan los ausentes de la Esperanza». Y es también el caso de Ricardo Lorenzo, que en Ituzaingo-Ituzaingó, esa novela-tango, recurre a Henry Miller y a Trópico de Cáncer: «Para cantar, primero hay que abrir la boca. Hay que tener dos pulmones y algunos conocimientos de música. No es necesario tener un acordeón ni una guitarra. Lo esencial es querer cantar. Así, pues, esto es una canción. Estoy cantando».