Bouvard y Pécuchet, de Gustave Flaubert

 

En un cálido domingo de verano, sobre el bulevar de Bourdon y cerca de la dársena del Arsenal en París, Bouvard y Pécuchet se encuentran fortuitamente en un banco público. Un delicado encanto compartido les revela similitudes en sus profesiones de copistas, como así también de sus intereses comunes: a ambos los aqueja un profundo cansancio producto de la monotonía citadina y a su vez los motiva un incesante y loco deseo de terminar sus días en el campo, muy lejos del mundanal ruido. Este nudo gordiano encuentra solución cuando se hace efectiva la herencia que Bouvard recibe dada su condición de hijo ilegítimo, aunque reconocido al fin, lo cual los conduce a comprar una granja en Chavignolles, Calvados, donde se sumergen en empresas científicas de disciplinas que van desde la agronomía a la literatura, pasando por la política, el amor, la filosofía, la mineralogía, la religión y educación general en todos sus matices. En todas les va mal.

Este sería el resumen argumental del libro, ahora pasemos al análisis.

La comedia de Flaubert, en el sentido balzaciano del término, emana de una frenética búsqueda de conocimiento y experimentación por parte de Bouvard y Pécuchet, así como de su notable incapacidad para comprender los objetos de su estudio de la manera correcta. Si uno tuviera que definir lo que el también autor de Salammbô buscó reflejar en la historia de este par amigos fue la idea, tan fácil de ver en nuestro presente concreto, de que incluso alguien hiperlúcido puede vivir equivocado. Aun así, la pareja no es blanco de la sátira de Flaubert; ambos son personajes justificados, ni innobles ni mezquinos en sus acciones. Para su autor, este libro no es solo una obra de arte; es una proeza, un acto de desafío y venganza en medio de lo que percibía como la derrota definitiva de lo que él consideraba como la “auténtica cultura”. Esto se visualiza en la agudeza y proximidad con la que experimenta el desastre en sus contemporáneos: «Ya no puedo hablar con nadie sin ira creciente; y cada vez que leo algo de uno de mis contemporáneos, me enfurezco». Su perspectiva le insta a enfrentar la crisis con todos sus detalles, observándola de manera obligada y obsesiva, lo que le provoca rabia frente a la degradación de las costumbres y la vacua imitación del pensamiento. Como respuesta al malestar de mundo, Flaubert decide entonces a llevar sus obsesiones al límite.

 

(Traducción, prólogo, notas y selección de comentarios de Jorge Fondebrider, Eterna Cadencia Editora, 2023, 664 págs.)

 

Bouvard et Pécuchet sont-ils des imbéciles?”, se preguntó alguna vez René Dumesnil en una iluminador ensayo que gira en torno al proyecto flaubertiano. Esta duda es la que se aloja en el centro de la ambigüedad de Bouvard y Pécuchet; en verdad, tan ambiguo es el libro que es posible llegar a la conclusión de que el producto final de ningún modo termina siendo lo que Flaubert se proponía, lo cual y naturalmente no impide que pueda ser algo genial en su resolución involuntaria, en su efecto tequila. Buena parte de las desventuras de Bouvard y Pécuchet les ocurren sencillamente porque son personajes cómicos o porque la vida como tal lo es. Ellos mismos atenúan el pesimismo del libro con su último acto: cuando todo parece estar perdido para Bouvard y Pécuchet las cosas vuelven a acomodarse, aunque bajo un arreglo diferente, ya que los volvemos a ver por última vez en la metamorfosis en lo que el curso de sus vidas ha dado derecho a hacer y es justamente la de reconocerse como solterones que escriben sin cesar, redescubriendo el “travailler sans raisonner”, aquella virtud de trabajar sin filosofar que nos hace pensar en el Cándido de Voltaire.

Por último y como cierre, también involuntario para con su obra inconclusa, Flaubert nos acerca el resultado bajo la forma aforística en su atenta observación de la experiencia humana vista como un cúmulo de idioteces insoslayables y cuyo título Dictionnaire des idées reçues hace pensar que es justamente en lo dado donde se ubica el trauma esencial del sujeto contemporáneo: el de ser, desde un principio y para siempre, solo un malentendido o un error a esa cadena de montaje a la que denominamos Historia.

 

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