Dos libros editados recientemente en Argentina —una autobiografía y una recopilación de relatos— trasladan el universo psicológico del director italiano hacia el terreno de la escritura.
Por Jesica Taranto
En su cine, Dario Argento explora el mundo de los miedos. Miedos que habitan en un lugar de nuestro interior al que no es fácil ni agradable acceder. Miedo como un terreno explorado a través de historias intrincadas, retorcidas y con un profundo sentido de la estética.
Entre 2012 y 2021 el prolífico Argento no estrenó ninguna película. Tras algunos fracasos y proyectos truncos, su carrera se encontraba estancada, o tal vez necesitaba un tiempo para reencontrarse consigo misma. En esos años, dedicados al descanso y la lectura —en los que incluso se animó a ponerse frente a cámara, con un rol protagónico en Vortex (2021), de Gaspar Noé—, el realizador italiano también se dedicó a escribir por fuera del formato del guion cinematográfico. La mayoría de sus películas nace de sus propios guiones, y a veces fueron primero una idea bocetada para un cuento. En 2018, Argento decidió recopilar algunas de esas historias en un libro, que ahora la editorial independiente de Mar del Plata Letra Sudaca presenta por primera vez en español bajo el título de Horror (2022).
En su autobiografía, Paura (2020), también publicada gracias al trabajo de Letra Sudaca, Argento cuenta la historia de su vida: un hombre enamorado del cine y de la literatura. Aunque con el correr de los años y las películas se haya convertido en un maestro del séptimo arte, la literatura fue siempre su otra gran pasión vital. Como en la irresoluble discusión alrededor del huevo y la gallina, es difícil determinar qué fue primero. ¿Literatura o cine? ¿Cine o literatura?
A lo largo de su extensa filmografía se pueden encontrar las huellas de todo su universo, con un sentido estético muy particular y una exploración del mundo de los miedos y los sueños —sobre todo de las pesadillas. Allí es donde conviven las influencias de artistas tan distintos como Mario Bava y Alfred Hitchcock en el cine; Edgar Allan Poe (a quien incluso adaptó en una película junto a George A. Romero) o H. P. Lovecraft en la literatura; Freud y sus textos, que ayudaron a moldear sus personajes (aunque Argento nunca se haya atrevido a hacer terapia); o pintores como Caravaggio y Edward Hopper. Hay mucho de autobiográfico en la obra del director italiano, aunque a simple vista pueda parecer un conjunto de fobias, obsesiones y traumas.
Su opera prima tiene un origen literario: la idea de El pájaro de las plumas de cristal (1970) surge gracias a una novela cuya historia quedó atravesada en su cabeza. Se trataba de The Screaming Mimi, de Fredric Brown (editada por estos pagos como La estatua del terror, en 1953 por Editorial Jackson). La novela había caído en las manos de Argento a través de Bernardo Bertolucci, con quien trabajó cuando empezó a correrse de la mera escritura crítica para adentrarse en el mundo de los rodajes. El libro de Brown era un policial truculento que sentaría las bases de la exploración de Argento con el giallo –subgénero italiano que había nacido unos años antes y que floreció en la década del 70.
Así como en sus películas el director se introduce y se convierte en el asesino —no como personaje sino como quien suele operar los asesinatos con manos enguantadas desde ese característico punto de vista del villano o villana—, en el primero de los cuentos que forman parte de Horror (Letra Sudaca, 2022) un alterego de Argento protagoniza la historia que lo enfrenta a fantasmas del arte pictórico. Un director de cine que, para la que sería su próxima película, El Síndrome de Stendhal (1996), se encuentra en proceso de buscar locaciones y le es permitido recorrer la Galería Uffizi, en Florencia, a solas con una asistenta, de noche, en plena oscuridad, y ayudándose con una linterna. Cuando se encuentra con determinadas e icónicas obras, el otro Argento siente que éstas cobran vida y le hablan directamente a él. Caravaggio, Botticcelli, Artemisia Gentileschi son algunas presencias: obras que, en esta edición argentina, se pueden ver reinterpretadas en la portada, ilustrada por Santiago Caruso. Este cuento, que bien podría ser una pesadilla y que explora el poder que ciertas obras de arte pueden ejercer sobre algunas personas, ya manifiesta uno de los aspectos que siempre le interesó explorar al autor de Rojo profundo (1975): el de la mirada, en este caso con un juego entre las luces y las sombras.
