Si es autista, es artista. Una conversación infinita con Francisco Bitar

El autor de Tambor de arranque y El taller literario conversa con Bache sobre su escritura prolífica, sus ideas y los nombres propios en la literatura. Habla mal de Saer, bien de Aira y se declara exiliado en Santa Fe. Manuel Moyano Palacio lo escucha y transcribe.

Dos datos: Santa Fe, 1981. Y lo que se suele aclarar inmediatamente en estos casos: Francisco Bitar es autor de más de veinte libros y ganador de varios premios. Escribe narrativa (Teoría y práctica, Acá había un río, Tambor de arranque y El taller literario, entre otras); poemas (The Volturno Poems y más) y crónicas híbridas (Historia oral de la cerveza y Mi nombre es Julio Emanuel Pasculli). También lleva adelante el sello editorial El Buen Desconocido desde 2021 y acaba de estrenar El doble fin de semana de los críticos. 

Conclusión: Bitar es poeta, ¡zas! novelista, ¡zas! cuentista, ¡zas! ensayista, ¡zas! que acaba de romper el jarrón, ¡zas! cronista, ¡zas! editor, ¡zas! director cinematográfico de películas literarias and so on. La lista podría continuar y ninguna clasificación es capaz de encontrarse de forma cabal con el nombre de Francisco Bitar

El 28 de marzo sostuvimos un encuentro virtual que pasó del idioma literario a la charla con un viejo amigo. Habíamos entrado en la literatura argentina sin quererlo, en una entonación.

Mis libros o los libros que escribí desde que tuve a mis hijas, estuvieron ligados a ellas,  y entre esos libros se puede trazar una relación de continuidad… En el último que escribí… hacía poco había leído Incierto y sinuoso, la autobiografía de Melero escrita a cuatro manos con Mariano Vespa… con esa figura tutelar se empezó a formar una triangulación con cosas o conductas que yo veía en Rosa, mi hija más chica, y la figura del artista. Me apareció una idea en torno a esa práctica de cambiarle la función a los objetos. Gotea una canilla y Rosita se pone a bailar. Pela un alfajor y te da instrucciones de cómo comerlo. Eso, con la lectura del libro de Melero, viendo la vida de una niña antes de que ingrese de lleno en el mundo de la significación (la familia, la escuela, etc.) me daba alguna idea de La mente artista, como se llama el libro que escribí finalmente y que tiene una contraseña más bien ensayística. 

Bitar dejó aparecer lo propio de su método para empezar algo. La idea. Se lo remarqué.

A mí me pasa que escribo muchísimo. Si me alejo mucho de la idea inicial, del impulso, pierdo fuerza o entusiasmo. Yo escribo mucho, no entiendo cómo se puede estar años para escribir un libro. Lo entiendo para otra época, pero después de Aira…

Apareció el nombre de César Aira y no fue posible continuar sin referirme a su novela La muerte de César Aira. La pregunta me fue inevitable: ¿Qué significa para vos el nombre de un autor o el nombre de autor a secas? 

Primero tenés que poner tu nombre. Como dice Wilcock en una entrevista con la RAI3, el escritor primero firma sus libros y después los escribe. Esto es lo mismo que el verso-consigna de Osvaldo Lamborghini: primero publicar, después escribir. Desde que me gana la fiebre por algunos autores, una de las últimas fue con Sergio Chejfec, que me parece un titán, necesito hacer algo con el nombre del autor. Cuando un escritor me cautiva de esa manera tengo que llevar ese nombre a algún lado; hacer algo con el análisis de su obra, con sacarle la ficha a su sentido de la sintaxis, a cierto trabajo formal, etc., con la cocina del sentido. Es un vicio que traigo desde pendejo. Leía a los escritores tratando de ver cómo lo hicieron. Pero lo que me viene pasando últimamente es que eso no es suficiente, hay otra cosa, un resto que pasa por el nombre. El nombre es como una especie de vertedero de otras cosas, de la vida, de lo que otros han dicho sobre ese autor. Desde que el nombre se convierte en resto, nada es suficiente, nada termina de decirlo por completo. En el nombre del autor encuentro algo que no se encuentra en ningún lado y siempre me lleva a responder las preguntas más primarias de la literatura, a responder cómo se hizo escritor tal tipo. Y creo que en esas preguntas inocentes todavía se juega algo de cómo yo me hice escritor, cómo es posible que alguien haya tenido el mismo deseo que yo y lo haya logrado. No me conformo con decir la muerte del autor es el nacimiento del lector. No, se trata del nacimiento del escritor, de la vida del escritor. Y para que eso me termine de maravillar, encuentro maneras de leer esas vidas que por lo general son vidas muy cómicas, ridículas, que aparecen en el paréntesis, en el extravío. El nombre siempre está por decirse…

