Ricky Pashkus: “Si una caída después de una audición te deja en cama, no es lo tuyo”
Hablamos con el director y coreógrafo sobre las tres obras que tiene en cartel —Mamma mía, Pretty woman y La ballena—, el desafío de atraer público en medio de la crisis económica y por qué hoy tiene menos tolerancia a la modernidad.

Ricky Pashkus (1955) vive un 2025 con mucho trabajo. Además de dar clases y ensayar, el reconocido coreógrafo y director teatral tiene en cartel tres súper producciones, dos que estrenaron este año (Pretty woman y La ballena) y otra que funcionó muy bien en 2024 y reestrenó en el  Auditorio de Belgrano (Mamma mia). 

Un día de semana a la tarde, en el restaurante ubicado frente a su estudio en Recoleta, sobre el pasaje Vicente López, Pashkus se sentó a conversar con Bache sobre su presente, los cambios en su forma de trabajar a lo largo de los años y la actualidad del teatro comercial argentino.

Tres obras en cartelera al mismo tiempo bajo tu dirección, ¿cómo se vive esa intensidad laboral?

Bueno, este momento lo vengo planificando. Traté de separar los estrenos lo más posible, pero lo que nunca podés es anticipar los problemas que va a haber en cada ensayo, en las dificultades de cada proceso. La verdad es que fue muy intenso, no lo volvería a repetir. Tuve advertencias de gente alrededor mío que me lo decía. 

¿Cómo es estar al frente de más de una obra a la vez y con producciones tan comerciales?

Suelo tener varias cosas a la vez. Tengo la escuela (el Instituto Argentino de Musicales, que codirige junto a Fernando Dente), pero además siempre tuve momentos especiales de tres o cuatro obras al mismo tiempo. Aprendí mucho de no repetir eso. En algunos espacios me dejaron de llamar porque sentían que esta hiperproductividad me quitaba creatividad, y seguramente tenían razón. 

También depende de la exposición que representen esas obras…

Hubo una época en la que trabajé en otro tipo de obras menos expuestas a nivel comercial, en las que crecí mucho también: Y un día Nico se fue, Noche corta, o las obras con Karina K: Souvenir, Al final del Arcoiris. Lo que sucedió ahora hubo que hacerlo porque se dieron las cosas, pero no lo volvería a repetir, primero porque soy mayor y estoy más cansado, y segundo porque tengo menos tolerancia a la modernidad (risas). Estoy más acostumbrado a un director que da la orden y chau. Hoy no se trabaja así. 

Florencia Peña y Juan Ingaramo en Pretty woman

¿Qué cambios advertís en ese sentido?

No voy a negar que se ha transformado en un territorio en el cual hay demasiada opinión: las producciones, por ejemplo, ya no son de un productor, son seis productores por obra. Todo se ha transformado en miradas muy conglomeradas, y tengo menos paciencia, menos resistencia y menos tolerancia, no a ensayar sino a lidiar con esas opiniones.

¿Cómo fue en esa línea la toma de decisiones en la transposición local de las tres obras, que, a su vez, han sido llevadas al cine? ¿Cómo confluyeron tu mirada y las otras voces?   

Soy consciente de que las tres obras también son películas, pero a la vez no. La única que tenía muy presente como película es La ballena, por más que no la había visto. Pretty Woman la vi hace mucho tiempo, y Mamma mía no la había visto tampoco. En general no hay vinculación entre las películas con las obras teatrales, ni en términos estéticos ni legales. La gente que hace las películas no tiene opinión sobre la obra. Los que te pueden hinchar, y te hinchan, son los dueños de los derechos de las obras. Las obras se escribieron luego de la película en todos los casos, salvo La ballena, cuya película se escribió a partir de una obra teatral.  

Les imprimís tu sello a las obras… 

Me interesa generar empatía local. Nadie que haya visto Mamma mía, con Flor Peña, o Kinky Boots, con Martín Bossi, o La ballena, con Julio Chávez, puede sentir que la obra sucede en otro sitio. Por supuesto también es posible que me digan: “sí, porque allá no podría suceder”. La cuarta pared que yo rompo, casi en una búsqueda revisteril, allá tampoco podría suceder. En Broadway esto que te digo no existe. El que haya ido sabe que hay otra distancia espectador-público. 

Detengámonos en “los públicos”. Se dice que la comedia musical está destinada a un público sectorizado o “de nicho”. ¿Por qué creés entonces que el género causa tanto fervor en el público de Buenos Aires?

Hay diferentes aspectos. No es lo mismo hablar de Matilda, La sirenita o School of Rock, que tienen títulos internacionales famosísimos, con Disney detrás en muchos casos. Son espectáculos que generan todo lo que sabemos que puede pasar, son productos que no hay discusión que los chicos quieren ver. Ahora, si vamos a Tootsie o Rocky, tenemos que hablar de otra situación, que es la que han encontrado Nico Vázquez con su genialidad, y Yankelevich y Mariano Demaría. Y en otro sentido, si hablamos de Casi normales o Come from away, sí, claro que estamos en un teatro más de nicho. Son obras que respetan licencias exactas. 

Otro tema es la mirada sobre los protagonistas: si estás haciendo un “musical de respeto” el protagonista tiene que cantar y bailar muy bien. En los otros casos, cuando se apela más a la argentinización, los actores tienen que actuar muy bien pero quizás no son grandes cantantes. De todas formas el público los elige y los ama. 

Y en Mamma mia y Pretty Woman, ¿cómo construís los cuadros corales en los que se luce el ensamble? 