Argento siempre elige con cuidado qué y desde dónde vamos a ver, hasta tal punto que en Opera (1987) obliga a su protagonista a presenciar asesinatos, como una vez sugirió, en broma, que haría con los espectadores que van a ver películas de terror y se cubren los ojos en las escenas más fuertes. De hecho, su último filme, Occhiali Neri (aún no estrenado en nuestro país), rememora a El gato de las nueve colas (1971). Ambas películas tienen como protagonista a un personaje ciego que se acompaña de un niño o niña que le sirve de ojos.
En el segundo de los cuentos de Horror, el que más se acerca en estilo a las historias de asesinos seriales que hizo sobre todo en la primera parte de su carrera cinematográfica, Argento hace una descripción minuciosa y hermosa de una muerte:
En ese preciso instante se escuchó un ligero silbido: la mujer cayó de golpe sobre la mesa, con un ruido sordo. Como en una secuencia mecánica e inevitable, Leonardo se vio alcanzado por salpicaduras de sangre que mancharon también las páginas abiertas del volumen. Un bulbo ocular de la pobre profesora se sumergió en el pliegue entre las páginas abiertas del libro, como si fuera su sede predestinada. Los cabellos rubios empapados de sangre se esparcieron sobre la mesa. Un proyectil le había perforado el cráneo en la parte posterior y había seguido su recorrido hasta una de las cavidades oculares. Hilos grises con estrías rojas, como gruesas larvas vivas, se derramaban copiosamente, expandiéndose por la mesa de madera.
Los lugares y la arquitectura son otro elemento importante y se convierten en algo más que un escenario o decorado para sus historias. No es casual que cada uno de los cuentos de Horror se suceda en un lugar específico del mapa que ya se nos adelanta desde el título. Además de la famosa galería Uffizi en la cual rodó escenas de El síndrome de Stendhal (hasta el día de hoy es al único director al que le permitieron entrar a filmar), aparecen en el libro una biblioteca, una villa y un castillo. Cada uno de estos lugares se presenta, con su correspondiente nombre propio, como una locación real. Sus protagonistas, a veces desde la primera persona, otras intercalando puntos de vistas de personajes, se mueven a través de recovecos, pasillos, escaleras o senderos de la selva como si fuesen laberintos de la propia mente.
Los monstruos pueden ser asesinos encubiertos, como aquel que persigue a su protagonista a través de la biblioteca tras intercambiar por error celulares, en el relato que más se acerca a sus clásicos giallos; personajes históricos, como cuando relata la vida del asesino en serie francés del siglo XV Gilles de Rais desde la perspectiva de dos de las niñas secuestradas; una extraña tía que desaparece por las noches, en un relato de iniciación mágica y erótica que lo acerca a su obra maestra, Suspiria (1977); o espíritus de la jungla que despiertan con formas animales cuando son molestados, quizás en el más extraño de estos cuentos, con mucha acción y personajes que entran y salen. Como en su filmografía, Argento pasa de policiales con asesinos seriales a brujas o a personajes históricos —reales o no, porque no temió hacer sus propias y extrañas versiones cinematográficas de El fantasma de la Ópera (1998) o Drácula (2012), aunque los resultados no hayan sido los esperados por su público fiel.
En definitiva, Horror, de Dario Argento, presenta un abanico de historias variadas que apuestan por un terror directo, con menos color y música estridente que en sus películas pero con un profundo amor por ese universo habitado por monstruos que nos enseñan a sobrevivir en este mundo.
“Thriller, horror, fantástico, terror, giallo, noir… son solo palabras que usamos para definir nuestros sueños”, escribe Argento hacia el final de su autobiografía, Paura, y ayuda a cerrar la idea de una obra dedicada a explorar lo que se mantiene oculto en nuestro interior.