El taller literario (editorial Sigilo, 2024

Y de los nombres saltamos a los libros. La firma en las cubiertas, como a todo lector, le marcaron algo a la literatura de Bitar y a su vida. ¿Cómo se cruza el libro y la vida?, le pregunté.

El libro es más importante que la lectura. Yo tengo que estar con mis libros y hay muchos que no sé si voy a leer o que todavía no leí. Desde muy chico estuve rodeado de libros. Mi viejo tenía una biblioteca que para el tamaño de mi infancia era imponente. Era una biblioteca de Ciencias Sociales muy rica y nutrida, también había una muy buena parte de literatura, de la que robé muchos ejemplares. El roce con los libros era permanente. Y me pasó un poco lo que a todos: inicialmente, yo quería tener los libros. Era un deseo de tenerlos de la misma manera en que Rosita puede llegar a tenerlos: los agarra y lo usa para hacer una carpita, por ejemplo. Y también quería hacer algo con esos libros. Entonces, me hice escritor, no quería leerlos solamente, quería ser otra cosa, por eso ser escritor no sólo era mucho más importante, era urgente volverme escritor. Y esa urgencia está en lo que hago. A veces leo los libros que tengo, soy un lector torrencial y no soy muy sistemático ni ordenado. Mi biblioteca no está hecha de tradiciones sino de autores. De acá veo a Zelarayán, a Osvaldo, al lado está Di Benedetto. Mi historia como lector no es escolar, son como fogonazos que me aproximaron a los autores y después busco armar series, historias a partir de esa biblioteca que me persigue y a la que persigo desde la infancia.

Le dije entonces que en su último libro publicado por la editorial Sigilo, El taller literario, aparecían esas dos cuestiones: el nombre y los libros. El protagonista, Gori Lizmayer, entiende que sus novelas van a ser olvidadas y se bloquea. No puede escribir más. Entonces entra en un taller literario con una estrategia casi inconsciente: se quita su propio nombre, se presenta como otro y vuelve a escribir. 

Si tomamos esta consigna de que la literatura puede ser hecha por todos, eso implica que la literatura no está hecha por nadie. Gori, entonces, renuncia al nombre porque vale lo mismo que cualquier otro nombre, el de cualquier tallerista. La narración tiene como materia la lengua y la literatura llama la atención sobre esa materia, pero la lengua no es de mi propiedad, uno hace una versión de la lengua y después la devuelve a la lengua. Es de todos y de nadie. Por eso, la lengua te tritura la obra, como le pasa a Gori en El taller… Y el nombre vuelve a quedar como un resto indecible, como un misterio. Capaz el misterio del escritor es su nombre. Y solamente cuando logra deponer la vanidad de decir Yo escribí esta obra, ahí es cuando puede seguir escribiendo, trabajando en lo que no se puede decir en su nombre de autor.

(Foto editorial Sigilo)

Bitar escribió muchos libros: diagonales de estilo, temáticas y búsquedas. No pude evitar preguntarle: ¿Qué es lo que permanece a pesar de todos los giros o cambios? Y volvimos al inicio: la idea.