Las decisiones las voy tomando por intuición. Busco que tengan humor, lo más importante es que no me aburra yo, que tengan ritmo. Parto de una premisa: el público no tiene porqué disfrutar nada. Al público hay que ganárselo, yo voy a su conquista. Yo tengo una frase: “fe infinita”. Seré fiel a mí mismo, más allá de lo que pueda controlar. Si yo miro y siento eso, pienso que a todo el público le va a pasar eso. ¿Es verdad? No, no es verdad. Pero tengo fe, siento que estoy en representación de todo el público. 

Julio Chávez en La ballena

Hablemos un poco de tu rol docente. ¿Cómo nació esa vocación? 

Eso tiene que ver con un aspecto de mi naturaleza que trato de transmitir mucho, y que está cerca de ser un chanta (risas). Empecé a dar clases sin saber exactamente lo que estaba enseñando. Hay un libro de (Jacques) Rancière que se llama El maestro ignorante, se los recomiendo mucho a todos, pero no como una invitación a ser un maestro ignorante sino para entender qué nos pasa a los que tenemos una voluntad por encima de nuestra conciencia, una voluntad y un riesgo por encima de nuestro saber. Muchos no pueden accionar hasta que tienen una respuesta certera de que su saber existe. Yo nunca necesité eso. Medicina no, piloto de avión no, pero casi todo lo demás sí. Me animo. Me gusta mucho comunicar, me gusta ser un lugar de pasaje.

¿Qué le dirías a alguien que quiere iniciarse en el teatro?  

Que si lo que le sucede no es lo contrario a todo lo que se supone que le suceda, que abandone. Estamos en una época en la que la ansiedad está mal vista, la ambición está mal, ser competitivo está mal, y buscamos frases como  “competitivo sano”, “colesterol sano” o “ambicioso pero sin pisar cabezas”. Obvio, sin pisar cabezas, ni me lo aclares. Es como que un atleta vaya a las Olimpiadas y diga “soy competitivo pero no quiero…” ¿Qué es lo que no querés? Si no tenés una naturaleza de hambre profunda, abandoná, porque vas a sufrir mucho los golpes y tarde o temprano vas a dejar.

¿Cómo es el “hambre profundo”? 

Se nota en la inquietud, en la ambición, en la insistencia, en la perseverancia, y sobre todo en cómo reaccionar al dolor y  la caída. Si una caída después de una audición te deja en cama un año, no es lo tuyo. A todos nos duele. El tema es elegir dónde querés que te peguen. Sergio Rosemblat, el padre de Pedro Rosemblat, era amigo mío e hizo una obra que tuvo mucho éxito. Le dije: «¿Por qué das vueltas y no hacés tu segunda obra?» Y un día me dijo: «No voy a trabajar más. El éxito tan fuerte que tuve en la primera me impide llegar. Es una cagada, no me animo”. Nunca me voy a olvidar de esa frase. 

No debe ser fácil arriesgarse después de un éxito. Cuántas obras se estrenan y duran pocas semanas en cartelera…

Para nada fácil. Ahora la situación es complicada, a las obras que les va bien son La sirenita, El jefe del jefe, La cena de los tontos, Pretty Woman, Moldavsky y Una navidad de mierda. También Rocky y Despertar de primavera, que arrancó bastante bien. Hay poca plata. Por otro lado, el teatro alternativo tiene muchas dificultades, muchas. Si vamos a hablar específicamente del teatro comercial, creo que es un momento muy complejo. Salvo La ballena no hay otra obra en cartel en el teatro comercial que roce un lugar emocional distinto. No sé Druk, a la cual le está yendo muy bien, al igual que a La verdadera historia de Ricardo III, en el San Martín. Cada uno elige. Los espectadores quieren generalmente divertirse, y cuando aparece una obra emocionalmente muy atractiva como La ballena va y funciona, pero es poco frecuente.

Está el factor “entretener” y también cómo atraer a nuevos públicos… 

Hay que estar atento, pero creo que no hay que adaptarse a eso, hay que hacer lo que uno tiene que hacer. El otro día en el Paseo La plaza un señor decía: “2×1 en entradas para stand up, actúo yo, es muy divertida. Si no le causa gracia le devuelvo la plata”. Y la gente entraba, se iba llenando. La gran pregunta es: ¿eso es teatro? Sí, yo creo que es teatro, otro tipo de teatro, con otras características. Ni en Mar de Plata cuando hacíamos los espectáculos de drags era así.

Era actor, productor, director, boletero… En definitiva, la pregunta es: ¿qué es teatro?

Es el actor, el que te promociona, el que te vende la entrada, todos. Me hace acordar a algo, que lo cuento sin ninguna moraleja ni tiene un mensaje ni nada, pero lo cuento para que tengas un final divertido. Cuando tenía 18 años fui a Holanda, al Red Light District. Entré en un local que decía “porno”. No voy a entrar en detalles (risas). De un lado, un acomodador, del otro lado, una acomodadora. “Siéntese”, me dicen. Los dos acomodadores suben al escenario, se empiezan a sacar la ropa y actúan, y cuando digo actúan te imaginarás el show erótico que hacen. Cuando terminan, nos acompañan a los espectadores a la salida y le damos una propina. Eso, si lo vemos desde una óptica, también es teatro. 

Por último, si tuvieras que decirle una frase al Ricky de hace veinticinco años, ¿cuál sería? 

“Todo es al revés. No te angusties, todo es al revés”.

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