Hugo Pratt, siempre un poco más cerca

A 94 años de su nacimiento, una guía para conocer la obra del historietista italiano, creador de Corto Maltés y gran maestro de dibujantes y guionistas argentinos que dejaron una impronta en la cultura gráfica mundial. 

Nacido el 15 de junio de 1927 en Rimini, Italia, fallecido el 20 de agosto de 1995 en Suiza, sobre Hugo Pratt se escribieron ríos de tinta durante buena parte de su vida, se lo sigue haciendo a más de veinticinco años de su muerte (para el pormenor biográfico, ir por el libro El tano, de Aldo Pravia) y es más bien obvio que se lo seguirá haciendo por mucho tiempo más. Para quien desconozca el porqué, el siguiente párrafo, a muy grosso modo, lo sintetizará.

En primer lugar, su paso por la Argentina. Tanto por la influencia directa como docente en la Escuela Panamericana de Arte (teniendo de alumnos a futuras leyendas como José Muñoz, Leopoldo Durañona o Lito Fernández) como por el impacto que generó con su producción (junto a otro docente de esa escuela, Alberto Breccia) y su estética voluminosa de masas negras, marcó un antes y un después en la identidad estética de historietas  argentina.

En segundo lugar, porque la aparición de Corto Maltés (junto a Barbarella, de Forest, Valentina, de Crepax, o Aghardi, de Enric Sio) replanteó el rol de la historieta como artefacto cultural. Era la época en la cual el comic se abrió a otros lenguajes –cine, psicoanálisis, fotografía, etc– pero también la contracultura  y la academia buscaban leer a la historieta con otros ojos –la semiología por ejemplo–.

 

 

Ese cruce dialéctico de teoría y praxis  fue el motor que alimentó ese afán por contar, con mayor o menor rigor histórico, y narrar, entendiendo esa pulsión como algo troncal a la existencia del ser humano a lo largo de su estadía en el planeta. Esta introducción al mundo de Hugo Pratt se circunscribe a su obra como artista  y dibujante. Y no hay que dejar de buscar sus colaboraciones como dibujante junto a Oesterheld (Sargento Kirk, Ticonderoga y por sobre todo Ernie Pike) o guionista (Verano Indio, dibujada por Milo Manara).

Una ballata del mare salato (La balada del Mar Salado) (1967)

No era necesario que Pratt convirtiera a La balada… en una novela de prosa para transparentar su real esencia: la estructura coral y la definición psicológica de esos protagonistas  ya lo dejaban bien en claro en su primera aparición en la revista italiana  Sargento Kirk. El lento y orgánico desenvolvimiento de la trama que involucra en primera medida al Corto Maltés, Rasputín y los hermanos Cain y Pandora trastoca la idea de aventura clásica en la historieta: a ese molde primigenio de Conrad y London se le sobreimprime una idea del mundo en el cual los actos de sus protagonistas dejan poco espacio a idea de comunidad o heroísmos alguno y suelen estar –no sin ciertos límites– en pos del beneficio propio sin importar el desmedro ajeno, como demuestra la suerte de los hermanos náufragos, rehenes y mercancías vivientes. Y aun hay más: la vocación narrativa –las viñetas mudas, la sabia dosificación del texto– y el dibujo de Pratt en un punto de cocción que, ya definitivamente despegado de la influencia de Milton Caniff, encuentra un nivel de síntesis visual muy atento a los equilibrios de luz y sombra sin renunciar por completo a cierto detallismo. Como demostración perfecta del estilo ahí está Pandora, una de las mujeres más bellas de la historia del comic. Fundamental es más bien poco.

 

Ver también: libros con historias de duración más corta como Las célticas o Siempre un poco más lejos son como mínimo igual de buenas que La balada… y pueden servir también como introducción a la saga del aventurero de los mares.

Piccolo Chalet (Los escorpiones del desierto: El oro de Cush) (1975)

 

Viaje de largo aliento para la serie Los escorpiones del Desierto: Pratt hizo cinco historias de la saga entre 1969-1992 con un nivel promedio alto, pero la distinción se la lleva el segundo episodio. El viento del desierto en la Etiopía de la Segunda Guerra Mundial amontona al teniente Koinsky (polaco del lado de los ingleses e hilo conductor de toda la saga), al teniente Stella (fascista italiano) y al nativo Cush, amigo de un tal Corto Maltés al que menciona en más de una ocasión. El escenario de locura bélica global no les impide a los actores sustraerse del conflicto para perderse en sus propias locuras de sueños, codicia y ambiciones: la canción que canta Stella y da título a la historia actúa como bello leit motiv y símbolo del delirio micro dentro del delirio macro. Aparte de ser un personaje delineado con riqueza y matices, Cush aporta también un comentario político sobre el ser humano y su transitar por la Historia que le da la razón a aquella frase de Milo Manara sobre Pratt: “hay más política en una página suya que en cien mil columnas políticas”.

 

Ver también: Relatos de guerra del Teniente Koinsky, que pese al nombre no guarda ninguna relación con la saga de Escorpiones…, tratándose de historias bélicas muy cercanas al espíritu de Ernie Pike y uno de los mejores trabajos visuales de Pratt.

L’uomo del Sertao (La macumba del gringo) (1977)

 

Nordeste brasileño a fines del siglo XIX; más precisamente el mítico sertão y su mundo de cangaceiros, esa suerte de bandidos caudillescos que se movían entre el (y recibían el respeto del) campesinado nativo. Explicitado el contexto, esta historieta realizada para la serie Un uomo una avventura de la editorial italiana Bonelli no es un relato histórico. Lo que late tras ella es una frenética trama en la cual la brujería y la revolución son apenas un tapiz en el cual se teje una madeja de locura, traición y sacrificio con fervor y pasión religiosa. Nivel narrativo imbatible –la primera página muda: cuánto tomó Mike Mignola de esta manera de contar para su Hellboy– y la impronta visual ya situada en su estilo tardío más caligráfico, gestual. A esta altura daba la sensación de que Pratt podía dibujar cuerpos sin levantar el plumín o representarlos con manchas de pincel. Economización de tiempo, probablemente, pero también búsqueda y capacidad estética.

 

Ver también: El aventurero del Caribe, también conocida como Svend, otra vez la colección Un uomo, Un avventura.

L’uomo del grand nord ( Jesuita Joe) (1980-84)

Pasan trece páginas hasta que aparecen los diálogos (¿cuándo empieza a cantar?): eso puede dar una idea del ritmo narrativo que manejaba Pratt a esta altura; tan película se siente esta historia de cuarenta y ocho páginas que fue llevada al cine en 1991. El argumento sigue el periplo de un nativo norteamericano –Canadá, para más señas– en algún momento no muy definido entre fines de siglo XIX y comienzos del XX. Joe realiza en su camino actos de justicia pero también posee un carácter implacable y hasta cruel. Es una de las historias más violentas que haya firmado el nativo de Rimini y posee a uno de sus personajes más complejos y mejor construidos psicológicamente. Esa dificultad para asir su personalidad y ese afán por ir en dirección opuesta es lo que vuelve a Joe sencillamente magnético y, por qué no, magnetizado. El estilo del dibujo se halla en parámetros similares a los de La macumba

Ver también: Al oeste del edén, la última de las cuatro colaboraciones para Un uomo…

 

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Gabriel Reymann

Buenos Aires, 1984. Periodista cultural y artista plástico. Escribe en las revistas digitales ArteZeta, Kamandi, Ouroboros y Nueve Paneles.

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