Yo necesito algo para pensar, como decía Artaud. Necesito una idea para enroscarme. La escritura es una de las manifestaciones del goce que me genera esa rosca profunda. Tengo una idea y esa idea me acompaña en la vida. Me vuelve a visitar, la recuerdo y la desarrollo. Y esas cosas tienen como esta manera de… proliferar… a veces eso va a un poema, un ensayo o una novela. La cuestión de la unidad de todo lo que hice me preocupa solamente cuando me pongo vanidoso. Pero para mí la respuesta no cae por un lado afirmativo, sino por un lado negativo. La pregunta es: ¿podría ser otra cosa? No, no puede ser otra cosa. Hay una negación mutua entre todo lo que hago. No me interesa una obra que sea como algunas de las obras del siglo XX que progresan, tienen un hilo y sus autores lo siguen. Para mí eso es muy difícil porque me jaquearía la escritura. Esos modelos hiperexigentes son un poco vanidosos y un poco truchos, como me parecen Saer y Juanele. Al contrario de Aira, a pesar de que está muy identificado en su operación, es un tipo mucho más habilitante. Y sin embargo los dos modelos me resultan incómodos. Porque ninguno se sustrae a su proyecto de escritor. El mío también me incomoda, pero busco no faltar al impulso, a la idea. Y encontrar el hilo que conecte todo eso me cuesta mucho. 

Como nos estábamos enroscando, tuve que cortarle el chorro con el clásico hachazo preguntón: ¿Qué es la idea, Bitar?

La idea es una especie de núcleo de goce. Es un núcleo creativo al que todavía le falta su ejecución. Es lo improductivo por definición. Es movimiento, sirve para darle vueltas, ponernos a fabular, a fantasear, no es la idea en sentido platónico, es lo que se sale de la escritura. Y la paradoja maravillosa es que todo se puede escribir, menos la idea. Para mí, Dárgelos es un crack, es el último gran artista argentino. Y hace poco el tipo comentaba que lo que últimamente le pasaba es que hacía una canción y se la olvidaba, hacía dos versos, el estribillo, pero no los anotaba y así como venía la canción, se iba. Eso es la prueba gozosa de que las ideas no pueden ser ejecutadas, son monádicas. Nunca llegan al libro, a la canción…

Sentí que había cierta aproximación al conceptualismo literario de Pablo Katchadjian y se lo dije.

Ese es un gran problema porque la idea tiene una lógica metafórica y la solución literaria es metonímica. Ahí ya cagamos. El problema es ese. Si todos somos escritores de ideas, tanto el escritor de género como el de escritura, mi pregunta es: ¿Cómo es que mi libro permanece vecino a la idea sabiendo que nunca es la idea? La pregunta que me hago es cómo puedo cuidar esa vecindad. La idea de novelita a lo Aira es un intento de permanecer cerca de la idea. Por ejemplo, en el cine, desde que alguien tuvo la idea, se empieza a rodar cinco años después y eso me parece una locura. Por eso ahora ando con las películas literarias, hago las películas en la misma lógica de vecindad entre escritura e idea, como por ejemplo El doble fin de semana de los críticos, que acabamos de estrenar. Y a diferencia de El Martín Fierro ordenado alfabéticamente de Katchadjian, no creo que la idea sea algo que se pueda realizar y ser nada más que eso, idea pura.

Francisco Bitar (Foto Facebook Festival de Poesía Latinoamericana Bahía Blanca)

Volví a recurrir al modelo de entrevistador clásico y empecé con la famosa En tus libros…: En tus libros veo algo de esa tensión entre la idea y su ejecución también como una tensión entre lo artificial y lo natural, como si trabajaras en ese juego permanente de lo que es procedimiento y lo que emerge con cierto halo de naturalidad en los efectos del procedimiento. 

Nuestra literatura es de circulación interna y eso amo de nuestra literatura. Desde Sarmiento en adelante es una especie de híbrido de distintos discursos, géneros… ese es el otro reparo que tengo con Saer. No es un escritor de literaturas menores, es un escritor en serio. Y a mí me seduce mucho esa idea de lo menor. Eso veo en nuestra poesía: está siempre girando en torno a ese problema, por eso no me voy a despegar de la tradición poética argentina que se juega en dos líneas, en darle vuelta a eso… Me pasa también con la narrativa, suponiendo que la literatura argentina es carancheo de grandes tradiciones y minoridad. Ahora lo que estoy pensando es el ensayo de escritor, o sea, la prosa del pensamiento atraída por el mundo. Cuando el escritor se hace una pregunta por lo conceptual, pero lo pone entre paréntesis… ese desierto es el ensayo, que no se hace para saber, para proveerse con el concepto, sino para encadenar. Eso me gusta de Aira, piensa bien cuando escribe.

Tuve que volver a ponerlo en su cosa. Lo tuyo, a pesar de la discontinuidad, también porta una atención muy propia de tu generación por lo mínimo y los detalles. Es algo que está en casi toda tu narrativa. ¿Qué seguís encontrando en ese minimalismo?

Para mí el refugio que encontraron los escritores varones frente al hecho de que ciertas escrituras de mujeres hayan tomado por asalto el campo, es el tema gigante de las distopías, etc. Eso es el envés de las escrituras de mujeres ganadas por la literatura del tema con cierto ropaje formal. Pero, en definitiva, uno y otro, la chica que escribe sobre temas claros y el chico que escribe sobre el fin del mundo, destrucciones, etc., no se despegan tanto. Son como las dos caras de una misma moneda. Eso me parece que se está cultivando en la literatura cordobesa actual con cierta proyección. A mí todo eso me parece demagogia. Las dos cosas me parecen demagógicas. Son herramientas que buscan solamente comunicar y la literatura está puesta en función de la más rasa comunicación. Para mí, la literatura, los artistas que me interesan en general (Aira, Joyce, Osvaldo, Zelarayán o Di Benedetto) son autistas. Joyce es el modelo. El autismo de Joyce es el modelo. Es el avance hacia el niño que juega con la pelota al frente del mar completamente solo. A mí eso me gusta. Me pasa que aunque sienta que eso no me lleve a ningún lado, aunque no pueda ser parte de un ejercicio crítico o de una contraseña de intercambio, ese autismo es lo que voy a escribir. Y esto es lo contrario a todas esas literaturas comunicacionales. Si es autista, es artista. Hay un momento en que el individuo, para subjetivarse, pierde la posibilidad de decirlo todo y se vuelca en el lenguaje. Pierde decirlo todo, para decir algunas cosas. Abandona aquel autismo original por una vida en sociedad. Los artistas vuelven a ese momento anterior, a cuando no importaba comunicarse…

Tambor de arranque (Editorial Municipal de Rosario, 2012)

Mi cerveza se había acabado y la premura por ir al baño me obligaron a cortar la comunicación. Como en su obra aparece una y otra vez la ciudad donde vive y donde nació, no pude evitar irme con la pregunta del preguntón que no quise ser: ¿Qué significa Santa Fe para vos?

En términos mundanos, vengo agitando la idea de que los grandes escritores son provincianos, incluso Borges, que es una provincia adentro de las grandes tradiciones. También lo pienso en Joyce: la literatura, el centralismo propio de la literatura argentina o de su estructura social-territorial, nos pone a nosotros en una situación de lo que Joyce señalaba como preceptos para el joven artista: silencio, exilio y astucia. Las tres cosas son la misma. Yo siento que estoy en un exilio. En Santa Fe estoy exiliado. Hay astucia y silencio. La vida en Santa Fe es como una especie de conventillo y lo que me permite seguir viviendo acá es la posibilidad de escribir sin los problemas de la coyuntura como hace la literatura de tema. Acá uno puede funcionar como doble agente y al mismo tiempo despegado de los problemas más urgentes que empujan a los autores demagógicos a hacer lo que hacen. También esto me da distancia para entender mi propia manera de hacer las cosas. Uso las limitaciones de provincia en mi propio favor.

Últimas notas